De las páginas de una próxima publicación, muestro párrafos dedicados a Garcilaso de la Vega.
Controvertido siempre, Garcilaso; de autor prohibido por incitar la rebelión indígena pasó a ser el paradigma de la construcción imaginaria de una nación de criollos y mestizos en armonía.[1] En coincidencia con la desestructuración de algunos perturbadores residuos coloniales su figura promovió estudios menos globalizadores y orientados a analizar espacios más específicos de su obra y biografía. Se ve observada su imagen de integrador, señero primer peruano; se inquiere sobre sus equívocos y se discuten sus conflictos de identidad y se investiga su oscura paternidad; analizan su prosa y residencia española. Algunos autores rozan sus datos filosóficos; lo señalan influenciado por la filosofía occidental, neoplatónica. No lo señalan integral filósofo andino.
En este nuevo escenario de fin de siglo e inicios del nuevo, con actores preocupados en buscar caminos que superen los viejos paradigmas del mestizaje del novecientos, Garcilaso es desplazado por Guaman Poma, Juan Santa Cruz, César Vallejo y José María Arguedas, en el interés de los investigadores y en el imaginario popular. Se establece distancias con el discurso garcilasiano que describe cotidiano mundo mítico y se solaza con la radical extirpación de idolatrías que ejecutan sables y crucifijos. Garcilaso, nunca descansa, es llevado y traído por hispanófilos y andinos; se redactan narrativas novedosas. Es el inevitable papel de los clásicos.
Retrato de Francisco González Gamarra.
En estas páginas lo leemos como filósofo de la historia, de la ética y la moral. De cuño quechua, andino, distante de los patrones filosóficos occidentales. Es claro que no escribió sus crónicas con el propósito de alcanzar sitial tan particular, pero autores de su talla nunca son dueños de sus obras como tampoco son hegemónicos los modelos que encorsetan la manera de hacer filosofía. Aun cuando es necesario liberarse de los cartabones que impone Occidente, creemos que tal determinación no nos libera de exponer condiciones para catalogar un pensamiento de escalas filosóficas: analizar el ser en el tiempo; situarlo en condiciones colectivas y materiales; meditar las relaciones con la naturaleza e indagar en las vinculaciones con la divinidad. Detrás de estas escalas se instala una exigencia integradora: se requiere un sistema de análisis, un cierto patrón orientador posible de ser reproducido como basa de uso compartido. Consideramos un elemento adicional: el pensamiento debe proyectar universalidad interpretando particulares circunscripciones geográficas y mundos sociales singulares. Garcilaso cumple con holgura estos requisitos, su obra abarca la totalidad de las consideraciones descritas.
Nuestro pensador aborda la naturaleza del ser andino, quechua en particular; nos describe los procedimientos que gobernantes y gobernados acuerdan para construir armonía y convivencia; narra la relación de los humanos con entidades divinas; señala fundamentos religiosos, ritos, y observa su influencia en el ordenamiento social; describe la interacción del ser con la naturaleza y traza la profunda asociación entre estas dos realidades complementarias. Su elaboración es sistemática, rastreable desde su primera obra, se expresa en peruano, para los peruanos; es el modo en que se hace universal.
Garcilaso joven. Obra de Francisco González Izquierdo.
Es impugnable su posición de morar en el vértice de dos culturas; la dificultad que hemos afrontado para repetir su hibridaje biológico se explica por la desaparición de los sujetos sociales que actuaron como progenitores, la realeza materna y la heráldica del padre se agotaron con ellos mismos. La elite criolla que teorizó en torno al paradigma de unir dos humanas estirpes, fue estéril para replicar uniones semejantes con los descendientes plebeyos de la unión que exaltaron y les sirvió de arquetipo para diseñar la sociedad de laboratorio. Repetir la paradigmática unión de sangres reales y sus consecuencias filiales fue un escollo irrepetible para la realidad del pueblo llano y para las alturas del poder racial y político que rechazó en la práctica lo que fue nada más que insustancial verbo retórico. No fue posible replicar aquel desigual maridaje real cuando no hubo ya blasones que integrar y lo que restaba eran dominantes y discutibles méritos de sangre que nunca tuvieron voluntad de unirse con la plebeya y cobriza población que supo eludir el exterminio.
