Colinas deshabitadas

Vi a Sebastián por primera vez durante las fiestas del 4 de agosto cuando llegan a Yauyos visitantes de todos las ciudades y países; turistas y gente que regresa a su lugar después de años de destierro voluntario. La pequeña ciudad se alborota y no hay espacio para caminar con holgura; es la rutina de siempre, lo he visto desde niña; yo misma soy una migrante que volvió después de algunos años de trajinar ciudades. Caminaba con Fernando, casi lo obligué a salir ese día, prefería quedarse en casa haciendo nada. Me llamó la atención su afán de abrirse paso en medio de la multitud para tomar fotografías de las bandas y los danzantes; el brillo de su casaca lo delataba, también la mujer joven que lo acompañaba me llamó la atención. ¿Qué serán?, me pregunté. Lo volví a ver al día siguiente; observaba con interés las comparsas de danzantes y la trayectoria de las bombardas que parecen agotar las reservas de pólvora de la provincia; no lo acompañaba la mujer del día anterior. Esta vez se interesaba por las imágenes religiosas y los rostros de la gente; a algunos los seguía varios metros hasta conseguir la toma que deseaba. Pregunté a un amigo si lo reconocía, vive aquí, camina por todo sitio, ¿no lo has visto?, anda con una mujer joven, no sé si amante o esposa, viven juntos, están hace tiempo; lo puedes ubicar siempre en la plazoleta. Me quedé pensando; la información fue completa, quizá llegue a conocerlo; no supe precisar el motivo de mi interés, quizá observar la tomas que conseguía con tanto empeño; ¿qué hacía por estos lugares?, no era habitual ver visitantes que mostraran curiosidad y cercanía con la fiesta, debía rondar los cincuenta, mostraba una personalidad que seguramente conocía bien la mujer que lo acompañaba. ¿cómo habría sido de joven? Los vi como dos amigos que se acompañan; uhm, ¿qué serán?


Yauyos

Cuando acabó el alboroto y las imágenes y los músicos se guardaron hasta el próximo año, me acerqué al parque principal; me gustaba sentarme en las bancas y leer y fumar un par de cigarrillos; no sé, el paisaje, la iglesia me acariciaban. La primera tarde me senté a su lado, disimulé mi inquietud leyendo la novela que llevaba y observando el macizo de piedra y tierra que amenazaba descolgarse sobre la plazoleta, era una mole que parecía un apu silencioso. El asiento que ocupaba estaba frente a la pequeña iglesia con el techo a dos aguas y el campanario que se recortaban contra el verdor de la cordillera. No se fijó en mí, había alguien entre los dos, estaba absorto en su lectura, recuerdo que era una biografía de Juan Rulfo. Mientras buscaba la manera de iniciar la conversación, se marchó hacia una callecita que terminaba en el río. Antes de regresar a mi casa ingresé a la iglesia para sentarme unos minutos en medio del silencio. Me esperaba Fernando, recostado en la cama y buscando tonteras en la tv; nos saludamos con desinterés, ya no me agradaba su compañía, me había terminado de hartar su desgano para todo y su falta de interés en hallar un camino de crecimiento y de creer que su lugar estaba en una capital europea; prefería andar sola, me sentía más cómoda; la clásica historia del amor deteriorado por la mediocridad de las rutinas y pérdida de horizontes.

A los pocos días lo ubiqué a la distancia, sentado en un extremo del banco, solitario, no se distrajo de su lectura, no me dedicó ninguna atención. Nunca parecía interesarse en nada que ocurriera a su alrededor; terminé mi ración de cigarrillos y seguí mi camino culpándome siempre de mi poca capacidad para empezar un diálogo con alguien. La escena se repitió en dos o tres ocasiones más. Todo cambió cuando llevé un libro de Arguedas que me propuse empezar a leer. Me preguntó si era lectora habitual y si conocía otras obras, le respondí recitando los títulos que había leído. Noté un cambio en su actitud, me dijo su nombre y me pidió dejar el usted e inició una explicación larga de José María, así lo llamó. Propició cercanía desde el inicio, Los ríos profundos hizo que empezáramos a hablar. Me di cuenta que observaba todo lo que ocurría a su alrededor, no lo demostraba. ¿Sabes que Yauyos está en la novela, que vivió un tiempo aquí?, sí, de joven con su padre, fue un par de años. Lo ignoraba. Dejó su novela a un costado y contó que tuvo un amigo entrañable, creo que apellidaba Cervantes, profesor, compañero de lecturas; hay familiares aquí, viven en el jirón Comercio, búscalos; volvió después de algunos años, con Sybila, pocas semanas antes de suicidarse; hay fotos de esa visita, están en la red. Fue uno de los motivos para vivir aquí, mi deseo de estar cerca a sus recuerdos, dijo. Me llamó la atención su sencillez y soltura para conversar, sus conocimientos, yo vivía en esa calle y nunca había escuchado hablar de Arguedas.

Conversamos con frecuencia en las semanas siguientes, de la historia de los Yauyos, de sus dioses y hombres, de las ciudades que conocía; más habló de literatura, de autores norteamericanos y japoneses; me prestó libros de Faulkner, Dos Passos, Hemingway, Oz, Mishima, Kawabata, en fin, varios. Leía desde niña, por mi padre, pero lo hacía de manera alborotada; con él aprendí a leer con otros ojos, a interesarme por los puntos de vista, las elipsis, monólogos interiores, todo eso. Tenía siempre una opinión inesperada de las narraciones; me contaba las historias alrededor de la novela, la vida de los autores. En esos días empecé a escribir y es la razón de estas carillas; quizá resulte una historia digerible. Quien lee debe inventar historias, me dijo, ha llegado tu hora. Unos días después dejamos la banca del parque y recorrimos el pueblo, los lugares frecuentados por Arguedas; el bosque donde cazaba loros con sus amigos, la casa que ocupó; vimos a la distancia el pueblo de Cusi que Arguedas describe. Es probable, dijo, que el nombre de su novela tenga su origen en este pueblo; si subes a las colinas altas, a los restos de Yauyos viejo, verás las corrientes de agua como ríos profundos, seguro que emocionaron a José María; quizá se trata de los ríos que lo motivaron poner ese nombre a la novela.

Su pareja lo recogía cuando caía la tarde; aparecía ligerita, con un caminar nervioso que parecía buscar no salirse de una línea orientadora; nunca dejó de mirarme con desconfianza; presumí que era un poco mayor que yo; era poco amable, distante. Nunca conversamos; llegaba con la frase que repetía siempre: Sebastián, ya vamos, es tarde, el frio aumenta. Y caminaban juntos hacia el puente sobre el río Yauyos que cruzaba el poblado. Algunos días no lo encontraba, explicó que a ella ale disgustaba que saliera todos los días. Se ha puesto más complicada desde que empezamos a conversar, no le doy importancia, las mujeres son algo complejas, ¿no?, ¿tú lo eres? No supe qué responder, no sabía si lo era, Fernando me decía que exigía demasiado y deseaba más de lo que podía alcanzar. En alguna ocasión me invitó a su casa. Respondí con una disculpa tonta, con su pareja allí, no, iría a molestar, prefería seguir viéndolo en el parque. Cuando empezó a interrogar sobre mi biografía me descubrió también la suya. En realidad, no necesité ser impertinente para conocer sus datos íntimos. Los escribo porque creo que serán útiles para los que andan en correrías y pleitos con el amor. Su biografía era una sucesión de cuentos amorosos; el último era especial.

Huancaya

Una tarde me explicó que vivía en Yauyos no solamente por Arguedas, es también la respuesta a un desamor, me ubiqué aquí para terminar de olvidarla. Mis hijas dejaron de verme luego que dejé mi matrimonio por ella, quedé solo; dijeron que era un irresponsable, dos veces las había dejado sin hogar; se apartaron de mi vida. Parwa era de Laraos, nació allí, contó, aquí estoy cerca, dos horas me separan de su lugar, me ayuda a vivir. Parecía estar interesado en abundar en detalles sobre esa mujer. También le había contado la forma en que conocí a Fernando, las ilusiones que me llevaron a convivir y establecerme con él; uhmm, limeño, difícil combinación, dijo. Cada día que pasa Fernando era una realidad más lejana, que deseaba separarme sin saber cómo hacerlo, le dije. Luego de escuchar con atención me respondió: Ángela, no puedo aconsejarte que abandones a ese muchacho, el peor veneno que se puede saborear es compartir días con una persona que no se ama; eso es fabricar infelicidad para toda la familia. ¿Y amas a tu pareja?, pregunté. Norma no es mi pareja, nos acompañamos, necesitaba un lugar para vivir y yo, un poco de compañía, nada más; nos conocimos en una fiesta como la de estos días; y, bueno, después de Parwa me resulta difícil amar a otra persona.

Mi biografía deshizo sus barreras, así que pude ingresar a la novela de su vida. Todas las vidas son novelas, algunas más intensas o trágicas, muy poca comedia; la mía ha sido siempre un drama de capítulos interminables; huérfana de madre muy temprano, mi padre viajaba constantemente y acabé viviendo con mis abuelos; cuando pude independizarme viví en varios lugares antes de regresar a Yauyos. Parwa no era su nombre verdadero, pero me gustó que lo usara; sonoro, lindo. Fueron doce meses que cambiaron mi vida, explicó, y de eso hace ya un tiempo largo. No sé de ella desde entonces, dijo, mirando el infinito. La conocí de una manera poco habitual, estaba de paso y me animé a ingresar a un recital de poesía, presentaba un poemario. Entonces llevaba casado más de cinco años con una pareja que creía amar lo suficiente; era estable mi hogar, me sentía contento sin el afán de buscar aventuras; pero ocurrió un día, sin pensarlo.

La relación se quebró después de conocerla; fue suficiente verla, escuchar sus versos y conversar para empezar a amarla. Fue un sentimiento que brotó en un instante, nunca me había ocurrido algo semejante; tuve un amor temprano que también me perturbó desde un inicio; pero esto fue distinto, como llegar a un destino final largamente esperado, con todas sus partes enlazadas: compromiso, entrega, formas de vida; la amé desde la primera mirada. ¿Y ella te amó del mismo modo? No lo sé, nunca pude saberlo, era controlada, gobernaba sus sentimientos de un modo drástico, distinto. Tenía hogar con hijos; pero, igual desordenó su vida de manera semejante a la mía; su compañero era un tipo elemental, sencillo sin mayores horizontes. Pronto planeamos tener un lugar para hacer vida juntos no obstante todas las dificultades que nos rodeaban, incluida la diferencia de edades, nos separaban veinte años, ¿no es poco, no? Mi pareja era muy distinta a Parwa, éramos como una sociedad económica que parecía andar muy bien.

— ¿Y qué ocurrió? ¿por qué no realizaron sus planes?
— Difícil responder; tantas razones, presumo que el amor no fue suficiente para ella, o apareció alguien más. Es difícil amar cuando las edades son tan diferentes, ¿no?, y los compromisos familiares están ahí, influyendo en cualquier plan, ¿no crees?
— Sí, es cierto, pero si hay amor y comprensión se deja todo atrás, ¿por qué no? Pero, dime, ¿tus razones serán ciertas?
— Me fijo en los hechos, hablan, por eso.
— ¿Cuáles, todas conjeturas?
— La facilidad que tuvo para alejarse, sin conversar ni explicar, lo dijo, y punto. Era una mujer libre, autónoma; y creo que era buscadora de emociones fuertes y pasajeras.
— No tienes pruebas, exageras, pensó en sus hijos y nada más, eso fue todo.
— Quizá, pero nadie deja pruebas, tú sabes.

San Pedro de Cusi

Mi relación con Fernando se hizo más distante; tenía la impresión que se entendía con una vecina; me lo hicieron saber, no falta gente entrometida; un día los encontré muy cercanos conversando desde ventanas colindantes. Me detuve para escuchar lo que decían. Se quejaba de vivir en Yauyos, pueblito innecesario lo llamó, y que estaba pensando irse a otro sitio, que la sierra no era para él. Para mí tampoco, le contestó, somos iguales, quizá salgamos juntos. En ese momento interrumpí la conversación, ella desapareció de la ventana y Fernando no se inmutó. No le reclamé nada, entendí que eran los días finales para nosotros. Al poco tiempo se fue de Yauyos. Te dejo con el viejo, me dijo, que te haga feliz, he visto que el tío te interesa, no me necesitas. Preferí no responder. No sé si la vecina lo siguió, la dejé de ver luego de unos días, supongo que están juntos.

Pasará el mal momento, dijo Sebastián, ten paciencia, no se querían lo suficiente, hallarás lo que te conviene, te lo aseguro. Me consolaron sus palabras, mi padre apoyó a Fernando; tú tienes la culpa, dijo, con tus aires de grandezas y planes estrafalarios lo has empujado a dejarte. Discutimos un buen rato, ¿cómo hacerle entender que lo único que deseaba de mi pareja era ver el futuro desde un mismo lugar?, tener ocupaciones compartidas y superar todo juntos. Necesitaba organizar mi independencia económica, los pequeños negocios que hacía no eran suficientes; quería abrir un centro de educación inicial, había estudiado esa especialidad, y conversamos que él trabajaría las tierras de mi padre que estaban abandonadas. Al final, no le interesó ninguna alternativa, en verdad no sé cuáles eran sus propósitos, nada le importaba, solo pensar en mudarse de país, algo que era imposible para él y para mí. Eso fue todo, el fin; me afectó, claro que sí, pero así son las cosas, suceden por algo. Después de su partida seguí con mis planes, acondicioné el primer piso de la casa familiar, conseguí mobiliario e inicié los trámites de licencia en la zonal de educación. Sebastián me dio varios consejos que aproveché bien: sobre los programas, la educación en libertad, hablar de todas las religiones; en fin, tendría que ver cómo iban todas esas ideas con los planes oficiales, aunque siempre había maneras de sortear los controles.

Con Fernando ausente tuve más tiempo para mí; cuando no escribía caminaba, escalaba cerros y veía los ríos profundos, caminaba por sus orillas; algunos fines de semana iba a Huancayo, me encantan sus ferias. Le dije a Sebastián que nos acompañara, estaba Norma y también sus horarios y ocupaciones, estaba pensando instalar un albergue para establecerse en Yauyos. Se interesaba por mis exploraciones, mis amigos; en ocasiones dejábamos la banca del parque para caminar hasta los límites del pueblo, sobre todo por el camino que iba a Yauyos viejo; un día logramos subir hasta la cumbre donde están las piedras antiguas, el panorama era hermoso desde ese lugar. Lo buscaba con interés, se hizo necesario, creo que también para él. Nos veíamos cada vez con mayor frecuencia. Saber de su relación con Norma me hizo sentir más tranquila, no perturbaba ninguna relación, pero ella actuaba como su pareja, Sebastián se dejaba llevar; su mundo era imperturbable, nada externo lo afectaba, se sumergía en sus cosas y nada más importaba.

Un fin de semana Norma partió hacia Lima, a ver a sus familiares, entonces conocí su casa, sobria, llena de libros, artesanías, fotos. De un cajón iluminando su rostro, controlando una bicicleta detenida, risueña siempre. Era hermosa, menuda, esbelta; parecía ocultar secretos; sí, era alguien que podía sostener relaciones paralelas, las mujeres nos conocemos. No sé lo dije, no quise incomodarlo. Él expresó algo semejante, no recuerdo bien sus palabras, pero fueron ideas parecidas a las mías; además, eran imágenes congeladas, no podía sacar conclusiones acertadas. Entendí las razones de la pasión que le provocó; no era una mujer de grupo, tenía mundo interior y su fulgor atraía; brillaba. Seguro que la conocería más con las confesiones de Sebastián. Ese fin de semana preparamos comida juntos, después leímos cosas suyas, tenía novelas publicadas, me gustaron, me obsequió dos ejemplares. Leímos mis apuntes sobre esta historia. Le gustaron. Necesitas saber más para completarla, dijo, tendrás toda la información, ten paciencia. Dormí en su casa ese sábado y el día siguiente. No me lo pidió, tomé la iniciativa. Está bien, respondió, pero no esperes que ocurra nada especial. No me interesa, respondí, solo deseo amanecer contigo y tomar un café matutino juntos. Conversamos hasta el amanecer; al final, terminamos acurrucados como un solo cuerpo.

— Cuéntame de ella, cómo era su alma.
— No puedo decirlo con certeza, era compleja, leve y ruda, se sentía cómoda con las discusiones y asperezas, muy hiriente; tenía varios rostros, compañera, madre, poeta, con frecuencia sexual, muy sexual. Nunca decía lo que realmente sentía, siempre callaba sentimientos que la delaten dependiente, sumisa. Decir te amo le significaba un sacrificio permanente. La habían herido mucho, no quería correr riesgos de que alguien conociera sus cosas íntimas.
— ¿Y su pareja, nunca se dio cuenta, a qué hora conversaban?
— Creo que no, llegué a pensar que se hacía el desentendido
— Y ¿tu pareja, Sebastián?
— Dormíamos en habitaciones separadas. Ocurrió poco tiempo después de conocernos; nos distanciamos, no era posible compartir un amor tan profundo; de pronto apenas hablábamos. Me reclamó varias veces, nunca le dije la verdad; luego se rindió. Es que no había evidencias de nada, nunca le expliqué lo que ocurría. Desapareció el cariño, la comprensión; me aparté poco después de la ausencia de Parwa.
— Dime, ¿y hablaban de cosas íntimas, como era?
— ¿Y por qué te interesa?
— Son cosas tuyas, por eso, nada más.
— Son mis recuerdos, pero quizá te hable de eso más adelante.
— Me hubiera gustado vivir algo parecido.
— Son cosas del amor, no solo del placer
— ¿Y aun así se separaron?, no entiendo
— Así se dieron las cosas, nadie tiene separado el destino. Algo hicimos mal, no puedo entenderlo bien. Mi edad, alguien más, tiempo acabado para ella, no lo sé.

Cuando volvió Norma desapareció por unos días, la vi muy contrariada, nos cruzamos en la tienda cercana, seguro se enteró que había pasado dos noches en su casa. Dijo que había tenido problemas. Sé que andas con esa mujer, estoy informada; le respondió que no podía exigir nada, que se calmara, que si no estaba contenta se cambiara de casa, no alteraría sus rutinas. Me iré, le respondió, dame unos días. No fue así, se quedó; pero, ya no lo buscaba en el parque ni caminaban juntos. Por esos días decidimos visitar Cusi, llevé fiambre y agua y emprendimos la ascensión muy temprano. No fue fácil la travesía, parecía alcanzar un nido de cóndores, pero fue lindo llegar y pasear por sus calles olvidadas. Me dijo que allí le gustaría terminar sus días. De pronto me vi acompañándolo.

Obtuve la licencia para mi centro y empecé con cinco alumnos. Mis horarios cambiaron y ya no podía verlo con la frecuencia de antes. Un día conversamos para ir a Huancaya un fin de semana, conocer las cataratas de ese hermoso paraje. Norma visitaría Lima. Fuimos en buses diferentes, para evitar habladurías. Es un lugar increíble, las caídas de agua parecen mesetas de luz, y el sonido parece emerger de nuestro propio cuerpo. Nos bañamos en una zona alta, lejos del poblado. El agua helada nos vivificó, luego nos recluimos en la carpa que llevamos y surgió la idea de subirnos a un bote y anclar en medio de la lagunilla para comer algo y estar ahí.

