Bea y Antonio. IV parte.

Antonio me llamó antes de partir a España, no fue fácil conversar con él, lo noté con algunas copas de más. Nora me comentó que lo había visto excedido de licor, no solo una vez, varias; viene por aquí dejando su aroma por todo lado. Mi jefe está preocupado, no sé en qué acabará esta historia, no le veo buen final, eso comentamos. No es para menos mujer, eras su amor y no se ubica en la nueva realidad, demorará en conseguirlo. Prefiero no saber de esos detalles, Nora, me descomponen por completo, evita contarlos.

—¿Me escribes pronto?

—Lo haré Antonio, lo haré. Quiero que te cuides, no descuides tu trabajo, tus niños.

—Te esperaré, no lo dudes, el tiempo que sea necesario.

—No lo hagas, vive en libertad, no te ates a nada, no es la mejor solución, así lo haré yo. Luego vendrá el tiempo del retorno, si nos encontramos de nuevo, será para estar juntos para siempre.

—No te conozco Bea, no eres la mujer que ató mi corazón, no entiendo cómo pudiste hacer todo esto en secreto. Ayer me amabas y ahora pides que te olvide. Así no son las cosas para mí, perdóname.

—Antonio, es una nueva oportunidad para los dos, tómalo así, no podemos vivir gobernando el futuro, no es posible.

—Tú fuiste mi última oportunidad. Adiós Bea, te deseo lo mejor, a pesar de todo lo que me has hecho, te deseo una vida feliz, consigue tus sueños. Suerte.

—Te abrazo con mi corazón. Te beso. Adiós.

Ya te puedes imaginar cómo me sentía. El viaje al aeropuerto fue de una negrura extrema, percibí recién con claridad que abandonaba no solo a Antonio sino a mi patria, la ciudad que me había costado tanto quererla; ¿cuándo sería el retorno, volvería a vivir en el Perú, estaría con Antonio?  Mi hermano me acompañó silencioso, reprochando mi decisión. Nos despedimos con el luto envolviendo nuestro abrazo.

No le escribiría, no era lo mejor para él ni para mí. Presentía que me iba por mucho tiempo, no tenía el derecho de condicionar su vida y tampoco deseaba partir con un deber a cuestas, sería una pendiente muy empinada la que me esperaba en Europa.  Quería vivir, Gabriel, probarme, atravesar campos, ríos, subir montes, abrir todas las puertas. Amaba a Antonio, sí, lo amaba como nunca pude amar a nadie más, pero, por eso mismo, necesitaba saber qué era lo que me llamaba a partir, nos volveríamos a encontrar después, con todas mis pasiones consumidas.

En Madrid me recibió la gente de la cooperación y me instalé en un albergue cerca al Museo del Prado. Lo primero que hice fue visitarlo, era un inicio con buenos augurios. Conocerlo era ya suficiente razón para estar donde estaba. Me quedé una semana, conocí lo suficiente como para saber que no había tomado una decisión equivocada. Era un mundo distinto, repleto de desafíos. Luego partí a Sevilla y después Barcelona. Hice los papeleos en la universidad y a los pocos días empecé mis clases. La beca cubría todos mis gastos, imagínate qué suerte, pero mis hermanas tuvieron que ayudarme, no me alcanzaba la mensualidad, aun mudada a un alojamiento más económico.  Tuve que aprender catalán, los cursos eran en ese idioma, no lo supe en el Perú, pero pude superar esa barrera. Así empezaron los dos años de aprendizaje. No te cuento los detalles para no cansarte. Mis pensamientos en esos primeros meses estaban cautivos del Perú, de Huancavelica, Huancayo y de Antonio. Nora no atendió mi pedido y me escribía contándome de los amigos, del trabajo, y me hacía saber que Antonio no se despegaba de la bebida, no hay modo de corregirlo, hemos conversado varias veces, un día le hablé de ti, no quiso escucharme, no me hables, no me hables, respondió, no quiero saber nada de esa mujer, no existe para mí, ni una letra he recibido de ella, no es posible, no. Estaba tomado, después regresó a preguntar por ti, pobre, no te cuento cómo se puso para no complicarte. ¿Por qué no le escribes, Bea?, unas líneas serían suficientes, pobrecito, no para de sufrir.

