¿Orígenes de José María Arguedas, explican su suicidio?
Hay una pregunta irresuelta entre los especialistas en ciencias sociales y que también se formulan personas interesadas en la realidad del país: ¿qué razones explican el suicidio de Arguedas? No obstante la extensa bibliografía sobre el tema y las interpretaciones publicadas, hallar una respuesta será una tarea de resultados siempre relativos. No obstante, investigar y aproximarse a una explicación, no es labor ociosa y de réditos intrascendentes. Arguedas, sabemos, ha devenido en una figura imprescindible y de importancia singular a la hora de pensar los destinos del país. Los perfiles de su historia personal resumen capitales aspectos de una realidad social que nos interpela y cuestiona desde hace siglos. En su biografía y muerte prima la incertidumbre, tan cercana a los avatares del Perú. Ingresar a su existencia, por el principio o término, nos confronta con complejos derroteros, rostros indefinidos, interrogantes sin respuesta. El país se refleja en todos los ámbitos de su comprometida existencia, sus orígenes están cubiertos por la misma bruma que vela la identidad que no es esquiva como sociedad, su muerte se enlaza con el desconcierto que invade la vida de una nación en perenne formación. Entender a Arguedas, nos ayuda a desentrañar los desencuentros que corroen el país y que impulsan a muchos a conducir sus contrariedades personales y sociales e incapacidad de adaptación, hacia una colisión persistente con básicas pulsiones de vida.
¿Qué motivaciones explican la poca capacidad que tuvo Arguedas para adecuarse a una praxis cotidiana que le resultó insoportable de sobrellevar? ¿Qué tensión personal lo angustiaba al punto de impedir su diario quehacer?, ¿qué aspectos de la realidad social o personal se le hicieron difíciles de admitir? En el propósito de resolver estas preguntas, se ha abundado en dos aspectos principales: su conflictiva relación con el país y su permanente reclamo al espacio de los cercadores por ignorar o no establecer entendimientos y vías de comunicación con el mundo de los cercados, del que provenía. En otro espacio de análisis, se ha incidido en sus experiencias de infancia y en su extrema e incapacitante sensibilidad para incluirse en una sociedadd moldeada con profundas fisuras sociales y desencuentros.
Diversos accesos a un profundo drama social y personal de difícil entendimiento y que es necesario jerarquizar para determinar la causa fundacional de sus conflictos. Sin descuidar ningún aspecto, aquí postulamos la necesidad de profundizar las reflexiones en sus experiencias tempranas, el espacio íntimo, individual, como gatilladores de sus desajustes emocionales. En este punto, consideramos que discutir la verdad oficial acerca de su idioma materno, y en ese camino razonar la real identidad de su madre, es un asunto de singular importancia. En ese gran hontanar, consideramos, se asienta el núcleo de su drama personal. En la vinculación entre su origen, idioma materno y la identidad de su madre con las preocupaciones por el país, debemos de buscar las densas razones que modelaron su personalidad y su pertinaz lucha por aplacar sus pulsiones suicidadas. Ambas perspectivas nos conducen a perfilar mejor el significado de su vida y la influencia que ejerce ahora en la sociedad.
Como etapa final del ensayo, haremos indagaciones alrededor de la relación con su hermanastro y advertiremos la posible influencia en su decisión de quitarse la vida.
Nos sirven de apoyo en nuestras indagaciones la serie de evidencias que Arguedas fue dejando como peldaños de acceso a una biografía cierta que parecía interesado en difundir y, al mismo tiempo, él mismo revestía de un velo de secretismo y, quizá, vergüenza.
Dolor de país.
Los dos intentos de suicidio fueron precedidos por documentos que explicaban su decisión. El inicial, abril de 1966, motivó en Arguedas una extensa seria de notas previas que explicaban su determinación. Describen preocupaciones acerca de la situación política y económica del país y también asuntos personales. Señala su angustia por la serie de eventos que afectan los presupuestos de instituciones del Estado vinculados a la promoción de la cultura. Manifiesta con dramatismo no tener ya aliento para servir a mi país (1) . El disminuido presupuesto de la Casa de la Cultura le hace concluir que desaparecerán la O.S.N., el Teatro, la Biblioteca nacional, etc. Su muerte la considera una forma de protesta: Yo no puedo hacer otra cosa que denunciar en la forma en que lo hago (2) .
Los temas íntimos, con perfiles de mayor antigüedad, aparecen como el gran contexto en que se inscriben las demás preocupaciones. Menciona: no es fácil cumplir una decisión como la que he tomado. Mi esposa Celia y algunos médicos saben cómo he luchado contra una imposible afección nerviosa a la que pude dominar muchos años porque tenía salud física y proyectos. Ahora renuncio a los proyectos porque me falla la salud física, en hora tan grave (3). Enlaza los temas personales con las tensiones que le produce su labor profesional: Pero el trabajo pesadísimo de atender a los despedidos ver sus expresiones de desolación me ha agobiado (4) . Un día después, reafirmando su decisión, incide en su falta de energía para afrontar las dificultades: no creo tener fuerzas para hacer frente a la situación. El Museo de la Cultura es un caos, yo le puse algo de orden, en pocas horas, pero quedé rendido. ¡Es que no se puede aliviar uno con arreglar una pequeña célula si hay un monstruo que está aniquilando todo el cuerpo! Hay que defender el país, yo no sé cómo. Pero acaso si yo no estuviera tan aniquilado encontraría una manera, un sitio desde donde luchar. Ahora no puedo. Estoy rendido…Gran Perú, gran mundo, no te ahorcarán siempre los egoístas (5) .
Siete días antes de su intento de suicidio, en carta del 4 de abril de 1966, le escribe a un amigo cercano, Aliocha Ortiz, hijo de su amigo Ortiz Rescaniere y le dice: Estoy algo destrozado por dentro por mis propios problemas y por los del país. Creo que nunca hemos estado peor los dos. Un plan para aplastar los medios de difusión de la cultura está aplicándose con brutalidad antes nunca conocida, mediante una combinación, también sin precedentes, entre los supuestos opositores del gobierno y el gobierno mismo (6) .
El 10 de abril, vísperas del día elegido para auto eliminarse, señala: creo que ya nada puedo hacer. Hoy me siento más aniquilado y quienes viven junto a mí no lo creen o acaso sea más psíquico que orgánico. Da lo mismo (7). Luego de referirse a la coyuntura política, señala: ¡El Perú es más fuerte que una Santa Alianza! En medio de las horas finales que cree vivir, desorientado ante la inminencia de la muerte, combinando sus contradicciones existenciales con su ligamen con el país se interroga por las razones de su decisión: Sólo me queda una duda final ¿Hago lo que hago por temor o valentía? El miedo sería a la impotencia y el sufrimiento físico inútil. Tengo 55 años. He vivido bastante más de lo que creí. No tuve el temple suficiente para haber rendido todo lo que era posible de una vida grande en experiencias. Viajé a caballo del Cuzco hasta Nazca; empecé a descubrir una especie de universo nuevo y se me derrumban las fuerzas para cargar el peso que requiere llevar si pretendo conservar la lucidez y la inspiración. En las últimas líneas de su nota, hace una afirmación que provoca numerosas interrogantes: Que se me perdone esto a cambio de haber vencido a la muerte unas tres veces (8). Volveremos más adelante sobre esta última afirmación.
El mismo 11 de abril, luego de ingerir las pastillas que considera lo llevaran a la muerte, le escribe una carta a Evaristo Chumpitaz, empleado del Museo de la Cultura, donde vuelve a mencionar su agotamiento por la actuación del gobierno: He tomado seconal. Esta decisión la tomé hace algunas semanas. Se precipitó por el viraje del gobierno que no ha de permitirnos trabajar. Yo estoy muy agotado, sin fuerzas para nada. No es otra la causa…Alguna vez hombres que aman al ser humano como usted…como yo y como tantos otros que han sufrido sin corromperse, manejaran el destino de esta país tan hermoso en todo. Adiós a toda la gente que trabaja para servir y no para explotar a sus semejantes (9).
Observamos en sus notas la hegemonía en sus pensamientos del conflicto con la realidad del país, matizadas con acotaciones de naturaleza íntima vinculadas a su lucha contra la afección nerviosa que no ha podido vencer. Ambos hemisferios resultan entrelazados, se alimentan mutuamente. Resulta notorio sus menciones a Celia Bustamante, ex esposa, y su olvido de Sybila, a la sazón su compañera. Su hermano Arístides, en sus Diarios, da cuenta de una desavenencia familiar como detonante final del intento de suicidio. Señala la actitud de Sebastián, hijo de Sybila, quien reacciona de manera insolente cuando José María pretende corregir su comportamiento. Lo acaecido en su hogar colmó su resistencia y tomó las pastillas de Seconal (10), señala Arístides.
Hallamos en los testimonios, la acumulación e imbricación de contrariedades sociales y personales. En meses precedentes, en carta dirigida a Celia Bustamante, le transmite un mundo personal acongojado e insatisfecho que busca salidas a las hondas desavenencias que contiene su contrariado espíritu: Quisiera vivir en Yucay contigo como con una hermana de quien separarse significa perder la vida. He hecho cosas humillantes a causa de mi soledad sexual. No tengo vínculos con nadie….pero con Sybila tuve una experiencia compleja: perdí el temor a las relaciones físicas, el temor a la mujer; pero solo en cierta forma (11) .
Vemos, sitiando a Arguedas, un complejo mundo de realidades entrecruzadas que envuelven angustias por erráticas políticas gubernamentales y contrariedades que emanan de una realidad muy íntima. La arguediana angustia existencial se expresa de diverso modo, unas veces sin disimulo, en otras se encubre bajo criterios que es necesario interpretar. En la década del sesenta, en ocasión de un viaje a Estados Unidos, señala que fue víctima de una experiencia superior a sus fuerzas: La vida se me presenta como algo, ahora, más grande que mi capacidad física de soportarla: su multiplicidad, sus contrapuestas formas requieren de un corazón más poderoso que el mío para convertir esas experiencias en lo que mentalmente sí las convierto; en riqueza, en abismo subyugante para la meditación. Estoy herido, hace tiempo en la sangre no soporto ya la violencia de los asaltos que la experiencia nos hace dar. ¡Desde el dolor y la dicha transparentes que padecía en mis aldeas nativas indígenas hasta los complejísimos de Berkeley! El hombre se revuelve aquí, en los E.U., entre la pestilencia y la aurora, tremendos (12). Es permanente la interpenetración de lo social y personal, las angustias colectivas gatillan las personales o viceversa; un círculo sin fin.
Del mismo modo resulta en apariencia contradictorio el afán del escritor de ocultar o velar información biográfica en un espacio y, al mismo tiempo, exponerla en otro contexto de forma que pueda ser entendida por cualquier lector atento. Veladuras y exposición, dos elementos frecuentemente combinados cuando testimonia acerca de sus primeros años y sus dolencias psíquicas. Es una práctica constante a lo largo de toda su actuación pública y privada. Es un espíritu agónico que clama por ayuda para entender mejor las encrucijadas que enfrenta y evitar que su vida culmine en su extinción prematura. Utiliza la literatura, también entrevistas, coloquios, cartas, con el propósito de asperjar señales que nos acerquen a entender la sustancia de las razones existenciales que lo iban conduciendo a sucesivos intentos de suicidio que, según informaciones sueltas y declaraciones propias, no parecen haberse reducido a un solo intento. En nota del 10 de abril de 1966, día previo a su determinación de acabar con su vida, indica: …que se me perdone esto a cambio de haber vencido a la muerte unas tres veces (13). En texto entregado a su hermana Nelly, fechado el 17 de julio de 1965, le dice: Intenté suicidarme el miércoles 30 de Junio (14), fecha no descrita en su biografía oficial. En sus Diarios, a punto de encarar a la muerte, hace una afirmación adicional sobre el tema: Voy a transcribir en seguida – lo haré al margen – las páginas que escribí en Chimbote, cuando igual que hoy, luego de varias noches de completo insomnio, atosigado ya de odios e ilusiones, de impotencia y vacío, decidí, otra vez, suicidarme (15).