Mientras abríamos las conservas, pedí me hablara un poco más de la personalidad de Parwa. Acomodándose respondió que era difícil, muy complicada. Era el resultado de su niñez, padre violento y madre sumisa, era un carcelero con ella y sus hermanas. Cosas complicadas ocurrieron en ese hogar que le dejaron cicatrices que condicionaron su relación con los demás y conmigo. Yo tampoco soy sencillo, entonces la mezcla era con frecuencia explosiva. Aparentaba un genio muy fuerte, pero no era capaz de manejar una situación conflictiva que se resuelve conversando y llegando a entendimientos; sus reacciones eran siempre excesivas, respondía con virulencia, sin razonar y, a veces, yo reaccionaba de igual modo. Me daba la impresión de conservar mundos secretos; de pronto desaparecía en medio de nuestras conversaciones nocturnas, presumo que atendía otras llamadas. Se alteraba si preguntaba por las razones, se escudaba en su independencia, te lo he dicho, nunca daba explicaciones. Nos dimos un plazo de dos años para decidir si vivíamos juntos; pero, después de un tiempo, sin ninguna razón, cambió su decisión; dijo que no era posible continuar, que podía darme solo amistad. ¿Te das cuenta?, después de todo lo que habíamos vivido, luego de estar sujetado a mi amor por ella el mundo que había construido se deshizo en unos minutos; se distanció sin ninguna consideración por todo lo que nos unía. Nada pude hacer. A pesar de mi inconformidad permanecí a su lado; aparentando esa amistad que deseaba. Planeamos encontrarnos en Lima, fueron largos días precisando horarios y lugares de encuentro. Ese día, caminó hacia mí un trecho largo, muy tranquila, distante, llevaba un abrigo negro de ribetes blancos, extraño; me agradaba cómo vestía, combinando ropa que no armonizaría en otro cuerpo. Menuda, delgada, desconfiada, cabellera larga, piel con señales del frío serrano. Nos dedicamos cortas horas. Sencilla, sin requiebros intelectuales, de poco hablar, no parecía la poeta de imágenes desbordadas de erotismo. Caminamos con ella sosteniéndose de mi brazo. Tuve que decirle que me soltara, alguien podía vernos. Ese detalle lo recuerdo mucho, me mostró el grado de compenetración que habíamos logrado. Cuando nos separamos mis deseos de compartir hogar con ella se habían acrecentado, nada me desilusionó. ¿Hicieron el amor?, pregunté. Se quedó callado un largo momento; luego, dijo que había sido algo extraño, que no podía llamarse hacer el amor. Estuvimos juntos bajo las cobijas, pero no quiso desnudarse, dijo que era muy pronto, debíamos esperar otros encuentros. Intuí qué que no habría otro momento similar. Eso sentí, y fue cierto. Conocí su cuerpo, acaricié sus senos desnudos, me acerqué al centro de su cuerpo. Fue todo. Lo demás se dibujó en el amor. Después de un tiempo calló por completo, me dijeron que se había mudado al extranjero, con su familia.

Abracé a Sebastián en medio del bamboleo de la embarcación, hizo lo mismo conmigo. Así, abrazados, con el cielo azul alumbrando y la música de las cataratas cantando, le pedí tener sexo, no estoy preparado, respondió; fue un momento tenso, no quise saber qué significaba para él “estar preparado”; me dejó incómoda y dolida. Después de unos segundos de silencio continuó hablando. A los pocos días del encuentro insistió en su alejamiento, dijo que no podíamos continuar, que era todo. Le reclamé razones, algo dijo sobre su incomodidad de ser la causa de la ruptura de mi hogar. ¿Te das cuenta que algo así ocurra después de haber ideado planes y proyectos, meses de plenitud? Nos hemos conocido en un tiempo equivocado, no podemos seguir así, te ofrezco mi amistad. No fue posible que hablara más. Imagínate, amigo del amor, es imposible. Luego de ese incidente dejamos de hablar un largo tiempo. Después, nos buscamos, ambos. Era algo muy fuerte lo nuestro, plagada de minas y espinos por todo lado. El principal problema era su empecinado afán de callar todo, no hablar de sus sentimientos, de sus temas secretos. Nunca pude vencer esa barrera, para ella decir te amo, te necesito, era ubicarla en posición inferior, de subordinación. Pudimos recuperar el diálogo, pero algo muy profundo se había quebrado. Nada volvió a ser lo de antes. Un día, en medio de las tensiones que vivíamos, empezó una batalla campal que solo puede darse entre personas que se aman o se odian de igual modo. Perdí la compostura, me dijo que yo tenía experiencia en infidelidades, que ella no estaba acostumbrada a ese trajín. Se estaba refiriendo a una historia que le conté, de una mujer que me acompañó por largo tiempo, atravesando todas las épocas y todos los infortunios Me indignó que usara información privada. Elevé la voz, ella hizo lo mismo y acabamos en una guerra de insultos y adjetivos. Hasta ahora no me explico cómo llegamos a ese momento. No calló nada, me dijo de todo; ambos nos herimos, la conversación terminó muy mal. A los minutos le pedí disculpas, pero ella respondió con otra andanada de interjecciones que escuché sin responder. Eso fue todo, lo recuerdo como un mal sueño. Quedé muy complicado y sentía que ella estaba peor. Después pudimos hablar, la busqué, le pedí perdón, y ella no reconoció su participación; me eché encima todas las culpas; lo merecía por idiota. Nada de lo que dije en medio del altercado tenía sentido ni verdad, mentiras, puro despecho insustancial. Pero, nada se podía hacer, hay lugares de los que no es fácil regresar; así lo dijo en un mensaje que me escribió. Sabes, Ángela, creo que ella creía que mis intenciones eran destruir su hogar, proceder sin consultarle, temía que enviara información a su marido, fotos, grabaciones, cartas, recibos de envíos. Fantasías, nada cierto, no hubiera hecho tal cosa ni en las peores circunstancias. No entendió que, si llegábamos a estar juntos, tendría que haber sido después de un largo periodo de tiempo, de observar que podíamos convivir bajo un mismo techo; por momentos quería dejar todo y partir, pensé que no podría convivir con un temperamento tan inestable. ¿Cómo saber cuál sería luego de unos años de convivencia?, el asunto sexual, sus amigos, actividades, Eran temas que tomaban tiempo aclararlos. Dime, ¿cómo tomas una decisión tan importante sin planearlo, sin hablar de los detalles?, es una real estupidez, mejor es apartarse, demasiado peligro, ¿no crees? Tenía muchísimos problemas que resolver en el camino, ella igual. Era claro para mí que no me interesaba su amistad, tenía amigas por todo el mundo, eran suficientes.

Y allí, en medio del pequeño lago, observándolo mientras contaba, reconociendo que no era frecuente toparse con hombres transparentes y emotivos, insistí en lo mío, a pesar de tener la nuez en mi garganta, no pude resistir hacerle una propuesta.

— Sebastián, ¿quieres hacer planes conmigo?
— ¿De qué hablas?
— Pues de eso, pensar el futuro conmigo, el que dices.
Encendió un cigarrillo, el humo se diluyo con prontitud llevado por la brisa. Me miro con detenimiento.
— Me gustaría Ángela, cualquier hombre estaría bien a tu lado. Pero no empiezan así las cosas.
— ¿Cómo entonces, buscando en internet, con historias ocultas y amantes secretos, engañando, es la forma?
— Consuelo, mira tu edad, sé cómo es eso, no quiero repetirme; además, no mereces mi compañía.
— Siempre merecemos lo que tenemos o lo que soñamos. Quiero estar a tu lado.
— Un día vuelve Fernando aparece un jovenzuelo y te lleva de mi lado.
— Eres un tonto, es bien estúpido lo que dices; estas completamente desubicado, pensé que me conocías, sé lo que deseo para mi vida.
— Hay que tenerlo, Consuelo, no solo desearlo.

Me dolió su reacción, fue como un punzón golpeando mi cerebro; no valoró mis sentimientos ni nada de lo que yo había conseguido ser hasta ese momento; todo lo que había despertado en mi corazón. Le pedí remar hasta la orilla, organicé mis prendas y tomé el primer bus de regreso, lo dejé en Huancaya. No hizo nada por detenerme. Decidí no verlo más, apartarme de su vida. Me contaron que tampoco iba a la plazuela. Me dediqué a la escuela, llené mi mente con varias actividades y evité los lugares donde podía encontrarlo. Luego me enteré de su partida. Me apenó, sí, pero nada podía hacer. Lo recordaba a cada instante. No sé él, qué sería. Pasaron los meses, tuve un romance furtivo con un extranjero que visitó mi lugar. Nada importante, solo sexo y olvidar lo que deseaba olvidar. Mi pequeño centro estaba creciendo, había inaugurado el primer grado y los padres estaban contentos, los niños más. Y seguía escribiendo, tenía una novela terminada con Sebastián caminando por todas sus páginas. No faltaban hombres que me asediaban, con algunos salí a pasear por los alrededores, tomar un café, sentarnos en el parque, pero luego no había lugar para una segunda oportunidad, no eran para mí; Sebastián me habitaba y no dejaba de acompañarme. Un día me llegó una postal suya, de Montevideo; decía que estaba conociendo lugares que le faltaban, mencionaba que tenía en sus ojos y memoria nuestras conversaciones y las dos noches que pasamos en su casa. Llegaron dos postales más, de Buenos Aires y Santiago, que estaba en camino de Yauyos. No quise emocionarme, procuré apartar de mi mente todo hecho vinculado a su nombre y rostro. Lo conseguí a medias y me preguntaba si no había en busca de esa chica. Así llegaron las fiestas de nuevo. Cuatro de agosto de todos los años. Y, allí estaba él, con su cámara y lentos movimientos trasladándose de un lugar a otro entre la multitud. Estaba más canoso, envejecido. Me aparté de la fiesta antes de que me viera. No deseaba abrir ninguna puerta ni ventana para él; pensé en el extranjero aquel, en Fernando y en algún otro noviecito que pasó por mi vida. Me metí en la cama para buscar un sueño vespertino. Estaba confundida, ¿se quedaría, estaba de paso, se habrá reencontrado con Parwa? Lo supe por la noche, me buscó; lo recibí en la puerta de mi casa colegio.

— Aquí estoy de nuevo, Ángela, solo como siempre.

No había esperado su visita; era cierto, lo seguía recordando, queriendo quizá, pero eran muchos meses. Llegas tarde, Sebastián.

— Ni la muerte llega tarde, estoy solo retrasado.
Me hizo sonreír, quebró el hielo que había puesto en mi corazón. Lo hice pasar. Abrí una botella de vino. Me contó de su recorrido, historias, habló de la novela que escribía; yo era la heroína, eso dijo. Me mostró también un poemario terminado, mira, no pensé, se llamará Colinas deshabitadas. Tú me hiciste escribir versos de nuevo. Sentía que hablaba con la verdad, era algo inapreciable para mí, que la persona que esté a mi lado no me oculte nada, hablé de lo que sienta sin calcular las consecuencias. Como lo hice esa tarde en Huancaya.

— ¿Por qué crees que tienes un lugar a mi lado?
— No, no creo que ese lugar aparezca porque estoy aquí, no creo eso; pero, los días siempre son nuevos y siempre es posible retomar el camino adecuado.
— Y ¿si viene y te lleva cualquier día?
— Es una historia terminada.
— Necesitas amores envenenados, Sebastián, lo necesitas para sentir que vives.
— No lo creo, quizá el veneno sea yo, el buscador de sueños intoxicados.
— ¿Soy eso para ti?
— No, te acercaste con un libro en la mano, en silencio, sin caretas, desnuda de cuerpo y alma, hablando siempre en voz alta y sin esconder nada. Eres una flecha sin veneno; eres el hogar, la paz interior, la comprensión, la igualdad. Quiero eso para mí, ahora.

Le dije que no estaba preparada para recibirlo; le expliqué todo, me escuchó. Sabré esperar, respondió. Iría a Lima por unos días, que se estaba reconciliando con su familia, un corto tiempo, volvería, que le ayude a buscar un lugar, ojalá en alguna zona alta, para ver a la distancia los ríos profundos. Se despidió después de terminar el vino. Lo vi alejarse, sentí que mis cielos se despejaban, que iniciaba un periodo importante, corto quizá, pero no importaba, sería brillante, y eso era suficiente para mí.

Epistolario entre Gamaniel Churata y Mariátegui

El ya lejano año 2003, publicamos el número dos de la revista Sayari. No hubo un tercer intento. Es época de consolidación de un credo y una esperanza. Gamaniel Churata expresa bien ese momento. El mismo, transitó el difícil camino que lo condujo a entender el país desde su atalaya aymara. No procesó ruptura con el pensamiento mariateguista, pero sí cultivó un camino propio, singular. Se entrega uno de los artículos contenidos en la revista. Sin enmendaduras, como es de rigor.

Churata y Mariátegui son actores de una época singular para el país. Ambos, con sus obras y personalidad influyen en el espíritu nacional y le confieren a las ideas consideraciones innovadoras que influyen hasta nuestros días.  Son vidas paralelas con caminos que conservan huellas entrelazadas. Ambos provincianos, Churata nace en 1897 mientras Mariátegui en 1894.  Autodidactas, sus limitaciones económicas les imposibilita continuar estudios secundarios. Mariátegui a los 15 años inicia su temprana vinculación con la tinta y las imprentas ingresando a trabajar en el diario “La Prensa”. Churata, adolescente aún, se hizo aprendiz de tipógrafo en el puneño diario “El Siglo”. Estas iniciales experiencias de trabajo fijarían el camino de sus existencias. El joven “Juan Croniqueur”, 20,  es miembro de la corte de Valdelomar y su admirador rendido. Colabora en la revista “Colónida” siendo un  “literato inficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares”. También a los veinte Churata ejercita su “edad de piedra”, fundando la decadente revista “La Tea”, órgano del grupo “Bohemia Andina”. Fuertemente influida por el d’annunzianismo y por las corrientes futuristas pregonadas por Valdelomar la revista es absorbida por preocupaciones estéticas.  Allí Churata se bautiza como “Juan Cajal”.

“Juan Croniqueur” deviene en ensayista y se vincula al socialismo luego de un lento proceso de maduración política que culmina en su viaje por Europa. “Juan Cajal” se encarna en Gamaliel Churata  luego de su periplo boliviano y argentino; tiene veinte años. En ese peregrinaje de dos años, con estadías en La Paz y Potosí perfila el que sería más tarde su credo definitivo. Al retornar se enlaza con el efervescente y poderoso movimiento indigenista cusqueño y construye su definitivo aprendizaje de “inkaismo”. Cuando Arturo Peralta,  en 1924, firma como Gamaliel Churata tiene 27 años y poco más tarde escribe su obra fundamental: “El Pez de Oro”. Mariátegui, de 29, retorna al Perú con una “filiación y una fe”  e inicia su corto apostolado. Funda entonces, en 1926, la revista “Amauta”, mientras Churata, funda ese mismo año el “Boletín Titikaka”, ya decantado de sus  ideas estéticas originales. Ambas publicaciones aparecen apenas separadas por un mes de diferencia. “Amauta” edita 32 números, “El Boletín Titikaka” 34. Las dos publicaciones fenecen en el mismo mes y en el mismo año: Agosto de 1930. En el último ejemplar de “Amauta” se inserta un hermoso ensayo de Churata en homenaje a Mariátegui, mientras el último número de “El Boletín Titikaka” esta dedicado a Mariátegui. La muerte de éste es comparable al destierro que elige Churata dos años después, luego de ver su casa asaltada y su biblioteca requisada. Para el Perú, Churata, deja de existir, rompe su relación con la patria e inicia su relación permanente con la nación.

Churata, probablemente en La Paz.

Es en sus proyectos de nación que ambas existencias encuentran coincidencias singulares. Conservan una línea vinculante que los conduce a rastrear las huellas de la nación en nuestra historia. Uno abraza el socialismo con la pasión y la espiritualidad sólo posible en un hijo de estas tierras, donde el mito, la vida y la geografía se confunden con la vida y la realidad. Las ideas socialistas de Mariátegui recogen estos sentimientos con sencillez y con la naturalidad de las ideas con simiente. Desde esta particularidad se abre al universo y a las ideas externas. Churata,  occidental por sus orígenes y formación temprana, extiende sus brazos a la identidad andina y la adopta al punto de consustanciarse con ella en sus hábitos diarios. El socialismo para él estaba adosado a su nativismo, a su  andinidad, no al revés. Mariátegui suple la ausencia de academicismo en su formación con lecturas ordenadas y con la racionalidad del pensamiento socialista. Churata, menos ortodoxo en su formación, organiza para sí mismo una cultura universal, abierta al mundo y a otras mentalidades. Con preocupaciones religiosas y estéticas también, sus ideas tensionan su vida hasta el extremo de abandonar el territorio nacional, como los amantes renuncian al objeto del amor sólo para sufrir y amar más su ausencia. El exilio de Mariátegui es interno, el de Churata  está cercado por las nieves bolivianas de donde retorna al país  para morir y sentir la insensibilidad y el desconocimiento de su obra y significado. Estos espíritus gemelos se escriben y comunican por un largo período de tiempo. Allí puede sentirse el país de aquellos años fundacionales y sentirse también la calidez del trato y la similitud de sus personalidades.

El Epistolario contiene siete comunicaciones firmadas por Churata que, presumiblemente, corresponde a otras previas de Mariátegui. Las cartas son conversaciones de dos hombres que comparten una fe y un mismo destino, formados como lo afirma Churata: “…para la lucha humana…”. Comparten ideales  políticos, discuten las colaboraciones para “Amauta” y la suerte de la distribución de la revista en Puno, responsabilidad de Churata. No están ausentes algunas confesiones personales en la que Churata le regala a Mariátegui “…el secreto de las lágrimas y de las llagas…”.

Muestran una amistad que se desarrolla en un plano de igualdad, sin subordinaciones que se sujeten al enorme prestigio del que gozaba ya Mariátegui entonces. Son dos creyentes en un país superior, que compartían el criterio que la nación del futuro no podría prescindir de su pasado. La primera comunicación data de noviembre de 1926, apenas tres meses después de la aparición del primer numero de “Amauta”. Un mes antes en Agosto de ese mismo año, había empezado a circular en Puno la primera edición de “Editorial Titikaka-Boletín”. Dos hombres separados por la geografía y sus orígenes se vinculan al unísono al crear dos publicaciones que señalarían derroteros visibles para el país.  Dos años antes, en 1924, Arturo Peralta se había despojado de su identidad criolla para firmar como un andino aymara: Gamaniel Churata,  en un artículo publicado por la revista cusqueña “Kosko” de filiación marxista, editada por Roberto Latorre “original y contestatario periodista e impresor”.

Puno, en los años de la aparición  del Boletín, vivía los últimos años de bonanza y de particular desarrollo de su inteligencia. Este es un ciclo que empieza en 1895 con las jornadas de lucha por la tierra y la penetración del imperialismo en la región, mediante la Peruvian Corporation y la ligazón del espacio puneño al área de influencia económica de la región de Arequipa. En esta primera comunicación Churata  comenta el agradecimiento de Mariátegui por su colaboración en “Amauta” y “Minerva”.  Señala que “cuando los hombres se reúnen con fines humanos la colaboración es obligatoria y entonces el agradecimiento sobra”. Declara que su vinculación con Amauta se explica “por su vanguardismo”. Se describe “blanco de conciencia” y  amigo “de las palabras  escuetas”, para luego decir: “a los quince desafié a duelo a un gamonal a causa de los indios” y que “ a los diecisiete me encarcelaban a causa de haber insultado al gobierno de Benavides”. Le otorga a Mariátegui las seguridades de que su actividad será “completa y alegre” en una obra de la que solo sabe de “su espíritu más no su programa” que, sin embargo, el reconoce importante.

