Fue de esos amores iniciados en internet, nada extraño en los tiempos que corren si no fuera porque ambos andábamos distanciados en edad y teníamos pareja establecida desde hacía algunos años. No nos juntamos por sentirnos incómodos en nuestros hogares o vivir incomprensiones y agónico desamor; había armonía con nuestras parejas y el medido cariño era suficiente para conservar el propósito de continuar el camino sin sobresaltos. Pero ¿cómo explicar los detalles de la atracción inmediata y no calculada y tampoco buscada ni planeada o entender cómo era posible conjugar en una sola persona las respuestas a todo lo que había hallado en nombres dispersos? ¿Mujer dueña de su destino?, era ella; ¿tierna, sin ribetes cursis?, ella misma; ¿mirada renovadora de los problemas del país?, nadie mejor que Abril; ¿coquetería controlada y benigna?, Abril era la mejor; maternidad responsable?, allí estaba la insustituible madre Abril; ¿sexo transparente y sin culpas?, en primer asiento, ella; ¿un figurín para lucir atuendos coloridos y personales?, la modelo Abril era insustituible; ¿talento y sensibilidad para escribir?, nadie mejor que la narradora Abril Aragón.
Poco después de conocernos, conversamos acerca del persistente malestar que nos hacía estar atentos al paso de nombres y rostros con quienes confrontar la oculta soledad e infelicidad que nos acompañaba. Tempranos desencuentros sentimentales habían señalado un sendero de derrotas y desilusiones que nos hacían pensar que algo distinto nos esperaba, un nombre que nos correspondiera, que se una a sueños y costumbres como una porción de agua acomodada en el cuenco de nuestras manos. En esa larga espera habíamos imaginado con detalle los perfiles del ser que nos complemente; se trata de un diario ejercicio ejecutado con eficiencia, sí, de ese modo, porque el amor no sólo aparece de pronto, sin llamarlo, también hay que construir caminos hacia él, facilitar su aparición, tener visible el listado de prioridades y confrontarlo con esa sombra difusa que adquiere nombre y apellido ante nuestros ojos. Así fue con Abril, aparición, intercambio de palabras y cautiverio para siempre. Se nos hizo fácil saber que teníamos entre manos el fin de nuestras búsquedas, sin prestar atención a la notoria diferencia de edades e indiferentes a la distancia que nos separaba ni tampoco pensamos que compartíamos vidas con pareja. Nada nos hizo pensar ni razonar en atender esa realidad; fue como desaparecerlas de un paisaje que dibujamos para los dos, solos. Abril fue quien menos se preocupó de esos detalles; un día, ante una pregunta mía señaló que no la importune con moralinas donde solo había amor, el amor no peca, concluyó. Sobre mi edad tampoco observé preocupaciones; no es un tema, sancionó en varias oportunidades, es más importante la energía que nos une, sentir y actuar del mismo modo, asumiendo que el mundo se acaba en cualquier momento; además observa, Ge. no es un jovenzuelo y Ele. está cerca de mi edad, entonces, ¿cuál es el problema?, ¿te das cuenta qué si nos unimos quizá sea por solo un corto tiempo? No me preocupa, tuve un hermano que nos dejó muy joven, su recuerdo es lo mejor que tengo de mi familia. Descuida, no es una preocupación, no te amaría de este modo si tuvieras otra edad.
No es extremo decir que el encuentro viró nuestras biografías hacia destinos inesperados que nunca habíamos pensado. Coincidíamos en que nada ni nadie habría podido impedir que uniéramos nuestras vidas después de conocernos. Yo fui el azúcar, y el agua tú, decía Abril cuando intentaba desmenuzar los entretelones del encuentro que se tornó especial y único desde el instante inicial, con el primer diálogo; me disolví en tus palabras, sonidos y texturas, no pude resistirme, cariño, caí redondita, decía emocionada. Y yo no hubiera puesto mis ojos en ti, si no reconocía los paisajes de mi juventud en tus fotos; sobre todo verte junto al diminuto volcán de Uyurmiri; aparecías en la misma caprichosa posición que adopté, abrazando la humeante pequeña colina, como si continuaras una huella que te fue fácil descubrir. ¿Quién puede ocupar mi gesto, sonrisa y rodear de esa manera el pequeño y humeante lunar de la tierra?, solamente alguien que brote de mis entrañas y me reconozca.
Era escritora y tenía una novela publicada, otra esperando editor y había empezado a redactar la tercera cuando nos conocimos. Historias de su entorno recreadas con una atractiva prosa poética que, en algún momento la harían conocida. Lo señalaba cada vez que Abril mostraba desencanto por lo poca difusión de su obra; pronto te buscarán para entrevistarte, prepárate, tu pluma es de lo mejor, ten paciencia. Mencionó que desecharía todo lo avanzado en su novela, cambiaré el tema, hablaré de lo que nos está ocurriendo, dijo. Me sentí halagado, nunca nadie me había convertido en personaje novelesco. ¿Cómo seré en esas páginas, villano o santo? Tonto, nunca nadie es el mismo, aunque te veas retratado no serás tú, el tipo de la novela será auténtico, único, así es que no empieces a pavonearte y, no preguntes más, no añadiré ni una palabra, espera que la termine y te la paso, serás el primero en leerla. La escribiré sin que me importe cómo termine la historia real. Pondré el final que desee, y quizá desaparezcas antes de la mitad de la trama, quién sabe. Le reclamé ser tratado de esa manera, es mi derecho, respondió; además, tú sabes que el amor excesivo y descontrolado es puro calvario y camino hacia la muerte. Rio al decirlo, con esa media sonrisa que escondía pudor para mostrar sus interioridades; ya quisiera verte sonreír como yo si hubieras tenido mi niñez y juventud, ni siquiera dibujarías una mueca.