Su idioma materno
Iluminar la controversia desarrollada en torno a su lengua materna y ubicar los posibles lugares donde vivió su infancia e inicios de su niñez, nos conducen a una transparente definición de su origen e identidad y nos franquea el acceso a la conformación de su personalidad y mejor comprensión de sus malestares psíquicos y, por esa vía, a dilucidar las razones que gatillaron su suicidio. Proyectar esta realidad hacia otras esferas de la vida del escritor nos ayuda a discernir con mayor claridad las razones que determinaron sus conductas y decisiones.
¿Cuál fue su idioma materno? Las investigaciones en torno a este tema son insuficientes además de complacientes con la verdad oficial. Aquí hacemos una afirmación rotunda: la lengua materna de José María Arguedas fue el quechua. De esta aseveración inferimos que nació de madre indígena y fue separado de ella a una edad en la que su asimilación del quechua como lengua materna era ya irreversible. De esta afirmación se colige que Victoria Altamirano Navarro no fue su madre biológica.
La mayoría de investigadores toman la información oficial y familiar como cierta; inclusive, quienes han profundizado en documentos primarios y se han detenido largamente en los aspectos psíquicos y neurológicos de su personalidad. Resulta notorio la ausencia de cuestionamiento de los datos tradicionales y la adopción de versiones del temprano bilingüismo del escritor como resultado de un precoz acercamiento al castellano.
Entre los defensores a ultranza del monolingüismo castellano se encuentra el peruanista Roland Forgues, quien señala que Arguedas nació en un entorno castellano. Sostiene que se ha construido un mito en torno al monolingüismo quechua de Arguedas hasta antes de aprender el castellano en su adolescencia y a dominarlo realmente después de su ingreso a la universidad. Señala que no hay nada más equivocado ni alejado de la realidad que semejante juicio. Incluso, menciona, sin vacilaciones, que…la relación lengua-ideología que se puede observar en la obra narrativa de José María Arguedas surge del inicial monolingüismo castellano y del temprano bilingüismo del escritor (16).
Esta visión carece de absoluto sustento documental y discrepa con las aseveraciones del propio Arguedas, quien nunca afirmó haber sido castellano hablante desde su nacimiento. La afirmación de su temprano monolingüismo quechua ha sido categórico. La continuidad y coherencia de sus constantes afirmaciones no tienen ejemplos contrarios; Arguedas aquí no ha tenido el propósito de encubrir una realidad distinta, aun reconociendo él mismo, por su formación, conocimientos académicos y experiencia propia, que nuestra sociedad, marginadora y excluyente con los orígenes andinos, hubiera aceptado mejor un Arguedas monolingüe castellano.
Repasemos las veces que el escritor señala su temprana asimilación del quechua. En el Primer encuentro de narradores peruanos, explica que su pequeño libro… Agua…lo había escrito en el mejor castellano que podía emplear, que era bastante corto, porque yo aprendí a hablar el castellano con cierta eficiencia después de los ocho años, hasta entonces solo hablaba quechua. Y sin que esto sea nada en contra de mi padre, que es lo más grande que he tenido en este mundo, a veces mi padre se avergonzaba que yo entrara a reuniones que tenía con gente importante, porque hablaba pésimamente el castellano (17) .
Agua, su primer libro, narra, es consecuencia de las lecturas de López Albújar y de Ventura García Calderón, cuyos escritos consideró intentos fallidos de describir a la población india. Decide entonces desahogar su estado de amargura, de descontento, casi de irritación contra esa descripción totalmente falsa que se hacía de la población indígena. Decidido su propósito, el primer problema que tuvo que enfrentar fue el idioma, por cuanto había aprendido todo este mundo en quechua y el castellano le resultaba un instrumento bastante ajeno, ineficaz. Explica que por circunstancias muy especiales, yo hablé exclusivamente quechua más o menos hasta los nueve años. Le tomó mucho tiempo dominar el castellano, y convertirlo en un instrumento verdaderamente legítimo de expresión. Textos de literatura occidental, clásicos españoles y rusos le ayudaron en este propósito (18).
En ocasión de presentar su recopilación de canciones quechuas, ratifica la información anterior, manifestando: yo aprendí a hablar en quechua. Después de 25 años de intenso trabajo y estudio creo haber logrado un dominio equivalente de castellano, en forma y espíritu (19).
Arguedas, cuando publica Cuentos mágicos religiosos de Lucanamarca, explica aspectos de la traducción del material efectuando una advertencia: soy un narrador cuya lengua materna fue y es el quechua (20). Afirmación rotunda del grado de su relación con este idioma, y la exhibe en esta ocasión como una señal de garantía de fidelidad al espíritu del quechua de los cuentos que publica.
En un escenario distinto y en ocasión de la clausura de un curso para maestros bilingües en la selva peruana, cuando es invitado a hablar en quechua, señala: fui como ustedes,…hablaba solo quechua. Ahora escribo en castellano y lo que había en mí de quechua sigue iluminándome, fortaleciéndome y, por eso, me estiman y por eso hice algo diferente por la literatura peruana (21).
En las desordenadas notas que escribe, antes de su primer intento de suicidio, señala con cierta incoherencia: Una vez habla (hablé) en primera persona, es muy indio, que alguna revista publique, con el consejo del doctor Murra, la parte que he traducido. ¡Estaba muy cansado¡ (22). Cuando ya transita la última década de su vida y escribe en quechua el Himno canción a Túpac Amaru, emite un nuevo apercibimiento donde desea advertir que el haylli-taki que me atrevo a publicar, fue escrito originalmente en el quechua que domino, que es mi idioma materno: el chanka, y que después traduje al castellano (23). En sus últimos años, retorna al quechua como medio de expresión literaria: Toda su producción poética es escrita en su idioma materno. Cuando requiere proximidad a los arcanos íntimos, generadores de inspiración que brota de los espacios primordiales del ser humano, acude al quechua. No lo usa por un prurito de revelar su dominio del idioma y tampoco le anima el afán de demostrar que es posible crear poesía de calidad en este idioma, sino porque su estro castellano es postizo, adquirido, no bebido en el seno materno e inútil para expresar los fundamentos de su personalidad.
Como hemos visto, las declaraciones recogidas son rotundas y no abrigan dudas acerca del quechua como idioma materno de Arguedas. Lo expresó en todas las formas y en todos los espacios que le fueron propicios y mencionados sin la presión de una entrevista, distante de subalternos objetivos y de obtención de pasajeros beneficios.
Su posterior dominio del castellano culto nos hacen ver el propósito de revelar la otra porción de su identidad, el rostro alterno que mostró, siempre subordinado al universo quechua. De esta fecunda contradicción nutre su capacidad creadora. Hacia el final de su vida, reconoce la influencia de los libros y de su padre en el mejor conocimiento del castellano. Señala que su ex mujer, Celia Bustamante y su hermana Alicia le abrieron las puertas de la ciudad o hicieron más fácil mi no tan profundo ingreso en ella y, con mi padre y los libros, el mejor entendimiento del castellano, la mitad del mundo (24).
¿Dónde vivió su infancia?
Los datos oficiales de su biografía mencionan que tiene tres años y dos meses cuando fallece, en San Miguel, Victoria Altamirano. Después de este hecho, el padre lleva inmediatamente a sus hijos a Andahuaylas, a casa de la abuela Teresa Arellano de Arguedas, quien vivía con sus hijos Rosa Arguedas de Acurio y José Manuel Perea Arellano. Arístides regresa con su padre y José María quedará allí por cerca de 4 años. La tía Eudocia Altamirano, hermana mayor de Victoria y profesora en Andahuaylas, se hace cargo del niño (25). En el contexto descrito por su más reconocida biógrafa, no hallamos lugar para el aprendizaje del quechua como idioma materno.
Se afirma que permanece en Andahuaylas hasta 1917, cuando su padre se casa con Grimanesa Arangoitia y José María pasa a residir en la casa familiar que ambos forman. Se le une su hermano Arístides, que ha permanecido junto a su padre. Residen en Puquio e ingresa a una escuela particular para aprender las primeras letras (26). Siendo reiterativos, en ninguno de estos escenarios aparece el quechua como lenguaje protagónico en la formación del infante escritor.
En 1918 se traslada al colegio en San Juan de Lucanas. Allí estudia el primer año. Tres años más tarde, en julio de 1921, ambos hermanos fugan hacia la hacienda Viseca, a 8 Km. de San Juan, donde los acogen sus tíos José Manuel Perea Arellano y Zoyla Peñafiel de Perea, propietarios de la hacienda (27). En Viseca permanece, junto a su hermano, hasta mayo de 1923 cuando son recogidos por el padre y vuelven a San Juan con la madrastra (28). Arguedas es entonces un jovenzuelo de 12 años que ha vivido un año y diez meses de una experiencia intensa que recordará con nitidez y que le proporcionan vivencias que más tarde lleva a la literatura. Tanto su estadía en San Juan de Lucanas como en Viseca, son momentos muy tardíos para aprender el quechua como idioma materno.
Entonces, ¿cuál fue el escenario geográfico donde Arguedas aprendió el quechua materno? Las afirmaciones que provienen del propio escritor nos permiten observar que la geografía, los perfiles espaciales que lo acompañan en su infancia no son urbanos, carecen de compartimentos de vivienda habitada por una familia de la pequeña burguesía provinciana que, señalan sus biógrafos, fue su clase social de origen. La imposibilidad de cartografiar la ubicación exacta del lugar que perfila el escritor, no impide señalar que los espacios que describe como escenarios de su infancia no son compatibles con la información que exponen sus biógrafos oficiales. E. Mildred Merino de Zela, indica como padres a Victoria Altamirano, blanca natural de Andahuaylas y al abogado Víctor Manuel Arguedas Arellano, natural del Cusco, hombre blanco y apuesto…ambos de la pequeña burguesía provinciana (29).
Las posibilidades de que una mujer de la pequeña burguesía provinciana, de criollo origen étnico, hable quechua como primera lengua y eduque además a sus hijos en ese idioma, son muy improbable en el Andahuaylas de 1911 que era ya por entonces un centro poblado con características diferenciadas de su entorno rural. Las descripciones que extrae de su temprana memoria José María, no corresponden con el contexto urbano andahuaylino. En una especie de hoja de vida, observamos que Jose María consigna los siguientes datos personales: por haber nacido y crecido en un pueblo de indios, y por sentir en lo más íntimo y esencial de mi espíritu muchas de las virtudes de la psicología india, dedico mi vida a demostrar que el pueblo indio y mestizo de mi patria tiene grandes, originales y nobles posibilidades de creación espiritual y de trabajo y rendimiento económico (30). Resulta evidente que el pueblo descrito no corresponde a San Juan de Lucanas ni tampoco a Viseca.
