Una lectura de El octavo ensayo, de A. Mariátegui.

 

 

 

 

Es pertinente volver a publicar este articulo, ahora que todos los gatos son pardos y arrecia la disputa por ser acertado y decente en el análisis y en la actuación política en momentos tan difíciles pare el país. Es conveniente opinar que detrás de la batahola que se ha formado hay mucha historia y responsables de larga data. Creo que los indescriptibles artículos de A. Mariátegui en esta coyuntura, deben de ser leídos en el contexto del que provienen.

 

 

 

 

Oficiar de abogado defensor de la izquierda, que notorios errores y deficiencias posee e intercesores propios tiene, no es el motivo de esta nota. Me promueve comentar El octavo ensayo, sus ataduras con una forma extraviada de analizar e imaginar el país, resabios de aquella forma de pensar que por siglos no ha podido construir una nación en este territorio, no obstante que aquí, milenios antes, existió una o varias con suficiente prosapia como para ser considerada entre las civilizaciones sin par de la humanidad.

El ensayo se nutre de las mismas ideas de sus conservadores, cuando no reaccionarios, antecesores, y también se ubica en el vecindario de formulaciones contemporáneas, como ésta de Vargas Llosa que, en términos culturales, y étnicos, qué duda cabe, se pregunta: “¿Forma parte América Latina de Occidente?, o es algo distinto, como China, la India o el Japón? para después, completar: “En mi opinión América Latina es una prolongación ultramarina de Occidente…” ¿Acaso no es excesivo el tiempo para seguir insistiendo en una falsedad que ha sido el sustento de errores y extravíos que explican mucho de esta realidad de miserias morales, económicas y sociales? Las ideas del ensayo, claro, no alcanzan para abordar estas reflexiones, debemos reconocerlas en el sustrato más íntimo de sus párrafos. Por eso rechaza todo lo popular, lo nativo, andino y, por añadidura, a todos los dirigentes y organizaciones sociales que en algún momento dirigieron el eterno descontento del inmenso conglomerado de pueblo que muchas veces ha actuado por intuición o desoyendo o sobrepasando a sus malos intérpretes.

Su raigal matriz de pensamiento le hace ignorar que todos los desórdenes sociales han sido siempre para construir un orden superior que supla la incapacidad de sus ancestros ideológicos para alejar a los peruanos y peruanas del espacio de “desconcertadas gentes” que habitamos. Este troquel le impide reconocer que toda la violencia expresada han sido propósitos que han definido las grandes orientaciones de la sociedad en los últimos decenios y hecho posible, con todas sus limitaciones, una sociedad más justa y más acorde con la estatura humana.

A. Mariátegui luce el mismo linaje y la misma constitución de sus pares oligárquicos, porque, como ha sido ya estudiado, las mentalidades tienen un ritmo distinto de transmutación que los fenómenos socio económicos y políticos. Por eso aún tenemos gamonales sin haciendas y políticos que fungen de virreyes y conductores albos que cholean a una mayoría distinta. Claro que Mariátegui se sitúa a distancia de sus antecesores en florituras y armonías verbales y menos luce la aparente densidad de sus referentes. Lo que en otros fueron disertaciones académicas, en él se transforman en procacidad guarra expulsada de una 4X4 en curso hacia las playas sureñas de Asia. Por ello, el corto alcance de sus propuestas le ha obligado a acudir a sus artículos periodísticos para completar el delgado fresco de su pensamiento.

Insisto, su ensayo rezuma el mismo tufillo reaccionario y semejante aroma racista y excluyente a los ya conocidos en otros autores de similar textura ideológica. Sin embargo, distingamos, es distinto leer: “…no puedo menos que alegrarme de las cuitas de este ofidio, porque vaya que la izquierda perjudicó – y sigue perjudicando mucho al Perú.” que releer a Juan Ginés de Sepúlveda cuando en su polémica con Bartolomé de las Casas, permuta a los “ofidios” por los “barbaros” y menciona: “¿Qué cosa pudo suceder a estos bárbaros más conveniente ni más saludable que el quedar sometidos al imperio de aquellos cuya prudencia, virtud y religión los han de convertir de bárbaros, tales que apenas merecían el nombre de seres humanos, en hombres civilizados en cuanto pueden serlo…”. Es cierto que transfigurarse de Lepidosaurio en casi Homo Sapiens significa una ligera diferencia.