Sabíamos de las dificultades y contratiempos que hallaríamos en el camino al mantenernos juntos; ayudaba que la decisión fuera ejecutada como un coro de voces que parecía preparado para actuar en el momento requerido. La unión que tejimos no tenía precedentes para nosotros; sí, habíamos amado antes, pero nada comparado a los días recientes. El parecido de nuestras almas resultaba una realidad singular, aunque era yo quien lo manifestaba con más claridad; Abril era contenida, calculaba cada palabra que tuviera que ver con los sentimientos; parecía temer que sus afirmaciones se tornen contra ella o la muestren débil o sumisa, aunque algunas veces se animaba a decir: te he esperado desde siempre, sabía que existías. Fui cauto al empezar, no deseo perturbar ni un minuto de tu vida y tampoco busco dañar la mía, le dije. Escuchó en silencio, quizá pensando que no tenía ninguna disposición para complicar mis cosas con Ele.; en los primeros días los papeles fueron asumidos de manera distinta, recatado yo, bullente ella. Los roles se invirtieron después de un tiempo cuando ella se fue tornando cada vez más conservadora, evitando extenderse en planes y plazos. Bromeaba diciéndole que había dispuesto todo para que fluyeran las cosas con rapidez, tú fuiste la atrevida que eliminó todos los obstáculos. ¿Y tú no recuerdas el apuro que tenías para saber mi fono y la rapidez de tu primera llamada?, sí, tuve toda la disposición inicial, no lo niego, caí fácil con tu voz de encantador y las cinco palabras que escuché al principio: ¿es tuyo el párrafo publicado?; pero, oye, no te quedas atrás, te empeñaste desde el primer instante. Tus escritos, Abril, tus escritos definieron mi existencia, y tus fotografías también, me impresionaron, lucías radiante, además, no lo niegues, estabas en exposición, no digas que no, ¿entonces qué intención tienes de mostrar tanta figura, sino es para conseguir compañía?, además de los filtros y pixeladas que usas, no lo niegues, mejorabas tu perfil, a mí me engañaste, ¿o no? La sonoridad de mis festejos por las bromas eran respondidas con ironías punzantes, en las que era una maestra consumada: recuerda que tú ya no estás en capacidad de recordar nada, solo tienes memoria para las cosas remotas, decía. Responder sus estiletes podía conducir a un desborde de emociones que acabarían mal; elegía callar, llevar la conversación por otros rumbos y concluir las discusiones con rapidez porque sabía que su genio se derramaba por cualquier motivo intrascendente.
Durante los largos meses de relación, Abril empezó a trabajar en el control de sus emociones que siempre gatillaban un nivel primario de violencia que podía transformar en segundos una tranquila conversación en un aluvión de definiciones que ponían todo al borde de la ruptura. Varias veces Abril cerró el contacto diciendo, alterada, y sin importarle mi opinión: voy a descansar, lo decía y actuaba, no poseía espacio de reflexión y tampoco el interés de ponerse en mi lugar. Algunas veces su ausencia se prolongaba por varios días. Esperaba su retorno y, con frecuencia, tenía que ir por ella. Se defendía calificándome de complejo, inquisidor y, a veces, tóxico, sin percatarse que sus reacciones y criterios no permitían las diferencias ni tampoco la concordia. Parecía dueña de un mundo acabado donde no habitaba ninguna duda: esto es así, y punto, no me interesa tu opinión. La diferencia de edades y experiencia hacía que actuara con prudencia frente a esos exabruptos, porque eso eran, aniegos momentáneos en los que ella discutía con su pasado y sus horas de violencia de las que no podía desprenderse, épocas donde nadie le pidió su opinión. Estaba marcada por esas experiencias y entendía poco que el amor es acuerdo, convenios, compromisos que no pueden desecharse por el capricho personal. Y, junto a los cambios de humor, estaban sus variaciones frente a la relación; de la inicial aceptación plena, que incluía emocionados planes para estar juntos en el futuro pasó, con los meses, a oponerse a toda forma de imaginarnos en hogar compartido.