En su recordada polémica con Cortázar, escribe en sus Diarios: Como si yo, criado entre la gente de don Felipe Maywa, metido en el oqllo mismo de los indios durante algunos años de la infancia para luego volver a la esfera “supra india” de donde había “descendido” entre los quechuas, dijera que mejor, mucho más esencialmente interpreto el espíritu, el apetito de don Felipe, que el propio don Felipe. ¡Falta de respeto y legitima consideración! No se justifica (31). Descenso y ascenso, señala Arguedas, delineando un cambio de espacio social que no ocurrió a pedido suyo. ¿Es posible que su punto de inicial ascenso no sea la sociedad india?, ¿hacia dónde ascendió, luego de vivir en esas profundidades?, ¿dónde se ubica ese inicial lejano punto? Por otro lado, el escritor parece mostrar información con planos de tiempo y nombres entrecruzados. Se informa que conoce a Felipe Maywa en San Juan, cuando su padre se casa con Grimanesa Arangoitia (32). Entonces tiene nueve años y ha dejado atrás su etapa infantil; sin embargo, en la información que muestra se está refiriendo a ese mismo espacio infantil y que lo reúne con Felipe Maywa. Por otro lado, la hacienda de Arangoitia colmada de mestizos e indios, puede ser ¿el oqllo mismo de los indios que menciona? La diferencia de significados entre la infancia y la niñez es percibida por Arguedas. Al referirse a esta etapa en casa de su madrastra señala: Una bien amada desventura hizo que mi niñez y parte de mi adolescencia transcurrieran entre los indios lucanas; ellos son la gente que más amo y comprendo (33).
Siempre en los Diarios, y en el contexto de su polémica con el escritor argentino, añade consideraciones a su expresión anterior: ¿Cómo no ha de ser distinto quien jugó en su infancia formando cordones ondulantes y a veces rectos de liendres sacadas de su cabeza para irlas, después aplastando con las uñas y entreteniéndose, de veras y a gusto, con el ruidito que producían al ser reventadas; ¿cómo no ha de ser diferente ese individuo del hombre que pasó su infancia en una ciudad tan intensa, grande y rica en gente y en edificios como Roma o Arequipa, por ejemplo? ¿Cómo no ha de ser diferente el hombre que comenzó su educación formal y regular en un idioma que no amaba, que casi lo enfurecía, y a los catorce años, edad en que muchos niños han terminado o están por concluir esa escuela? (34). Las impactantes escenas que narra son compatibles con una infancia ligada a un profundo entorno indio, antes que a experiencias urbanas. Son hechos que difícilmente pueden haber ocurrido en el hogar de la abuela materna en Andahuaylas, a donde llega, según información oficial, a los tres años y la abandona con seis años y son poco compatibles con la casa de la madrastra en San Juan de Lucanas, donde reside hasta julio de 1921. Como se ha visto, entonces es un niño de diez años por lo que vincular sus afirmaciones a la hacienda Viseca, resultarían francamente forzadas. Subrayemos que tiene doce años cuando vuelve a San Juan con la madrastra (35). Hay, en torno a Viseca varias observaciones que la suprimen como posibilidad. Primero, la presencia protectora del hermano y del tío, que no podrían haber dejado al joven Arguedas, invadido por liendres. Por otro lado, su hermanastro Pablo Pacheco, lo utiliza como acompañante en sus correrías nocturnas, situación que sería incompatible con un impresentable jovenzuelo desaliñado e invadido de liendres. Ninguno de los dos escenarios descritos armoniza con la dramática descripción que hace Arguedas sobre su infancia de monolingüe quechua y sí con una infancia india, como la que narra en Los ríos profundos, cuando describe a los colonos que ingresan a Abancay: Con sus mujeres vendrán. ¡Se salvarán! Pero sus piojos dejarán en la plaza, en la iglesia, en la calle, delante de las puertas. De allí van a levantar los piojos, como maldición de la maldición (36).
Un espacio, estrechamente ligado a la biografía de Arguedas, que sí ofrece características compatibles con la realidad que describe, es Huanipaca capital de un distrito de la provincia de Abancay. En esta localidad, Amalia Arguedas, hermana de su padre, vivía con su esposo Manuel María Guillén, administrando cuatro haciendas de propiedad conyugal: Huayo-Huayo y Karkeki en la hoya del río Apurímac; Udcubamba, en la hoya del río Pachachaca y Sicllabamba, a una distancia de cuarenta kilómetros de las anteriores. En una de estas propiedades nació su hermano Pedro, quien luego del fallecimiento de la madre del escritor, es adoptado por la pareja de tíos (37). Adquiere entonces el hermano entregado en adopción el nombre de Pedro Guillén Altamirano.
Antes de continuar con estas reflexiones, veamos la fuente primigenia de la que nacen todas las especulaciones en torno al origen del escritor. Se trata de la afirmación que hace Luis E. Valcárcel en sus Memorias. Allí, después de mencionar la afectuosa relación que los unía, recuerda: José María fue hijo natural de un abogado de vida irregular, cuyo trabajo lo llevaba de una parte a otra. Este abogado era natural del Cusco, donde estuvo un tiempo, pero luego continuó su vida errante trasladándose a Ayacucho y otros pueblos de la sierra. En Apurímac tuvo a su hijo José María, quien en primer momento lo acompañaba en sus viajes, pero luego fue abandonado en una comunidad del mismo departamento de su nacimiento, cuando solo contaba cuatro o cinco años de edad. El desarrollo de su infancia en una comunidad indígena fue un elemento esencial en la vida de Arguedas. De aquel ambiente nació su profundo amor por la sierra y su gente. Convivio con los indígenas llegando a una profunda identificación con ellos. Aprendió a hablar quechua antes que castellano, que sólo llego a dominar a los 9 ó 10 años (38). Valcárcel no menciona Andahuaylas y sí Apurímac y una comunidad india. Es probable que el historiador no tuviera el cuidado de conservar la información que le proporcionó Arguedas sobre su lugar de nacimiento. Pero, al mencionar el nombre del departamento y no su capital o cualquier otro lugar distinto, nos está haciendo saber que el espacio de nacimiento de Arguedas es una localidad alejada del circuito cotidiano y comercial del departamento y que el historiador ve innecesario recordar.
Debemos confrontar esta información con los testimonios del propio Arguedas y sus biógrafos, otorgarle un lugar a los detalles de espacio y tiempo que el escritor relaciona como escenarios de su infancia y de abandono. Valcárcel otorga importante información: el niño José María acompaña en sus primeros años al padre para luego ser devuelto a una comunidad indígena. Preguntas que se desprenden de estas revelaciones: ¿dónde nació, desde qué edad estuvo al lado del padre, por cuanto tiempo, en qué circunstancias su padre lo dejó en la comunidad referida por Valcárcel, fue esta la misma comunidad de su origen?
Prosiguiendo con el análisis de los textos arguedianos, es preciso señalar que hay un lugar prioritario para señalarlo como el hogar inicial de José María: Huanipaca. Es una población de estrechos vínculos con Arguedas y a la que acude de manera recurrente. Como hemos visto, aquí nace su hermano Pedro y es el escenario de variadas experiencias, como el accidente que le cercena dedos de la mano cuando tiene catorce años.
Encontramos una temprana presencia de Huanipaca en sus obras de ficción. El año 1939 publica el cuento Runa Yupay, en traducción sencilla, Contar gentes. Es un trabajo que ejecuta por encargo de la Oficina Central del Censo. Utiliza a Huanipaca para otorgarle contexto a la necesidad de aplicar censos en el país. Ubica el lugar en el inicio del cuento, como también a su tía Amalia: En Huanipaca hasta los patios y las huertas de los indios tienen madreselvas. Casi en todas las calles se siente el olor de la madreselva. Unas líneas después, señala: La casa de la señora Amalia es la más grande del pueblo. La señora Amalia tiene cuatro haciendas de caña en los valles del distrito, con quinientos indios a su servicio…Al mediodía, con el sol, los visitadores andan bajo la sombra de las callecitas de la huerta diciendo: – ¡Qué lindo es! ¡No tiene igual! ¡Es como para Dios! Es una visión ciertamente idílica del distrito y de la hacienda Huanipaca, propiedad de la hermana de su padre. En el cuento entrelaza una descripción que resulta de interés por las implicancias que tiene en su biografía familiar el termino zonzo, con el que Arguedas era llamado por su padre y hermano Arístides. Explica que los habitantes del distrito se encuentran afectados de bocio. Huanipaca, como todos esos rincones de Apurímac, es pueblo de indios; k’otollak’ta, le dicen los indios de ese lado del Perú; porque hay mucha gente con coto, hombres, mujeres y niños; dicen que por el agua, o por el aire; hay indios que tienen hasta dos y tres bultos en el cuello (39). Nos preguntamos si el mote que usaban sus familiares cercanos, e inclusive él mismo, tendría relación con esta deficiencia crónica que sufrió la población india por la falta de yodo en el agua potable.
Como se ha dicho, Huanipaca, es el territorio del rico propietario Manuel María Guillén, quien, junto a su mujer, hermana mayor del padre, Amalia Arguedas, posee las cuatro haciendas, ya nombradas. La presencia de este personaje es constante en la biografía de Arguedas; lo nombra en numerosas oportunidades en sus escritos y coloquios. El viejo hacendado, propietario de Huanipaca, nunca es tratado con benevolencia
El escritor visita con frecuencia el poblado. Así lo explica: Pero un año llegué a los valles del Apurímac. Allí tenia haciendas un pariente lejano de mi padre. Eran cuatro haciendas grandes, de cañaverales. El dueño me mandó a una de ellas, para no verme a su lado. Él vivía en la hacienda Karkeki. Este viejo “tenía 400 indios” en sus tierras. La indiada vivía en las alturas de los cañaverales; bajaban por turnos a trabajar en las hacienda, de 40 en 40. Los indios eran del viejo, como las mulas de carga, como los árboles frutales (40) .
Este pariente lejano de su padre, es un referente fundamental con sus primeros años; a lo largo de toda su existencia es veladamente relacionado con los peores aspectos de sus primeros años. Es llamado por el escritor como El Viejo tanto en sus recuerdos como en la ficción. Destaca su importante presencia en Los ríos profundos, relato de ribetes autobiográficos. Aquí, es retratado con muy pocas consideraciones y descrito como una fantasmal presencia a lo largo de toda la historia que, significativamente, se inicia y concluye en torno a este personaje. Cuando Ernesto, el protagonista, conoce al Viejo en su casona en Cusco, este le mira como intentando hundirme en la alfombra. Percibe que su saco estaba casi deshilachado por la solapa y que brillaba desagradablemente. Nunca vio ojos más pequeños ni más brillantes. Lo trata de señor y el Viejo le responde: ¿Señor? ¿No soy tu tío? Ernesto asiente y le anuncia su retiro del salón. Más tarde, cuando el Viejo, según su costumbre, se arrodilla ante todas las iglesias, Ernesto espera que apareciera un huaironk’o y le escupiera sangre en la frente, porque estos insectos voladores son mensajeros del demonio o de la maldición de los santos (41).
Manuel María Guillén, era un hombre de acendrados hábitos religiosos con lazos muy estrechos con los franciscanos. Así lo describe Arguedas en su estudio de las comunidades de España y el Perú; sin señalar fecha ni contexto, afirma: En cierta gran hacienda de la provincia de Abancay escuchamos personalmente, predicar, en nuestra adolescencia, a dos frailes franciscanos y proclamar que el patrón, dueño de la hacienda debía ser escuchado y obedecido como la voz de Dios mismo (42).
En la vieja biblioteca de la hacienda Huayu-Huayu, Arguedas lee Los miserables, el primer libro que lo conmueve y le muestra el poder de la literatura y le hace concebir la ilusión de escribir relatos. Explica: el dueño, un pariente de mi padre, vivía en una hacienda próxima…Fue en 1925; yo tenía 14 años. Cada hora, en plena lectura, salía a tomar sol y a respirar a la huerta. El joven Arguedas había culminado la educación primaria y convalecía en esos días de una mutilación de los dedos de la mano derecha que sufrí en el molino de moler caña de la hacienda. El viejo dueño de la hacienda me detestaba, pues creía que yo me iba a quedar en la hacienda como un intruso, pues en aquel año yo mismo no sabía dónde estaba mi padre, si en Chalhuanca o en Coracora. Este viejo creyó en cierto momento que yo me iba a morir con la infección. Me cortaron los huesos que quedaron al descubierto con una tijera de cortar lata. Pero un curandero indio que el buen administrador de la hacienda hizo traer de una pequeña aldea que pertenecía a la hacienda y que estaba en la cima de la cordillera me salvó.