Mariátegui mientras tanto tenía ya en sus manos “El Gamonal” un relato corto de Churata que aparecería, en “Amauta”. Mariátegui al parecer le había otorgado en su comunicación un comentario benevolente a este relato que Churata agradece. Precisa que la crítica le ha llegado “limpia y ventilada y además certísima”. Le reclama “La Revista de Occidente” y coordina   aspectos administrativos de su actividad de agente de la revista “Amauta” en Puno. En su despedida le llama “compañero” y  le señala “que este movimiento cordial que nos une, tiene entre tantas ventajas, “la de aproximar a los hombres, rompiendo las distancias que inventó la cortesía burguesa”. En la post data se refiere a Sabogal y a sus relatos cortos contenidos en “Tojjras” y le pide a Mariátegui que le haga llegar “El Gamonal” a Magda Portal, a quien llama Magda.

Churata, en tránsito, camino a la andinidad.

“El Gamonal” aparece en el número 5 de “Amauta” de enero de 1927. Usando un lenguaje vanguardista describe a este personaje con ironía a veces y con sentido trágico, otras: “El gamonal a los diez años es un muchacho tímido y tonto, a quien, con toda facilidad, como se le pinta una mosqueta en el trasero, se le cuelga rabitos de papel…El gamonal es el prototipo del machacón. Ha convenido en que atorarse de letras es ser sabio… Es un poder influyente, relacionado con lo más odoroso y rumboso del centralismo capitolino (sic). Es un buen ejemplo  de sentido decorativo barroco. Lleva finísimo sombrero (el más caro para el caso) poncho de vicuña con guardas de seda, bufanda del mismo material finamente tejido, botas de charol y arcaicas espuelas  roncadoras (de oro)…”. La segunda parte de este relato se entrega en la edición número seis de febrero del mismo año.

La segunda comunicación se escribe en un contexto político complejo, rodeado de sucesos importantes para las ideas en el Perú.  Está fechada en julio de 1927. Pocos meses antes, en enero, Haya publicó  su primer libro: “Por la Emancipación de América Latina” que suscita un fuerte impacto en los medios políticos e intelectuales nacionales. Es probable que accediera con rapidez a la edición argentina del texto;  ejerce sobre Churata  singular influencia. En los primeros meses de ese año se genera también la polémica entre Mariátegui y Sánchez acerca del indigenismo, que Churata sin duda espectó con interés. En “Amauta” número 7 de Marzo de 1927 Mariátegui da por concluida la polémica señalando: “Lo que afirmo, por mi cuenta, es que de la confluencia o aleación  de indigenismo y socialismo nadie que mire el contenido y  la esencia de las cosas puede sorprenderse. El socialismo ordena y define las reinvidicaciones de las masas, de la clase trabajadora. Y en el Perú las masas –la clase trabajadora– son en sus cuatro quintas partes indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano, –ni siquiera socialismo– si no se solidarizase, primeramente con las reivindicaciones indígenas”. La publicación de “Tempestad en los Andes” de Valcárcel es ocasión para precisar las dos posiciones. Mariátegui escribió el prólogo y Sánchez el colofón.

En mayo sale a la luz el número 9 de “Amauta” con artículos de Haya y Basadre que no son del agrado de la dictadura leguista. En junio, “se descubre” un supuesto “complot” comunista. Se clausura la revista por un período de seis meses. Mariátegui, en razón de su salud es conducido al Hospital Militar de San Bartolomé; Magda Portal y Serafín Delmar son deportados a Cuba, Basadre también cae preso. Mariátegui sale libre el 15 de Junio y “Amauta” reaparece en Diciembre de 1927.

En julio, en el Congreso Internacional Antiimperialista de Bruselas, se definieron las diferencias esenciales entre Haya y Mariátegui. En agosto, en su número 13, probablemente influido por el cúmulo de eventos reseñados, el “Boletín” enfatiza sus contenidos políticos e invierte el orden en la presentación de su título y deviene en: “Boletín Editorial Titikaka”.

Es en este contexto que Churata escribe su segunda comunicación. “Grande y querido compañero “  se lee en el encabezado, para en seguida  mostrar su preocupación por su encarcelamiento. Le indica haber enviado una carta de solidaridad  que “es seguro  que estará en manos de la Policía”. En esa carta extraviada, indica, le aseguraba “nuestra solidaridad  en esa hora, como ahora lo hago con toda la sinceridad de que somos capaces los serranos o cerreros”. Le informa que la policía en Puno amenazó a los vendedores de “Amauta”, problema que fue superado con presteza. Le menciona más adelante que comparte los planes de Mariategui de ir a radicar a Buenos Aires. Termina afirmando: “Acaso, un designio magnético actúa en cuanto viene realizándose y usted tenga que sacrificar su bienestar para darse  a la faena mas trascendente e histórica que ha cometido hombre alguno de nuestra  indoamérica.”. Se despide invitándole a pasar por Puno “antes de irse a Buenos Aires”.

La tercera carta esta fechada un año después de la anterior, el 9 de junio de 1928.  Es en respuesta a la enviada por Mariátegui fechada en marzo del mismo año. “Compañero Mariategui” le llama Churata. Le manifiesta preocupación por su estado de salud: “nueva enfermedad” la denomina. Es el año de la ruptura entre Mariátegui y Haya de la Torre, por discrepancias en la transformación del frente APRA en el Partido Aprista, expresión de profundas discrepancias ideológicas. En esta carta Churata le ofrece colaboraciones de jóvenes “neoindios” estudiosos del folklore y artistas plásticos de origen indio. Señala que alguno de ellos esta yendo al Cusco “ a estudiar inkaismo”. Hablan de asuntos administrativos y se queja de los atrasos de los pagos en Puno.

Poco después de un mes, el 30 de julio,  le escribe manifestándole  preocupación por su salud y haciéndole una apreciación sobre el pintor José Malanca que “actualmente hace pintura indoamericana”, lo sindica como “un gran tipo de revolucionario”. Malanca pasará más tarde por Lima y se integrará al grupo mariateguista. Dentro de las preocupaciones comerciales,  que Mariátegui conduce con pulcritud, le solicita emitir 20 ejemplares de “Tempestad en los Andes” de Valcárcel y le apremia a escribir un artículo para el Boletín Titikaka. Concluye la carta pidiéndole que interceda a favor de su hermano Alejandro que está postulando un nombramiento en la denominada Recaudadora. Se despide con “un gran abrazo y todo mi fervor porque la operación a que se va usted a someter, tenga éxito completo. Su compañero Churata.”

El artículo sobre Malanca aparece luego en el número 19 de “Amauta” en noviembre de 1928, con el nombre de “Posibilidad vernacular  en la pintura de José Malanca”.  Allí comenta que los cuadros de Malanca “salen  de su paleta por entusiasmo panteísta” y que hay en ella “tan tónica influencia de la naturaleza sobre su imaginación, que ellos vienen a ser…los más logrados aciertos de un paisajismo nuestro”, pasa luego a mencionar que, “en literatura y pintura, como en música, sí se opera hoy un fenómeno revolucionario, etimológicamente revolucionario, que merezca atención filosófica, es ese: la transvaluación de la excelencia, de que habló Nietzsche. Las minorías expanden cada vez mayormente su radio, es decir dejan de ser minorías, de suerte que lo plebeyo medieval, informe y palingenésico se convierte en lo plebeyo superado…” Precisa que la estética indoamericana tiende a “reunir la vida allí donde la dejó ahorcada la muerte…Por eso un dibujo tiawanaku, un arríbalo inkaiko o una talla directa de los toltecas, tiene para nosotros el valor integral de una síntesis endogénica.”.

La carta siguiente, la quinta, fechada el 8 de setiembre de 1928 está vinculada a la ruptura definitiva entre Haya y Mariátegui.  El 16 de setiembre de ese año Mariátegui y su grupo deciden “constituir la célula inicial del Partido Socialista del Perú”. El número 17  de setiembre de 1928, de segundo aniversario de “Amauta”, señala la oficialización  de la ruptura entre ambos líderes. En ese mismo mes el gobierno clausura el periódico Labor. La policía asalta su domicilio y Samuel  Glusberg arregla el viaje de Mariátegui a Buenos Aires. En esta tercera comunicación Churata  manifiesta que escribe “aprovechando las bodas de Leguía con la imbecilidad de los peruanos”. Le anuncia el envió de “algunos fragmentos de su libro de cuentos “Tojjras”, “obedeciendo a una antigua solicitud suya”. Le indica que si  lo publica lo haga “…todo de un golpe. Me da que eso, si pasa, pasa en parvada”. Lamenta que Sabogal se encuentre ausente  “él habría tenido sumo acierto para hacerle algunos dibujos a  cuadritos de Tojjras”. Un mes después, en el Amauta número 18, de octubre de 1928, aparecerán 8 cuentos de “Tojjras”. Señala que el libro conteniendo estos cuentos se editará en “Enero próximo, con ilustraciones de   Diego Rivera. Tojjras son estampas breves que narran escenas campesinas a manera de ejercicio estético que muestra la belleza de la vida rural y la fortaleza de sus protagonistas: “los kollas dejaron sus lugares, su lengua tosca y sabia, los riscos ásperos de su tierra, los fríos intensos de sus noches, el rayo y el trueno, la parquedad de sus chujllas…¡Y la tibieza de sus valles albergó simiente de hombres serios!. Ya entonces el mitmak era formula para llegar al hombre cósmico.”. Le informa también tener en Puno “seis amigos de Amauta y “deseo llegar a veinte, si no es posible mayor número, pero con pago adelantado que yo me cuidaré de mandarle personalmente…Si no ocurre inconveniente alguno, fortuito, tendré pronto el sumo agrado de cumplir mi promesa de colocar la agencia de Amauta en un lugar insuperable con relación a otros departamentos”. Aprehensivo le pide su opinión del Boletín. “Le visita siempre? ¿Qué opinión le merece su labor?”. Como siempre firma “su compañero Churata”.

Apenas dos días después de la carta anterior le remite otra indicándole haber olvidado  “el  principal objeto de la anterior” refiriéndose a la inminente publicación de los “Siete Ensayos” en noviembre de 1928. Puntualiza su interés en la publicación de “sus ensayos nacionalistas en un libro…tan luego que esté para ponerse a la venta, me hace un telegrama, avisándome del hecho, y yo, por intermedio de la Agencia Titikaka, le hago la debida reclame…Ya verá usted que busco servirlo, y sobre todo, servir a estos borricos, cuya última genialidad consiste en blindar de metales caros el hocico de la bestia. Ya usted debe saberlo. A la bestia hay que detestarla más que por ella por culpa de sus borregas. Le parece lo dicho?. Me hará usted el bien de avisármelo”.

Seis meses después se cierra el ciclo epistolar, es el 24 de abril de 1929 y Churata atraviesa por una serie crisis familiar; le señala: “debe estar usted extrañando el silencio de tantos días. Pero es que la Vida, así con mayúsculas, sigue atacando mis izquierdas revolucionarias y se ha propuesto dejarme limpio el camino de todos los seres que eran mi legado de alegría. Ayer fue Teófano Churata, le siguió muy luego Quemensa Churata, mis hijos, y el 12 de abril a las cinco treinta y nueve minutos de la madruga, Brunilda mi compañera, chiquilla que con quince años floridos vino desde Chile a pagar mi tributo a la tierra. Fácil es que piense que tanto golpe si me ha endurecido el cuero me ha puesto también muy dolorida el alma.” ”Esta es la razón por que no di inmediata respuesta a su cariñosa carta, y por que, sobre todo, no he cumplido con pagar lo que debo. Entre nosotros cabe la confidencia y la anécdota. Estamos hechos para la lucha humana, y podemos, por tanto, regalarnos el secreto de las lágrimas y de las llagas.”

Le comenta que la muerte de su mujer lo encontró respondiendo a un artículo de Basadre aparecido en Variedades donde el historiador afirma que “El vanguardismo que acaso vive sus últimas horas”. Le añade información acerca de un artículo que está pensando escribir acerca de Eguren. “Cuando tenga tiempo ensayaré tejer un estudio de lo que yo creo fundamental en Eguren, esto: su indianidad. El tema es temerario; pero si me agrada. Desde las primeras lecturas que gocé de este poeta, y ya ello corre por más de quince años, siempre lo sentí andino, por sobre la apabullante razón de su costeñismo. Claro que me robustezco en la presunción, y me halago pensando que podría decir mucho en ese sentido”. Termina pidiéndole “…paciencia. Acaso muy pronto me encuentre en posesión de algunos centavos, y entonces le probaré que mis protestas de fraternidad son sinceras. ¡Acaso pronto!”. Es su última despedida cuando le dice abrazarle con “mucho cariño” reiterándole su “afecto y adhesión”.

El artículo sobre Eguren   aparecerá en el “Amauta” numero 21 de febrero-marzo de 1929 con el título de “Valores vernáculos de la poesía de Eguren”. Allí señala que “Acaso sin  buscarlo y es como se da el verdadero creador–  Eguren escribió en los “Angeles Tranquilos” una linda y fresca poesía aymara. Poesía de tierra empapada, remojada por lluvias tempestuosas de verano: poesía de ala húmeda, de corazón esponjado, de sierra y andinismo…los ángeles tranquilos, no son otros que los achachillas –los gnomos– de las pajchas que, desde el viento paridor del agua, contemplan el vendaval, la soledad aurora…”

Más tarde, en mayo de 1929, en el número 23, “Amauta” publica  un homenaje en verso para su compañera muerta: “Elegía plebeya por la compañera que murió imilla”. Allí señala: vino a ser panacea de almas, /sus sonrisas agua de cristal de alboradas;/ tenían sus hijos la fuerza de la hierba/ y,  nobles como el Sol, / como él se acostaron un día/ entre el arrebol de fauce herida…”.

Tres meses después de la muerte de Mariátegui, ocurrida en Abril de 1930, en el último número de “Amauta”, el 32, de agosto de 1930, dirigida por Ricardo Martínez de la Torre aparece su colaboración “Elogio de José Carlos Mariátegui”. Pieza de innegable fuerza análitica, profunda y original, precursora temprana de la valoración del ensayista. Sus apreciaciones podrían bien competir con ventaja con muchas de las interpretaciones posteriores, redactadas con ventaja bajo la protección de la universalidad consagrada de Mariátegui. El “Boletín Titikaka” que había nacido al unísono con “Amauta” desaparece también al mismo tiempo en comunión de destinos. Su última edición se edita en su homenaje.

En el artículo afirma Churata que, en una prosa seria y atildada, libre de vanguardismos, luciendo un castellano castizo y sugerente, “Mariátegui es el escritor peruano que ejemplariza mejor el estado caótico de nuestra organización como República… pero no se honra el júbilo de la primavera con las cenizas de la tribulación; y de este hombre de alma matinal, no se traza un epicedio. Declina en aquel estado que los místicos llaman de santidad. La muerte, entonces, para él, lejos de ser la reversión ene el sentido de Bruno, es como la parénquima del trigo presto para la siembra, entraña terquedad de vida. El realiza entre nosotros las dimensiones del escritor nativo, y, por tanto, de maestro –todo escritor debe ser un maestro– del periodista innato, del registrador de ideas, al cual, en fuerza de madurez histórica, el país concede sentido de conductor, lo hace su vehículo más organizado y completo de agitación.”

“Lejos del proteccionismo de los intelectuales católicos- coloniales; lejos del maltusianismo de los aristócrata- jerarquizantes; lejos de la demagogia criolla, en este movimiento cabe holgadamente el marxismo de Mariátegui; la interpretación histórica de Valcárcel, lo que es más, una solución de continuidad inspirada en su enseñanza; y la transformación étnica que propugna Uriel García, en que es factor operante el complejo telúrico pues, como es de rigor, estos dispositivos concurren ala formación de una entidad revolucionaria dentro de formas nacionales…”

“Es esta generación de hombres, la generación de la agonía, tiene como símbolo al trabajador de Vitarte y al indio emancipado y beligerante. Ni en acepción el universitario, ni especialmente el dotor, son ni pueden ser depositarios del mensaje de Mariátegui. Un sector más completo e integral, en su generación finca la vivencia y supervivencia de ese cúmulo de doctrina plebeya que partiendo del ayllu y de la fábrica, rumba perentoria, obligadamente al cataclismo político que tanta falta le hace a este país de mínimos presumidos, de burguesistas que no han edificado ni sustentado un burgo de estilo generoso, o de capitalistas que se quedan en nuestros pobres, en nuestros inofensivos gamonales.” “El con algunos intelectuales Costeños sostiene que el Perú no es el Perú de ese estrecho balcón de la costa, donde se adunó la población criolla o antiindígena, sino el Ande, mitológico y cruzado de caminos, donde son posibles, con expresión nacional, la multitud y la tragedia, de suerte que nuestros problemas resultan  siempre como sintomatología problemas del Ande, porque el Ande es lo sustantivo del Perú, lo básico.”

“La misma evolución de su cultura revela que la instrucción no es un privilegio de los pobres…Está constantemente excitado por el deseo de abarcar nuevos límites a su cultura; posee la inquietud cervical que lleva,  o arrastra, más propiamente, a la concentración del panorama humano. Este es el signo más frecuente del educado por si mismo: quererlo aprisionar todo en un haz. En una especie de ataujía revelara su entusiasmo fervoroso por toda disciplina, y querrá, como un bárbaro primitivo, levantar su tienda de pieles de reno o de puma, sobre el destrozo del mundo extraño sobre el cual se levanta…La universidad da, casualmente,  el tono sedante, y sitúa el ímpetu dentro de las normas lógicas, atenúa y por fin tamiza al hombre. Crea la civilización. Cosa bien pobre desde luego si antes no es cultura. La cultura no obstante, es obra de ese hombre sin trabas, de ese hombre instintivo que revela el soma de la tierra, licor tremendo. Mariátegui se comporta así…”

“Hay que tener la honradez radical de reconocer que en el cuerpo misérrimo de José Carlos se cobijo la más generosa capacidad indoamericana para el preludio beethoveniano y la esperanza popular. Importa decir que en su valentía y en su amargura ha nacido una nueva conciencia para el Perú. ¡No excede, por tanto, afirmar, que sobre el sepulcro del compañero no cae el silencio de la muerte, sino florece el Porvenir!

Crónica maya

Los pájaros trinan en el follaje alto roturando la inmovilidad de las hojas que se agitan como castañuelas vegetales, los monos se balancean en la espesura y chillan reclamando la ocupación de su territorio. Arrastro mis pies sobre suelo brillante claveteado por el sol que penetra como lanzas de luz. Me acerco a Tikal, la ansiedad me ayuda a rememorar fantasías de los años en que conocí lo maya acariciando brillantes fotografías que mostraban sus pirámides escondidas entre la bruma de niebla baja. Recuerdo que sus escalones me parecieron mandiles drapeados puestos sobre laderas de colinas madres. Si el universo tiene caminos, pensé, las escalinatas debían ser sus gradas de ingreso. Establecí afinidad con aquellas imágenes, juzgué mía la piedra y mía la floresta;  pero, me faltó entonces la capacidad de otorgarle lugar y geografía a esas imágenes que gatillaban historias que inventaba. Me prometí subir algún día las escalinatas y comprobar si los peldaños de piedra conducían a un hogar eterno y averiguar si los quechuas y  mayas  éramos hijos de una sola leyenda.

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Eterna Tikal

Comparo las piedras megalíticas de mi patria antigua, distintas, ciclópeas, palpo la diorita aquella y la caliza delicada que toco ahora, es la sensualidad maya y el minimalismo inca, austeridad quechua, repujado maya. Me reencarno azteca, guaraní, chavín, huari y de nuevo Tikal. Recojo aliento, me pregunto dónde perdimos la guía que orientó el crecimiento de las calizas que se yerguen ahora en medio de la selva. La comunión de la  piedra y el bosque es absoluta, cada bloque le pertenece a un árbol, a sus raíces, a la savia que las riega, cada árbol es propiedad de la selva como cada piedra se mimetiza en la ciudad. La floresta cobija al conjunto y lo acomoda para su paseo por el universo.