Es reconocible el prolongado hilo conductor que une la protohistoria reaccionaria de Aldo Mariátegui con nuestros tiempos; aparecieron en cuanto pusieron pie a tierra los invasores. Comprobamos su aparición en las acciones prácticas de los “felipillos“ y “martinillos« de los albores de la conquista: prestos y hábiles en el uso del lenguaje y en la asunción de la mentalidad del amo expoliador. Más tarde podemos reconocerlos luciendo la encarnada borla del Inca Paullu, seguro servidor de los bárbaros conquistadores, como lo certifica su sinuosa biografía y expresiones como: “Admirado estoy, señores, que tan poco concepto tengan de mi con haber visto lo que yo he hecho y hago en favor de los cristianos. Hágosle saber que lo que fuere de los cristianos será de mí, porque después que los cristianos entraron en este reino, les he servido con mucho amor y lealtad, siendo siempre contra los míos, por tener entendido ser lo más acertado servir a Dios, y para más seguridad de vosotros, échenme luego una cadena y prisiones y ténganme en guarda hasta que sepamos enteramente de los demás cristianos que faltan y cuando sintieren que en mi hay doblez, vengan o mátenme luego como a tal traidor, porque en este negocio y trance tanto va por mi como por cada uno de vosotros”. ¿Coincidencias con Mariátegui?, sí, casi “calco y copia” si revisamos el sustrato fino de su pensamiento en artículo escrito en abril del 2009 donde, comentando sobre la congresista Hilaria Supa y otros temas, mencionaba: “Observo bloquear carreteras a los guías cusqueños de turismo y no puedo menos que sonreír ante su supuesta sapiencia exclusiva, pues pretenden que nadie más -ni siquiera la historiadora María Rostworowski ni los arqueólogos Walter Alva o Ruth Shady- puedan guiar turistas. Ya están como el SUTEP, que no permitiría que ni siquiera Vargas Llosa dicte clases de Literatura. Además, si algunos hablan gruesas barbaridades son muchos de estos supuestos «guías», charlatanes que cuentan cualquier cosa sobre las ruinas y que hacen gala a menudo de un odio xenofóbico contra todo lo español y un ensalzamiento superlativo de lo quechua que linda con lo ridículo.”

Otro buen ejemplo de este pequeño y elitista grupo de escribidores al servicio de una exótica y extraviada causa occidental es el cronista Pedro Sarmiento de Gamboa, diligente pluma de alquiler al servicio del Virrey Toledo que rentó sus habilidades literarias para justificar las crueldades de la conquista y que, entre otras muestras de su incapacidad para observar la realidad, decía de los incas: “…ni jamás poseyeron ninguno de ellos la tierra en pacifica posesión, antes siempre hubo quien los contradijese y tomase las armas contra ellos y su tiranía; más aún – lo que es sobre todo de notar, para acabar de entender las pésimas inclinaciones de estos tiranos y su horrenda avaricia y tiranía – no se contentaron con ser malos tiranos para los dichos naturales, pero contra sus propios hijos, hermanos, parientes y sangre propia, y contra sus propias leyes y estatutos se preciaron de ser y fueron pésimos y pertinacisimos foedifragos tiranos, con un género de inhumanidad inaudita…” El parecido de las opiniones de Mariátegui con estas ideas se muestran en una columna reciente, a propósito de la minería en Yanacocha: «…por un lado, tienes a una Heidi andina, una animista que vive feliz (a pesar de una extrema pobreza que no parece incomodarle) en la inhóspita puna, donde conversa con los cerros, las lagunas y los pájaros (¿no será esquizofrénica?). Pronto aparecen los malos de la película: la minera (Yanacocha) y la Policía, como también una contaminante mina informal en la sierra de Bolivia y una destructiva explotación ilegal de oro en la selva (evidentemente, han colado a estas dos minas para dejar aún peor a Yanacocha).”

Es el largo aliento de estas ideas, es el conservadurismo temprano restaurado con la densidad ideológica que irradia el neón de nuestros modernos centros comerciales y la TV que regurgitan. Estuvieron ubicados siempre en la ribera que opone barbarie a la civilización, antagonizaron a la rebeldía con la dominación, fueron la exclusión y el racismo contrariando a la multiculturalidad y el respeto al distinto; distantes de la terca y persistente ruta nacional y popular de la historia.

Hay más ejemplos de esta línea umbilical de Mariátegui y sus ancestros. Lo hallamos también en las ideas y las formas de Felipe Pardo y Aliaga, de Manuel Ignacio de Vivanco o de los enemigos de la Confederación Perú-Boliviana y que más tarde exiliaron a Gamaniel Churata y luego facilitaron la muerte de Ezequiel Urviola; fueron también el fiambre que alimentó el suicidio de José María Arguedas y la violencia de los sesenta y el conflicto interno reciente.