El escritor, cuando narra experiencias tempranas en escenarios rurales, lo hace acompañado con personajes que son expresión de estas propiedades. Una de estas vivencias tiene particular distinción porque debe de haber ocurrido en una de las hacienda del Viejo. El relato nos abre, además, el mundo personal de un niño de profunda cosmovisión india. Explica: Cuando yo tenía unos siete años de edad encontré en el camino seco, sobre un cerro, una pequeñísima planta de maíz que había brotado por causa de alguna humedad pasajera o circunstancial del suelo o porque alguien arrojó agua sobre un grano caído por casualidad. La planta estaba casi moribunda. Me arrodillé ante ella; le hablé un buen rato con gran ternura, bajé toda la montaña, unos cuatro kilómetros, y llevé agua en mi sombrero de fieltro desde el río. Llené el pequeño pozo que había construido alrededor de la plata y dancé un rato de alegría. Vi cómo el agua se hundía en la tierra y vivificaba a esa tiernísima planta. Me fui seguro de haber salvado a un amigo, de haber ganado la gratitud de las grandes montañas, del río y los arbustos que renacerían en febrero. Cuando Arguedas regresa a la casa hacienda y le cuenta la experiencia a un familiar suyo, en cuya casa habitaba, pero con cuyos indios de verdad vivía, se mofó de la hazaña…Yo me quedé estupefacto y herido. Ese hombre, que no parecía sentir respeto por la vida del maíz, podía ser un demonio. Quien ofende al maíz despierta el resentimiento de la madre del maíz, o del trigo, si de este se trata. Entonces la madre se irá a otros pueblos lejanos y el maíz o el trigo no volverán a germinar en la tierra hasta que la ofensa sea reparada (43).
Ya un poco mayor, en años previos a la mutilación de sus dedos de la mano derecha, vive otro hecho que se desarrolla en el mismo escenario de la experiencia anterior: En la hacienda “Huayu Huayu”, del Distrito de Huanipaca, un niño menor que yo, que tenía entonces trece años, me tomó de “ayudante” y, en varios días, abrimos un acueducto que bajaba desde una acequia de la huerta de la hacienda, por la ladera, salvando “quebradas” y “ríos”, por puentes hechos de teja o de hojas de maguey; construimos una caída de agua, bien canalizada y un molino de piedra…Contemplé el juguete asombrado y con un regocijo que colmaba el mundo y lo contagiaba. Don Manuel María, el viejo patrón, que no me estimaba porque me consideraba un “ocioso imaginativo”, descubrió el molino en la tarde del mismo día en que lo habíamos inaugurado; destruyó los delicados acueductos, la caída de agua, la piedra solera y la voladora, la bóveda de cuyo interior las cucharas de la rueda lanzaban chorritos de agua, los derrumbó con los pies, machucando todo con los tacos y la planta de los zapatos, no sin antes hacer contemplado sonriente e irónico ese “curioso adefesio”. Yo quedé herido para siempre contra ese viejo avaro (44). En otro espacio, amplía la anécdota y describe con mayor detalle la relación y la personalidad de Manuel María Guillen: En donde la cosa fue peor, fue cuando llegué a las haciendas de Apurímac. Allí tuve la desventura de ir a caer en manos de un pariente, que era malo como el otro. Era un sujeto que tenía cuatro haciendas en el distrito de Huañupaja; puedo decir su nombre, don Manuel María Guillén, quien era muy famoso en el Cuzco, porque no podía pasar delante de una iglesia sin arrodillarse ni persignarse y, sin embargo, no he visto, que yo recuerde, otro sujeto más indigno de ser católico que este señor. Yo fui a parar a sus haciendas porque mi padre estaba a siete días de camino y no teníamos noticia alguna. Los Padres me echaron del internado a mí y a mi hermano y en dos días y medio de camino llegamos a la hacienda de este señor…Allí construí con el hijo de uno de los siervos de la hacienda la obra maestra de mi vida: un acueducto y un molino de piedra…Don Manuel María Guillén llegó ese día. Preguntó por mí y le dijeron que estaba en la huerta de la hacienda. Vino hacia mí: “Ocioso – me dijo – te ocupas de esta porquerías” – y a pisotones destruyó el molino…Miré a este hombre como la verdadera encarnación del mal. Es uno de los hombres a quien yo he odiado (45). En estas largas y necesarias citas observamos la densidad del espíritu arguediano de clara raigambre india antes que mestiza y la importancia de Manuel María Guillén en sus primeros años y la profunda huella que le dejó conocerlo; no es un personaje marginal en la biografía del escritor. Si comparamos estas experiencias con las que narra haber vivido con su madrastra, observamos que corresponden a dos etapas muy distantes en el tiempo una de otra. Su infancia está marcada por Manuel María Guillén mientras su niñez por Grimanesa Arangoitia.
Encuentra siempre Arguedas ocasión para explicar a un auditorio o público lector, su cercano conocimiento del mundo indio y su disposición para describir al hombre andino tal como era y tal como yo lo había conocido a través de una convivencia muy directa. Explica que con algunos datos se puede ilustrar mejor esta realidad; la pequeña población donde yo pasé mi infancia estaba totalmente dominada por un terrateniente que, entre otras cosas, hacía morir de hambre y estrechez a los animales que encontraba entre sus pertenencias, y por los cuales el dueño no pagaba el precio que el terrateniente consideraba necesario para pagar la reparación de los daños; entonces los hacia matar, los hacia morir de hambre y de estrechez. Luego, a mí no me permitía ir a la escuela; me hacía levantar a las cinco de la mañana para traer leña, para hacer todos los trabajos que hace un indio. Pero, como no era indio, como era hijo de un abogado – mi padre era juez de Primera Instancia, en un pueblo que estaba lejos de la aldea – fui protegido especialmente por los indios, que se compadecían de mi situación. Entonces viví íntimamente con esa gente y aprendí a hablar en quechua, aprendí sus canciones y me identifique enteramente con ellos (46).
En esta misma perspectiva debe ser entendido el párrafo que incluye en la comunicación con Hugo Blanco, en cercanos días a su muerte. Tu sangre ya está en la mía, como la sangre de don Victo Pusa, de don Felipe Maywa. Don Victo y Don Felipe me hablan día y noche, sin cesar lloran dentro de mi alma, me reconvienen en su lengua, con su sabiduría grande, con su llanto que alcanza distancias que no podemos calcular, que llega más lejos que la luz del sol. Ellos, oye Hugo, me criaron, amándome mucho porque viéndome que era hijo de misti, veían que me trataban con menosprecio, como a indio. En nombre de ellos, recordándolos en mi propia carne, escribí lo que he escrito, aprendí lo que he aprendido y hecho, venciendo barreras que a veces parecían invencibles (47).
Roland Forgues, en estudio ya citado (48), incluye una conocida fotografía de la familia Arguedas-Arellano, que reúne a los actores de los años fundacionales del escritor. A todos, excepto a José María. En la imagen se observa a la madre y al padre, también a sus tíos José María Perea Arellano y Rosa Carolina Arguedas Arellano. Su hermano Arístides, de pie, sobre una superficie elevada, mira en tensión al lente de la cámara. No es conocida la fecha de la fotografía; sin embargo, podemos inferir que Arístides debe frisar una edad cercana a los dos años. Recodemos que la diferencia de edades entre los hermanos, es de un año y tres meses. La pregunta fluye natural: ¿dónde está el infante José María, por qué no se ubica en medio de personas que forman el núcleo familiar central y cuyos integrantes lucen preparación antelada, como ocurre para fotografías de estudio? Detalle adicional: Victoria Arellano no luce signos de haber procesado maternidad reciente. Su hermano Pedro, nacería dos años y ocho meses después de José María, en Huanipaka, el 24 de setiembre de 1913 (49). La madre fallece seis meses después de este alumbramiento, el 3 de abril de 1914, cuando José María tiene tres años y dos meses.
Indagaciones en torno a su origen
La experiencia con la madre, sabemos, posee una magnitud singular. Si ésta vinculación está preñada de interferencias, violencia, intolerancia, entonces tenemos los ingredientes necesarios para generar en el humano actitudes conflictivas con la realidad. Están estudiados los desequilibrios emocionales que provocan en un niño la desaparición o el rechazo de la madre. Observamos que la muerte de la progenitora no provoca en infantes desajustes emocionales pronunciados y duraderos. Lo frecuente es que el niño asuma muy temprano y con naturalidad la ausencia de la madre, sin generar daños destructivos e irreversibles en la personalidad. Es otra la realidad cuando el nuño es arrebatado del seno materno, e impedido después, por prohibiciones o por decisión propia, de acercarse a la madre. La variedad de situaciones puede incrementarse, sin duda, pero, el breve esquema resume las razones que provocan lesiones psíquicas más graves. Una manera de acercarse en José María a este espacio preñado de contradicciones e información poco verosímil, es indagar acerca de su verdadero origen.
No obstante la significación de los contenidos aquí tratados, no son numerosas las investigaciones en torno al tema. En Internet, es posible hallar pesquisas de contenidos muy irregulares y que exponen consideraciones de dudosa valía. En medio de esta aridez, encontramos, sin embargo, estudios confiables, como el publicado por el investigador sanmarquino Danilo Sánchez Lihón que recoge información dispersa sobre la controvertida materia y que, además, utiliza el testimonio de una persona que conoció a José María y su entorno familiar en los años iniciales del escritor. El trabajo hilvana conjeturas que cuestionan la verdad oficial. Plantea que la madre biológica del escritor es una indígena, criada o sirvienta de la casa de la hermana…dueña junto a su esposo de las cuatro haciendas más grandes de Huanipaca (50), distrito que señala como posible lugar de nacimiento del escritor. Anota que el nombre verdadero de la madre sería Juanita Tejada Gutiérrez, que comparte con José María un genotipo biológico que corresponde al tronco familiar de Juanita…, blanco de piel, ojos claros, zarco, con el pelo castaño ondulado. Añade algunas evidencias para respaldar su afirmación. Un parecido muy notorio entre Alejandro Tejada Guillen, sobrino nieto de Juanita, con José María. En Huanipaca, afirma, se guarda esta historia como un secreto pero a la vez como un emblema y una consigna en el alma (51). Como información adicional, detalla la existencia de alteraciones en la partida de bautismo de José María: después del apellido paterno Arguedas figura una “T” borroneada (52).
El aporte más importante del trabajo, surge de una entrevista que Sánchez realiza en la ciudad de Lima a la Sra. Rosa Mattos Gutiérrez, natural de Huanipaca, que conoció a José María y mantuvo contacto cercano con la familia de Manuel María Guillén y su esposa Amalia Arguedas Arellano, quienes incluso apadrinaron su bautizo. Asegura la entrevistada, que Víctor Manuel Arguedas Arellano, padre del escritor, visitaba con frecuencia a su hermana en las haciendas de Huanipaca, que ella conserva en su memoria con nombres distintos a los conocidos: Karkeki, Huaychuyo, Wanchulla y Tacmara. Recuerda a Juana Tejada Gutiérrez como la muchacha de mano;…es decir para hacer toda clase de mandados…Esbelta, blanca, de ojos claros. Y muy buena moza (53). No obstante considerarla madre de José María, afirma carecer de pruebas documentarias que sustenten su opinión. Señala, sin embargo, haber visto que la partida de nacimiento de José María en Andahuaylas tiene un borrón en el apellido materno, sobre el cual se ha puesto el apellido Altamirano. Recuerda que vio a Juanita Tejada, por última vez, ya canosa, mendigando en el mercado del Cuzco (54). Interrogada sobre el conocimiento que tenía José María de estos hechos, afirma que el escritor sabía de su realidad. Recuerda: Llegaba siempre a Huanipaca. Vestía terno, nadie más lo hacía. No hablaba con nadie. Cruzaba la plaza y se sentaba en una piedra de la colina de Cicuca. Me fascinaba verlo. Él pasaba horas mirando un mismo lugar (55). La entrevistada cita nombres de personas que conocen los entresijos biográficos de Arguedas, y que indican el rechazo que tenía Victoria Altamirano por el infante José María cuando vivió en Andahuaylas (56).