Bajo a la explanada repleta de verde y luz, observo la piedra recortada sobre el cielo y me siento aprendiz impío, tallador imposible, desposeído de las habilidades que aquí reinaron por siglos. Trepo luego modernas escalinatas de madera para ver de nuevo las pirámides desde el aire, es la cita con los penachos de piedra coronando las cumbres. Siento cerca  a las pléyades, a las constelaciones que los mayas consultaron para elaborar calendarios exactos mientras Europa se hundía en la barbarie. Descanso sobre piedra para mimetizarme en la armonía que se respira, compruebo que sí, que desde aquí se tocan las constelaciones.

Era una sola la nación maya, divididos ahora en varios países que no pudieron ser uno. Habitaron al sur de la península de Yucatán, parte de Guatemala y Honduras entre los siglos III y XV. Declinaban cuando los Incas llegaban a su máximo esplendor, se retiraron entonces de Copán, Quirigua, Piedras Negras, Palenke, Tikal, Chichenitzá. No fue el suyo un estado absolutista y hegemónico, crearon ciudades estado con lenguas diversas y cultura diversificada. Teorías explican su decadencia: fenómenos naturales, escasez de agua, guerras internas o los naturales y sucesivos ciclos de vida y muerte. Cuando el tirano Pedro de Alvarado arribó a las tierras de Quauhtlemallan, territorios de “muchos árboles”, el período maya clásico había fenecido.

Desciendo de las alturas para ir a otros espacios más discretos, pirámides cubiertas por raíces adventicias y hierba. Túmulos y elevaciones se confunden con la floresta durmiendo el sueño de siglos. No hay presupuesto, explican, para ponerlas en valor; quizá enterradas se conserven mejor, pienso. Los estados y gobernantes son ignaros y depredadores de lo mejor de nuestras culturas.

Me pregunto acerca del modo en que fue dominado el bosque, imagino sus ceremonias suntuosas con el cacao humeante recorriendo dedos cortesanos; sofisticación, sensibilidad para construir edificios que definieron la belleza. Sociedad estratificada, de príncipes y vasallos, de castas y exclusiones. Más allá nos muestran la Ceiba, el árbol maya, áspero al tacto, grueso, de copa austera, serio, enraizado firme su tallo en suelo delgado. Mientras el guía explica, la lluvia aparece con la fuerza de un vendaval, buscamos refugio y hago una breve oración al dios enclaustrado. No nos escucha, en minutos los caminos peatonales se convierten en vías de caudales impredecibles. En otras épocas se guardaban en reservorios para atender a la población.

El diluvio sanciona el fin de la visita, con las ropas húmedas  me veo sobre el asfalto que serpentea en medio de la selva. Atardece y en la espesura del follaje se queda Tikal, caliza y arenisca para la eternidad. Siento haber visitado la belleza permanente, el equilibrio, la sabiduría entramada entre los festones de piedra. Reconozco que las ilustraciones escolares fueron apenas un reflejo lejano del esplendor que va  quedando atrás. Los mandiles drapeados eran en verdad serpientes emplumadas trepando hasta el santuario que habita la Vía Láctea. La cercana Isla de Flores nos acoge unas horas con su lago de aguas azules, la pequeña ciudad se apretuja en sus colinas trepando las pendientes y soportando el depredador efecto del progreso que derriba sencillas muestras de arquitectura colonial para reemplazarlas por el cemento y el vidrio polarizado. ¿Por qué será tan difícil reconocer que no hay turismo que prefiera lo que abunda en otras latitudes?  Se requiere  conservar, refaccionar, antes que derribar. Bebemos unas cervezas mirando el lago verde azulado moverse a ningún lado, engañando al viento. La poeta, a mi diestra, esboza unas letras sobre las servilletas blancas. Miro con envidia delinear palabras con la misma facilidad que sus antepasados dibujaban sobre piedra.

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Isla de Flores

Recorro el Petén en la ruta de regreso a Ciudad de Guatemala, extensos bosques hollados por la cinta negra del camino, ríos, puentes, bosques y más bosques me dan señales de la riqueza del país. También casuchas de madera pueblan la ruta. El pueblo maya, menudo, esbelto, con sus trajes coloridos, espera transporte a la vera del camino, conservan la altivez y distancia de sus ancestros. Tienen construido un mundo aparte, distinto, con veredas propias, espacios particulares sin vasos comunicantes con el país oficial, como hace siglos cuando Pedro de Alvarado los diezmó y trazó la línea divisoria entre lo blanco y  lo cobrizo. Occidente es dueño ahora de

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Eternidad Maya

todo lo que alguna vez les perteneció, de sus voces, de sus deseos y de su destino.

Arribamos a la capital para continuar de nuevo: Baja Verapaz nos espera. En los primeros años de la conquista la paz fue construida por dominicos pacificadores de la región. Es Santiago Cubulco el destino, se le conocía como Nima’Cubul o Cubuleb’ y es la tierra de los palos voladores: mayas devotos que cada julio se sujetan a troncos de árboles que se pierden en las nubes y giran y giran hasta que el dios de la lluvia escuche sus ruegos o la cuerda se rompa para volar por los aires como cuerpos celestes en busca de la vida que perdieron con la conquista.

Nombres mayas en el camino: Salama, Chol, Purulha,  Rabinal, Chicaj. Una tras otra las colinas verdes sin fisuras se despliegan como cúpulas enterradas en el follaje. Un quetzal de fantasía vuela de sur a norte ocultando las huellas de la violencia guerrillera de los años ochenta y noventa. Rostros sosegados de los mayas del  bus contemplan apacibles el camino; algunos ríen ignorando que son ajenos a su patria, ciudadanos expropiados de su suelo. Bartolomé de las Casas conocía bien éstos parajes, catequizó entre las etnias achí, pocomchí, quiché y cakchíquel. Entre ellas desplegó su doctrina liberadora. Por eso no es extraño que se conserve aquí la representación del etnodrama “Rabinal Achí”, que recuerda el reclamo que los rabinales del siglo XIII le hicieron a los gobernantes k’icheles por haber destruido sus pueblos. Narración oral que conserva las tradiciones culturales de un pueblo que se niega a morir y que también nos enseña que las injusticias no fueron solo patrimonio español.

Historia y vida Maya

No hay lugar exento de antigua cultura. Delgadas y altivas mujeres con vestimentas coloridas, silenciosas, discretas, nos llevan al pasado. Parecen custodias de la cultura ancestral, conservan sus vestidos tradicionales mientras los varones lucen jeans y zapatillas de dudosa originalidad. Saboreo fruta  verde sazonada con chile picante, nítido rezago de la antigua culinaria maya. Se oye en el mercado corridos mexicanos, muestra clara de antiguas relaciones con territorios del norte. Formidables todo terreno muestran el dinero de los migrantes. De ellos vienen los ingresos que se transforman en  cemento e inútil lujo estrafalario. La sutileza maya se sumerge en la modernidad vacía de tradiciones y referentes nacionales. Es el occidente ramplón, a medio digerir, que se impone por escuelas, hogares y ciudades. Es cierto que el optimismo renace cuando se ve el mestizaje creativo y renovador: son expendedoras de tortillas con sus vestidos multicolores, lucen fuertes, vigorosas soasando las deliciosas y delgadas láminas de maíz que vienen del pasado.

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Lago Atitlán

Cambiamos el rumbo hacia el lago Atitlan; atravesamos de nuevo la capital y seguimos la ruta de cien kilómetros hacia el oeste. Ascendemos  vegetación tupida hasta sentir el aire frío, la ruta serpentea sobre la geografía que se eleva, disminuye el calor y las colinas romas, semejantes a cúpulas cercenadas, se esparcen en el verde infinito. De pronto, retazos del lago se esconden y reaparecen entre el follaje que lo oculta, se intuye su acabado de postal fotográfica. En pocos minutos  Panajachel, la ciudad puerto del lago, nos recibe bulliciosa y cosmopolita, las aguas azules se muestran integras. Una calima ligera se levanta y, al fondo, el volcán que protege la orilla opuesta es una presencia que se extiende por toda la ribera. Es una pirámide maya natural, es el molde, la referencia que nos conduce a Tikal, Palenque, Cobán. Su esbeltez parece moldeada a mano y le confiere al lago su personalidad intransferible. La superficie de agua, la vegetación y la pirámide de lava dormida forman un conjunto que no tiene duplicado en el mundo. Belleza interminable, difícil de abarcar, de pensar, sólo es necesario mirarla, sentirla. Decido pensar que Atitlan es la fuente de agua más elevada del mundo, sus azules son el nivel máximo de la tierra y hace que no desvíe su eje de rotación, nivela las fuerzas de gravedad y se opone al sol y a los planetas exteriores en su gira por la Vía Láctea. ¿Por qué la capital maya no se construyó en la cima del volcán y sus pirámides en las orillas del lago?

Tomamos una lancha ligera que surca las aguas hasta San Pedro. Van turistas y mayas aculturados que negocian, compran, venden. Los poblados de las orillas llevan nombres cristianos, de santos exóticos. Me pregunto cuándo recuperarán sus nombres originales. Ese día el volcán dormido nos dará su señal de alegría y extenderá sus brazos a la humanidad. Llegamos a un muelle vistoso y colorido, los nativos y lugareños se mezclan curiosos observando el arribo de lanchas sucesivas. El poblado trepa hasta las cumbres regando callecitas empinadas y retorcidas llenas de comercio y baratijas. Me siento en altura conveniente a contemplar las aguas. Veo lejano todo, aquí se está a la orilla del mundo, pleno, retozando el alma, acunando la belleza. Escucho hablar el Tzutuhil Kachiquel y Quiche, que se confunden con el inglés, alemán, español. Debió ser así desde milenios atrás, pienso, cuando el mundo maya era potente y comerciaban con México y el Caribe y era propietaria de éstas aguas tranquilas que nos otorgan dimensión humana.

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Riberas del lago Atitlán

Sin lagos atitlanes nuestras vidas serían páramos olvidados, sequedad desértica. Por eso la necesidad de proteger sus orillas y sus aguas que ya comienzan a ser depredadas por nuevos y antiguos ricos que poco saben del respeto al santuario. Casas ostentosas de cemento y vidrio, hoteles de quince o mas niveles afean las orillas y exigen que una autoridad autónoma organice lo que es aún depredación evitable.

Me retiro de sus aguas, de Panajachel, y nos trasladamos en busca de Antigua, capital histórica de Guatemala. Se estableció en territorio de los cachiqueles en la zona del altiplano guatemalteco: Iximché. Luego tuvo otras locaciones hasta llegar a ocupar el sitio definitivo que ahora recorro con las luces y sombras de la historia. Ciudad museo, conserva edificaciones que mantienen intacto el aroma de antaño. En sus fachadas y calles adoquinadas se guardan los recuerdos de las crueldades de Pedro de Alvarado y de su viuda desconsolada que murió cubierta por el lodo del Volcán de Agua, trágico final para muchos invasores. Es también la casa de Luis Cardoza Y Aragón escritor, poeta y ensayista que es necesario leer para saber de Guatemala. Antigua se recorre con el tiempo detenido, sus calles rectilíneas conservan el espíritu de la época colonial. Restauraciones hechas con criterio y sapiencia le dan ahora  a la ciudad categoría de recinto urbano protegido y admirado. Se nota la intervención de una burguesía ilustrada que entendió que depredar lo antiguo es sólo cercenarnos de historia, depurarnos de pasado, aunque éste sea colonial. Antigua me detiene, me atrapa, sus antiguas casonas y conventos conservan los pasos de los conquistadores y nos muestran la maestría de los alarifes mayas. Allí esta la ciudad mestiza, construida con amorosas manos cachikeles.

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Calles de Antigua

Los campanarios aún  repican cuando es hora de partir, de dejar territorio maya. Las estampas de mi adolescencia me interpelaban sobre el origen de dos pueblos hermanos. Vine para saber si éramos hijos del mismo padre incubados en un sólo vientre. Descubrí que sí, que somos desde siempre hermanos de sangre,  premiados por la suerte de ser etnias cósmicas, como decía Vasconcelos en México. Eso somos, fundadores, hechura de estrellas, de universos míticos jamás derrotados. Siento que nos une la historia y el futuro compartido. Dos naciones en busca de una identidad y de un destino común que jamás se podrá desligar de la suerte de nuestro pueblo continente. Nos une el maíz, la piedra y la obsidiana, los caiteles y las ojotas de caminantes hermanados por la tragedia y la victoria cercana.

Abajo se ve el aeropuerto La Aurora, esperando el retorno de sus hijos expatriados, de los amores idos, de las promesas incumplidas. Llevo libros, poemas y tierra maya recogida en las orillas del lago Atitlán. Recuerdo que llegué buscando escaleras drapeadas por donde transitar al cielo buscando mis orígenes y sé ahora que los infortunios de mi patria son propiedad también de la Guatemala antigua que se pierde entre las nubes, allí abajo. Entendí que el Popol Vuh es mi biblia, el huipil mío y que la tierra de dioses olvidados será siempre un lugar para entenderme, un modo de ser andino y continental.

Llegará el día, el siglo, en que vuelva Qutzalcoalt de nuevo a predicar entre los humildes, entre los que perdieron sus alas de serpiente emplumada. Seguro que así será, mientras, mi corazón se detiene y vuela hacia el volcán de los atitlánes para depositarse dormido.

Para Sidi Z. , poeta de Guatemala.

Lima, primeros años del siglo XXI.

Garcilaso, ¿primer peruano?

De las páginas de una próxima publicación, muestro párrafos dedicados a Garcilaso de la Vega.

Controvertido siempre, Garcilaso; de autor prohibido por incitar la rebelión indígena pasó a ser el paradigma de la construcción imaginaria de una nación de criollos y mestizos en armonía.[1] En coincidencia con la desestructuración de algunos perturbadores residuos coloniales su figura promovió estudios menos globalizadores y orientados a analizar espacios más específicos de su obra y biografía. Se ve observada  su imagen de integrador, señero primer peruano; se inquiere sobre sus equívocos y se discuten sus conflictos de identidad y se investiga su oscura paternidad; analizan su prosa y residencia española. Algunos autores rozan sus datos filosóficos; lo señalan influenciado por la filosofía occidental, neoplatónica. No lo señalan integral filósofo andino.

En este nuevo escenario de fin de siglo e inicios del nuevo, con actores preocupados en buscar caminos que superen los viejos paradigmas del mestizaje del novecientos, Garcilaso es desplazado por Guaman Poma, Juan Santa Cruz, César Vallejo y José María Arguedas, en el interés de los investigadores y en el imaginario popular. Se establece distancias con el discurso garcilasiano que describe cotidiano mundo mítico y se solaza con la radical extirpación de idolatrías que ejecutan sables y crucifijos. Garcilaso, nunca descansa, es llevado y traído por hispanófilos y andinos; se redactan narrativas novedosas. Es el inevitable papel de los clásicos.

En estas páginas lo leemos como filósofo de la historia, de la ética y la moral. De cuño quechua, andino, distante de los patrones filosóficos occidentales. Es claro que no escribió sus crónicas con el propósito de alcanzar sitial tan particular, pero autores de su talla nunca son dueños de sus obras como tampoco son hegemónicos los modelos que encorsetan la manera de hacer filosofía. Aun cuando es necesario liberarse de los cartabones que impone Occidente, creemos que tal determinación no nos libera de exponer condiciones para catalogar un pensamiento de escalas filosóficas: analizar el ser en el tiempo; situarlo en condiciones colectivas y materiales; meditar las relaciones con la naturaleza e indagar en las vinculaciones con la divinidad. Detrás de estas escalas se instala una exigencia integradora: se requiere un sistema de análisis, un cierto patrón orientador posible de ser reproducido como basa de uso compartido. Consideramos un elemento adicional: el pensamiento debe proyectar universalidad interpretando particulares circunscripciones geográficas y mundos sociales singulares. Garcilaso cumple con holgura estos requisitos, su obra abarca la totalidad de las consideraciones descritas.  

Nuestro pensador aborda la naturaleza del ser andino, quechua en particular; nos describe los procedimientos que gobernantes y gobernados acuerdan para construir armonía y convivencia; narra la relación de los humanos con entidades divinas; señala fundamentos religiosos, ritos, y observa su influencia en el ordenamiento social; describe la interacción del ser con la naturaleza y traza la profunda asociación entre estas dos realidades complementarias. Su elaboración es sistemática, rastreable desde su primera obra, se expresa en peruano, para los peruanos; es el modo en que se hace universal.

Es impugnable su posición de morar en el vértice de dos culturas; la dificultad que hemos afrontado para repetir su hibridaje biológico se explica por la desaparición de los sujetos sociales que actuaron como progenitores, la realeza materna y la heráldica del padre se agotaron con ellos mismos. La elite criolla que teorizó en torno al paradigma de unir dos humanas estirpes, fue estéril para replicar uniones semejantes con los descendientes plebeyos de la unión que exaltaron y les sirvió de arquetipo para diseñar la sociedad de laboratorio. Repetir la paradigmática unión de sangres reales y sus consecuencias filiales fue un escollo irrepetible para la realidad del pueblo llano y para las alturas del poder racial y político que rechazó en la práctica lo que fue nada más que insustancial verbo retórico. No fue posible replicar aquel  desigual maridaje real cuando no hubo ya blasones que integrar y lo que restaba eran dominantes y discutibles méritos de sangre que nunca tuvieron voluntad de unirse con la plebeya y cobriza población que supo eludir el exterminio.

Los propios teóricos fundadores y sus descendientes sí ejecutaron el mestizaje, pero lo hicieron eligiendo etnias extranjeras, europeas; no asiáticos ni africanos, tampoco orientales. Ha sido el único mestizaje exitoso en territorio nuestro. En estratos inferiores, ubicados debajo del diminuto vértice de la pirámide, se dio un aletargado proceso de osmosis cultural que no hizo realidad la teoría; en la práctica siguió ejerciendo su mandato el criterio de dos sociedades, dos países, dos naciones. El ordenamiento social se fue ejecutando de acuerdo con el grado de alienación de sus actores; los ejemplos transgresores fueron escasos, las uniones se dieron siempre en espacios  étnicos liminares que no provocaran transgresiones visibles de las normas de separación. Poco más delante, desde radicales predios marxistas y contestatarios, la potente teoría del inviable mestizaje recibió una colaboración impensada: fundamentó la existencia de un Problema del Indio, teoría que caló tan profundamente en predios intelectuales y políticos al punto que ahora se enseña en medios escolares. Son páginas que generaron singular influencia en el proceso social peruano y han llevado a los supuestos conductores del cambio social a tratarlos como un problema objetivo y generar en los sujetos del problema hacer oídos sordos a sus prédicas. ¿El resultado?, plazas públicas y escenarios de lucha bélica si los rostros del problema; por lo tanto, sujetos sociales destinados a las masacres y marginación; señaladas como etnias incomprensibles, negadas para el progreso y la luz de la verdad. Lo cierto es que fueron páginas que no contribuyeron a descalificar la patriarcal teoría de sus socios del Novecientos. No es bien visto ejecutar uniones carnales con un problema, tampoco hacer acuerdos políticos o sociales, pactos y proyectos compartidos; en suma, nos es viable componer mestizaje con un problema.[2]

Si Garcilaso fue, en dimensión biológica, expresión de etnias diferenciadas, ¿qué representa en términos culturales? Para respondernos se requiere resignificar al sujeto que se define mestizo a boca llena, y hay que observar sus crónicas para acercarnos a la verdad y no delinear un Garcilaso que los interesados anhelan. En sus escritos observamos orgullosa aceptación de la mítica, cotidiana y rutinaria actividad andina. Luce con inocultable satisfacción hábitos diarios; labores productivas y festividades;  legislación ética y moral. Los juicios adversos aparecen con la descripción del universo religioso, surge entonces su apreciación radical e hispanismo clerical. Hace suya la labor evangelizadora sin reparar en la barbarie empleada para alcanzarla y no repara en que la cotidianeidad andina se originaba en la densa organización que descendía de los habitáculos divinos. Fue invidente para observar que las virtudes éticas y morales que enaltecía eran el resultado de la trama teologal terminada de elaborar por los Amautas.