Abril reconocía que le ayudé a comprender las conexiones de su vida temprana con los signos de ira que la invadían con premura cuando se enfrentaba a algún contratiempo. Le contaba mi experiencia que escuchaba con atención. Sus descompuestas reacciones la habían alejado de un amor que recordaba con frecuencia: ay, así fue, lo maltraté, no supe actuar, mencionaba. Con frecuencia resultaba desgastante cuidar las palabras y lidiar con sus cambios de humor e intemperancias; también con sus continuas ausencias mientras conversábamos. No consideraba necesario informar de sus silencios, no tomaba en cuenta que la buscaba por estar con ella un tiempo valioso para mí, y siempre preciso. Prefería no hacer problemas por sus conductas, preguntaba, sí, pero me guardaba la incomodidad que me provocaba su desconsideración. Había buscado siempre mujeres controladas, dueñas de sus emociones, educadas para contemporizar y llegar a acuerdos con facilidad; criadas en hogares funcionales de diálogo y respeto colectivo. Cuando reparé en que Abril carecía de esos perfiles era demasiado tarde para cambiar de camino; ya estaba sitiado por el amor, esa rara sensación que nos hace actuar con benevolencia y comprensión frente a las deficiencias de nuestras parejas. Aprendí a soportar decisiones y desplantes que me hacían sentir que estaba en el lugar equivocado. Me alentaba que tuviera el propósito de superar sus asperezas, siempre comprendidas a la luz de sus complicados años iniciales. ¿Qué puedo hacer, si la amo, qué importancia tienen estos detalles frente a su luminosa presencia?, pensaba; tengo que lidiar con su carácter, nadie es perfecto; en el balance de daños y ventajas el peso de otras facetas de su personalidad eran cautivantes para mí. No era una gran conversadora o conocedora de temas a profundidad, no, había carecido de condiciones y tiempo para suplir las deficiencias que las aulas escolares y universitarias le dejaron; pero tenía un fulgor y brillo intelectual incomparables, sus frases acertadas poseían honda sabiduría y sus dos novelas mostraban personajes complejos que parecían extraídos de otra mente. Pero no, era ella, como resumen de las personalidades de todos sus personajes, ocultos en su alma. No era posible entenderla si no se sabía que provenía de territorios donde debías defender tus posiciones, e inclusive supervivencia, a pie firme sino querías ser arrasado por la ira y el desconsuelo. Era la razón de su intransigencia para llegar a acuerdos; su incapacidad para lograr consensos, asistir a negociaciones que nunca están ausentes en una pareja. No, era ella y sus circunstancias, ella y sus decisiones independientes de cualquier parecer o sentimientos ajenos a su piel; para ausentarse o mostrar su opinión ni siquiera esperaba el desarrollo inicial de una discusión, cuando apenas la sentía inadecuada se despedía o se quedaba sin hablar; debía actuar con sensibilidad y poner todo de mi parte para evitar encontrones.
Un día la conversación se precipitó a un abismo porque estuvimos en desacuerdo con algunas ideas sobre el feminismo; ella andaba distanciada de la clásica versión de esa doctrina, no estoy de acuerdo con esas peleítas y luchas inútiles del hombre y la mujer, no es lo mío, señaló iracunda, en mis tradiciones son claros los límites y derechos del hombre y la mujer, sin doctrinas ni revanchas, allá tú con tus libros y teorías, lo mío viene de la vida misma, que tú vivas en Lima y yo aquí, explica nuestras diferencias de opinión, exclamó como fin de la conversación. Estuvimos distanciados unos días luego de esas diferencias. Abril reprochaba mi complejidad, cuando no estás evaluando o proyectando las cosas, andas preguntando todo, queriendo saber detalles de cada situación, ¿por qué no vives el momento, por qué tienes que ordenar y pensar todo o creer que la realidad tiene solo un camino posible? No te corresponde una hombre simple, le decía, no es para ti, tú me quieres precisamente por los defectos que me encuentras, por mi toxicidad, por los recovecos que recorres conmigo; un hombre sencillo es el que tienes a tu lado y no ha podido llenar todos los vacíos de tu existencia; además siempre he pensado el futuro, tanto como el presente; si no hubiera tenido esa costumbre, ¿sobre qué bases podría ahora pensar en hacer una vida contigo?, lo que tengo construido lo pensé imaginando el futuro, solo los fracasados viven aferrados a su gris presente, incapaces de tomar el destino en sus manos, se dejan arrastrar por circunstancias que no son capaces de manejar; por todo eso ahora puedo soñar una vida distinta, sin que esa decisión sea una aventura irresponsable; nada se construye sin pensar en los días que se vienen, apréndelo.
Abril vivía en Sicuani, a cien kilómetros del Cusco, un centro urbano emergente con algo más de cincuenta mil habitantes y que Sebastián conocía bien. Pasó largas temporadas en un distrito cercano donde sus padres mantenían una propiedad; ocupaba el lugar en los veranos y se movilizaba con alguna regularidad a Sicuani para recuperar el sentido de ciudad, comprar diarios y asistir a una que otra película en el destartalado cine de la avenida principal. Lo que existía de Abril en aquellos años eran sus padres, que aún no se conocían ni tenían pensado procrearla; ¡cuántas veces me habré cruzado con ellos! Me sorprendió saber sus orígenes; no lo mencionas en tus páginas, le dije, no es necesario ni útil dejar toda la verdad en las redes, prefiero parecer ciudadana del mundo, esa no es mi vitrina, recuérdalo. Sebastián se inclinaba a pensar que sí era su vitrina, porque la insatisfacción que tenía con Ge era antigua; tenía que haberla soportado con ayuda externa, su carácter no tenía perfiles de mantenerse quieta al lado de la adversidad; además, tenía una corte de seguidores que se mantenían fieles y constantes a sus publicaciones; pronto empecé a sospechar que ella mantenía comunicación con alguno de ellos, quizá dos. Sus repentinas y largas ausencias mientras hablábamos eran explicadas de modo poco convincente, sus razones eran tan débiles como afirmar que se quedaba dormida o atendía a sus hijos. Eran desapariciones más compatibles con la atención que les daba a esos sujetos. El afán de exponer su figura y ser observada, la persistente exposición de su rostro y el silencio sobre su condición civil, me hacía pensar que no andaba muy despistado en mis reflexiones. Leía con facilidad mensajes provocadores que le enviaban dos tipos, letrados, y que ella estimulaba; los diálogos eran tan personales que resultaba poco probable que no continuaran en privado. Lo mencioné más de una vez, obteniendo siempre respuestas negativas. No insistía por el carácter de Abril y porque nunca me sentí con derechos para cuestionar sus explicaciones. Después de todo, decía, quizá soy uno más del grupo, y no sé si algún día gane el privilegio de saber la verdad de mis sospechas. La forma en que manejaba nuestras comunicaciones me hacía pensar también que poseía experiencia en el manejo de situaciones similares. Sabía, con precisión, hasta donde llegar evitando que yo quedé sin hogar y suelto en plaza creándole problemas; extremaba su preocupación de ocasionarme dificultades con Ele. Mis conductas tenían la misma orientación, pero no eran similares; sabía que una vinculación tan real e intensa provocarían alguna dificultad en nuestras parejas, era inevitable, sobre todo porque no se trataba de un pasatiempo; la intensidad de nuestra relación tendría que ser conocida en algún momento. Seguíamos procedimientos estrictos y los contactos se hacían en horarios muy precisos, pero ella se preocupaba poco por ser la primera en provocar el encuentro; pero debo admitir que sus cuidados explican que, después de largos meses, nunca fuimos descubiertos; hasta mi descuido que provocó la tragedia posterior.