La escasa profundidad de las investigaciones nos muestra la necesidad de profundizar la investigación con trabajos de campo y búsqueda de fuentes confiables.
Rastros de la madre sin rostro
Dada la permanente información proporcionada por Arguedas respecto a sus datos personales, pensamos que sería poco probable no hallar en su obra rastros o alusiones a una mujer que tuviera los perfiles de Juanita Tejada Gutierrez. Iniciada la búsqueda observamos propósito semejante en un estudio de Walter Saavedra publicado en Internet el año 2006 con el nombre de Apuntes sobre el nacimiento de José María Arguedas. Algunos aspectos aquí tratados coinciden con la información que aborda el estudio mencionado.
Saavedra, asocia a la Kurku, de la novela Todas las sangres, con las características físicas de Juanita Tejada Gutierrez. De acuerdo al trabajo de campo hecho en Huanipaca, sin señalar fuentes, indica que era mujer bajita, algo jorobada, gorda, de caderas anchas, cabello castaño claro muy largos y amarrados en trenzas hacia arriba, ojos muy claros, quizá azules, muy religiosa. La información que proporciona, de la pérdida del equilibrio mental de Juanita en sus últimos años, lo asocia a la búsqueda del niño que extravió en algún momento de su vida. Con estos elementos, Saavedra señala el paralelismo entre la Kurku y Juanita Tejada. Extraemos pasajes de la novela en que este paralelismo parece manifestarse. Narra Arguedas: A la kurku no la dejaron salir nunca de la casa. La vieja señora la recogió, cuando supo que la kurku había cumplido tres años. Era hija de un lacayo del patrón. Los padres se la dieron agradecidos. Don Bruno, hacendado, viola a la kurku…ella se dejó llevar al corral sin quejarse, sin pedir auxilio. Medio con sangre, temblando, él la devolvió a la cama de pellejos en que dormía. Huyó don Bruno, a la madrugada, y estuvo vagando por los pueblos, varios días…(57). ¿Son semejantes los perfiles físicos de la kurku y Juanita Tejada? De ser así, ¿qué influencia tuvo en Arguedas esta realidad? Motiva atención también que en la novela Todas las sangres, el hijo de Don Bruno, se llame Alberto Federico Aragón Gutierrez Chalcos. Saavedra hace notar que los dos últimos apellidos están consignados en cursiva, como una forma de llamar la atención por contener el segundo apellido de Juanita.
En el cuento Mar de harina, originalmente escrito para ser incluido en la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo, Arguedas relata el desvirgamiento de la adolescente Juanita. Narra que el padre, llamado Borracho, encontró a su hijita de trece años, en el fondo de la covacha fuertemente abrazados a un desconocido. Luego, Borracho se dirige a un billar y le dice al propietario: “¡Desvirgada, delante de mí, la Juanita!»(58).
Es notable la amistad que desarrolló Arguedas con el escritor chileno Pedro Lastra, tema que también Saavedra remarca. Se conocieron en un encuentro de escritores en Concepción en 1962, y se convirtió, junto a la psiquiatra Lola Hoffmann, en el nexo más importante con el país sureño. Para un lector desprevenido podría resultar desusado en Arguedas el grado de aprecio y cariño que mantuvieron ambos a lo largo de los años; sin embargo, saber que la esposa de Lastra se llamaba Juanita, cambia el sentido de nuestras apreciaciones. Intercambian extensa correspondencia por largos años. En una de las primeras cartas, de 1962, le dice: A ti y a Juanita los tengo como si estuvieran a la vuelta de la esquina o más cerca, en mí mismo (59). Un año después le señala: vuelvo a repetirte, querido hermano, que esta inmensa fuerza que siento se lo debo a Uds. y especialmente a dos mujeres de Santiago. ¡La vida es así!…líneas después, luego de señalar a personas de importancia en su estadía chilena, expresa: Y por último la inagotable maternidad de Juanita (60).
En páginas de Los ríos profundos utiliza su experiencia en las haciendas de Huanipaca para urdir la trama novelística. Veamos algunos ejemplos. En medio de la peste que asola a la ciudad, Ernesto piensa: Pero si llegaba a sentir la fiebre, haría como el Abraham. Me escaparía. Quizá no podría llegar a Corarcora, pero sí a mi aldea nativa, que estaba a tres días menos de camino. Bajaría por la cuesta de tierra roja de Huayrala; con esa arcilla noble modelaría la figura de un perro, para que me ayudara a pasar el río que separa ésta de la otra vida. Entraría tiritando a mi pueblo; sin un piojo, con el pelo rapado. Y moriría en cualquier casa que no fuera aquélla en que me criaron odiándome, porque era hijo ajeno. Todo el pueblo cantaría tras el pequeño féretro en que me llevarían al cementerio. Los pájaros se acercarían a los muros y a los arbustos, a cantar por un inocente. Por ausencia de mi padre, el varayok’ alcalde echaría la primera tierra sobre mi cuerpo. Y el montículo lo cubrirían con flores. “Mejor es morir así”, pensé…(61).
En dialogo con los militares que controlan la asonada, organizada por las mujeres, Ernesto menciona: – Míreme – le dije -. Gerardo no es como yo, ni Antero, el amigo de Gerardo. Me criaron los indios; otros, más hombres que estos, que los colonos (62). Cuando Ernesto conversa con el Padre Director del colegio, aparecen de nuevo los recuerdos de la hacienda de su infancia:
‒Tú parece que no temes; eres casi un demente. Ayudarás a la misa, si el sacristán no aparece. Repicarás las campanas.
‒¡Sí, padre! – le dije, abrazándolo -. Yo repicaba en mi pueblo las campanas cuando descubría al cura bajando la cuesta de Huayrala. Lo haré a ese estilo (63).
El mismo sacerdote, en las escenas finales de la novela, descubre a los lectores el nombre del Viejo, presencia cautiva e invisible a lo largo de toda la trama. Intercala con Ernesto el siguiente dialogo:
‒Te vas a las haciendas de tu tío Manuel Jesús – me dijo-. Tengo ya autorización de tu padre. No hay caballos. Irás a pie, como dices que te gusta.
Me senté sobre la cama. Él siguió de pie.
‒¿Dónde el viejo, Padre? ¿Dónde el Viejo? – le pregunté.
Luego de un intercambio de detalles sobre la travesía y de señalar que las haciendas se ubican en la parte alta del Apurímac, que el Padre conoce por haber sido invitado por Manuel Jesús, Ernesto menciona:
‒No me dará de comer, el Viejo, Padre – le interrumpí-. ¡No me dará de comer! Es avaro, más que un Judas.
Enrojecieron las mejillas del Padre.
‒¿Avaro? – dijo, indignado-. ¿Dices avaro?
‒Yo lo conozco. Deja que se pudra la fruta antes que darla a la servidumbre. Mi padre…
‒¡Deliras! Don Manuel Jesús lleva misiones de franciscanos todos los años a sus haciendas. Los trata como a príncipes.
‒¿Misiones de franciscanos…? ¿Tiene, entonces, muchos colonos, Padre?
‒Quinientos en Huayhuay, ciento cincuenta en Parhuasi, en Sijllabamba…
‒¡Voy, Padre! – le dije -. ¡Suélteme ahora mismo!
Me miró más extrañado aún.
‒No te entiendo, muchacho – me dijo-. No te entiendo, igual que otras veces. Saldrás mañana al amanecer (64).
El Padre Director, Augusto Linares, menciona no entenderlo, seguramente porque sabe de las continuas evidencias que ha mostrado Ernesto de conocer los territorios dominados por el Viejo, Manuel Jesús, y que también es mostrado en el diálogo que sostienen. Son ejemplos de la tenue barrera que instaló Arguedas entre su construida identidad y la verdadera.
Los ríos profundos podría ser catalogada ahora como novela testimonio, por las sinapsis entre la realidad y ficción construida por Arguedas. Es sobrecogedor observar los enlaces entre ambos hemisferios. Huanipaca es Huanupata, las cuatro haciendas: Karkeki, Huayu – Huayu, Udcubamba y Sicllabamba se convierten en Huayhuay, Parhuasi y Sijllabamba. El siempre recordado indio Felipe Maywa, es reemplazado por Pablo Maywa. Numerosas son las escenas de la realidad que Arguedas transforma en ficción. Por ejemplo, la recreación de la ausencia de música, danzas y festejos entre los indios de las haciendas que el escritor lo ha experimentado y le sirve para narrar: en las haciendas del Viejo no se emborrachan los indios, no tocan esas flautas endemoniadas; rezan al amanecer y al Angelus; después se acuestan en el caserío. Reina la paz y el silencio de Dios en sus haciendas (65). El Viejo, en la ficción, es descrito como muy bajo, casi un enano; caminaba sin embargo con un aire imponente, y así se le veía aun de espaldas (66). En la realidad lo describe como un tipo bajo, medio flaco, pero tenía una garganta descomunal y lanzaba un grito que provocaba terror entre los indios (67). La descarnada escena de la chica como de doce años, que hurga en las nalgas de otra niña en busca de piques y observa de pronto el ano de la niña, y su sexo pequeñito, cubierto de bolsas blancas, de granos enormes de piques (68), es semejante a una escena real que José María observó en las haciendas de Huanipaca: el peor castigo de los indios era el pique…que se mete en la carne de la gente y forma allí un nido que es una especie de bolsita y cuando son muchas las bolsas se juntan unas a otras y forman allí unos colgajos (69).
Cuando finalmente Ernesto abandona Abancay en busca de las haciendas de Huanupata, sigue una ruta que en la realidad no conducen al destino ficcional. Precisa que en su camino hallará Toraya, el puente colgante de Auquibamba, estaciones que van en sentido distinto a la ruta que debe seguir. Cuidadoso de los detalles, Arguedas cubre con un velo de misterio el viaje que Ernesto finalmente nunca realizó y que tampoco consumó el escritor: el retorno a sus orígenes.
Páginas de su Diario
El despliegue de su vida en escenarios disimiles y premunido de un historial biográfico tan particular como extendido en nuestro territorio provoca en el escritor naturales cuestionamientos acerca de su identidad. En los testimonios que redacta durante los últimos días de su existencia podemos observar sutiles expresiones del laberinto en que se desarrolla la definición de su identidad. Narrando un encuentro con Guimaraes en México, señala que ese Embajador tan majestuosos…había, como yo “descendido” hasta el cuajo de su pueblo; pero él era más, a mi modo de ver, porque había “descendido” y no lo habían hecho “descender” (70). Es pertinente repetir la pregunta: ¿a qué descenso se refiere?, ¿quién lo hizo descender, y a dónde, y por qué? En los últimos días de su existencia, el escritor nos hace saber que su vida ha sido una lucha por ascender desde algún lugar al que arribó en contra de su voluntad. ¿Qué razones motivaron la reticencia arguediana para aceptar este desplazamiento desde su real origen? Especular que su decisión estuvo orientada por esta dolencia nacional de la vergüenza india, del afán de ocultar cualquier vinculación étnica con nuestros antepasados es un mal endémico que nos ha marcado como integrantes de un colectivo social que se niega a aceptar nuestra verdadera identidad y cabal coloración de piel.