Los propios teóricos fundadores y sus descendientes sí ejecutaron el mestizaje, pero lo hicieron eligiendo etnias extranjeras, europeas; no asiáticos ni africanos, tampoco orientales. Ha sido el único mestizaje exitoso en territorio nuestro. En estratos inferiores, ubicados debajo del diminuto vértice de la pirámide, se dio un aletargado proceso de osmosis cultural que no hizo realidad la teoría; en la práctica siguió ejerciendo su mandato el criterio de dos sociedades, dos países, dos naciones. El ordenamiento social se fue ejecutando de acuerdo con el grado de alienación de sus actores; los ejemplos transgresores fueron escasos, las uniones se dieron siempre en espacios étnicos liminares que no provocaran transgresiones visibles de las normas de separación. Poco más delante, desde radicales predios marxistas y contestatarios, la potente teoría del inviable mestizaje recibió una colaboración impensada: fundamentó la existencia de un Problema del Indio, teoría que caló tan profundamente en predios intelectuales y políticos al punto que ahora se enseña en medios escolares. Son páginas que generaron singular influencia en el proceso social peruano y han llevado a los supuestos conductores del cambio social a tratarlos como un problema objetivo y generar en los sujetos del problema hacer oídos sordos a sus prédicas. ¿El resultado?, plazas públicas y escenarios de lucha bélica si los rostros del problema; por lo tanto, sujetos sociales destinados a las masacres y marginación; señaladas como etnias incomprensibles, negadas para el progreso y la luz de la verdad. Lo cierto es que fueron páginas que no contribuyeron a descalificar la patriarcal teoría de sus socios del Novecientos. No es bien visto ejecutar uniones carnales con un problema, tampoco hacer acuerdos políticos o sociales, pactos y proyectos compartidos; en suma, nos es viable componer mestizaje con un problema.[2]
Si Garcilaso fue, en dimensión biológica, expresión de etnias diferenciadas, ¿qué representa en términos culturales? Para respondernos se requiere resignificar al sujeto que se define mestizo a boca llena, y hay que observar sus crónicas para acercarnos a la verdad y no delinear un Garcilaso que los interesados anhelan. En sus escritos observamos orgullosa aceptación de la mítica, cotidiana y rutinaria actividad andina. Luce con inocultable satisfacción hábitos diarios; labores productivas y festividades; legislación ética y moral. Los juicios adversos aparecen con la descripción del universo religioso, surge entonces su apreciación radical e hispanismo clerical. Hace suya la labor evangelizadora sin reparar en la barbarie empleada para alcanzarla y no repara en que la cotidianeidad andina se originaba en la densa organización que descendía de los habitáculos divinos. Fue invidente para observar que las virtudes éticas y morales que enaltecía eran el resultado de la trama teologal terminada de elaborar por los Amautas.
¿Qué debe primar entonces para ubicar al cronista en una orilla u otra del vértice compartido? Si usamos los principios de contradicción y de síntesis occidental, su huella andina es tesis que deviene en hispanismo, antítesis, para engendrar luego síntesis de predominancia hispana que, a su vez, requiere la destrucción de los sujetos que iniciaron el proceso; el camino debe estar limpio de pasado para reiniciar la lucha de contrarios siguiente. Si usamos las categorías del pensamiento ancestral, de complementariedad y reciprocidad, haríamos un juicio distinto y ajustado a la realidad que compartía. Lo entendemos como expresión de un Tinkuy sumatorio que no destruye nada precedente, lo supera, lo transforma; quechua Hanan que asimila hispanidad Hurin para generar encuentro germinal, no excluyente, procreador y equilibrado, justo. Deviene en personaje que, legítimamente y por partes iguales, conserva alma y camac. No es esta la visión oficial, obviamente, es un paradigma que requiere narrativa nueva que instale su herencia andina como guía orientadora. Recuperar su estirpe Chimpuocllo y reacomodar su herencia hispana, hacer dirigente su cultura materna. Es esta perspectiva la que contribuye a la edificación de un nuevo horizonte civilizatorio.