Sicuani
Mientras me daba cuenta, muy pronto, de estar frente a una realidad que marcaría mi vida, Abril tenía otra actitud; medida, cuidadosa para hablar, siempre distante, evitando declaraciones que generaran compromisos, alejándose de conversaciones que la obliguen a definir su futuro. No era mi caso; luego de los primeros días estuve seguro de que podía abandonar todo por estar junto a ella el resto de mis días. No era que Abril se negara a esa posibilidad, pero sus palabras nunca llegaron a decir: sí, de acuerdo, estamos juntos en esto y veamos cómo lo resolvemos, tú haces esto y yo lo otro, nunca actuó en sociedad conmigo, siempre ella en su juego personal. No, nunca mostró interés real y cierto en definir plazos, variables que había que manejar para estar juntos; su juego era único, sin señalar nunca continuidad a la relación; parecía empeñada en arrebatarle sustento y permanencia a todo lo que vivíamos, nada es fijo, invariable, hoy estamos, mañana no, ¿para qué hacer planes?, tú con tu futuro y tus análisis intelectuales, yo acá con la vida diaria, sin necesidad de ningún mañana, no insistas. Y lo recalcaba cuando señalaba: el futuro no existe y el hoy tiene sentido si se refiere a las horas inmediatas. Me acomodé a sus formas, pensando que los sentimientos que decía tener irían formando un mundo posible para los dos. Era cuestión de tener paciencia, decía yo; además, organizar una retirada hogareña para ella y para mí, no era un asunto sencillo; teníamos mucho que ordenar para salir con decoro, sin ser señalados de indeseables e irresponsables. Pero, yo lo quería hacer, estaba decidido, porque creía merecer convivir con el amor, como nunca antes lo había hecho, ¿acaso no es una causa justa a la que se debe de adecuar toda otra consideración, por importante que sea, no era el amor la causa más meritoria?, el amor no es fuente de pecado, pensaba.
Buscamos la forma de encontrarnos; no era usual ni natural que ella viajara a Lima, y llegar hasta Sicuani era muy complicado, parecía que vernos personalmente demoraría mucho tiempo. La oportunidad se presentó de la manera menos esperada. Recibí una invitación para atender una asesoría relacionada con el manejo de restos arqueológicos recién descubiertos en el centro histórico del Cusco. No vemos pronto, le dije, exultante de felicidad cuando lo supe. Abril lo tomó con calma, como acostumbraba; no le resultaba sencillo dejar a los chicos y justificar un viaje imprevisto, pero halló pronto una excusa: conversar con un editor que estaba interesado en publicar sus novelas; tengo que viajar por un par de días, le dijo a Ge. Sería una travesía que nos permitiría pasar una noche juntos. Preparamos el encuentro con detalle, los horarios, el alojamiento; conversamos hasta poco antes de tomar mi vuelo. Llegué temprano por la mañana y Abril demoró minutos largos en llegar. La vi acercarse con un abrigo negro de ribetes blancos, pantalón ceñido y botines de taco alto, una bolsa tejida con motivos andinos colgaba de su hombro, menuda y delgada, distinta a las fotografías que mostraba; no menos atractiva, solamente diferente, terrenal, alejada de los afeites que permiten manejar imágenes con tonos distintos y cancelan las imperfecciones del rostro. Su piel era áspera, producto del frío sicuaneño, manos con señales de intensas labores hogareñas, con restos del hechizo y misterio que emitían sus imágenes. Disipé con rapidez el inicial desconcierto y luego de unos minutos fui descubriendo los elementos que me habían cautivado. Figura delicada y ojos dilatados, con brillo infantil, modales ceremoniosos y la bondadosa energía que irradiaba. Sí, mis deseos de pasar los años siguientes juntos estaban intactos y acrecentados. Nos abrazamos con distancia y con un velo de desconfianza en la mirada y actitudes de Abril. En el taxi estacioné mi mirada en su rostro mientras tomaba sus pequeñas manos; era solo observarla, pensar en la manera en que una idea se estaba haciendo realidad por voluntad y decisión propia. Las calles cusqueñas nos eran familiares, y no concitaron nuestro interés, era el momento de prestar atención a lo nuestro, sin las interferencias de la tecnología. Nos instalamos en un alojamiento del barrio de San Blas, discreto, pequeño. En la habitación nos movimos con soltura, como antiguos conocidos, sin las preocupaciones que distancian a personas que recién habitan un espacio cerrado. Desempaqué pequeños regalos para ella, objetos que podían ser llevados a cualquier lugar: lapicero, libros, llaveros, y una joyita para colgar del cuello.