No escribí, ni una postal, hacerlo era regresar a un tiempo de recriminaciones y planes inciertos o imposibles de cumplir; me esperaban dos años inamovibles, y no sabía que ocurriría después. Antonio necesitaba encontrar su camino. Me contaba que la violencia en la zona estaba cada vez peor, no hay día que no detonen una bomba o derriben una torre de electricidad, autoridades asesinadas por todo lado. Antonio ha llevado la empresa a Huancayo, lo vemos muy poco. Sí, ha retomado su camino, ha dejado de tomar, no le veo pareja. Fue uno de los últimos contactos que tuve con Huancavelica, Nora terminó por aceptar que no deseaba noticias de ese tipo.

Fueron años muy duros, superar las barreras culturales, costumbres, añorar tu patria, es tremendo, pero lo conseguí,  logré aclimatarme y después de acabar mis estudios obtuve trabajo en la empresa textil donde hacía mis prácticas. Ocurrió cuando ya tenía planeado retornar al Perú, fue inesperado, el encargado de las importaciones falleció y me ofrecieron su lugar. Fue el inicio para conseguir mi residencia y después la ciudadanía. Así fue. Pero sabes, no lo olvidaba, aun cuando me vinculé a Luis, un catalán simpático, parecido a Antonio. Rompí con él cuando habló de matrimonio.

Las noticias del Perú eran cada día más atroces, Sendero estaba en todo lado; no era momento de regresar. Además, tenía en trámite mi residencia, me faltaban muy pocos requisitos que cumplir. Pero ¿cómo olvidas tu país?; mi padre vivía en Huancayo, y sentía la necesidad de verlo, a pesar de todas las diferencias que nos separaban. Toda una historia.

Plaza Constitución. Huancayo.

Avancé mis tramites y luego de adquirir un departamento en Terrassa, una localidad cercana a Barcelona, decidí que el día de mi retorno estaba cerca. Demoré unos meses en organizar todo el proceso y regresé terminando los ochenta. Me encontré con un país devastado. Mi hermano quiso evitar que viajara a Huancayo, es peligroso, no sabes a lo que expones; no le hice caso, Antonio provocaba superar cualquier riesgo. Estaba allí, mirándome, reclamando y yo necesitaba verlo, cumplir la promesa que le hice de volver. Tomé un bus y viajé toda la noche. apenas dormí, pensando en todas las posibilidades que me aguardaban. ¿Estaría casado, me esperaba? Faltaba muy poco para saberlo. Llamaría a su hermana, en una antigua libreta de notas, conservaba el teléfono de Carmen. Fue algo muy triste ver a la ciudad adormecida, tan diferente a la de mi niñez, temerosa de los extraños. Todos se vigilaban, desconfiaban.

Antes de buscar alojamiento, tomé desayuno en el Olímpico, jugo de piña con tostadas. Estaba nerviosísima. Pedí el teléfono y llamé. Tenía la mente en blanco, ¿si me responde él, qué digo? Dios, ayúdame.

—¿Carmen?

—Sí, ¿quién habla?

—Bea, ¿me recuerdas?, fui pareja de Antonio.

—Qué sorpresa, te fuiste a España, ¿no?

—Sí, pero ahora estoy en Huancayo y quiero saber de Antonio.

Apareció un silencio interminable, seguido de un llanto que Carmen no quiso contener.

—Antonio murió, Bea, murió hace dos años.

Me apoyé en el mueble que sostenía el teléfono. Tomé mis ojos con mi manos, dejando el teléfono a un costado, y lancé un ¡no puede ser! doloroso e inesperado, para mí. Soy normalmente serena, pero había esperado casi una década para llegar a ese momento, y no, ya no sería posible decirle que lo seguía amando y que me perdone.  Carmen, controló su llanto y siguió hablando.

—Lo asesinó Sendero, en las alturas de Huancavelica, haciendo sus labores, y a otros que estaban con él. Pero, sabes Bea, él busco su muerte, buscó el peligro, nunca pudo olvidarte. Si hasta dejo escrito lo que deseaba se ponga en su lápida.