Retrato de Garcilaso. Obra de Germán Suárez-Vértiz. Mas hispano que el molde de González Gamarra.
El interés de centrar nuestra fundación nacional en un acto invasivo y bárbaro; ignorar que no podemos ser constituidos por implantaciones de ciudades donde ya se desarrollaba urbanismo milenario, invalida valorar a un peruano post colonial como fundamento de nacionalidad. Su racional y cerrada lealtad al alto pensamiento occidental lo dificulta para ocupar el espacio inaugural que le han asignado. Su admiración por costumbres accesorias y transitorias, a los actos no volitivos de la sociedad quechua, no lo separan de hispánicas certidumbres espirituales y religiosas, inclusive filosóficas. Ignora Garcilaso que su alto pensamiento se encuentra detrás de la narración que dedica a los actos cotidianos, en la descripción del día a día andino. En este juego de tensiones es imprescindible declarar la primacía de los actos repetidos y los soportes que lo sostienen, lo que impelen a los seres a actuar de modo determinado, aquello que apenas se transforma a través de los siglos: el alto pensamiento. Explicar que la adhesión de Garcilaso a Occidente es pátina que recubre lo sustantivo en él, pensamiento que lo integró en su infancia y juventud.
Una manera de evitar decantarse por una u otra herencia garcilasiana es evitar considerarlo primer peruano. No es Garcilaso el fundador de la nacionalidad, no en su forma mestiza teorizada por el lúcido interés criollo del novecientos y tampoco en su vertiente indígena. Hay sujetos y colectividades anteriores que cumplen ese rol, anónimos y primigenios habitantes de estos territorios. Es necesario ubicar a Garcilaso como actor importante y singular en el largo proceso de construcción nacional; es orientador de caminos, figura humana del teologal asa-gollete de nuestros ceramios, expresión de la capacidad de los andinos de dominar el uso magistral de una lengua extraña y de absorber cultura forastera y utilizarla en provecho de nuestra matriz civilizatoria; en este ámbito es útil y necesario. No como inicio y demiurgo de la peruanidad; sí como referente imprescindible de un prolongado proceso que conserva en su figura un punto de inflexión, instante de reordenamiento, reacomodo a una realidad cuyo desarrollo aún no ha terminado.
Una digresión. Pocos retratos han influido tanto en la edificación de una identidad como los elaborados por Francisco González Gamarra (Cusco 1890-Lima 1972) imaginando a Garcilaso. La aparición de sus rostros “mestizos” coinciden con la cronología que sigue la instauración del cusqueño como icónica imagen del mestizaje teorizado en el primer tercio del siglo XX. La difundida imagen, todas forman una sola unidad, se ha tornado en el símbolo del mestizaje sin que haya preocupación en reparar que la herencia andina la hallamos solamente en el medallón que luce en el pecho o en la iconografía incaica que adorna alguna de sus obras. Los esfuerzos de Gonzales por dotarle a Garcilaso de un rostro que recoja equitativas herencias biológicas se hacen estériles cuando tiene que decidir sobre la primacía de alguna de ellas. Ante esa vital disyuntiva elige el formato criollo que lo domina como fuerza hegemónica, relega lo andino a algún pómulo sobresaliente y al sol incaico que adorna su plexo hispánico. Aún en su infancia, lo retrata español; no puede ignorar la fuerza de la ideología y el sentido de nación con primacía española. Allí está el retrato, más eficaz que las páginas y teorizaciones de Riva Agüero.
Su papel como filósofo nuestro es de imprescindible importancia. Aquí, Garcilaso es actor fundamental, requerimos su testimonio y reflexión en el espacio ético y moral que debe ser el centro de preocupaciones políticas e intelectuales. ¿Cómo edificar sociedad, cómo integrar, cómo desarrollar principios de convivencia duraderos en medio de la diversidad? No hay modo posible si no tenemos filosofía que responda a esa necesidad; en Garcilaso hallamos ideas, contenidos que nos orientan en ese camino.