Habíamos compartido varios momentos de intimidad, conversaciones sobre hábitos y costumbres, experiencias. Antes del encuentro me había pedido andar con calma en el tema; no quiero apresurarme, dijo, no fuerces ninguna situación si ambos no estamos de acuerdo. Luego de cierta resistencia, acepté sus condiciones. Ordenamos las pocas pertenencias y salimos juntos hacia las oficinas del Ministerio de Cultura donde nos separamos. Voy a mi entrevista con el editor, dijo ella; ¿nos veremos al mediodía?, preguntó. Nos vimos empezando la tarde y almorzamos en un sencillo lugar de la calle San Agustín. Conversamos con apuro sobre las explicaciones que habíamos dado a nuestras parejas y también contó que el editor le había ratificado sus intenciones de publicar sus trabajos; le comenté los detalles de mis labores: parece que tienen el propósito de cubrir de nuevo todo lo descubierto, espero contribuir a un cambio en esa decisión. Quedamos en vernos en una esquina de la plaza principal cuando la tarde terminara. Todos los sucesos de ese día son difíciles de explicar, no son experiencias cotidianas que se puedan narrar con naturalidad; observar comportamientos que no concuerden con la experiencia cibernética previa es una de las tareas que restan tiempo a la naturalidad en el trato; no la vi distinta, pero sí pude observar aspectos de ella que no se pueden distinguir en fotografías o videos, su porte, el modo en que sentía su compañía cuando caminaba, qué observaba y le llamaba la atención, la manera en que se acomodaba en un lugar público, todos los detalles que son importantes cuando la rutina de los días agota en la pareja las emociones del inicio y aparecen las costumbres, los hábitos que pueden afectar una relación si provienen de una experiencia de vida distinta. Era inevitable mirar las diferencias, estaban al alcance de la vista y de nuestro entendimiento, igual para ambos. Por la noche, mientras ella ya dormía, abrazada de mí, hice un recuento de las imágenes del día, ninguna me producía desconcierto o sorpresa o intolerancia; sí, éramos distintos en muchas cosas, pero nada que no pudiera aceptar y amar. Quedaba siempre la pregunta: ¿es en verdad como se muestra, oculta algo importante? Son interrogantes que no dejaron de estar en mi mente. Fueron momentos extraños, complicados de interpretar. Tenía programado su retorno para la tarde del día siguiente, yo me quedaría un par de días adicionales.
Luego de tomar un café y un par de pequeñas pizas nos encaminamos al alojamiento. El Cusco nos rodeaba, sentíamos su influjo, pero más intensa era la necesidad de llegar a la habitación y estar juntos, lejos de todo. En algún momento, al cruzar frente a la iglesia jesuita, Abril tomo mi brazo, como hacen las parejas antiguas y consolidadas, me sorprendió lo hiciera en un lugar tan expuesto. Cusco ya no era mi ciudad y no había visto, hasta ese momento, a ningún rostro conocido; Abril debía temer menos ser reconocida por alguna amistad, pero igual podía alguien reparar en nosotros y provocar noticias que ambos no deseábamos todavía. Su gesto me hizo sentir integrado a su vida, juntos y con futuro compartido, pensé que una pareja que camina enlazada de esa manera está preparada para todo. Luego de unos pasos de amplia plenitud, le pedí que desprendiera su mano y camináramos como dos amigos; sonrió y comprendió mi solicitud. No hice problemas sobre su pedido de no rendir su intimidad, no era un tema problemático, acostumbrado a rebuscar en las profundidades de una mujer las razones para amarla, no iba a desconocer un acuerdo ya tomado; esperaría otro momento para estar en ella. Vimos noticias y partes de una serie de moda mientras conversábamos acerca de las horas previas. En algún momento recibimos las llamadas de Ge y Ele; nos apartamos para conversar. Ya cubiertos con las cobijas, dormimos abrazados hasta que nos despertaron las alarmas de los móviles; amaneció acurrucada en mi regazo; es una de las imágenes más tiernas de las que tengo memoria en mi vida.
No quiso Abril conversar de ninguna decisión futura; recién nos conocemos, dejemos todo para más adelante, veamos cómo llevamos la relación. No había apuro en realidad, pensé, hay muchas cosas que arreglar o desarreglar aún, antes de pensar en detalles concretos. Al mediodía la despedí en el terminal de buses. Nos separamos con la promesa de un próximo encuentro; es probable que te visite en Lima en algún momento, quizá haga un viaje que me retorne el mismo día, ¿te parece? Mi respuesta la escuchó con toda la emoción que contenía; estará bien, le dije, me basta estar dos minutos de nuevo juntos. No quise permanecer en el recinto viendo el bus partir. Tomé un taxi que me instaló de nuevo en el centro histórico para continuar con mis tareas.
Desde la soledad de mi recinto, pienso y recuerdo cada detalle de aquellos días; la inesperada intensidad de mis sentimientos, el resquebrajamiento de mis vínculos con Ele., comprobar que se trataba de una fractura irreparable, y observar que ya no estaba en manos de nadie superar las distancias que aparecieron después de conocer a Abril y que, seguro habrían aparecido en otro momento y sin Abril. No podía imaginar una vuelta atrás y verme separado de esa experiencia que había dado un vuelco a mi existencia. Ambos sentimos la misma sensación, por eso, en algún momento, imaginarnos juntos el futuro. Fue una decisión, como la he contado que, después de algunos meses, ella fue abandonando de a pocos y que tuvo su punto culminante luego del descubrimiento que hizo Ele. Antes de ese hecho Ele nunca me había cuestionado ninguna conducta en mi hogar. Tampoco después de esos sucesos, hay que precisar, porque tuvo la sabia decisión de aceptar de buen grado mis explicaciones. Pero, en Abril desataron todas las acciones que condujeron al complicado desenlace.