En numerosas ocasiones el escritor, no obstante mencionar su origen indio, se describe como blanco, se acepta de ese modo. Como resultado del accidente en el trapiche y el agravamiento de su estado, recuerda los comentarios de los indios que lo atienden a su alrededor: caramba, al niño no se le puede enterrar aquí, en el cementerio de la hacienda; tendremos que llevarlo hasta Huaripaca que son dos días de viaje (71). El joven escritor se ve a sí mismo como el niño que el Viejo Manuel María le niega ser y, además, actúa como propietario de una hacienda que no es suya; y a sus recuerdos le añade un nombre que disfraza el real. Cuando su padre, narra Ernesto en Los ríos profundos: contemplaba las montañas, desde las plazas de los pueblos, y parecía que de sus ojos azules iban a brotar ríos de lágrimas que él contenía siempre, como con una máscara…(72). Ojos azules, tez blanca, tenía su padre, el que le hizo descender hasta las entrañas del mundo indio de rostros cobrizos y estatus rebajado. En carta a su hermana Nelly, ratifica su descripción ficcional y le dice: Todos los hijos de Víctor Arguedas Arellano, el abogado de ojos azules y como de niño, somos buenos (73). Cuando recuerda a su madrastra, Grimanesa Arangoitia señala: Yo era el becerro de la señora; tan sucio como la mestiza, y era blanco (74). Su principal biógrafa y amiga personal, describe al padre del escritor como hombre blanco y apuesto y a la madre como: blanca, natural de Andahuaylas (75). En los Diarios de su hermano Arístides, se lee: nosotros, los descendientes de españoles, de familias más o menos acomodadas, aprendíamos en la infancia simultáneamente el castellano y el quechua (76). Como vemos, todo el imaginario personal, familiar y social, está rodeado de un cerco étnico discriminatorio e irreal del que no pudo evadirse.
De acuerdo al cúmulo de contradicciones personales que lo cercaban, la percepción de su tesitura blanca, no era la única que exhibía. Estando en Berlín, mientras camina con Guimaraes Rosa, cuenta Arguedas, el escritor brasileño lo llevó del brazo, haciendo notorio la diferencia de estatura entre ambos: Yo soy casi chato; él debía tener como un metro ochenta de estatura. Anduvimos juntos hasta el hotel. El brasileño y el indio, tan felices de llevar a Europa padeciendo en los huesos. Un cholo pequeño y un mulato casi indescriptible (77). Dos percepciones de sí mismo en un estrecho párrafo, ambas contradictorias con la asunción de su expresada identidad blanca.
Las desperdigadas señales que deja sobre su real biografía deben ser acomodadas en nuevas baldas que nos acerquen al personaje real. Cuando Don Felipe, que tenía la presencia de un indio que sabe por largo aprendizaje y herencia, la naturaleza de las montañas inmensísimas…lo acariciaba en San Juan de Lucanas, como a un becerro sin madre, debemos comprender que es la misma mano piadosa de los indios que lo protegieron en Huanipaca, cuando estaba solo entre los domésticos indios, frente a las inmensas montañas y abismos de los Andes donde los arboles y flores lastiman con una belleza en que la soledad y silencio del mundo se concentran (78).
Las huellas del hermanastro
A las dúctiles variables que enlazan la triada de dificultades que componen la biografía de Arguedas: origen, idioma materno e identidad de su madre y las preocupaciones por el país, se debe añadir la decisiva presencia del hermanastro Pablo Pacheco. El conjunto estructura una escala de influencias en su personalidad que pueden ser evaluadas por separado o unidas para dilucidar una biografía que evolucionó en medio de una agonía vital y creadora. Densa trama de aspectos personales unidos a una compleja realidad social y cultural que son necesario abordar para entender las entrañas que vertebraron su estructura psicológica.
El destino del país consumió mucho de su tiempo. Vivir a horcajadas entre los dos mundos en que se bifurcaba su destino, fue un privilegio que le significó estados combinados de angustia y optimismo. La escritura fue el medio para aquietar los demonios que la agenda nacional le creaba. La pérdida progresiva de los elementos culturales que alimentaron su infancia, facilitadores de sus universos creativos, se adosaba a su angustiosa observación de un país transitando hacia un desorientado porvenir. No obstante lo pesarosa de su visión, no era pesimista del futuro, no contenía tono lastimero y derrotista; era más bien claramente esperanzada. Lo expresa en su poema en quechua A nuestro padre creador Túpac Amaru, escrito siete años antes de su muerte: ¡Y sin embargo, hay una gran luz en nuestras vidas! ¡Estamos brillando! Hemos bajado a las ciudades de los señores. Desde allí te hablo. Hemos bajado como las interminables filas de hormigas de la selva. Aquí estamos, contigo, jefe amado, inolvidable, eterno, Amaru. Los avances y retrocesos del país, la tensión social que late en cada hecho cotidiano, lo llevó a perfeccionar sus medios para interpretarlo y transformar tribulaciones en impulso de vida. Lo hizo caminar el interior y explorar territorios extranjeros en búsqueda de las huellas de lo que somos y podemos ser. No hay en su gran mural biográfico elementos que sugieran pensar que el Perú agravara su depresión y precipitara su impulso tanático. El Perú fue más bien un elemento vital en su biografía, al punto de exponer su libertad y purgar condena carcelaria por activar a favor de su compromiso político, que nunca se ejecuta sin optimismo en el porvenir. Su desempeño como docente en Sicuani; sus labores como funcionario público, primero en el Ministerio de Educación y luego en las distintas reparticiones del Estado, incluyendo sus responsabilidades en la conducción de la política cultural del país, no contribuyó a ahondar su faceta oscura, depresiva. A John Murra le comenta su odio desde la infancia al poder fundado en la riqueza material,…todos mis pocos relatos están plenos de odio a esta parte oscura del ser humano y de una fe absoluta en que podrá vencer el mal. Los ríos profundos concluye con la fe en el “colono” “come piojos” de las haciendas. Estos marchan al pueblo, a la ciudad capital, a pesar de la metralla. Van por una misa. Pero alguna vez avanzarán de ese modo por algo más grande; lo están haciendo ya (79).
Los entretelones de orden familiar y personal: origen y dificultades para aceptar una realidad íntima, deteriorada por autores familiares y sociales, ejercen una influencia mayor que el hemisferio social. Se trata de una influencia distinta y superior a sus preocupaciones nacionales. El cerco que ejerce la sociedad blanca dominante, intolerante con los orígenes indígenas, le construyó un mundo personal sin afecto de madre, waccha, sin pasado “aceptable y decoroso”. El conocimiento de esta realidad empieza con la confidencia íntima acerca de su origen que le hace al amigo, mentor cercano. Es un campo donde es posible hallar, como se ha visto, evidencias objetivas, inclusive pruebas documentales.
Sin embargo, hay un peldaño adicional en este descenso a los espacios más íntimos de su personalidad. Es un estrato donde las conjeturas sustituyen a las evidencias y son inútiles las indagaciones extensas y superficiales. Sutil y férreamente recubiertos de medias palabras encontramos signos que conducen a fáciles inadvertencias, entenderlos requiere develar claves y códigos parcialmente ocultos. Es un sedimento de mayor densidad y profundidad que los anteriores y con gran influencia en la construcción de sus desequilibrios emocionales. En carta a Murra se puede leer el sustrato al que nos referimos: vivo en medio de ciertas contradicciones que no puedo resolver, y esas contradicciones me devoran constantemente las fuerzas (80).
La restringida admisión a este manto tiene en su frontis el negativo papel que tuvo en su vida el hermanastro, segundo de los tres hijos de su madrastra Grimanesa Arangoitia. Instalar esta vinculación en una estancia de nivel similar a los vectores anteriores puede conducir a un error sustantivo en la interpretación de la compleja urdimbre de su personalidad. El ingreso a tan eclipsado lugar carece de vanos que faciliten acceso holgado y suficiente. Son evidencias que aparecen como mensajes encriptados, apenas como datos sueltos e inconexos, poco perceptibles. Pueden ser hallados en confesiones públicas, puntuales desarrollos ficcionales, en cartas y testimonios escritos.
Creemos que en el personaje Pablo Pacheco se encuentra el factor más importante de su permanente desafío a la muerte. A diferencia de otras dolencias, que aparecen visibles muy temprano en su biografía, esta demora más de medio siglo en aparecer y cuando lo hace la traumática experiencia se transforma en criatura ficcional. Es probable sea parte sustantiva de la afirmación que señala que vivió una infancia desventuradamente feliz? (81). La ausencia de madre, la trágica y sucesiva mudanza de escenarios de vida, la lucha contra el castellano como medio de expresión, la presencia de la madrastra y de su hijo Pablo, son experiencias desventuradas, sin duda. El antagónico complemento de felicidad, proviene seguramente del conocimiento del mundo quechua; de la extrema ternura que allí encuentra en Felipe Maywa, Victo Pusa, Doña Caytana; su nodriza Sedano; en Arístides, su hermano. Se solaza con la magia de la geografía monumental serrana, su flora y fauna, y la práctica cotidiana para entenderla y asimilarla como parte de su propia existencia. Determinar la mayor desventura es profundizar en la zona más oscura, inextricable, de su biografía. Su existencia se hace evidente como aquellos cuerpos celestes que se anuncian por los campos gravitacionales que crea en el incógnito universo. Es una presencia que intuimos existente cuando leemos: Yo me enfermo de soledad e ilusión quizá patológicas, y “por puro gusto”, porque soy amado por buena y bella gente, como mi mujer por ejemplo. Pero algo nos hicieron cuando más indefensos éramos; yo recuerdo muchas cosas, pero dicen que más peligrosas son aquellas de las que no nos acordamos (82). En esta confesión, dejada en agónico Diario, el escritor, usa el verbo hacer en pretérito perfecto simple, tiempo en el que una acción tiene un inicio que se configura terminada. No es un hecho en desarrollo, no es una realidad inconclusa vinculada al inacabable malestar de patria, tampoco es la inacabada reminiscencia de una madre a la que nunca evoca unida a su biografía. Su afirmación es una verdad puntualmente ocurrida y fenecida, sin embargo de diaria angustia. No delinea la acción proterva de un grupo de personas que acecha su infancia y niñez indefensa. Es la identificación de un rostro, de un perfil humano actuando sobre el niño Arguedas con alevosía y ventaja en fecha y hora determinadas. El daño lo recibe en plural, evita usar la primera persona como una forma nublada de hacer poco visible la experiencia y de atenuar el efecto devastador de aquella réproba acción. Y todo esto lo redacta cuando se sabe condenado a muerte y a mucha distancia de otros sucesos que supo asimilar y ordenarlos creativamente en su vida. Aquí, en cambio, observamos postrera e hirviente intranquilidad, la marca de un profundo desasosiego; muestra de la permanente remembranza de un acto vil que trastornó su existencia y que Arguedas, no obstante el tiempo transcurrido, traslada al presente con la misma actualidad de un hecho ocurrido un día anterior. ¿Puede el malestar que emana del testimonio arguediano, ser comprendido a la luz exclusiva de una indeseada y obligada observación de un acto sexual? ¿Puede una acción de esta naturaleza, puntual y no repetida a decir del escritor, con toda su abyecta tesitura, configurar una vida y atarla de modo permanente a un deseo profundo e irrefrenable por la muerte? Examinemos los entretelones de este drama.
A John Murra le comenta: tuve una niñez y una adolescencia bárbaras, oscilando entre la ternura infinita de gente que sufría (los sirvientes quechuas de mi madrastra) que me protegieron, la ternura de mi padre muy o algo controlada por su antiguo concepto de la autoridad paternal y la brutalidad de un hermanastro y una madrastra, especialmente de ni hermanastro que era un verdadero monstruo de egoísmo y maldad (83).