Observemos la realidad explicada analizando sus escritos, la contienda que entabla entre estos espacios de su identidad. Menciona: Para atajar esta corrupción me sea lícito, pues soy indio, que en esta historia yo escriba como indio con las mismas letras que aquellas tales dicciones se deben escribir.[3] Es muy claro y especifico en este pasaje, no deja dudas sobre su filiación india. Se muestra comprensivo con los ritos religiosos, normas y penas draconianas y con el gobierno antiguo. Manifiesta sus habilidades narrativas declarándose indio nacido entre indios. Demás desto, en todo lo que desta república, antes destruida que conocida, dijere, será contando llanamente lo que en su antigüedad tuvo de su idolatría, ritos, sacrificios y ceremonias, y en su gobierno, leyes y costumbres, en paz y en guerra, sin comparar cosa alguna déstas a otras semejantes que en la historia divinas y humanas se hallan, ni al gobierno de nuestros tiempos, porque toda comparación es odiosa. […] Al discreto lector suplico reciba mi ánimo, que es de darle gusto y contento, aunque las fuerzas ni el habilidad de un indio nacido entre los indios y criado entre armas y caballos no puedan llegar allá.[4]
Critica la ignorancia de los cronistas españoles, por ese camino se erige en interprete de su etnia, de su cultura: Que el español que piensa que sabe más de dél, iñora de diez partes las nueve, por las muchas cosas que un mismo vocablo significa y por las diferentes pronunciaciones que una misma dicción tiene para muy diferentes significaciones, como se verá adelante en algunos vocablos, que será forzoso traerlos a cuenta.[5] Y aquí se asoma su otra mitad. Luego de declararse indio, también se señala mestizo: A los hijos de español y de india o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en indias, y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena, y me honro con él aunque en Indias, si a uno dellos le dicen “sois un mestizo” o “es un mestizo” lo toman con menosprecio.[6]
Hasta aquí es clara su vinculación con los derrotados en la invasión. Su identificación con lo hispano aparece cuando está en juego la supervivencia de la contienda civilizatoria, entonces su opción es claramente hispana. Lo vemos cuando narra pasajes de la rebelión de Manco Inca. Luego de describir el levantamiento, el fuego que consumió la ciudad del Cusco y señalar su regocijo de no haber permitido Dios que se quemasen galpones religiosos indica que por estas maravillas y otras semejantes que el Señor hizo para que su Fe Católica entrara en aquel Imperio lo ganaron los españoles. [7]
Retrato de González Gamarra. La iconografía Inca, fuera del retrato, adorno, ambientador.
Del mismo modo, cuando se refiere a las contiendas entre nativos y españoles en Chile, refiriéndose a estos últimos, refiere: y más de llorar para ellos, me pareció ponerlo aquí, no más de para que se sepa llana y certificadamente la primera y segunda nueva que del suceso de aquella desdichada batalla vino al Perú luego que sucedió, y para la contar será necesario menester decir el origen y principio de la causa.[8] Lamenta el modo en que se puso en riesgo el dominio español en esas latitudes: en uno de los cercos que ha tenido esta ciudad quebraron las imágines de Nuestro Señor y Nuestra Señora y de los sanctos, con infinita paciencia de Dios por su invencible clemencia, pues no faltó poder para castigo, sino sobró bondad para tolerarlo y sufrirlo.[9]
[1]Hugo Neira. Garcilaso testigo de vista. Biblioteca Nacional del Perú. Municipalidad Metropolitana de Lima. Lima, 2009. Pág. 127.
[2]José Carlos Mariátegui. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Empresa editora Amauta. Decimotercera edición. Lima, 1968. Pág. 30.
[3]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro primero. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 6.
[4]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Capitulo XIX. Protestación del autor sobre la historia. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, págs. 67, 68.
[5]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro primero. Capitulo XIX. Protestación del autor sobre la historia. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 67.
[6]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro Nono. Capítulo XXXI. Nombres nuevos para nombrar diversas generaciones. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 856.
[7]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro Séptimo. Capítulo X. El sitio de las escuelas y el de tres casas reales y el de las escogidas. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 607.
[8]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro Séptimo. Capítulo XX. Batalla cruel entre los Incas y otras diversas naciones, y el primer español que descubrió a Chili. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 640.
[9]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro Séptimo. Capítulo XXV. Nuevos sucesos desgraciados del reino de Chili. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 654.