Olvidé una hojas impresas conteniendo conversaciones con Abril y que, en el reverso tenían una fotografía suya, sin rostro, que mostraba un pecho con los senos descubiertos. Quise conservar ambos recuerdos por un tiempo porque se trataba del primer diálogo íntimo que tuvimos y la primera fotografía que Abril me envió. Quería leerlo varias veces antes de destruirlo. Lo dejé en el bolsillo de una chaqueta que Ele. me pidió usar un día de frío intenso. Puso la mano en lugar previsible y lo demás es fácil de imaginar. Tuve rapidez para explicar que se trataba de retazos de un cuento que escribía. No tenía ese perfil un diálogo semejante, era demasiado íntimo, con señales difícilmente transferibles a una ficción. Además, ¿desde cuándo escribes historias?, preguntó Ele., hace poco, respondí, no lo sabes, pero tengo un grupo de cuentos que los puedes leer si deseas. Y la foto, ¿de quién es?, le expliqué que se trataba de uno de tantos envíos que hacen los amigos por la red y que yo decidí imprimir para darle contexto a la historia que escribía. Dudó en aceptar mi versión como cierta, hizo algunas preguntas adicionales y dejo el tema en el camino. El problema fue superado con ella, pero no con Abril. Adoptó una posición intransigente como si el punto central de la relación entre nosotros, fuera conservar en buen estado mis relaciones en el hogar y no concentrarnos en la manera de organizar nuestro futuro. No sé explicar qué motivó su actitud de mostrarse tan iracunda e intolerante con el suceso, si la ubicación que tenía estaba marcada desde un inicio. Era absurda su posición, extemporánea por entero. ¿Significa que hacer el amor por teléfono te exime de ser calificada como la otra, y solo lo eres cuando Ele encuentra mis papeles? Se convirtió en la auténtica y eficaz defensora de la estabilidad emocional de Ele y no mi socia solidaria. No destruiré tu hogar, no es mi papel ser “la otra”, señaló fastidiada.— No lo eres, Abril, nunca lo has sido. Te has convertido en el centro de mi existencia y seremos parte de un hogar si lo terminas de aceptar.
— No seas cínico, por favor, sabes que estás ante un problema complicado y no deseo estar en el medio.
— ¿No sabes acaso que todos los problemas que surjan son de los dos?, no te dejaría sola si aparecen dificultades con Ge, no adoptaría la infantil posición que estás asumiendo.
— Yo he vivido situaciones parecidas en mi familia y no quiero repetirlas.
— Imagino que eran aventurillas sin futuro, de padre insatisfecho con su hogar. Esto es distinto, no estoy en una aventurilla. Tú lo sabes.
— Igual, no entiendes, tenemos que separarnos. Te aviso que cerraré todo contacto contigo. No me busques Sebastián.
— Espera, dime, ¿qué hace que quieras irte, tus planes secretos, tus cálculos desconocidos, no sabías que podían ocurrir estas complicaciones?, ¿por qué no pensaste en todos estos temas antes de avanzar tanto?; además ¿desde cuándo aparece como prioritaria tu preocupación por la estabilidad de mi hogar ignorando que el problema está en lo que haremos nosotros? Recuerda que algún día dijiste que no te hable de moralinas cuando quise saber cómo te sentías de estar junto a un hombre casado.
— ¿No puedo cambiar?, los hechos te cambian, te lo digo de nuevo: no cuentes conmigo y, te lo he dicho, cerraré todo, no insistas, no me va bien ser la otra. Y tienes cinco minutos para decir algo más.
— Espera, no cierres, ¿dejas a un lado tan fácil todo lo que hemos hecho juntos en estos meses? Has estado jugando ¿no?, ahora veo que todo ha sido un entretenimiento para ti, ¿por qué no fuiste franca desde un inicio y me dijiste que lo tuyo era el pasatiempo y la joda diaria hasta que se pueda?
— No hay pasatiempos aquí, Sebastián, es nada más que los humanos cambiamos de opinión, deberías saberlo.
— De acuerdo, pero con razones y proporciones. Esto me parece un juego preparado con anticipación, calculado en silencio, un jueguito al que estás acostumbrada. No eres distinta a esas bandiditas de internet, bien preparadas para jugar con los sentimientos de los desprevenidos.
— Compórtate, Sebastián, respeta mi decisión, tengo hijos que cuidar, tengo responsabilidades que a ti no te importan; ocúpate de arreglar las cosas en tu casa.
Fue un dialogo áspero que tuvo ideas ofensivas e intolerantes frases por ambas partes. Cerró la conversación como acostumbraba y me dejó colgado de una cornisa. Antes le dije que no tendría que dejar a sus hijos, que yo no la quería sin ellos y que nadie decía que sería un tema sencillo llevar adelante todos los planes pensados. ¿Tú crees que no pienso en Ele, en mi hijo?, claro que sí, por eso decidimos hacer la cosas con calma para que todos sufriéramos los menores daños. Veré por mi hijo siempre, y Ele. quedará con protección y con la atención que requiera. ¿Qué me crees, Abril, un desalmado? Tampoco tenía planeado obligarla a abandonar su hogar sin antes haber vivido un proceso sano, en lo posible. Lo que ocurre es que las parejas se separan, encuentran otros amores y la vida continúa. Yo no quiero pasar el resto de mis días sin ti, se trata de eso. Nada, ninguna argumentación fue suficiente.