Cuando Mariátegui menciona: “Soy muy sincero detesto a la izquierda peruana. Aborrezco a ese fósil abominable, primitivo, violento y necio; a ese parásito que ya debe de dejar de hacernos tanto daño” nos remite a la pluma poética de Felipe Pardo y Aliaga que señalaba muy orondo en los convulsos años de la iniciación de la Republica, refiriéndose a los liberales, “izquierdistas” de la época:

SUMAR
Veinte arrobas de ignorancia
Cuatrocientas de torpeza
Cero de honor y pureza
Veinte varas de jactancia
Ochocientas de arrogancia
mil de sama y otros males
Narices largas bestiales
Ni un adarme de talento
Propiedades de jumento
Suma total liberales

RESTAR
De un quintal de estupidez
sacando tres de torpeza,
quedan cinco de vileza
cincuenta de impavidez:
Si esto restas otra vez
y en lugar de substractor
le pones un salteador
hallarás por diferencia
un pillastrón de insolencia
o un liberal y un traidor

Cuando A. Mariátegui señala que “la izquierda local es un cóccix extra large, un vestigio inmenso de ese rabo que tuvimos los humanos cuando fuimos simios, un atavismo arcaico que tan solo nos ha traído desgracias. Una tragedia y una maldición”, nos remite a un Bartolomé Herrera diciendo, con atildada pulcritud, claro: «Desengañémonos de una vez: el mal proviene, en uno y otro de estos dos perniciosos sistemas -el absolutismo y la democracia rousseauniana-, de reconocer soberanía en la voluntad humana». Permanente aversión al pueblo y su voluntad, precisada mejor en un sermón de 1846, cuando señala que el Perú independiente: “…tuvo la desgracia de ser presa de las preocupaciones ruinosas, de los errores impíos y antisociales que difundió la revolución francesa… como si los hombres que se reúne en número bastante para llamarse estado, adquirieran el triste privilejio de no oír la verdad nunca». Y como no, el ensayista está ya en el Herrera que señala: «El derecho de dictar las leyes pertenece a los más intelijentes, a la aristocracia del saber creada por la naturaleza.»

¿Más referentes?, sí, es posible si revisamos a Francisco García Calderón señalando: “Una dinastía nos habría dado lo que no supimos adquirir en un siglo: la estabilidad, el orden administrativo y una participación más inmediata y más directa en la cultura occidental. Ni el militarismo, ni la ambición de los caudillos hubieran existido. La nación hubiera encontrado en esta fuerza dinástica, una garantía de integridad territorial y moral. La actividad peruana, canalizada por el esfuerzo constitucional de un rey, se habría aplicado a la conquista de la tierra, a la vida industrial o a la ciencia, sin preocuparse en luchas por el poder.” Si alguna duda permanece sobre la similitud de ideas pasemos a la siguiente cita del mismo García Calderón: “Nuestro destino político es bien diferente. Debemos llegar al gobierno democrático, por la oligarquía. Todo lo demás no es sino política oratoria, teñida de fórmulas absolutas e irrealizables…el gobierno de toda la República o Monarquía, es la obra de una minoría dominante; y que esta es una ley inflexible, producida por la desigualdad de los hombres y por la lenta diferenciación social. La primera tarea en el Perú, es reducir los partidos existentes, mediante una selección inteligente, y formar después, sobre la base de unos de los grupos históricos, un gran partido nacional que no tenga la pretensión de agotar las opiniones del país, sino que sea una gran fuerza a preparar el advenimiento de una nueva política, de verdad, democrática e ideal. Esta oligarquía no podría ser exclusiva; no sería una aristocracia de tradición, cuya formación es imposible en un medio tan mezclado; ni una plutocracia aislada; sino la unión del talento, de la riqueza y de la tradición, en una colaboración definitiva. En esta síntesis, ninguna fuerza primaría sobre la otra, y no caeríamos ni en la “pambeotía” impuesta por el prestigio del dinero, ni en el conservadorismo de los hombres del pasado, ni en el diletantismo de los intelectuales. Sería un verdadero y fecundo equilibrio.”