El hermanastro supera al escritor en trece años (84) y está asociado a las experiencias brutales y tiernas de su infancia. Lo describe como un tipo malo, y tenía, además, cara de malo: tenía unas cejas muy pobladas, raras, unos ojos de expresión nunca clara (85). En un encuentro de narradores en Arequipa, ante un nutrido público, confiesa: Pero no solamente he sido hechura de mi madrastra, hubo otro modelador tan eficaz como ella, un poco más bruto: mi hermanastro. Cuando yo tenía siete años de edad, me obligaba a que me levantara a las seis de la mañana – a traerle su potro negro de una chacra muy grand (86). En otra ocasión, recuerda, lo dejó cuidando su potro negro que había comprado con veinte buyes y doscientos carneros, y cuando regresó de su aventura indecible me reprochó que había hecho perder su poncho de vicuña (87).
Abundando en detalles sobre su hermanastro, menciona: Este señor me llevó una vez como su paje, era en realidad su paje, a visitar a una de sus amantes que tenía en una de las muchas chacras que poseía en el distrito, me dejó a cierta distancia…Entonces el levantó el rebenque para pegarme un latigazo y no se atrevió a hacerlo: se fue a toda carrera en su formidable caballo (88).
Lola Hoffmann, siquiatra que atendió a Arguedas, lo convence de los beneficios para su estabilidad emocional de escribir acerca de esta experiencia. Así nacen los cuentos de Amor mundo. En El horno viejo (89). narra con detalle una escena extraída de su experiencia como paje de su hermanastro. Se trata de la cruda descripción de una escena sexual protagonizada por un personaje llamado Pablo y una mujer, con quien mantiene lazos de parentesco. Si quieres ver, ves. Aquí tienes el fosforo, le dice. Y empezó el forcejeo. Previamente, Santiago, el niño de nueve años, pregunta: ¿A dónde me llevas?, Pablo le responde: A dónde has de aprender lo que es ser lo que sea. ¡Sígueme!
En su Diario personal, Arístides, refiriéndose a los entretelones de esta lamentable experiencia, anota: a los nueve años, acompañó al hijo mayor de su madrastra, cada uno en caballo, a donde una señora viuda y convivió con ella. Esa noche José María estuvo echado en una cama ubicada al frente del lugar de los hechos y fue testigo de esos actos. Más tarde volvió Jose María a ese mismo lugar, cuando tenía 18 o 19 años y esa misma mujer le brindó atención a él. Se repitió el acto, pero ya con José María (90).
En Los rios profundos, páginas donde el hermanastro no tiene espacio natural que ocupar, hallamos una descripción de Pablo Pacheco. Lo delinea cuando evalúa la conducta del Viejo: No podía ser este hombre más perverso ni tener más poder que mi cejijunto guardador que también me hacía dormir en la cocina (91).
¿Cuántas escenas son necesarias para que el niño José María devenga en paje del hermanastro? Es imposible respuesta precisa; menos arriesgado resulta afirmar que una sola experiencia no parece suficiente. Su guardador y moderador es producto de una rutina frecuente, es un sujeto que ejerce persistente dominio de sus actos y de su tiempo, y que parece convertirse en carcelero de su existencia. Los recuerdos de hechos colaterales son también intensos y colaboran en explicar la profunda experiencia que significó para el joven Jose María conocer a su guardador. Ampliemos la escena del manto perdido. Se da en ocasión en que el hermanastro emprende una aventura sexual adicional, lleva al niño para dejarlo como vigilante de su cabalgadura. Al volver, reclama la ausencia de una manta de vicuña. El hermanastro lo amenaza con un rebenque que no termina de usar para castigarlo. De vuelta a la hacienda Jose María se refugia en la cocina, donde luego lo ubica el hermanastro, quien: le quitó el plato de sopa y me lo tiró en la cara, diciéndome: “no vales ni lo que comes” que es una cosa que se suele decir frecuentemente. Yo salí de la casa, atravesé un pequeño riachuelo, al otro lado hacia un excelente campo de maíz, me tiré boca abajo en el maizal y pedí que me mandara la muerte (92). En los Diarios recuerda aquel hecho. Señala: Y a mí la muerte me amasa desde que era niño, desde esa tarde solemne en que me dirigí al riachuelo de Huallpamayo rogando al santo patrón del pueblo y a la Virgen que me hiciera morir, y lo único que conseguí fue que la luz del sol me entrara por la cabeza y me empapara la carne, la hiciera arder en ansias todopoderosas e inalcanzables como esas barbas de los árboles que, con el viento fuerte, se sacuden causando espanto entre los animales (93).
Siempre en sus Diarios señala que el intento de suicidio, primero, y luego las ansias por el suicidio fueron tanto por el agotamiento – estoy luchando en un país de halcones y sapos desde que tenía cinco años – como por el susto ante el miedo de tener que escribir sobre lo que se conoce solo a través del temor y la alegría adultos, y no por el zumbar de la mosca que uno percibe apenas el oído se forma…(94).
Sus dificultades para relacionarse con las mujeres con quienes mantiene relaciones sentimentales, ¿son consecuencia de todo el proceso de desadaptación que vive a través de sus primeros años o es el resultado del profundo impacto que le suscita las experiencias con su hermanastro Pablo? La bibliografía consultada no lo analiza ni comenta con profundidad. Observemos que la psiquiatría está orientada a explicar los trastornos de la personalidad como resultado de un hecho puntual y verificable. No soslaya el contexto, pero los tratamientos se hacen generalmente en base a la superación de los efectos de un hecho o circunstancia en particular y que es lo el escritor buscaba en sus constantes visitas a consultorios psiquiátricos. Veamos la información que nos ha dejado el escritor que puede ser conectada con los sucesos que comentamos.
En carta a John Murra, explicando su paso por el penal el Sexto, le menciona: yo me crie casi sin hogar, huérfano, con una madrastra cruel y un padre vagabundo, por causa creo que principalmente de sus desavenencias con su mujer. Pero mi padre era muy católico; un caballero a la antigua, puro. Con el sentido clásico de la pureza moral, muy especialmente sexual. Para mí la mujer constituyó siempre, y sigue siendo, un ser angelical, la forma más perfecta de la belleza terrena. Hacerla motivo del “apetito material” constituía un crimen nefando y aún sigo participando no sólo de la creencia sino de la práctica. Solo el verdadero amor puede dar derecho y purificar suficientemente el acto material. Parte de mis males vienen acaso de este antiguo principio que yo amo y respeto. ¿Puede imaginarse lo que significaría para mi ver cómo los asesinos violaban a los hombres hasta volverlos locos? Esa es la parte medular de mi novela. Continúa explicando su experiencia: Hasta he vivido un año en la prisión ciudadana (arañas, arco iris, semen) de un país del tercer mundo, y escribí una novela sobre esa cárcel. Allí sólo miraba, me incrementaba, sufría con mi infancia anticuada. Y no conozco a la mujer de la ciudad, por ejemplo. Le tengo miedo, como le tuve al remanso del río Pampas, que pasé a caballo, siendo niño, y en invierno, cuando el agua es transparente (95).
En sus Diarios, fuente de referencias profundas de su biografía, señala el retorno de un atroz dolor a la nuca que le vuelve desencadenado, al parecer, por circunstancias inmediatas y no por otras causas más lejanas y peligrosas (96). Las experiencias lejanas pueden evitar la niñez y las peligrosas eludir a Pablo Pacheco? El plural parece estar usado para relatar de manera encubierta un conjunto concreto, puntual, de experiencias relativas a este personaje.
A su siquiatra Lola Hoffmann, en el año de su suicidio, le menciona: Creo que mi conciliación con mis propios problemas sexuales ya no es posible. ¡Cuánto le he hablado de esto! Todo el universo ha girado para mí alrededor de este problema. Ha sido lo más anhelado y lo más temido; rara vez lo más estimulante, casi siempre aniquilante…Como creí siempre que la satisfacción sexual debía ser solo una especie de premio máximo a alguna gran hazaña, la práctica casi cotidiana me causa una atroz sensación de desgaste y de angustia (97). En otras páginas continúa explicando a la psiquiatra: En Arequipa estuve doce días. Allí escribí quince páginas, las finales del capítulo III. Por primera vez viví en un estado de integración feliz con mi mujer. Por primera vez no sentí temor a la mujer amada, sino, por el contrario, felicidad sólo a instantes espantada (98).
Tampoco los viajes al exterior lo alejan de comentarios relacionados con este tema. En ocasión de conocer Nueva York, indica que esta urbe lo estimuló y se le fue apareciendo como una maquinaria iluminada que conduce a un monstruo entre primitivo y pervertido en la infancia, que intenta arrastrar el destino del hombre hacia un buey de oro, esplendente pero ciego (99).
Tan insondable como el tema que tratamos es su frecuente búsqueda de prostitutas. ¿Qué motiva su frecuente búsqueda?, ¿es la ausencia de madre, las experiencias con el hermanastro? Es un tema que le comenta a su siquiatra. El doctor me dijo que debía procurar alcanzar a tener dominio sobre el apetito sexual. Consistía ese dominio en no temer pero al mismo tiempo en no ceder… en la calle que desemboca en la Alameda, algo oscura, me habló una chiquilla. Parecía tener no más de 17 o 18 años. Me propuso, me tomó del brazo. Yo me dejé conducir en un estado de gran duda y expectativa. La pobre hizo que pagara anticipadamente. Luego se desnudó y se hecho sobre mí. Tenía el cuerpo completamente helado. Pocos minutos antes me había hecho propuestas inadmisibles. Ante su cuerpo helado se heló el mío (100).
¿Tuvieron aquellos lejanos y peligrosos acontecimientos influencia directa en la forma en que se relacionó con sus compañeras sentimentales y afrontó su permanente confrontación con la vida? Veamos la descripción que hace de Sybila: es una mujer acerada y maravillosa, capaz de llevar al suicidio a un individuo vehemente y primitivo. Ella proclama la autosuficiencia como la única fuente de la integración plena. Seguramente tiene razón. Pero la razón puede causar varios tipos de muertes, como por ejemplo, la prescindencia incapaz e inhábil para la integración, para la convivencia y hasta para la vida en algunos individuos (101).
En su copiosa correspondencia tenemos profusa información relacionada con sus dolencias tempranas y directamente relacionadas con el punto nodal de sus contradicciones existenciales. Semanas antes de su muerte, en carta a Hugo Blanco, le refiere: He ahí que te he escrito, feliz, en medio de la gran sombra de mis mortales dolencias. A nosotros no nos alcanza la tristeza de los mistis, de los egoístas; nos llega la tristeza fuerte del pueblo, del mundo, de quienes conocen y sienten el amanecer. Así la muerte y la tristeza no son ni morir ni sufrir. ¿No es verdad, hermano? (102). A Duviols, amigo y estudioso francés le menciona: En Santiago he sentido, por primera vez, que de veras no tengo nada orgánico, como aquí me aseguraban los médicos. Todo mi problema es psíquico, de raíces antiguas, agravado por circunstancias familiares casi irresolubles. Me había hecho ya a la idea de que no podría seguir viviendo. Eso explica mi silencio de los últimos meses (103). Se desglosa clara la influencia de un hecho que Jose María no se atreve a explicar con claridad y que solo puede estar vinculado a las actividades de este nefasto personaje, Pablo Pacheco, que es probable ejecutara acciones que torcieron la niñez de José María y que fueron más allá de ser un simple espectador de sus costumbres sexuales.