¿Qué debe primar entonces para ubicar al cronista en una orilla u otra del vértice compartido? Si usamos los principios de contradicción y de síntesis occidental, su huella andina es tesis que deviene en hispanismo, antítesis, para engendrar luego síntesis de predominancia hispana que, a su vez, requiere la destrucción de los sujetos que iniciaron el proceso; el camino debe estar limpio de pasado para reiniciar la lucha de contrarios siguiente. Si usamos las categorías del pensamiento ancestral, de complementariedad y reciprocidad, haríamos un juicio distinto y ajustado a la realidad que compartía. Lo entendemos como expresión de un Tinkuy sumatorio que no destruye nada precedente, lo supera, lo transforma; quechua Hanan que asimila hispanidad Hurin para generar encuentro germinal, no excluyente, procreador y equilibrado, justo. Deviene en personaje que, legítimamente y por partes iguales, conserva alma y camac. No es esta la visión oficial, obviamente, es un paradigma que requiere narrativa nueva que instale su herencia andina como guía orientadora. Recuperar su estirpe Chimpuocllo y reacomodar su herencia hispana, hacer dirigente su cultura materna. Es esta perspectiva la que contribuye a la edificación de un nuevo horizonte civilizatorio.

El interés de centrar nuestra fundación nacional en un acto invasivo y bárbaro; ignorar  que no podemos ser constituidos por implantaciones de ciudades donde ya se desarrollaba urbanismo milenario, invalida valorar a un peruano post colonial como fundamento de nacionalidad. Su racional y cerrada lealtad al alto pensamiento occidental lo dificulta para ocupar el espacio inaugural que le han asignado. Su admiración por costumbres accesorias y transitorias, a los actos no volitivos de la sociedad quechua, no lo separan de hispánicas certidumbres espirituales y religiosas, inclusive filosóficas. Ignora Garcilaso que su alto pensamiento se encuentra detrás de la narración que dedica a los actos cotidianos, en la descripción del día a día andino. En este juego de tensiones es imprescindible declarar la primacía de los actos repetidos y los soportes que lo sostienen, lo que impelen a los seres a actuar de modo determinado, aquello que apenas se transforma a través de los siglos: el alto pensamiento. Explicar que la adhesión de Garcilaso a Occidente es pátina que recubre lo sustantivo en él, pensamiento que lo integró en su infancia y juventud.  

Una manera de evitar decantarse por una u otra herencia garcilasiana es evitar considerarlo primer peruano. No es Garcilaso el fundador de la nacionalidad, no en su forma mestiza teorizada por el lúcido interés criollo del novecientos y tampoco en su vertiente indígena. Hay sujetos y colectividades anteriores que cumplen ese rol, anónimos y primigenios habitantes de estos territorios. Es necesario ubicar a Garcilaso como actor importante y singular en el largo proceso de construcción nacional; es  orientador de caminos, figura humana del teologal asa-gollete de nuestros ceramios, expresión de la capacidad de los andinos de dominar el uso magistral de una lengua extraña y de absorber cultura forastera y utilizarla en provecho de nuestra matriz civilizatoria; en este ámbito es útil y necesario. No como inicio y demiurgo de la peruanidad; sí como referente imprescindible de un prolongado proceso que conserva en su figura un punto de inflexión, instante de reordenamiento, reacomodo a una realidad cuyo desarrollo aún no ha terminado.  

Una digresión. Pocos retratos han influido tanto en la edificación de una identidad como los elaborados por Francisco González Gamarra (Cusco 1890-Lima 1972) imaginando a Garcilaso. La aparición de sus rostros “mestizos” coinciden con la cronología que sigue la instauración del cusqueño como icónica imagen del mestizaje teorizado en el primer tercio del siglo XX. La difundida imagen, todas forman una sola unidad, se ha tornado en el símbolo del mestizaje sin que haya preocupación en reparar que la herencia andina la hallamos solamente en el medallón que luce en el pecho o en la iconografía incaica que adorna alguna de sus obras. Los esfuerzos de Gonzales por dotarle a Garcilaso de un rostro que recoja equitativas herencias biológicas se hacen estériles cuando tiene que decidir sobre la primacía de alguna de ellas. Ante esa vital disyuntiva elige el formato criollo que lo domina como fuerza hegemónica, relega lo andino a algún pómulo sobresaliente y al sol incaico que adorna su plexo hispánico. Aún en su infancia, lo retrata español; no puede ignorar la fuerza de la ideología y el sentido de nación con primacía española. Allí está el retrato, más eficaz que las páginas y teorizaciones de Riva Agüero.

Su papel como filósofo nuestro es de imprescindible importancia. Aquí, Garcilaso es actor fundamental, requerimos su testimonio y reflexión en el espacio ético y moral que debe ser el centro de preocupaciones políticas e  intelectuales. ¿Cómo edificar sociedad, cómo integrar, cómo desarrollar principios de convivencia duraderos en medio de la diversidad? No hay modo posible si no tenemos filosofía que responda a esa necesidad; en Garcilaso hallamos ideas, contenidos que nos orientan en ese camino.   

Elocuente imagen castellana en sello postal peruano.

Observemos la realidad explicada analizando sus escritos, la  contienda que entabla entre estos espacios de su identidad. Menciona: Para atajar esta corrupción me sea lícito, pues soy indio, que en esta historia yo escriba como indio con las mismas letras que aquellas tales dicciones se deben escribir.[3] Es muy claro y especifico en este pasaje, no deja dudas sobre su filiación india. Se muestra comprensivo con los ritos religiosos, normas y penas draconianas y con el gobierno antiguo. Manifiesta sus habilidades narrativas declarándose indio nacido entre indios. Demás desto, en todo lo que desta república, antes destruida que conocida, dijere, será contando llanamente lo que en su antigüedad tuvo de su idolatría, ritos, sacrificios y ceremonias, y en su gobierno, leyes y costumbres, en paz y en guerra, sin comparar cosa alguna déstas a otras semejantes que en la historia divinas y humanas se hallan, ni al gobierno de nuestros tiempos, porque toda comparación es odiosa. […] Al discreto lector suplico reciba mi ánimo, que es de darle gusto y contento, aunque las fuerzas ni el habilidad de un indio nacido entre los indios y criado entre armas y caballos no puedan llegar allá.[4]

Critica la ignorancia de los cronistas españoles, por ese camino se erige en interprete de su etnia, de su cultura: Que el español que piensa que sabe más de dél, iñora de diez partes las nueve, por las muchas cosas que un mismo vocablo significa y por las diferentes pronunciaciones que una misma dicción tiene para muy diferentes significaciones, como se verá adelante en algunos vocablos, que será forzoso traerlos a cuenta.[5] Y aquí se asoma su otra mitad. Luego de declararse indio, también se señala mestizo: A los hijos de español y de india o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en indias, y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena, y me honro con él aunque en Indias, si a uno dellos le dicen “sois un mestizo” o “es un mestizo” lo toman con menosprecio.[6]

Hasta aquí es clara su vinculación con los derrotados en la invasión. Su identificación con lo hispano aparece cuando está en juego la supervivencia de la contienda civilizatoria, entonces su opción es claramente hispana. Lo vemos cuando narra pasajes de la rebelión de Manco Inca.  Luego de describir el levantamiento, el fuego que consumió la ciudad del Cusco y señalar su regocijo de no haber permitido Dios que se quemasen galpones religiosos indica que por estas maravillas y otras semejantes que el Señor hizo para que su Fe Católica entrara en aquel Imperio lo ganaron los españoles. [7]

Del mismo modo, cuando se refiere a las contiendas entre nativos y españoles en Chile, refiriéndose a estos últimos, refiere: y más de llorar para ellos, me pareció ponerlo aquí, no más de para que se sepa llana y certificadamente la primera y segunda nueva que del suceso de aquella desdichada batalla vino al Perú luego que sucedió, y para la contar será necesario menester decir el origen y principio de la causa.[8] Lamenta el modo en que se puso en riesgo el dominio español en esas latitudes: en uno de los cercos que ha tenido esta ciudad quebraron las imágines de Nuestro Señor y Nuestra Señora y de los sanctos, con infinita paciencia de Dios por su invencible clemencia, pues no faltó poder para castigo, sino sobró bondad para tolerarlo y sufrirlo.[9]


[1]Hugo Neira. Garcilaso testigo de vista. Biblioteca Nacional del Perú. Municipalidad Metropolitana de Lima. Lima, 2009. Pág. 127.

[2]José Carlos Mariátegui. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Empresa editora Amauta. Decimotercera edición. Lima, 1968. Pág. 30.

[3]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro primero. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 6.

[4]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Capitulo XIX. Protestación del autor sobre la historia. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, págs. 67, 68.

[5]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro primero. Capitulo XIX. Protestación del autor sobre la historia. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 67.

[6]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro Nono. Capítulo XXXI. Nombres nuevos para nombrar diversas generaciones. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 856.

[7]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro Séptimo. Capítulo X. El sitio de las escuelas y el de tres casas reales y el de las escogidas. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 607.

[8]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro Séptimo. Capítulo XX. Batalla cruel entre los Incas y otras diversas naciones, y el primer español que descubrió a Chili. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 640.

[9]Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro Séptimo. Capítulo XXV. Nuevos sucesos desgraciados del reino de Chili. Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Lima 2007, pág. 654.


¿Cuál es el significado de la malla o red en el Retablo de Juan Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua?

I. La Relación de antigüedades de este reyno del Pirú

La cúspide de las virtudes de lk8a Relación reside en los dibujos del universo cosmogónico andino, quechua. Sus contenidos abarcan temas religiosos, de historia, lingüística, sociología, universo mítico, poesía, y otros; pero, es en el inasible y subjetivo mundo de lo incognoscible que se halla el núcleo de su contenido. 

Los detractores de la crónica distinguen su principal mérito, enfilan entonces en retacear o desvirtuar la parte medular de la crónica: sus dibujos y los himnos. Con desdén eurocéntrico desvirtúan la autenticidad de sus mensajes. El Retablo nunca existió, mencionan,  y los himnos son  simples copias del pensamiento occidental y cristiano.  Son apreciaciones contrarias a la legitimidad creativa de lo que constituye el fondo y forma del Retablo que dibuja y describe Santa Cruz. Hay que repetirlo: no descuidan en atacar   el exacto espacio central del mensaje de la Relación; los dibujos cosmogónicos y los himnos son la estructura, la razón de ser del documento del noble collagua. Los argumentos nos expropian capacidad creativa para articular alto pensamiento religioso y filosófico y superiores expresiones narrativas y poéticas. Y los juicios son descarnados en este criterio, descuidando toda consideración intelectual acaban en apreciaciones pedestres y absolutamente subjetivas: equivocación o inocente superchería literaria, incapacidad de la poesía de [poseer] un valor intelectual, artístico y moral […] por lo menos equivalente a la lírica de las grandes civilizaciones europeas clásicas.  [1]

Son críticas que constituyen, considero, la encubierta reedición del encuentro de Cajamarca, eurocentrismo ignaro, puro y duro. Hago notar que, el mismo crítico, en párrafos siguientes y en contradicción total con sus menciones previas, se sorprende de hallar semejanzas entre las obras de Santa Cruz y Garcilaso de la Vega. Descuido del crítico porque si su sorpresa fuera legítima, debería de haberlo conducido a homologar sus apreciaciones calificando a la obra de Garcilaso también como superchería literaria.

Las pruebas documentales que se solicitan para afirmar la sólida contextura andina del contenido religioso de la Relación no existen en bibliotecas; seguro que figuraban en quipus y quelcas; probablemente en la biblioteca de Poquen Cancha, arrasada por el fuego, o en otras fuentes completamente extraviadas como la memoria oral recogida en crónicas. Descuidan en considerar los académicos que las pruebas más palpables las  pueden hallar de un modo claro y preciso en la continuidad en el tiempo de la poesía quechua; en el mantenimiento de la rima y ritmo que se pueden hallar en los versos contemporáneos; en el lirismo y tensión épica que se lee en la elegía Apu Inca Atawallpaman; en los himnos quechuas y católicos que José María Arguedas recolectó y difundió; en la poesía de Killku Warak’a y del mismo José María. Todo el corpus citado está medularmente expuesto en los himnos de Santa Cruz. Si esta realidad no es suficiente, será necesario entonces acudir a la cotidianeidad espiritual que aún se conserva en nuestro territorio, a las festividades religiosas, a la observación de los altares cristianos que se edifican en ocasiones especiales. Visitarlas y revisarlas servirían para comprobar que todas esas manifestaciones están imbricadas íntimamente con las crónicas, no solo de Santa Cruz sino también con las de Guaman Poma y Garcilaso de la Vega. ¿Tienen contenido católico todas ellas? Indudablemente que sí, las tienen, y mucho, pero se asientan sobre germen andino, se muestran asimiladas  por la milenaria antigüedad de nuestra cultura que siempre supo acoger al distinto y tomar de ellos lo conveniente para su reproducción social.

Reproducimos párrafos de creaciones andinas unidas por el tiempo: Himnos de la Relación; Apu inca Atawallpaman y el Himno-canción a Tupac Amaru,  de Arguedas

Primer himno de Santa Cruz

Con regocijada boca

con regocijada lengua

de dia

y esta noche

llamarás,

Ayunando

cantaras con voz de calandria

y quizá

en nuestra alegría

en nuestra dicha

desde cualquier lugar del mundo

el creador del hombre

el Señor todopoderoso te escuchará.

Apu Inca Atawallpaman

Mi corazón presentía

A cada instante

Aún en mis sueños, asaltándome,

En el letargo

A la mosca azul anunciadora de la muerte;

Dolor inacabable

El sol vuelvese amarillo, anochece,

MIsteriosamente;

Amortaja a Atahualpa, su cadaver

Y su nombre;

La muerte del Inca reduce

Al tiempo que dura una pestañada.

Himno-canción a Tupac Amaru

Está cantando el río,

está llorando la calandria,

está dando vueltas el viento;

día y noche la paja de la estepa vibra;

nuestro río sagrado está bramando;

en las crestas de la montaña nuestros Wamanis montañas, en sus dientes, la nieve gotea y brilla

¿En dónde estás desde que te mataron por nosotros?

Huelgan comentarios que expliquen la profunda resonancia andina que poseen los versos que se muestran.

II. Respuesta a algunas objeciones al Retablo

Se ha invalidado la antigüedad de los contornos del Retablo al destacar el uso de la pared corta, con hastial, para la distribución de las figuras y se ha señalado que tal procedimiento es contrario a los usos andinos de la pared larga del recinto para instalar altares u ofrendas y que, por lo tanto la forma de organización que posee el Retablo tiene su origen en retablos cristianos y barrocos. Ignorancia de los críticos. Ocurre que observamos similares contornos en los muros de la cultura Moche ubicados en las denominadas Huaca de la Luna y Cao Viejo en la costa norte peruana, como lo ha advertido Sánchez Garrafa en el estudio que le dedica a estas representaciones. [2] El contenido de figuras, flora, fauna y cuerpos

Mural de los mitos – Museo Chileno de Arte Precolombino ¿Cómo se muestra? -  Museo Chileno de Arte Precolombino
Huaca de la Luna.
                                                                 Retablo de Santa Cruz
Archivo:Cerro Blanco and Huaca de la Luna.jpg
Cerro Blanco y Huaca de la Luna.

estelares más importantes, se hallan representados en uno y otro retablo; podría señalarse que poseen un compartido horizonte de sentido que las hace tributarias de una raíz civilizatoria única. El  uso de contornos similares por dos culturas separadas por un milenio, el uso, en ambas culturas, de la pared con hastial para colocar las figuras del universo teológico, es una prueba por demás contundente para desvirtuar de una sola vez tanto desacierto en el análisis occidental. Detalle adicional: es pertinente pensar que la ubicación del centro ceremonial haya estado condicionado por la forma del denominado Cerro Blanco que nos sugiere ser una representación del techo a dos aguas de la casa del Universo.

Dibujar un perímetro en forma de casa de dos aguas es el modo más claro de interpretar el universo como vivienda de toda la humanidad; se trata de un gran templo que es, al mismo tiempo, hogar, casa familiar, como las paredes que albergan a cualquier sencillo poblador andino. Pregunta pertinente: ¿Viendo la imagen moche: ¿dónde se aplica el criterio de altar cristiano y barroco? Para añadir pruebas de los errores de los críticos, resulta conveniente revisar un texto de Adine Gavazzi para acercarnos, por medio del testimonio gráfico que brinda, a una comprensión más amplia del techo a dos aguas como elemento representativo de la unión de lo divino y lo profano en la civilización andina. [3]

Cupisnique
Cabeza de cetro, en tumba de Sipán.
Tiahuanaco

III. Interpretación de la red o malla del Retablo

Hay una vasta producción teórica dedicada a la explicación de las figuras del Retablo. Ha sido evaluado en fondo y forma, de prolífico modo, con resultados que nos permiten pensar que no restan dudas sobre su valor interpretativo de la cosmogonía andina, quechua. Por esta representación conocemos la profundas abstracciones que rodean a las concepciones andinas de la divinidad. El denominado óvalo cósmico es el resumen de conceptualización gráfica logrado en la interpretación del dios que representa. Es una concentración del pensamiento que se ubica a la altura de las representaciones de cualquier otra religión universal que ha logrado también sintetizar en imágenes el sustrato más íntimo de sus contenidos teologales y teóricos.

Hay un espacio que no ha sido estudiado o analizado en su dimensión exacta. La malla o red situada en la zona inferior del Retablo no ha merecido una interpretación que se distancie de la descripción que hace el propio Santa Cruz; se observa docilidad en seguir el término que usa el cronista para nombrarla: Collcampata. De este lugar geográfico no se ha movido la exégesis. Se ha colegido que se refiere a los andenes cusqueños que congregaba a los gobernantes quechuas, dirigidos por el propio Inca, en ocasión de ceremonias que inauguraban el ciclo agrícola. Aquí, el Inca empuñaba la chaquitaclla y roturaba la tierra y sembraba, como señal de inicio de las actividades de siembra en toda la confederación.

Surge una pregunta en este contexto: ¿por qué asignarle tan sencillo papel a esta figura en un espacio donde todos los elementos son alegorías de conceptos universales. ¿Qué razones asistieron al cronista para reproducir en el dibujo una realidad que, en apariencia, no requiere interpretación para ser comprendido? Dicho de otro modo: ¿compiten en ocupación del espacio los andenes de Coolcampata, lugar geográfico especifico, con el óvalo cósmico, vinculado a dios y a la creación del universo? ¿por qué en tal nivel de desigualdad? Pedestre información frente a teológica revelación. Carece de sentido. El óvalo es el centro del Retablo, la expresión más elevada de lo que Santa Cruz quiere revelar con su dibujo, domina el Hanan Pacha, mientras otros elementos representan el Kay Pacha. Es evidente que falta un campo importante.