¿Hay Victor Andrés Belaunde en A. Mariátegui?, sí, y mucho. El teórico del social cristianismo señala: “Produce una sensación de angustia la contemplación de los graves aspectos de la educación indígena. Me parece una ilusión peligrosa suponer que una burocracia laica, formada en el ambiente egoísta de la época presente y pobremente pagada, realice el milagro, apostólico y técnico, de transformar a nuestros indios. Necesitamos revivir el fervor de los primeros misioneros y orientar la actividad de las órdenes religiosas existentes hacia la educación indígena. Lo lógico sería que se formara una nueva, dedicada exclusivamente a ella…” ¿Y, cuál es la cita – copia de nuestro ensayista de marras?, aquí viene, y proviene de un artículo en torno a la vida política de la congresista Indígena Hilaria Supa: “Pues aquí lo que se pone realmente en debate es si es sano para el país que pueda acceder al Congreso alguien con un nivel cultural tan bajo, cuya ortografía y gramática revelan serias carencias y sin aparente ánimo de enmienda, porque no me digan que no es evidente que Supa rara vez agarra un libro, ya que está probado que la gente que lee poco es la que peor escribe al estar menos familiarizada con las reglas más elementales de redacción. Nadie pide que cada congresista sea una Martha Hildebrandt, pero, por Dios, tampoco pueden escribir peor que un niño de ocho años.”

Como vemos, no es insular el pensamiento de A. Mariátegui, tiene pasado y presente. Posee en Vargas Llosa una sólida compañía, es el escritor el propietario de un renovado clasicismo conservador; apostillarlo en detalle sería un exceso. Usemos nada más dos reflexiones suyas que se emparentan con soltura con el autor de El octavo ensayo. En su artículo, “Los hispanicidas”, de 2003, el Nobel, reclamando la desaparición de la estatua ecuestre de Francisco Pizarro de la Plaza Mayor limeña, señalaba: “Y en lugar de la estatua del fundador de Lima lucirá el futuro una gigantesca bandera del Tahuantinsuyo. Como esta bandera nunca existió, cabe suponer que la está manufacturando a toda prisa algún artista autóctono y que la engalanará con muchos colorines para que resulte más folklórica.” Más tarde, el 2006 en “Raza, botas y nacionalismo”, indicaba: “Pronostico que el estilo “fraile campanero” del nuevo mandatario boliviano, sus chompas rayadas con todos los colores del arcoíris, las casacas de cuero raídas, los vaqueros arrugados y los zapatones de minero se convertirán pronto en el nuevo signo de distinción vestuaria de la progresía occidental. Excelente noticia para los criadores de auquénidos bolivianos y peruanos y para los fabricantes de chompas de alpaca, llama o vicuñas de los países andinos, que así verán incrementarse sus exportaciones.” Como vemos, resueltos los problemas nacionales tras una sencilla ecuación que suma ofidios, barbaros, alpacas, llamas y vicuñas.

Y la confusión es tanta en A. Mariátegui que reclama que algunos críticos quieren ignorar su libro por interés y mediocridad. Dice en artículo reciente: “Tampoco un libro dedicado a demoler a la izquierda les va a gustar a estos y menos van a tener los pantalones de reseñarlo o inventariarlo, y ganarse roches entre sus amigos. O de criticarlo y que yo les conteste y entren a una polémica de la que pueden salir magullados. A lo más, alguna insustancial o anónima burla perdida por la web. El limeño y poco arriesgado silencio es mejor.” Pretensión vacua, frívola e insustancial. Libros y acciones de mayor envergadura han pretendido sin éxito similares hazañas, porque bajo el rotulo de izquierda no se encuentra solo la criolla, de cuño occidental y judeocristiano, que desperdició innumerables oportunidades de representar los intereses del Perú real y profundo, afectados como estaban y están por la ausencia de una visión andina y nacional del cambio, contaminados por esa alienación y lacras que se emparentan con los que fungen de propietarios de nuestra patria. No confundamos, izquierdistas fueron los incas rebeldes de Vilcabamba, los cuatro: Manco Inca, Sayri Tupac, Tito Cusi Yupanqui y Tupac Amaru I; Garcilaso, el Inca; también Huamán Poma; Santa Cruz Pachacuti; cómo no Tupac Amaru y Gamaniel Churata junto a Ezequiel Urviola, Rumi Maqui, José María Arguedas; y claro que Vallejo y otros miles de peruanos, partícipes de una larga marcha hacia el encuentro de nosotros mismos. Son parte de un solitario pueblo, con frecuencia mal representado y peor dirigido que está haciendo su tarea no obstante ensayos perecibles.

No simplificamos cuando decimos que en este prolongado itinerario hay desde hace siglos dos visiones incompatibles: una emana de los retoños de los encomenderos y la otra posee visión nacional, andina y popular. No es anacrónico remitirse a la historia remota para entendernos; de esos tiempos proviene lo sustantivo de nuestra realidad. En algún momento lo andino no será solamente la culinaria exportable y no tan solo otros ejemplos de éxito productivo y cultural, sino el sustrato de todo nuestro ser nacional. No es posible desarrollo ignorando lo que somos. Y no se trata de modos de producción ni de formaciones económicas, dicotomía que es necesario superar; sino de la supremacía de una genuina forma de entender el país y su destino.

Mayo 2016