Epílogo
Hemos analizado a lo largo de estas páginas la influencia que tuvieron dos circunstancias en la vida de Arguedas: su contradictoria y ambivalente relación con el país y su fragosa experiencia personal y familiar. En este último horizonte se ha precisado al idioma quechua como su lengua materna y recusado a Victoria Altamirano Navarro como madre biológica del escritor atribuyéndole a Juanita Tejada Gutiérrez este papel. Ambos aspectos nos han proporcionado luces para acercarnos al entendimiento de su trágico final. Como decisivo aspecto familiar hemos reflexionado sobre la relación del escritor con su hermanastro Pablo Pacheco y las huellas profundas que este personaje proyectó sobre su biografía y le hemos otorgado prioritaria importancia en la estructuración de su personalidad. La hemos considerado vector determinante en su obstinada búsqueda de la muerte.
La profunda desazón y angustia que mantenemos muchos por la realidad nacional, le tocó a él conducirla con el espíritu atravesado de agobios y padecimientos hasta llevar las contradicciones a su límite máximo: extinguirse como reproducción exacta de un país incapacitado para solucionar sus antinomias más profundas y que elige recorrer el complaciente camino de la ignorancia o la indiferencia ante sus problemas más profundos. Sus agudas disonancias personales, son reflejo de una sociedad que aún pugna por hallar su identidad y su destino. En ese sentido, la vida contrariada de José María y la forma de su eclipse es la expresión más acabada de nuestras incompetencias para erigirnos en una sociedad a la altura de nuestros orígenes y necesidades. De forma cruel y dolorosa, debemos admitir que su vida es el modo que tenemos los peruanos de ver reflejada nuestra realidad, en los abismos y colinas de su biografía. A esos contenidos nos referimos cuando nos ocupamos de la paradigmática vida de José María Arguedas.
Es posible y obligatorio estructurar una versión distinta de la temprana infancia del escritor que recoja elementos objetivos de la realidad y reivindique la dimensión soterrada de la biografía arguediana, su estructura india, su lucha contra demonios inoculados en su temprana infancia y que son también elementos vertebradores de desgarradas biografías de miles de peruanos desde la invasión hispánica. Es un compromiso con su memoria desechar complacientes e interesadas interpretaciones que hacen participar a la biografía de Arguedas del propósito de separarlo de sus orígenes indios. Este nuevo relato tiene múltiples entradas, las dispersas declaraciones y testimonios de Arguedas así como la versión sobre sus orígenes recogida por Luis E. Valcárcel y las evidencias objetivas que no permanecen ocultas a la mirada de quienes deseen observarlas. Utilizando estos elementos ubiquemos al padre del escritor, el abogado Víctor Manuel Arguedas Arellano, alma trashumante, visitando regularmente la zona apurimeña de Huanipaca. En esos apartados parajes se situaban las haciendas de su hermana Amalia y de su cuñado Manuel María Guillén. Las distancias y dificultades de los caminos nunca fueron obstáculos para él viajero Víctor Manuel. Inclusive ya casado con Victoria Altamirano mantuvo una estrecha vinculación con aquellos lugares. Es probable que ningún espacio de la región que el joven abogado exploraba, tenían las características de bienestar y comodidad que las haciendas de la hermana le brindaban. Eran territorios de clima cálido y fertilidad superior y por eso de exuberante vegetación en alguna de las estancias. Son geografías atractivas por la monumentalidad geográfica que construyen las aguas del Apurímac y el Pachachaca, que se juntan rompiendo abismos de la cordillera para denominarse después ríos profundos. Es en esos parajes que la vida de Juanita Tejada Gutierrez se cruza con la suya. Empleada de mano de la hacienda Karkeki, Juanita frecuenta los interiores de la casa hacienda y se mantiene próxima de los deseos y mandados de los propietarios y de sus huéspedes. Quizá con alguna leve malformación en su columna, es una jovencita que se acerca a los quince años portando cabellera clara, ojos de trazos azulinos y rasgos llamativos e infrecuentes con su origen indígena. Víctor Manuel ha llegado a estos parajes en los primeros meses del año 1910. Es un mozo de contextura varonil y tesitura ardiente, cursando sus tardíos treinta, casado desde 1908 y notario en zonas cercanas a las heredades de su cuñado. En esas circunstancias que se fija en la hermosa joven, confiada por sus padres al cuidado y servicio de los dueños de la hacienda. Ensayando fechas más precisas, podemos ubicar a Victor Manuel en la hacienda Karkeki alrededor de la Semana Santa de 1910; días de intensa actividad religiosa en las haciendas de Manuel María Guillén. Era ocasión para el arribo de numerosa delegación de sacerdotes franciscanos que oficiaban misas y liturgias para beneplácito del contrito propietario y compasión de cientos de indios, entregados a la festividad religiosa con unción devota. Alguna versión, ya señalada, indica que los franciscanos acostumbraban llamar al rico hacendado Manuel Jesús, esfumando el María, por ajustarse mejor a sus intereses no marianos. Con este nombre es que aparece precisamente en Los rios profundos.
No podemos especular sobre la naturaleza de la relación de Victor Manuel y Juanita, no obstante que el propio escritor, como hemos visto, esboza algunos perfiles de estos hechos. No obstante, no pueden estar excéntricas de las frecuentes relaciones de dominio y abuso que se desarrollaban entre jóvenes indias y hacendados. Es factible que la fecha de nacimiento del escritor no sea el 11 de enero de 1911, como señala su biografía oficial, sino en fecha anterior. Los trámites de la posterior inscripción de su bautizo en Andahuaylas promueven esta idea. Ocurrido el alumbramiento es improbable que Manuel María Guillén haya permitido soslayar el pronto bautizo de la criatura. Saavedra señala que se realizó asignándole el primigenio nombre de Alberto Federico. Si nos atenemos a esta versión, cobraría sentido el nombre y apellido del personaje de Todas las sangres, hijo de Don Bruno: Alberto Federico Aragón Gutierrez Chalcos.
Seguramente, superando contrariedades con su esposa Victoria Altamirano y cercado por las razones del Viejo Manuel María y urgido por sus propios valores, el padre del recién nacido escritor tuvo que hacerse cargo de la criatura. Es probable que el bebe haya sido confiado a la custodia y vigilancia de los franciscanos quienes formaron parte de la comitiva que tiene a Andahuaylas como destino. En este grupo se encontraba, aislada y marginal, Juanita Tejada la madre biológica de Jose María, a merced completa de decisiones ajenas. Imaginamos los problemas que tuvo que superar la pareja de esposos ante situación tan complicada que incluía la humillante aceptación de Victoria de otorgar su apellido a un niño de inaceptable origen, de madre indígena por añadidura. En ese escenario debe verse la fotografía de la familia que aquí se ha comentado. Víctor Manuel, sonriente, vital; Victoria, seria, hasta erizada; Arístides, posa hierático ignorante del drama familiar. El infante José María es una visible ausencia, imposible de obviar. Es en Andahuaylas donde se asienta su partida de nacimiento como probable consecuencia de la duplicación del original bautizo en Huanipaca.
Continuando con esta serie de especulaciones, sostenidas por fuentes y evidencias objetivas y no desdeñables, es probable que el niño José María se mantuviera en Andahuaylas en una posición marginal y subalterna, al igual que su madre. Mientras, la oficial familia Arguedas – Altamirano continúa frecuentando las haciendas del Viejo. Lo acredita que en 1913 nace en Huanipaca el tercer hijo de Víctor Manuel, segundo hijo de Victoria. Lo llaman Pedro. Es en medio de este complicado contexto familiar que Arguedas bebe el quechua de su madre que lo amamanta y cuida. Esta particular y tensa situación debió mantenerse hasta la inesperada muerte de Victoria Altamirano. Entonces José María tiene tres años y su hermano Pedro apenas unos meses. Víctor Manuel, toma entonces dos decisiones trascendentes: entrega a Pedro en adopción a su hermana Amalia y a su cuñado Manuel María, y luego decide el regreso a Huanipaca de José María y su madre. Es el momento del abandono en una comunidad al que se refiere Valcárcel. Aquí reside el infante hasta el segundo matrimonio de Víctor Manuel con Grimanesa Arangoitia. Es el año 1917, José María tiene cuatro años y es ya un monolingüe del quechua chanca. Aquí se inicia una etapa de especial sufrimiento para José María, es la época de la invasión de liendres y desaseo de su cuerpo y de la tiranía del Viejo Manuel María, que no perdona la maternidad de Juanita y descarga toda su furia y desprecio sobre el inteligente niño indio-blanco. Aquí reside el infante hasta el segundo matrimonio de Víctor Manuel con Grimanesa Arangoitia. Es el año 1917 y José María tiene cuatro años y es ya un monolingüe del quechua chanca que es separado de su madre Juanita Tejada y es trasladado a San Juan de Lucanas. Es el inicio de las dos biografías del escritor: una, cierta pero oculta y silenciada, su zaga india, que lo precede; la otra, blanca o mestiza, falsa biografía oficial. Esta última sustituye la primera, casi como una copia de la nueva historia que provoca la invasión pizarrista y que soterra historia milenaria. Es la etapa de otro tipo de maltrato, el que le prodigan los mestizos y blancos de la casa hacienda de Grimanesa Arangoitia. Es enviado con la servidumbre india; ellos lo cobijan, lo quieren y protegen; entiende la lengua comunal, es uno de ellos. Su hermano Arístides, que se le une en ese lugar, recibe un trato distinto. Es hijo legítimo, blanco, no obstante ser de piel más oscura que la de José María. Es la explicación del trato diferenciado que se les depara y es la razón de los recuerdos disímiles en ambos hermanos. Sobre Arístides no se proyecta la sombra siniestra del hermanastro Pablo; sí, sobre el indio e indefenso José María. Pablo no logra asimilar la brillante inteligencia del niño y futuro escritor; tampoco le es aceptable su perfil físico que le recuerda su fealdad broncínea. Es la expresión de la alienación más abyecta y sub humana.
Analizada la vida del escritor bajo este contexto biográfico los elementos inconexos se acomodan en lugares racionales y comprensibles y nos permiten elaborar interpretaciones más ajustadas a la realidad. De esta manera, el lenguaje cifrado que usó para difuminar espacios de su historia personal son decodificados y puestos en el lugar que él mismo esperaba sean leídos algún día.
Le debemos al país y a su destino el esclarecimiento cabal de la trágica y luminosa biografía de José María Arguedas y que nos sea útil para desentrañar y discutir materias que alteren una hegemónica y estéril visión criolla o mestiza de nuestra realidad. Sin duda que un José María Arguedas con partida de nacimiento indígena resulta incómodo para quienes han pretendido fallidamente estructurar una nación de linaje occidental. Para los millones de peruanos y peruanas que poseen una biografía que se emparenta con la de Arguedas, saberlo de cuño indígena será también un elemento que ayude a superar una alienación degradante que los somete y esteriliza culturalmente. Aquí, hemos dado un pequeño paso en el logro de ese objetivo. Aún permanece un largo trecho por recorrer para entender lo suficiente su trágico desarrollo. Será un proceso que irá de la mano de los avatares del Perú. De los pasos que dé para su integración, de las experiencias que vivamos los peruanos en el largo camino por conocernos, aceptarnos, integrarnos. Mientras, Arguedas, el indio Arguedas, permanezca aún como un enigma por resolver, nuestra sociedad será también una interrogante sin respuesta.
Dr. Chacon, buenas tardes, ha sido muy ilustrativo leer este articulo, tambien conozco del libro Biografia y Siucidio de Arguedas, le comento, tengo interes de comprar un lote de 100 textos de esta obra. A continuacion dejo mis datos personales.
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Señor Alipio Orco, gracias por sus comentarios. Sí, claro que tengo el interes de hablar de su propuesta. Quedo a la espera de sus opiniones. Saludos cordiales.
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