Definir e interpretar el óvalo nos conduce a numerosas categorías de análisis interpretativos. Puede ser observado desde un nivel ontológicos o epistemológico, también teológico, ético y estético y, sin duda, filosófico y semiótico. ¿Por qué no usar similares categorías para el análisis de la red? Una hipótesis surge de estas preguntas y reflexiones: la información que proporciona Santa Cruz en cada figura no va más allá de consignar un nombre; la excepción la vemos cuando añade una breve explicación para Chasca Coyllur y Choquechinchay. En la mayoría de las figuras hallamos correspondencia entre el significado y significante, mientras que no se da esta correspondencia para la figura de la red. Junto al rio Pilcomayo conforman las figuras que a las que se puede acceder si ese fuera el propósito. Dibujar una red o malla y nombrarlo Collcampata, en franco desajuste con el significado de todas las figuras, tiene una explicación: el cronista ignoraba el complejo significado que los Amautas le confirieron a la red. Ha ocurrido que la ausencia de explicaciones de Santa Cruz se suplen, en todas las figuras, con informaciones de otras fuentes que completan el panorama interpretativo; por otro lado, ellas mismas extienden un sendero de comprensión. No ocurre lo mismo con la red; y no es una falta que podamos reprocharle a Santa Cruz; no era un teólogo, tampoco un exégeta de la cosmogonía andina. No tenía por qué serlo.

Formulados los cuestionamientos principales, hago preguntas para ensayar una interpretación que vaya más allá de andenes y depósitos.

1.- ¿Si la disección horizontal del Retablo nos brinda el mundo de bien arriba, el de arriba y el de acá, dónde se encuentra el mundo subterráneo, el Uku pacha? Si se responde que su ingreso es por el espejo de agua que nos muestra, entonces, por qué no repitió similar procedimiento para ingresar a los otros mundos?

2.- ¿Han podido los creadores originales del Retablo, los filósofos Amautas, olvidar el Uku Pacha?, ¿Resulta creíble, aceptable, tamaño olvido?

3.- ¿Los Amautas, creadores de teología y filosofía, pudieron haber usado todas sus capacidades de abstracción para diseñar una red para representar los andenes del Collcampata y hacerlo en un espacio donde todas las figuras interpretaban distintas formas de la divinidad? El espacio de los andenes era sagrado si, pero carente de la dimensión del ovalo cósmico y de las chacanas ancestrales. Su presencia en el Retablo tiene que explicarse insertándolo en el espacio mítico, religioso, teologal. Hay asuntos mas importantes detrás y, sobre todo, debajo de la red.

4.- Si la malla-red solo representa a los andenes, espacio con perímetros definidos, confinado y bien delimitado, ¿por qué el dibujo no lo interpreta de ese modo?

Ensayo una lectura probable. Y me ayudo por objetos o referentes de dos épocas distantes en el tiempo: pre inca y colonial. En la primera acudo a los ceramios de la cultura Moche estudiados por Jurgen Golte que muestran con mucha claridad redes o mallas similares a la del Retablo.

No se trata, según Golte, de diseños instalados en el ceramio con fines solamente decorativos, realidad que, hay que subrayarlo, no es propia de ninguna cultura en el horizonte civilizatorio andino. Se describe el ceramio señalando que se trata de una fuente acampanada que muestra en su parte inferior pirámides del mundo de abajo. Golten llama pirámides a la malla. [4]

En este ceramio, donde la malla está asociada a la Chacana, nada menos, la descripción señala que se trata del ayudante iguana que está lanzando flores al aire. Refiere Golte que el tinku básico del ritual es entre el mundo de abajo y las flores arrojadas al de arriba. [5] Vemos la asociación que hace entre el mundo de la chacana con mallas como sitio del Uku pacha.

En este último ceramio, Golten describe cautivos en el bote de la diosa lunar en el interior de la vasija, es decir ya habiendo pasado el umbral de la muerte. De nuevo el Uku pacha. [6] En este ceramio la malla ocupa el centro del ceramio, el corazón, en otros términos, el punto nodal de las concepciones acerca de la muerte. Lo subrayo por la comparación que tendrá luego este punto con la figura colonial que se mostrará.

¿Puede obviarse la relación de estas mallas con la presentada por Santa Cruz? Sí, es posible, si la decisión es obviar una realidad objetiva. Por la ubicación, por las ceremonias que acompañan, por la importancia que tienen en la estructura del ceramio, hay relación entre estos dibujos y la red de Santa Cruz. El arte andino no está desligado de relaciones con la divinidad, la naturaleza y la sociedad y sus pensamientos.

Pasemos a una fuente colonial. Se trata de una pintura contenida en el códice Galvin de Martín de Murúa. La figura trece, que nos permite observar de nuevo la forma y el concepto contenido en la malla del Retablo.

Observamos una relación íntima, directa, del soberano Inca con el cerro en cuyo interior se dibuja la malla teológica. Al interior de la malla se pueden apreciar habitantes del Uku pacha.

Concluimos:

1.- La malla no es solamente la sencilla representación de los andenes del Collcampata cusqueño.

2.- Santa Cruz no alcanzó a comprender el significado de la malla-red que dibuja en el Retablo.

3.- Es probable que los andenes del Collcampata hayan contenido un significado adicional al conocido. No solamente lugar de exclusivo uso del Inca, razón suficiente para considerar su tesitura divina, sino que el destino de su uso estuvo precedido por complejas connotaciones teológicas. Primero se interpreta el lugar como depositario, almacén, de alto contenido doctrinal y luego se destina el espacio para uso del Inca. Los cronistas señalan a este lugar como el espacio que ocupó primero Manco Cápac. Observemos que los andenes estaban enclavados en el «pecho» del cerro que contenía el templo del Sol del Hanan Cusco, el Sacsa Uma. Del mismo modo que muestra la figura Galvin para el cerro de Potosí.

4.- ¿Estaba el Collcampata, ademàs de lugar de acopio de objetos y mitos sagrados, ligado a una forma de ingreso al Uku pacha; era acaso un lugar privilegiado para acceder a ese espacio sacro?

5.- Debe también entenderse la malla como un complejo modo de acceder al mundo interior, personal.

Expongo enseguida una interpretación que está en desarrollo, pero que la muestro en el nivel en el que se encuentra.

IV. La malla del Retablo como expresión del espacio y tiempo andino

Sabemos el polisémico significado de la palabra Pacha en quechua. Sirve para nombrar el espacio y tiempo. Pero no solamente es útil para describir estos dos elementos, se le adiciona una función mas sencilla y pedestre: también significa ropa. No es casualidad que tenga esta acepción además de las dos anteriores. Se distinguen por el contexto en que se usan y por la entonación que las acompaña. Sabemos del hondo contenido simbólico del quechua.

De la acepción ropa extraigo el concepto que la constituye y compone: el tejido. Pacha por extensión también puede considerarse tejido, malla, urdimbre. El tejido que resulta de la interacción del espacio y tiempo. Si parece exagerada o excesiva estas interrelaciones, aún con solo las acepciones de tiempo y espacio la exposición y sus relaciones siguen siendo válidas.

La malla, en una de sus facetas, representaría entonces el Uku Pacha, la profundidad desconocida integralmente, pero también, y lo más importante, el espacio donde la imperturbabilidad de la Pacha espacio, se integra con la fluidez del tiempo, Pacha tiempo. Territorio incognito donde el tejido del espacio y tiempo se ejecuta sin interrupciones terrenales.

Si nuestros antepasados tuvieron la capacidad extraordinaria de equiparar el tiempo y el espacio, también estuvieron en capacidad de representarlo. El Retablo, espacio de contenido profundamente filosófico y teológico alberga esta representación en la figura de la malla o red santacrucina. Y, claro, en ese sentido es también deposito, collca, de todo aquello posible de ser depositado; en el lugar donde el espacio y el tiempo se entretejen. Alberga por lo tanto objetos, productos, divinidades, historia, costumbres, sociedad. Por eso la importante ubicación que ostenta. Base y cimiento de todo el Retablo.

Otra consideración que abona en favor de esta lectura: la forma que posee el tiempo cíclico andino. No es el tiempo del eterno retorno europeo. Jurgen Golten lo describe y dibuja según observamos en la figura siguiente. [7] El tiempo andino es cíclico, sí, pero no conserva la repetición mecánica de los acontecimientos; los Pachacutic renuevan los procesos sociales aproximándose a los tiempos anteriores, sin imitarlos ni copiarlos con exactitud. Todos los tiempos son semejantes, pero distintos. Es un tejido complejo en el que espacio y tiempo se entrecruzan edificando una urdimbre, malla y red compleja.

Esquema del tiempo andino diseñado por J. Golten.

Santa Cruz ejecuta un dibujo en su crónica mostrando, según explica el andar del Inca cuando ingresaba a los poblados que visitaba. Creemos que un desplazamiento de este tipo no era posible realizarlo en todos los lugares que visitaba por cuanto exige una cartografía del suelo muy particular, impropio de los poblados serranos. Consideramos que es más bien la forma del caminar del Inca en particulares momentos y espacios sacros. ¿Por qué esta manera de desplazarse del soberano? No puede explicarse estos movimientos desligado de su investidura temporal e intemporal y sacra, de su condición de hijo del Sol por lo tanto imitador de lo que Guaman Poma llama: los ruedos del Sol. En una interpretación adicional y más divina, si se quiere, se trata del espacio y tiempo entretejido, del tiempo cíclico que él encarnaba como la más alta expresión humana de la divinidad. Aquí, de nuevo, Santa Cruz puede haber interpretado el sentido restringido de este caminar y dejado de comprender su significado teológico y filosófico.

La figura en espiral esta en representaciones escultóricas de muchas colectividades de nuestro continente. Se muestran algunas de estas figuras en territorio del Perú actual.

[1] Pierre Duviols. César Itier editor científico. Escritos de historia andina. Cronistas. Tomo II. Biblioteca Nacional del Perú. Instituto francés de estudios andinos. Págs. 264, 266, 268 y siguientes.

[2] Rodolfo Sánchez Garrafa. Cosmos Moche. Asociación Andrés Del Castillo. Lima, 2012. Pág. 70.

[3] Adine Gavazzi. Microcosmos. Visión andina de los espacios pre hispánicos. Apus Graph Ediciones. Lima, 2012.

[4] Jürgen Golte. Moche cosmología y sociedad. IEP. Lima, 2015. Pág. 207.

[5] Jürgen Golte. Moche cosmología y sociedad. IEP. Lima, 2015. Pág. 253.

[6] Jürgen Golte. Moche cosmología y sociedad. IEP. Lima, 2015. Pág. 288.

[7] Jürgen Golte. Moche cosmología y sociedad. IEP. Lima, 2015. Pág. 67.

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José Guadalupe Posada

Ubicación en el Cusco de la casona de «Los ríos profundos»

Ubicar la casona que José María Arguedas nos hace conocer en las primeras páginas de su novela «Los ríos profundos» es, considero, el logro más importante del proceso de escritura del libro: «El Cusco de Arguedas». El escritor la describe en las primeras páginas y narra el pasaje del siguiente modo:

«Habíamos llegado a la casa del Viejo. Estaba en la calle del muro inca.

Entramos al primer patio. Lo rodeaba un corredor de columnas y arcos de piedra que sostenían el segundo piso, también de arcos, pero más delgados. Focos opacos dejaban ver las formas del patio, todo silencioso. Llamó mi padre. Bajó del segundo piso un mestizo, y después un indio. La escalinata no era ancha, para la vastedad del patio y de los corredores.

Archivo Arguedas Cusco 1
Maruri N° 320. Fachada de la casona de «Los ríos profundos»

El mestizo llevaba una lámpara y nos guió al segundo patio. No tenía arcos ni segundo piso, solo un corredor de columnas de madera. Estaba oscuro; no había allí alumbrado eléctrico. Vimos lámparas en el interior de algunos cuartos. Conversaban en voz alta en las habitaciones. Debían ser piezas de alquiler. El Viejo residía en la más grande de sus haciendas del Apurímac; venía a la ciudad de vez en cuando, por sus negocios o para las fiestas. Algunos inquilinos salieron a vernos pasar.

Un árbol de cedrón perfumaba el patio, a pesar de que era bajo y de ramas escuálidas. El pequeño árbol mostraba trozos blancos en el tallo; los niños debían de martirizarlo.

[…]

Nos llevaron al tercer patio, que ya no tenía corredores.

Sentí olor a muladar allí. Pero la imagen del muro incaico y el olor a cedrón seguía animándome.

— ¿Aquí? —preguntó mi padre.

— El caballero ha dicho. Él ha escogido —contestó el mestizo.

Abrió con el pie una puerta. Mi padre pagó a los cargadores y los despidió.

[…]

— ¡Es una cocina! ¡Estamos en el patio de las bestias! —exclamó mi padre.

Me tomó el brazo.

Zaguán de ingreso

— Es la cocina de los arrieros —me dijo—. Nos iremos mañana mismo, hacia Abancay. No vayas a llorar. ¡Yo no he de condenarme por exprimir a un maldito!

— ¡Estamos en el Cuzco! —le dije.

— ¡Por eso, por eso!

Salió. Lo seguí hasta la puerta.

— Espérame, o anda a ver el muro —me dijo—. Tengo que hablar con el Viejo, ahora mismo.

Cruzó el patio, muy rápido, como si hubiera luz.»

Luego, el adolescente Ernesto se dirige presuroso al encuentro con el muro inca. Se suceden diálogos de padre e hijo en torno a la casona y sus vecinos, pero lo esencial de la descripción está transcrita en los párrafos precedentes.

Recuerdo las líneas en mi primera lectura de la novela; todavía adolescente, fui mudado a un territorio de irrealidad y ensoñaciones. Dos fatigados viajantes habían visitado mi ciudad, caminado por sus veredas y parques, sin haber dejado huella alguna. ¿Habría sido cierto? Habitante, por entonces, de la ciudad narrada por José María, y atenuadas las imágenes poéticas que provocan sus letras, pensé que la travesía era ficción lirica y la casona creación de la fértil imaginación del narrador. Estaba aún distante de percibir que la prosa de nuestro escritor recorre los contornos de sus experiencias y muchas veces habita sus contenidos.

Primer patio, mostrando el acceso a los patios interiores.

Luego de algunos años, conseguido el conocimiento que me permitía releer sus obras sin la sencillez adolescente advertí que, del mismo modo que existía la estación de trenes que recibió a Ernesto y a su padre; la amplia avenida Tullumayu y la angosta San Angustín, descritas sin nombrarlas, como la calle de las piedras sagradas, también la casona debía ocupar un espacio cierto de la ciudad ancestral.

Se trató de una búsqueda diletante, no pesquisa profesional y obsesiva, pero siempre que retornaba a mi ciudad hilvanaba ideas, tejía conjeturas. Miraba fachadas, atisbaba interiores de casonas con patios extensos, repasaba imágenes de inmuebles que había conocido en andanzas por la ciudad. Las más de ellas conservaban cerradas sus sólidas puertas de pezones y aldabones de bronce. Varías podían reunir las características descritas en el texto, no necesariamente ser dúplica de las descripciones de la novela, pero haciendo separaciones y distinciones, no eran numerosas las que lucían tres patios. Y, lo más importante, la señal clara indicaba que había que indagar en la «calle del muro inca»; así lo señalaba Ernesto, se había acercado a la pared de piedra después de caminar unos pasos.

La información era inexacta, no era cierta. Arguedas, como muchos escritores, poseía memoria eidética, pero la usaba transformando sus recuerdos, recreando la realidad. Era su mente analógica la que actuaba, sus descripciones «se parecen a». Además, punto importante, tuvo el afán permanente de cubrir aspectos significativos de su biografía. La casona formaba parte de esa realidad; se trataba de la vivienda de Manuel María Guillen, Manuel Jesús en la novela, personaje muy ligado a sus primeros años en Huanipaca. Además, cuando terminó de escribir su obra, es probable que en esta casona ya residía Juanita Tejada Gutiérrez, otro hallazgo del libro. Detalle adicional: en publicación previa señalo a Juanita Tejada como probable madre de José María. (*) Cómo se observa no eran menudos los temas que había que tiznar de misterio.

La calle del muro inca no conserva casona parecida. Mantuve por largo tiempo la impresión de que un muro maltratado frente a la casa de Inca Roca escondía sus restos deteriorados. La Cuesta de San Blas, que se inicia en la esquina siguiente, no conserva ninguna vivienda con las características narradas. Concluí que el achacoso muro debió, en los años veinte, haber recibido a Ernesto y a su padre. No hallaba otra otra alternativa. El tiempo había hecho su labor y desaparecido la casona.

Ingreso a la habitación que ocupaba Juanita Tejada Gutiérrez.

Pasaron los años y ocurrió un encuentro con la señora Rosa Matos Gutiérrez. Me hallaba por entonces en medio de pesquisas para redactar un aspecto de la biografía de Arguedas. La venerable anciana había nacido en Huanipaca, conoció a José María en esos territorios y era ahijada de Manuel María Guillén y conservaba con suficiencia detalles de la vida familiar de José María, de Manuel María y de su esposa Amelia Arguedas, hermana del padre del escritor. El encuentro fue facilitado por la investigadora de Arguedas y amiga francesa, Ghislaine Delaune que trataba con familiaridad con la señora Rosa. De este encuentro surge el dato decisivo. Señaló la lúcida y cordial anfitriona en su departamento limeño de Jesús María, que tenía por costumbre dominical visitar la casona de la familia Guillén en el Cusco. Recibí información bastante precisa. Sí, dijo, me acercaba a mi padrino cuando obtenía permiso del internado religioso del barrio Belén. Recepcionada la información pensé que estaba a un paso de ingresar a los patios de la casona.

El camino se despejó por entero con las coordenadas recibidas. Así emergió de la ficción el inmueble de la calle Maruri N° 320, lugar de la memoria, espacio impregnado con los vestigios de Ernesto, su padre, el pongo amigo del sensible adolescente, Manuel María, Amelia, Juanita, José María.

Corroboré la información con un pariente cercano de José María, amigo de juventud en el Cusco. Me confirmó que la señora Matos había proporcionado informacion exacta. Se trataba de la casona buscada. Había que visitarla y extender el plano de las letras sobre la realidad, comparar atmósferas, mensurar la angosta escalera descrita, verificar los tres patios.

Coincidieron pronto compromisos académicos con el urgente interés de acercarme a la vivienda. Y así fue. Caminé desde la plaza principal, y pasando por la fachada del antiguo Acllahuasi, pude mirar el frontis de la casona. No estaba a unos pasos del muro inca, la separaba diez minutos de apresurado caminar. El itinerario seguido por Ernesto, desde su llegada a la estación del tren, conducía con sencillez a ese recinto. Los personajes no caminaron más allá de la calle Maruri, se percibe el diseño de esta senda en las palabras arguedianas; el soplo de su creación no los hace caminar hasta la calle de las piedras, Ernesto y su padre giran hacia Maruri cuando es oportuno.

Amplio frente; portón generoso con dos puertas adicionales a los costados; dos balcones encerrados por cuadriculas de metal. Se notaba trajinar de obreros en labores de reparación y acondicionamiento. Pude otear el interior desde la puerta entreabierta. No logré convencer al amable trabajador, no me permitió acceder al zaguán. Obtuve teléfonos y direcciones y pude contactar con los propietarios de la vivienda, parientes y herederos de Manuel María Guillén. Entonces ingresé a la casona. Pasos etéreos al principio, desconfiados, temerosos, hasta percibir que se trataba de los espacios de Ernesto. La escalera angosta, los tres patios, los arcos. Pero, sobre todo, era la coincidencia de alientos, pulsaciones que las paredes exponían y que los balcones guardaban. El cedrón había desaparecido. Los dos patios posteriores se hallaban clausurados. Sí, era el lugar. Pacha, espacio y tiempo reunidos.