No es difícil determinar las razones que me llevaron a sentir que mi vida no sería la misma sin Abril. Había demorado para establecer vínculos permanentes con una mujer; ocurrió cuando rondaba los tempranos cuarenta; no fue un amor visible el que me llevó a juntarme con Ele, sino la conjunción de buen entendimiento y formas similares de criar a los hijos, también su disposición para el diálogo y los acuerdos, actuar con decisiones compartidas, nunca la confrontación; pero, parece que no fue suficiente para mantenerme quieto, nada de esas virtudes pudo lograr nunca establecer conexión con mis espacios interiores, los temas íntimos, los que arman el espíritu y mueven todas las horas. Con Abril era distinto, no había resquicio de mi personalidad que no tuviera complemento en ella, una unidad compacta que se iniciaba en sus intereses primarios, su vinculación con las artes, la literatura, poesía; ambos éramos pasionales, tensos, temperamentales, su ira y reacciones destempladas parecían abrir habitaciones nunca antes visitadas en mí. Cada detalle que compartíamos nos hacía ver que nos habíamos esperado toda la vida; formas de entender los lazos familiares y amicales, el apego a la soledad, al silencio, la especial vinculación con el sexo, libre, sin formatos ni censuras, entendido como una extensión natural de los seres y el amor, con libertad y plenitud, sin culpas. El placer infinito que me daban las conversaciones era único, unían nuestros cuerpos y se tocaban a la distancia. Son los recuerdos que me hacían sentir vivo.
Después del lio que se armó, me preguntaba: ¿por qué me detuve al lado de una mujer con tantos desarreglos en sus pensamientos, inestable y temperamental, con particularidades que, insisto, nunca soporté en otras compañías? Ya lo dije, era el amor, así de simple, el amor te lleva a resoluciones siempre inesperadas.
Al día siguiente de la discusión reparé que Abril no había mentido, todos los medios para comunicarme estaban silenciados. No había ninguna vía para llegar a ella. Decidí esperar que la tormenta pasara, era probable su retorno. Y así ocurrió. Luego de varios días la vía telefónica fue abierta de nuevo; no era casualidad. Le hablé por la noche, como teníamos costumbre. No respondió. Insistí hablando solo y con paciencia hasta que obtuve respuesta. Hola, dijo, como estás. Bien, respondí, tratando de ser escuchado. Aquí estoy, respondió. No quise tocar los temas que nos habían distanciado. Procuré conversar de sus trabajos y de sus niños. Ella hizo lo mismo. Nos mantuvimos así, en una especie de paz armada, hasta que fue inevitable hablar de nuestros problemas. No fue posible encontrar entendimientos. Le reclamé por la irregularidad de sus acciones y respuestas temperamentales ante cualquier dificultad. Le dije que me sentía verdaderamente cansado de las variaciones en sus conductas. Me interesa que estés bien con Ele., respondió. No quiero ocasionarte ninguna forma de separación. Argumenté sobre las ideas del pasado, los planes. No existen, respondió, estamos en otra etapa. Bueno, mencioné, déjame ver mis cosas con calma. Tengo que tomar decisiones. No se trata solamente de las tuyas, tengo también las mías. Y, de pronto, mencionó una idea que fue creciendo con los días: espero que no estés preparando un chantaje, dijo con una convicción que me hizo pensar que ella sabía que la chantajearía con Ge. y que ese era mi destino imperturbable. No era la primera vez que usaba ese argumento y cada vez le respondí con energía, negando esa posibilidad. Mejor, mencionó, porque pienso que tienes perfil para hacerlo.
Preferí terminar la conversación antes de precipitarnos en un diálogo que seguro sería más áspero que cualquier anterior. En los días siguientes no hubo avances en ningún sentido, insistía en sus argumentos y también volvió a hablar del mal uso que podría hacer de los materiales que tenía conmigo. Cartas, algunas fotografías, diálogos grabados, envíos de pequeñas cosas, libros, alguna joya. No, no había pensado nunca en usarlas de ese modo. No se daba cuenta que nada conseguiría para mí por ese camino, solo la ruptura de su hogar. Después, el vacío. Pero, fue tanta su insistencia sobre el tema y tanta su intransigencia para no llegar a acuerdos sensatos, que respetaran todos los meses transcurridos, que un día empecé a ocuparme del asunto. En verdad estaba incómodo, atosigado era la palabra, de sus preocupaciones infundadas y de sus argumentaciones infantiles para distanciarse de nuestra relación. Concluí que había encontrado otro contacto, más joven, menos complicado en sus solicitudes de hacer vida compartida. Eso pensé, y fue el inicio de poner en marcha los planes que aparecieron en mi mente en un instante, como esos virus informáticos que son imposibles de desterrar. Corté toda comunicación con ella y no respondí a ninguna de sus llamadas que se hicieron cada vez más intensas cuando se dio cuenta de que yo no tenía ya disposición para atenderla.