Me envolví en una niebla oscura, densa y helada; me seguí sosteniendo del mostrador. Los espasmos de Carmen y mi silencio fue el velorio que le ofrecí a Antonio, estuve con él, muy cerca. Sí, le dije, sigo aquí. Pregunté si lo podía visitar en el cementerio. Me dio sus datos y nos despedimos, antes preguntó si podíamos vernos. Sí, te volveré a llamar, respondí. Leerás lo que pidió poner en su lápida, míralo. Antonio te quería mucho, no tuvo vida después de tu partida. Yo también lo amé, y lo sigo amando, Carmen, tu dolor es igual al mío, dos amores de luto eterno. Adiós.

Salí del Olímpico y ocupé un lugar en una de las bancas de la Plaza Constitución, no recuerdo que ocurrió a mi alrededor, estaba depositada en una especia de cápsula hermética que me aislaba del mundo, no ruidos, no sol, no árboles, no ciudad. Pude contener mis lágrimas por unos minutos. No sé cuánto tiempo estuve allí; un señor se acercó para averiguar si me encontraba bien. Cuando levanté la vista, no te imaginas lo que vi, Gabriel, era la imagen de Antonio que preguntaba, lo vi  y lo escuché nítido, dibujado, me quedé petrificada. Cuando el señor se alejó, era un anciano con bastón. Era el mismo Antonio dejando su mensaje, no tengas pena, estoy bien. Ya más calmada entendí que Huancayo no era ya más mi ciudad, debía partir lo más pronto. Llamé a mi hermano y le conté mis penas. Regresa de inmediato, me dijo, no te quedes. Sí, le respondí, visitaré la tumba de mamá y Antonio y tomaré el primer carro para Lima.

Cementerio de Huancayo

Compré rosas y busqué los dos lugares. No sé cuánto tiempo estuve con él. Tenía una fotografía de la época aquella, sonriente, buenmozo. “Hasta tu regreso”, decía la inscripción en medio de la lápida. Con Antonio me detuve una eternidad, no calculo el tiempo. Le hablé, volví a repetir las palabras que lo hirieron tanto, me voy; haz tu vida; encuentra tu destino; no he pensado en ti solo en mí, arréglatelas cómo puedas; las repetí para depositarlas junto a él, sepultarlas para siempre. Le pedí perdón por no haber luchado por el amor, me escuchó, sentí que me escuchaba. Anochecía cuando abandoné el cementerio, estaba segura que no volvería. Mi vida con él estaba terminada, pero no su amor. Lo sigo amando. Hablé con Carmen, le expliqué. Gracias me dijo, quiero que sepas que Antonio te amó hasta el último minuto de su vida y sabía que regresarías. Volverá, nos decía, cualquier rato estará por acá, pero ya no estaré, no sé qué ocurrirá conmigo, pero no estaré para esperarla, se lo ha ganado, se lo ha ganado.

Por la noche, tomé el bus de regreso. En la ruta, Gabriel, mudé de piel, de vestidos, biografía. La mujer que arribó a Lima no era ya la que conoció Antonio, era una versión envejecida, derrotada. Me había conservado para él. Necesitaba organizar toda mi existencia de manera distinta. Sin él, con su amor.  

2 Comentarios

  1. Beatriz Santana dice:

    Este capítulo sigue siendo una historia desgarradora, profunda pero también esperanzadora porque Bea se humaniza y se quiebra de dolor. Maravillosa redacción del escritor y amigo Hugo Chacón, por su gran capacidad literaria, el con su escritura, tan florida, profunda, sublime nos transporta a esos mundos donde se desarrolla la historia haciéndonos protagonistas de ella. Desgarrador capítulo que duele el alma, gracias amigo, gracias al Hugo escritor por hacernos vivir todo lo que escribes, y este es un cuento andino muy desgarrador pero muy bello y misterioso como los andes. Te felicito una vez más amigo Hugo.

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    1. sawasiray dice:

      Gracias Beatriz por tus comentarios, me alientan a continuar en esta tarea tan grata a mis inquietudes. Un abrazo.

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