Recorrerla produjo sentir mis pulsaciones vibrar en todos los confines de mi ser. La emoción que me embargó es difícil de narrar. Atravesé bosques de palabras e imágenes, rostros, sonidos quechuas, ecos de la ríspida voz de José María cantando al joven que lleva el Yawar Mayu en su carnaval de Tambobamba. Pretendí sentir la desazón del adolescente caminando hacia el maloliente tercer patio, intuí al inquieto jovenzuelo enrumbar sus pasos hacia la calle Hatun Rumiyoc donde después repetiría,  frente al muro inca, y casi gritando:  Puk´tik´yawar rumi,  Puk´tik´yawar rumi…

El valor que posee la casona carece de dimensiones. Explicarlo dejaría de lado valiosas características. El Cusco tiene la misión de valorarla y conservarla, usarla para el desarrollo de las culturas, apropiarse de su significado. Esperamos ser partícipes y testigos de ese sueño.

( *) Hugo Chacón Málaga. Arguedas, biografía y suicidio. Fondo editorial IIPCIAL. 2018

Bea y Antonio. V parte. Epílogo.

¡Gabriel, llego pronto!, ¿tendrás un día libre para conversar? Era Bea que visitaba el Perú después de cortos meses. Quedamos en vernos el mismo día de su llegada. En el lugar de nuestra conversa anterior, ¿lo recuerdas? Sí, cómo no, quedamos, te llamo.  

Comento con Ana la visita. La había llenado de datos y detalles de la historia y la conocía bien, conversamos mucho sobre la decisión de Bea. Ya quiero conocerla, dice, invítala, nunca he hablado con alguien que abandone un amor de novela, y le diré también que es la primera vez que trataré con la protagonista de un cuento; seguro, será toda una experiencia. Añade que una de las cosas que más curiosidad le suscita es averiguar por qué la historia me había producido tal estado de intranquilidad. Ahora te veo  más sereno, pero has estado alteradísimo estos días de escritura; bueno, veremos en qué acaba todo este revuelo.

El cuento está avanzado, solo falta el contacto final, redactar el epílogo y dejarlo reposar un  tiempo. Estaba ansioso por dar  mis opiniones y conocer las suyas; lo más importante, hablar de su equivocada decisión. Se lo había comentado, pero necesitaba decírselo con puntos y comas, mirándole a los ojos: Bea, no se huye del amor, nunca, no interesa qué forma o contenido tenga. Esta bien, así lo haremos, responderé tus objeciones; además quiero entender tu vinculación con la trama de Huancavelica; sí, lo has explicado un poco, pero creo que guardas la razón principal. No, Bea, no hay secretos aquí, te lo dije, todos hemos luchado contra decisiones caprichosas, pero ese es otro cuento. Los datos que había recogido de Bea en los meses anteriores, me permitían decir que la conocía mejor que cualquier familiar cercano, pero continuaba sin conocer las razones de su alejamiento de Antonio; había allí cosas por explicar.

La observé mientras se acercaba, vestía un conjunto de saco marrón y pantalón beige; blusa floreada de tono amarillo dominante, con notorios marrones secundarios, una esmeralda brillaba al final de discreto collar áureo. La imagen de inseguridad y menuda fragilidad de los años universitarios había virado hacia una presencia serena, confiada en sus posibilidades para alcanzar lo que deseara. La delgada figura de estudiante se mantenía, también la delicadeza de su trato y la armoniosa combinación de formas y colores que la cubrían.

—Gabriel, ya deja de observarme por favor.

—Has cambiado poco, inclusive sigues usando zapatos de taco muy bajo. Te recuerdo siempre elegantosa en la universidad, y hoy solo puedo decirte que luces muy bien.

—¿Esperas que también te halague?

—Si puedes.

Rio con la seguridad que dan los años, que restan importancia a cualquier comentario  sobre ropa o personalidad. No interesan porque se sabe bien de las unidades que nos mensuran, ya hay cierta paz interior. La miraba e imaginaba su figura caminando por las calles serranas, trepando a la camioneta o durmiendo en las comunidades. Sí, era una mujer que había vivido más que yo y que había sufrido, quizá, más. ¿Dónde  se esconde Huancavelica en ese cuerpo, dónde duerme Antonio, dónde queda su sombra escuchando Llanto por llanto mientras la paloma se ahoga en la rama  que tiembla como quien dice ¡Ay! tú no sabes lo que es amar;  no quiero ser Antonio, no deseo ser abandonado ni quiero morir buscando la muerte, tampoco ser visitado por ninguna viuda secreta, no quiero lágrimas de Antonio sobre mis lágrimas. Me sentía descansado luego de los días de tensión escribiendo la historia que había hecho mía desde el inicio y el momento prometía ser un buen punto final para atenuar las inquietudes que todavía conservaba.

Parque Central. Miraflores.

Pedimos un par de daikiris de durazno en copa grande y Bea le agregó dos porciones de canapés de salmón ahumado. Estábamos listos para la batalla verbal.   

Mirándole a los ojos, le pregunto:

—¿Crees que hiciste bien?

—No, Gabriel, no hice bien las cosas, ahora las resolvería de otra manera. Debí proponerle viajar  juntos, creo que él lo habría pensado, y no perder el contacto, fue irresponsable abandonar un amor de ese modo. Resolver mi viaje en secreto fue otra equivocación; era necesario llegar a acuerdos y conseguir paz para ambos; nos amábamos, eso hacía posible todo. Gabriel, si amas, se sigue al amor, no interesa la forma, los tiempos que esa realidad dure; puede ser cruel la distancia, pero todo se arregla, acomoda.

—Cumpliste tus objetivos.

—¿De qué sirvió tanto desafío?, nunca pude desprenderme de su memoria, de mi amor; lo que hice después, y lo recalco, todo lo que hice después, ha estado atado a la errada decisión huanca, así la llamó, para no llamarle burrada decisión. Sigo buscándolo, y siempre con amores transitorios; es por él, como si lo siguiera esperando, es mi letra escarlata.

—Me da paz escucharte, tú sabes, fui del partido de Antonio desde el primer momento. Pensé que venía a discutir tu decisión, a desmenuzarla y hacerte sentir culpable, me alegran las coincidencias. Estoy de acuerdo, no se puede dejar el amor a un costado cuando decides tu destino, no se repite, aparecen otros con distintas temperaturas, pero ese cariño especial, no, nunca más.

—Se aprende con los golpes, de joven crees que será sencillo repetir experiencias, mejorarlas, mi abuela decía que el tren del amor pasa de madrugada, si no estás despierto, ya fue.

Brindamos por los meses transcurridos, la amistad sin fronteras, por los libros que comentamos, brindamos por haberme permitido vivir esos años a su lado, haciendo de Antonio, sintiendo el parecido que  tienen las historias de amor.

—Bea, cuando empezamos a hablar, creo que  pensabas distinto.

—No tanto, he aclarado puntos oscuros, evaluado con más serenidad mi actuación. Hablar contigo me ha servido, has puesto cada cosa en un lugar más adecuado, me ha provocado reflexionar sobre los motivos que tuve para actuar de ese modo.

—Pero, dime, que punto es central en tu decisión.

—Fue mi terror al hogar, a no cumplir con mis responsabilidades, a los hijos, al compromiso con Antonio,  pensé que sería un fracaso, entonces él ya no estaría. Nunca tuve hogar, recuerda, no aprendí en esa escuela. Tenía mucho miedo al abandono, pensaba que no merecía ningún amor, que todos me dejarían en algún momento. Decidí ser yo la que supere ese peligro; castigar lo que más quería, usarlo como objeto de  venganza por todo lo que había sufrido antes.

—Fuerte lo que dices; te diré que a ambos nos ha servido, Bea, a mí para hallar un poco de paz en medio de un desorden que no acabo de superar.

—¿Esa chica estará en el cuento?

—Está casi terminado, recalco, mi cuento, mío, no tuyo. Solté una carcajada que entendió bien, sí, claro que es tu cuento, nuestro, mejor.

Tornando la carcajada en sonrisa, le dije que Bea y Antonio vivían ya con nosotros. Abrí mis brazos y, haciendo figuras con mis dos manos, apunté la mitad de su cuerpo. Ella hizo gestos de dolor  y se tocó el corazón. Ay, Gabriel, Gabriel, ¿dónde estuviste? La miré por un largo rato, sin poder responder; quizá porque nunca supe dónde estaba. El río que parecía ser Antonio el día que ingresó en su vida, pasaba sus aguas entre nosotros, trayendo nuevas vestiduras. Bea, finalmente, todos somos ciudadanos de una sola patria, de errores, amores, desamores, engaños, venganzas, pero todos, también, humanos luchando por la misma causa: querer y ser querido.   

—Estás ignorando la otra parte de la pregunta, la chica esa, ¿estará en la historia?

—Eres muñeca brava, no sueltas tu presa. Mira, te respondo, la chica desapareció, sin dejar huella, eligió la seguridad de lo poco o mucho que tenía. Nada pude hacer.  Y punto, no diré una palabra más, al menos no por ahora. Ah, y no, no estará en el cuento, no merece.

Me reí de la afirmación, era falsa, parcialmente falsa. Seguí hablando.

—¿Cómo es no?, es impresionante la manera en que situaciones de este tipo moldean tu existencia. Pero, oye, mañana estarás en mi casa, conocerás a Ana, mi familia, allí seguiremos hablando; es hora de cerrar la noche. Te acompaño a tu depa, vamos. Quizá allí me anime a completar mi respuesta.

—¿Tú crees?, ¿podrás ver en mí a la mujer que nombras tanto?

Pasa, es pequeño, pero no le falta nada. ¿Amor quizá?, no, eso es lo que más abunda entre estas paredes. Te sirvo un trago, ¿te parece?

Bea y Antonio. IV parte.

Antonio me llamó antes de partir a España, no fue fácil conversar con él, lo noté con algunas copas de más. Nora me comentó que lo había visto excedido de licor, no solo una vez, varias; viene por aquí dejando su aroma por todo lado. Mi jefe está preocupado, no sé en qué acabará esta historia, no le veo buen final, eso comentamos. No es para menos mujer, eras su amor y no se ubica en la nueva realidad, demorará en conseguirlo. Prefiero no saber de esos detalles, Nora, me descomponen por completo, evita contarlos.

—¿Me escribes pronto?

—Lo haré Antonio, lo haré. Quiero que te cuides, no descuides tu trabajo, tus niños.

—Te esperaré, no lo dudes, el tiempo que sea necesario.

—No lo hagas, vive en libertad, no te ates a nada, no es la mejor solución, así lo haré yo. Luego vendrá el tiempo del retorno, si nos encontramos de nuevo, será para estar juntos para siempre.

—No te conozco Bea, no eres la mujer que ató mi corazón, no entiendo cómo pudiste hacer todo esto en secreto. Ayer me amabas y ahora pides que te olvide. Así no son las cosas para mí, perdóname.

—Antonio, es una nueva oportunidad para los dos, tómalo así, no podemos vivir gobernando el futuro, no es posible.

—Tú fuiste mi última oportunidad. Adiós Bea, te deseo lo mejor, a pesar de todo lo que me has hecho, te deseo una vida feliz, consigue tus sueños. Suerte.

—Te abrazo con mi corazón. Te beso. Adiós.

Ya te puedes imaginar cómo me sentía. El viaje al aeropuerto fue de una negrura extrema, percibí recién con claridad que abandonaba no solo a Antonio sino a mi patria, la ciudad que me había costado tanto quererla; ¿cuándo sería el retorno, volvería a vivir en el Perú, estaría con Antonio?  Mi hermano me acompañó silencioso, reprochando mi decisión. Nos despedimos con el luto envolviendo nuestro abrazo.

No le escribiría, no era lo mejor para él ni para mí. Presentía que me iba por mucho tiempo, no tenía el derecho de condicionar su vida y tampoco deseaba partir con un deber a cuestas, sería una pendiente muy empinada la que me esperaba en Europa.  Quería vivir, Gabriel, probarme, atravesar campos, ríos, subir montes, abrir todas las puertas. Amaba a Antonio, sí, lo amaba como nunca pude amar a nadie más, pero, por eso mismo, necesitaba saber qué era lo que me llamaba a partir, nos volveríamos a encontrar después, con todas mis pasiones consumidas.

En Madrid me recibió la gente de la cooperación y me instalé en un albergue cerca al Museo del Prado. Lo primero que hice fue visitarlo, era un inicio con buenos augurios. Conocerlo era ya suficiente razón para estar donde estaba. Me quedé una semana, conocí lo suficiente como para saber que no había tomado una decisión equivocada. Era un mundo distinto, repleto de desafíos. Luego partí a Sevilla y después Barcelona. Hice los papeleos en la universidad y a los pocos días empecé mis clases. La beca cubría todos mis gastos, imagínate qué suerte, pero mis hermanas tuvieron que ayudarme, no me alcanzaba la mensualidad, aun mudada a un alojamiento más económico.  Tuve que aprender catalán, los cursos eran en ese idioma, no lo supe en el Perú, pero pude superar esa barrera. Así empezaron los dos años de aprendizaje. No te cuento los detalles para no cansarte. Mis pensamientos en esos primeros meses estaban cautivos del Perú, de Huancavelica, Huancayo y de Antonio. Nora no atendió mi pedido y me escribía contándome de los amigos, del trabajo, y me hacía saber que Antonio no se despegaba de la bebida, no hay modo de corregirlo, hemos conversado varias veces, un día le hablé de ti, no quiso escucharme, no me hables, no me hables, respondió, no quiero saber nada de esa mujer, no existe para mí, ni una letra he recibido de ella, no es posible, no. Estaba tomado, después regresó a preguntar por ti, pobre, no te cuento cómo se puso para no complicarte. ¿Por qué no le escribes, Bea?, unas líneas serían suficientes, pobrecito, no para de sufrir.

No escribí, ni una postal, hacerlo era regresar a un tiempo de recriminaciones y planes inciertos o imposibles de cumplir; me esperaban dos años inamovibles, y no sabía que ocurriría después. Antonio necesitaba encontrar su camino. Me contaba que la violencia en la zona estaba cada vez peor, no hay día que no detonen una bomba o derriben una torre de electricidad, autoridades asesinadas por todo lado. Antonio ha llevado la empresa a Huancayo, lo vemos muy poco. Sí, ha retomado su camino, ha dejado de tomar, no le veo pareja. Fue uno de los últimos contactos que tuve con Huancavelica, Nora terminó por aceptar que no deseaba noticias de ese tipo.

Fueron años muy duros, superar las barreras culturales, costumbres, añorar tu patria, es tremendo, pero lo conseguí,  logré aclimatarme y después de acabar mis estudios obtuve trabajo en la empresa textil donde hacía mis prácticas. Ocurrió cuando ya tenía planeado retornar al Perú, fue inesperado, el encargado de las importaciones falleció y me ofrecieron su lugar. Fue el inicio para conseguir mi residencia y después la ciudadanía. Así fue. Pero sabes, no lo olvidaba, aun cuando me vinculé a Luis, un catalán simpático, parecido a Antonio. Rompí con él cuando habló de matrimonio.

Las noticias del Perú eran cada día más atroces, Sendero estaba en todo lado; no era momento de regresar. Además, tenía en trámite mi residencia, me faltaban muy pocos requisitos que cumplir. Pero ¿cómo olvidas tu país?; mi padre vivía en Huancayo, y sentía la necesidad de verlo, a pesar de todas las diferencias que nos separaban. Toda una historia.

Plaza Constitución. Huancayo.

Avancé mis tramites y luego de adquirir un departamento en Terrassa, una localidad cercana a Barcelona, decidí que el día de mi retorno estaba cerca. Demoré unos meses en organizar todo el proceso y regresé terminando los ochenta. Me encontré con un país devastado. Mi hermano quiso evitar que viajara a Huancayo, es peligroso, no sabes a lo que expones; no le hice caso, Antonio provocaba superar cualquier riesgo. Estaba allí, mirándome, reclamando y yo necesitaba verlo, cumplir la promesa que le hice de volver. Tomé un bus y viajé toda la noche. apenas dormí, pensando en todas las posibilidades que me aguardaban. ¿Estaría casado, me esperaba? Faltaba muy poco para saberlo. Llamaría a su hermana, en una antigua libreta de notas, conservaba el teléfono de Carmen. Fue algo muy triste ver a la ciudad adormecida, tan diferente a la de mi niñez, temerosa de los extraños. Todos se vigilaban, desconfiaban.

Antes de buscar alojamiento, tomé desayuno en el Olímpico, jugo de piña con tostadas. Estaba nerviosísima. Pedí el teléfono y llamé. Tenía la mente en blanco, ¿si me responde él, qué digo? Dios, ayúdame.

—¿Carmen?

—Sí, ¿quién habla?

—Bea, ¿me recuerdas?, fui pareja de Antonio.

—Qué sorpresa, te fuiste a España, ¿no?

—Sí, pero ahora estoy en Huancayo y quiero saber de Antonio.

Apareció un silencio interminable, seguido de un llanto que Carmen no quiso contener.

—Antonio murió, Bea, murió hace dos años.

Me apoyé en el mueble que sostenía el teléfono. Tomé mis ojos con mi manos, dejando el teléfono a un costado, y lancé un ¡no puede ser! doloroso e inesperado, para mí. Soy normalmente serena, pero había esperado casi una década para llegar a ese momento, y no, ya no sería posible decirle que lo seguía amando y que me perdone.  Carmen, controló su llanto y siguió hablando.

—Lo asesinó Sendero, en las alturas de Huancavelica, haciendo sus labores, y a otros que estaban con él. Pero, sabes Bea, él busco su muerte, buscó el peligro, nunca pudo olvidarte. Si hasta dejo escrito lo que deseaba se ponga en su lápida.

Me envolví en una niebla oscura, densa y helada; me seguí sosteniendo del mostrador. Los espasmos de Carmen y mi silencio fue el velorio que le ofrecí a Antonio, estuve con él, muy cerca. Sí, le dije, sigo aquí. Pregunté si lo podía visitar en el cementerio. Me dio sus datos y nos despedimos, antes preguntó si podíamos vernos. Sí, te volveré a llamar, respondí. Leerás lo que pidió poner en su lápida, míralo. Antonio te quería mucho, no tuvo vida después de tu partida. Yo también lo amé, y lo sigo amando, Carmen, tu dolor es igual al mío, dos amores de luto eterno. Adiós.

Salí del Olímpico y ocupé un lugar en una de las bancas de la Plaza Constitución, no recuerdo que ocurrió a mi alrededor, estaba depositada en una especia de cápsula hermética que me aislaba del mundo, no ruidos, no sol, no árboles, no ciudad. Pude contener mis lágrimas por unos minutos. No sé cuánto tiempo estuve allí; un señor se acercó para averiguar si me encontraba bien. Cuando levanté la vista, no te imaginas lo que vi, Gabriel, era la imagen de Antonio que preguntaba, lo vi  y lo escuché nítido, dibujado, me quedé petrificada. Cuando el señor se alejó, era un anciano con bastón. Era el mismo Antonio dejando su mensaje, no tengas pena, estoy bien. Ya más calmada entendí que Huancayo no era ya más mi ciudad, debía partir lo más pronto. Llamé a mi hermano y le conté mis penas. Regresa de inmediato, me dijo, no te quedes. Sí, le respondí, visitaré la tumba de mamá y Antonio y tomaré el primer carro para Lima.

Cementerio de Huancayo

Compré rosas y busqué los dos lugares. No sé cuánto tiempo estuve con él. Tenía una fotografía de la época aquella, sonriente, buenmozo. “Hasta tu regreso”, decía la inscripción en medio de la lápida. Con Antonio me detuve una eternidad, no calculo el tiempo. Le hablé, volví a repetir las palabras que lo hirieron tanto, me voy; haz tu vida; encuentra tu destino; no he pensado en ti solo en mí, arréglatelas cómo puedas; las repetí para depositarlas junto a él, sepultarlas para siempre. Le pedí perdón por no haber luchado por el amor, me escuchó, sentí que me escuchaba. Anochecía cuando abandoné el cementerio, estaba segura que no volvería. Mi vida con él estaba terminada, pero no su amor. Lo sigo amando. Hablé con Carmen, le expliqué. Gracias me dijo, quiero que sepas que Antonio te amó hasta el último minuto de su vida y sabía que regresarías. Volverá, nos decía, cualquier rato estará por acá, pero ya no estaré, no sé qué ocurrirá conmigo, pero no estaré para esperarla, se lo ha ganado, se lo ha ganado.