No fue difícil ubicar a Ge. Tenía conocidos en Sicuani que me dieron su teléfono y correo. Lo llamé, fue una mañana al mediodía. Me identifiqué como un sujeto que conocía a Abril y que tenía información importante para él. ¿De qué tipo?, respondió. De su infidelidad. Soltó una risita sardónica. ¿Así?, qué novedad, no eres el primero, dijo, y te informo que a ninguno presté atención. Me quedé mudo, sin saber si continuar. Recuperado de la impresión le dije: espere, le enviaré algo que le interesará, mírelo y lo llamo después. Le envié una imagen de la habitación que compartían con Abril, ella recostada sobre la cama, nada erótico ni comprometedor, pero suficiente para hacerle entender que no estaba hablando de boberías. Me atendió con rapidez en mi siguiente llamada. ¿qué más tienes?, preguntó preocupado. Varias cosas, respondí. Le remití la factura del alojamiento en Cusco, diálogos que mostraban la intimidad que habíamos logrado. Luego, bloqueó la comunicación hasta el día siguiente que sonó mi móvil con su número iluminando mi pantalla. Me preguntó si podíamos encontrarnos para conversar. Le respondí que sí, que era posible. Podemos vernos en el Cusco, la próxima semana, ¿le parece? Aceptó. Lo llamaré para coordinar, le dije. Espere, no corte, dijo, ¿quién eres tú, que relación tienes con Abril, eres el que aparece en los diálogos, deseas dinero por la información? Nada, no deseo nada, respondí, solo que se entere de cosas que ignora. Es todo.
Tenía que volver al Cusco por mis trabajos de asesoría. Era un compromiso de un par de días. Le di mis coordenadas para encontrarnos. Lo cité en la puerta de mi alojamiento, el mismo que habíamos ocupado con Abril. Era un tipo fornido, de semblante decidido e intolerante. Calculé que nos separaba unos diez años de diferencia. ¿Eres tú?, si le respondí, soy yo. ¿Qué tienes entre manos y cuánto quieres por la información? Nada, ya le dije, solo entregarle papeles que ya no deseo conservar. Ah, le expliqué, yo no soy el que mantuvo contacto con Abril, soy un mensajero. Me miró sorprendido. Claro, le dije, míreme, no califico para ser pareja de su mujer. Desorientado, abrió el sobre amarillo y le dio una mirada rápida a su contenido, eran fotografías, recibos, copias de conversaciones. Fue el momento en que sacó su arma del bolsillo interior de la gruesa chaqueta que vestía. Me encañonó y me dijo que no hiciera ninguna escena violenta, que no le importaría disparar, que lo único que deseaba era saber quién era yo y quién me enviaba, y además le entregara todo lo que tenía escondido. Vi que hablaba con ira y determinación, pensé que dispararía de todos modos cualquiera sea mi reacción. Decidí entonces tomar sus manos y virar la orientación de la pistola. Forcejeamos un instante, no esperaba mi reacción. Todo sucedió en segundos. Logré torcer el cañón del arma hacia él y, de pronto estalló la detonación. Se desplomó con el rostro incrédulo, con la mueca de dolor incrustada en sus labios y mostrando el interior de su boca y el hilo de sangre que empezó a deslizarse desde una zona profunda. Lo retuve con mis brazos y acompañé su desplome sobre la vereda. Lo demás se ha borrado de mi memoria. Retomo mis recuerdos y me veo dando mi declaración en la comisaria de la calle Saphy. Quedé detenido. Pude llamar a un abogado amigo que acudió muy pronto a auxiliarme. No debiste declarar antes de hablar conmigo, me dijo. No creí necesario, respondí, solo había que decir la verdad, me quiso disparar y me defendí, eso es todo.
Entre barrotes y acompañado de rostros extraños y curtidos por el infortunio pensé en los pasos que había seguido desde que conocí a Abril. Concluí que había cometido un error profundo de involucrarme con alguien como ella. Había jugado todo el tiempo; la respuesta de Ge. retumbaba en mi mente: “no es el primero que hace lo mismo, no es el primero”. Qué hacer, todo estaba concluido.
Me dejaron en libertad hasta el inicio del juicio y me obligaron a permanecer en el Cusco. La prensa se había encargado de divulgar una versión truculenta que cundió por la ciudad después del primer titular de la prensa: “El asesino de San Blas mata por amor y despecho” Ele acudió a auxiliarme; le expliqué lo ocurrido sin ocultar nada. Te acompañaré hasta la finalización del juicio y después te dejaré libre. Eso dijo, libre. Yo sabía que esa palabra jamás me volvería a pertenecer.
El abogado hizo una buena defensa; usó el criterio de legítima defensa, lo hizo con elocuencia y conocimiento. Ayudó mucho la grabación que hizo el sistema de seguridad del alojamiento y el testimonio del administrador que observó lo ocurrido desde muy cerca. Explicó que Ge tenía intención de disparar cuando desvié el arma; en la acción que hizo el acusado, declaró, no vi ninguna intención de hacer daño. El juez, finalmente, ratificó lo manifestado por mi defensa y determinó que sí había actuado en legítima defensa y me declaró en libertad. Cuando salí de la sala del juzgado no pude sentirme liberado de mis cadenas, sabía que quedaría de por vida atado a lo ocurrido esa mañana de agosto. Los largos meses del proceso que me retuvo en el Cusco, me sirvieron para construir una relación distinta con la ciudad; pero no podría quedarme de vecino. La gente me reconoce en las calles y voltea a observarme. He considerado mudarme a una mediana ciudad de la selva, quizá Oxapampa, me gusta ese lugar, clima benigno y gente sencilla.
Abril me envió una nota que dejaron por debajo de la puerta del estudio de mi abogado que decía: has arruinado mi vida, no te quiero volver a ver nunca más. No he vuelto a saber nada de ella, tampoco creo saludable para mí buscarla. Aquí voy, haciendo lo posible por continuar mi existencia. Sin embargo, nada de la tragedia pudo mermar sus recuerdos, era como una benigna maldición que había trastornado mi existencia hacia el mal y que alimentó todos los días de mis años venideros.
Barrio de San Blas Cusco.