Por la noche, tomé el bus de regreso. En la ruta, Gabriel, mudé de piel, de vestidos, biografía. La mujer que arribó a Lima no era ya la que conoció Antonio, era una versión envejecida, derrotada. Me había conservado para él. Necesitaba organizar toda mi existencia de manera distinta. Sin él, con su amor.  

Bea y Antonio. III parte.

No sé cómo haces para no visitar el pasado, Gabriel, lo he intentado, he seguido tu método, sacar el chip de la cabeza y no permitir que los recuerdos construyan hogar en mi mente, y no he podido; lo hice mal en varios intentos, peor cuando se trató de mis años en Huancavelica. Podría dejar de lado todo recuerdo, rostros, nombres, amigos, pero no sabría vivir sin fotografías, sonidos, diálogos, que vienen de Antonio. De acuerdo, pero entiendes mal si crees que mi mente no tiene lugar para los recuerdos, no es así, ocurre que no los uso para vivir; es como un museo, sí, esa imagen explica bien lo que quiero decir, son como salas de exposición que las recorro como visitante inmune a emociones antiguas; camino, veo, entiendo, clasifico, pero no se me ocurre llevar una pieza conmigo, allí se quedan para saber lo que debo repetir o evitar; en tu lugar no tendría recuerdos de Huancavelica, hubiera agotado mi experiencia allí, quizá seguir viviendo en esa zona, ser feliz, sin añoranzas, evitar el museo huanca. No seas cruel, no me juzgues de esa manera, mira lo que he logrado después de esas épocas, Gabriel, no puedo quejarme, algo he construido.

Quien se quejó mucho fue Antonio. Viajó al Uruguay a dictar un curso sobre auquénidos, se fue por un mes. En esos días seguí con mis rutinas acompañada de Teresa y Nora. Ocurrió que un día aceptamos la invitación de Lolo, un chico que tenía  restaurante muy cerca de la plaza de armas, en la calle Agustín Gamarra, caía por allí a comer algo, no lo hacía por el dueño, te advierto, cocinaban bien, y bueno, Lolo se interesó por mí y lo mostraba de mil maneras. Fuimos con Teresa, Nora, y también Beto, un amigo que andaba detrás de Nora. Caminamos hasta las aguas termales de San Cristóbal; pasamos el día allí, nada especial, nada que contar, terminó y cada uno a sus cosas. Antonio, al volver, conoció la versión popular, maligna, alguien que nos vio fue con el cuento, pueblo chico, ¿no? Tuvimos una discusión un poco fuerte, defendí mis decisiones, la libertad que tenía de tener amigos, salir, en fin; él tenía otra visión, era también su experiencia con María, ¿no?, creo que un hombre engañado nunca recupera la confianza. Bueno, llegamos a entendernos. Al día siguiente llegó con un regalo: un libro sobre la crianza de alpacas que conservo, ay, ese libro anda conmigo por donde voy. Me puso una dedicatoria: Bea, cada vez que leas este libro, ten presente que es una persona ligada a las alpacas quien lo entrega, cuida de él y de tus sentimientos, tenlo siempre a tu lado porque el día que tú o él se alejen de ti, será el inicio de la separación y el fin de la vida. Creo que esas palabras lo dibujan mejor que nada, muestra nobleza, espíritu, ¿no?

Cada día era un reto nuevo, siempre había algo que corregir, aumentar o empezar, y los viajes eran constantes; recorrimos todo el departamento, lo conozco en todos sus detalles, ríos, valles, cumbres, llanos. A veces con él, sola o con mi equipo. También empezamos a bajar a Huancayo, lo acompañaba a visitar a sus hijos. Tomábamos una habitación en un hotel céntrico y él pasaba el día con sus dos pequeños; algunas veces lo acompañaba; los chicos me aceptaron con buen ánimo, llegamos a comprendernos bien. Pero no me cautivaba la idea de ser madre, nunca he tenido esa vocación maternal que veo en la mayoría de las mujeres, creo que es el resultado de todos los abandonos que sufrí, mi padre, divorciado de mi madre, luego ella se enferma y fallece, en fin, lista de ausentes un poco grande; nunca me imaginé cambiando pañales o yendo al parque con un pequeño; no es algo que me haga sentir orgullosa, no te engañes, pero es la realidad. También visitábamos unos terrenos que eran propiedad de mi padre y que, según él, algún día serían de sus hijos; eran por Chupaca y Antonio andaba enamorado de esos sembríos; le hacían pensar que terminaríamos viviendo en ese lugar, sembrando y construyendo una casita campestre. No participaba de esos intereses, no podía, algo en mí, muy profundo y desconocido me hacía pensar que mi futuro no se cruzaba con ninguno de esos proyectos. Veía a Antonio tan interesado en imaginar los años que se venían, ubicándome en ese camino, juntos; me hacía sentir culpable de indolencia, desinterés. Amaba a Antonio, los días con él eran completos, compartíamos trabajo, rutinas diarias, paseos, amistades, éramos personas complementarias, pocas veces discutíamos, entendimiento en la cama; lo más fácil de aceptar era una vida para siempre juntos, y en esos parajes, quizá en Huancavelica o Huancayo, pero no en la costa o el extranjero, él era de la tierra y de allí no se movería. Nunca lo hablamos con seriedad, no hubo oportunidad o quizá mi actitud le hacía saber que era un tema que no debía tocar por la discusión que produciría.

Su divorcio demoró mucho más tiempo del pensado; cuando tuvo en sus manos la resolución judicial vino apresurado a mostrármela. Ahora si podemos casarnos, dijo, exaltado. Lo abracé con amor, ternura, así lo hice, pero sabía que no era el camino para mí, no en ese momento. Mis hermanos sabían de mi relación; el varón, Renato, habló con él un día que nos vio juntos en Lima; viajamos por unos días, en el verano. Antonio fue cordial y le dijo que en poco tiempo sería un hombre legalmente libre y que, entonces, podríamos casarnos. Renato quedó satisfecho, creo que calificó bien las virtudes de Antonio, me lo dijo: es un buen tipo, no lo pierdas.

Fue después de las fiestas navideñas y terminando de hacer los planes para la fiesta de año nuevo, cuando Antonio se despidió y me dejó sola en la habitación, que apareció la primera llamada para apurar mi salida de Huancavelica.  Cada uno hace sus balances y planes en esos días, ¿no?, ocurrió conmigo. Abrí una caja secreta que mantuve alejada de mi vista y que salió a la luz como un puquio recién descubierto. No sabría decir qué lo produjo, no sé, todo iba bien conmigo, Antonio, nos amábamos, mi trabajo era productivo y reconocido, amigos, mis hermanos bien, todo en su lugar, caminando. Me acerqué a la ventana, caía una tenue llovizna que presagiaba aguacero torrencial, como el día de mi llegada; soy muy apegada a los augurios, no sé, es mi herencia, creo, asocié los dos momentos, los hice conversar, decidir mi destino. Supe que estaba tomando una decisión que sería irreversible; a partir de ese momento no cambié de opinión, abandonaría Huancavelica; demoré en dormir. Me tomó un malestar que no pude superar hasta el día de mi partida. Me sentía miserable por Antonio, por los proyectos que tenía inconclusos, por los amigos que había hecho, por la vida construida en esos años. Pero, tuve la convicción de que no pensaría distinto. Mi tiempo en ese lugar hermoso había terminado. ¿Pensé en Antonio lo suficiente?, sí, mucho, pero creo que más pensé en mis cosas, intereses personales, mi futuro. Esa noche, con la lluvia cayendo a cántaros, vi con claridad que los años que se venían no me tendrían en esos parajes, con Antonio o sin él. ¿Cuál era mi ruta?, tampoco se aparecía clara. Averigüé y me informaron de una plaza para enseñar en mi universidad, podía ser, pensé, hacer una carrera docente, pero también estaba la beca que dejé pendiente. Decidí escribir a la gente de la cooperación alemana preguntando si mi lugar todavía estaba disponible. Dejé la carta al día siguiente, como si cometiera un delito, ocultándome de Antonio.      

Percibió las señales que aparecieron sin proponerme.

—¿Pasa algo?, te noto pensativa, ausente.

—No, son las cosas del trabajo, hay proyectos que no caminan.

—¿Cuáles?

—La feria que estamos programando, hay productores que piden se postergue unos meses, hasta que sus ejemplares crezcan un poco más.

Salí del paso ese día, pero no los siguientes. Me mantenía en silencio cuando preguntaba por mis cambios de humor repentinos. Todo se acentuó cuando respondieron que mi beca estaba disponible, pero que tenía que tomarla pronto. Me dieron un teléfono para averiguar detalles. Llamé, me explicaron que no podía pasar del verano, era su  tiempo de vigencia. Decidí visitar las oficinas en Lima. Antonio quiso acompañarme, le expliqué que no demoraría, que eran temas familiares que tenía que resolver. Aceptó, pero no dejó de decirme que traía algo entre manos. ¿De qué se trata, Bea? No respondí, tenía antes que conversar con los cooperantes. Eso hice. Arreglé todo en ese viaje, no podía postergar esas gestiones. Hablé con mi hermano, se incomodó, preguntó si pensaba viajar con Antonio. No entendió mis decisiones. Al final, me mostró su apoyo, sabes lo que haces, Bea, tú decides, yo te aconsejo, espero no te arrepientas con el tiempo, creo que estas decidiendo ir por un camino sin retorno.

Podría estudiar en Alemania o España, y elegí Barcelona, la Universidad Autónoma, estudiaría un curso de textiles, tenía relación con todo lo que hacía. Ordené mis papeles, cumplí entrevistas y me dieron el permiso de viaje. Compré mi pasaje para fines de enero. Lima-Madrid. Todo estaba resuelto cuando retorné a Huancavelica. Me sentía aturdida, no sabía cómo hablarle, qué explicación dar, ni yo misma tenía mis cosas ordenadas, eran sensaciones, palpitaciones, imágenes que se superponían y se ausentaban. Le propuse sentarnos en un lugar que se llamaba La casa de Lucinda, era el nombre de la dueña, extraño. Allí le comuniqué mi decisión.

—¿Por qué hiciste todo en secreto?, no entiendo.

—No hubieras entendido, Antonio, tus planes son otros.

— Nunca te opusiste a mis planes.

— Si recuerdas bien, no mostré aceptación, usaba el silencio.

—Me has mentido, Bea, no me amas, nunca me has amado. No se hace algo así cuando se ama.

—Tienes derecho a pensar de ese modo, pero no es cierto, te amo con toda mi alma, eres mi amor, pero necesito antes hacer cosas, cumplir mis sueños. Si me quedo a tu lado, ahora, lo único que conseguirías de mi con el tiempo sería amarguras, reproches, ¿quieres eso para ti?

—De ti aceptaría todo; lo que haces no tiene nombre, no lo tiene. No puedo entender tu decisión. No debiste aceptarme, tuviste tiempo para evitarme, impedir que te amé, así como te amo. No sabes, Bea, no sabes nada.

—No me voy para siempre, Antonio, volveré, estaremos juntos entonces.

—No, Bea, no regresas, tú no vuelves, si eres capaz de hacer algo así, en el secreto más absoluto, no es para regresar. No le hagas algo semejante a otro hombre, no lo hagas.

—Perdóname Antonio, sin este viaje no podría hacerte feliz, necesito sentirme realizada, completa para pensarte mío de nuevo. No sé explicar mi decisión, no como quieres, yo misma no tengo claro mi camino, solo sé que debo hacerlo.

Antonio lloró esa tarde, sin importarle que lo vieran o escuchen, fue un llanto incontenible que duró no sé cuánto tiempo. Al final, lloramos juntos.

Esa madrugada mientras encontraba la manera de dormir, y era nuevo día, escuché que pasaba un grupo cantando, guitarras, me asomé a la ventana, eran cuatro, cinco, entre ellos distinguí a Antonio. Cantaban Llanto por llanto, una canción que le escuché en varias oportunidades. Estaban ebrios, más Antonio. Pasaron tres o cuatro veces, me enterré entre mis frazadas, fue inútil, resonaban las letras en medio de mis culpas.

Una paloma sobre una rama
Abre su pico para cantar
La rama tiembla como quien dice
¡Ay! tú no sabes lo que es amar
La rama tiembla como quien dice
¡Ay! tú no sabes lo que es amar

Me quedaban unos días, tenía redactada mi renuncia, restaba una semana. Fueron días de dolor, silencios y reproches. Se ausentó dos días, lo dejé de ver, se fue a las alturas. Al regreso lo noté más tranquilo, me contó que Sendero había ingresado por los parajes que transitaba, hay pintas por toda la ruta y que había notado un clima distinto. Ten cuidado, le dije, ese grupo parece decidido a todo. No te preocupes, todos me conocen, son amigos, además, qué puede importar lo que haga o no haga, después de ti, nada me interesa. Lo abracé con todo mi corazón. El se mantuvo como un árbol envejecido. Volveré, le dije.

La noche anterior dormimos juntos, pero se había instalado una distancia tan grande entre nosotros que la pasamos discutiendo. Escuché de nuevo sus quejas: no debiste jugar conmigo, lo tenías planeado desde el primer día, eso no se hace con nadie. Difícil convencer a un hombre herido, Gabriel, imposible, diría mejor. Llegué a pensar que tenía razón, no debí acercarme a ese amor, le hice un daño irreparable, pero se equivocaba, todo surgió como el afloramiento de un ojo de agua, de pronto, había una corriente muy profunda, era eso, algún día tenia que mirar la superficie. No, no pensé en cambiar mi decisión, escuché su pedido en varias oportunidades, en algún momento ingresamos a la catedral, nos sentamos en el primer banco, frente al altar. Rezamos juntos, tomados de la mano, fue muy intenso, era un creyente convencido. Eres los hielos del Huaytapallana, dijo al salir, del punto más alto, donde no hay vida, de allí eres, Bea. ¿Qué responder?, me dejó de nuevo callada, solo atiné a abrazarlo y él a rechazar mi cercanía.

Los amigos quisieron organizar una reunión de despedida, me costó esfuerzo lograr que no lo hicieran, no hubiera podido actuar como esperaban. Me despedí de todos, uno a uno. Les di un dato falso del día de mi partida, solo me acompañó Antonio. Partí del lugar de mi llegada. No llovía ese día, pero me ahogaba en un llanto interior que no me dejaba respirar. Me contuve hasta donde pude, mientras el bus se preparaba. Antonio no se quedó para verme desaparecer. No pude ubicarlo cuando me acomodé en mi lugar. Creo que lloré hasta llegar a Huancayo. El bus se detuvo en Cullhuas. Pensé retornar de allí, fue un momento largo, era pedir que bajaran mi equipaje y tomar un carro de retorno. ¿Señorita no sube?, preguntó el piloto, dudé un instante. Si, respondí, subo ahora.   

Bea y Antonio. II parte

Antes de la llegada de Antonio, el ingeniero Ramírez dijo que me apoyaría en todo lo que necesite. Y cumplió,  fue un verdadero ángel; me facilitó una oficina en el edificio del Ministerio y asignó a cuatro personas para mi equipo y, además, una camioneta para desplazarme. No la necesitaba para la ciudad, Huancavelica era pequeña, era para viajar por las alturas más pobres del Perú y con necesidades que ningún programa de gobierno podría superar; ayudar, organizar procesos productivos, esa fue mi tarea en esos años. Organicé mis actividades de modo tal que pasaba la mayor parte del tiempo fuera de la ciudad, en las comunidades;  en cada lugar me hice de un espacio para pasar la noche, pude hacer amistad con los comuneros, alpaqueros la mayoría.

Después de conocernos no nos separamos ni un momento; Teresa, en un instante de cercanía me dijo: Bea, no te reconozco, estas embobada, ¿qué ocurre? Mi respuesta fue pellizcar alguno de sus dedos. Después de su observación recuperé las formas y me mostré un poco más parca y ceremoniosa; pero no impidió escuchar su invitación para tomar un café en un lugar muy simpático, cerca a la plaza principal; vamos con Teresa, añadió. Me moría de ganas de aceptar, preferí contenerme. Otro día, le dije, ahora quiero descansar. ¿Mañana?, si regreso temprano, visitaré la primera comunidad, salgo de madrugada. Ocurrió que no pude retornar, se hizo tarde, preferí quedarme, dormí en la casa de una familia comunera,

Tenemos un nuevo recordista para el desfile de alpacas más grande del mundo  | Guinness World Records
Huancavelica. Comuneros alpaqueros.

Por la tarde, apenas acomodaba mis cosas se apareció Antonio. Conocía a toda la gente, le era fácil entrar y salir de cualquier oficina. Te esperé ayer, dijo, espero ahora podamos dar una vuelta por ese cafetín, te gustará, está todo decorado con artesanías de aquí, y tiene un nombre muy lindo: Bienvenidos; sí, así se llama y es el sitio donde se reúne la juventud, ah, y el café es muy bueno. Antonio, le dije, perdona que no acepte tu invitación, quiero aclimatarme bien a mi trabajo, a la ciudad y luego recién hacer vida social, discúlpame, te prometo que seré yo quien te invite la próxima vez. Le desconcertó mi respuesta, quiso replicarme, pero se dio cuenta que hablaba en serio. Está bien, de acuerdo, no insisto, espero tu decisión. Nos dimos un beso en las mejillas y partió con la rapidez con la que andaba siempre. La salida al campo, el contacto con la gente y el viaje mismo, me hizo pensar que no estaba en busca de aventuras pasajeras; no era mi deseo. No había esperado tanto tiempo para dar un paso en falso. Tendría cuidado y paciencia, Antonio me encantaba, nadie me había producido antes esa impresión, pero debía darle tiempo al tiempo. A los minutos, y cuando ya tenía mi morral al hombro, entró Nora, la secretaria del ingeniero Ramírez. Alegre y chispeante ella, con una cadencia jocosa, como pisando huellas y mordiendo un lápiz con el borde derecho de su  boca y elevando su mano izquierda por los aires. Oiga niña, dijo, veo al Pinto pintón revoloteando por aquí, ayer te esperó con impaciencia, vino no sé cuántas veces a preguntar por ti. ¿Sabes que es casado, dos veces casado y con dos hijos pequeños? Detuve mis pasos, congelada; me dijo que se asustó con mi reacción, pensé que te desplomabas, por eso te aclaré de inmediato. Espera, espera, hay cosas que no están claras, él dice que se está divorciando de su segunda esposa, al menos por aquí nunca ha venido, parece que vive en Huancayo, a sus dos hijitos si los he visto alguna vez. Conmigo no habla, lo sé por mi jefe, tú sabes, son muy amigos.  

—¿Qué hiciste, qué pensaste después?

—Imagínate, Gabriel. Me senté a respirar hondo, pensé que había sido una bonita ilusión, felizmente no avanzó más, todo ocurrió a tiempo, me dije. Pero, la verdad es que me sentía quebrada, con lágrimas que se asomaban. Nora abrazó mi cabeza, me tranquilizó.

Le pedí que me acompañara al hotel y conversamos en el camino. No es un tipo enamorador, no le conozco un romance por aquí, me dijo. No la escuchaba en realidad, estaba en mis fantasías, imaginando cómo habrían sido los meses siguientes con Antonio a mi lado. Pero tenía claro que no podía ser, no buscaba problemas, esperaba el amor.

Dejó de buscarme unos días, y organicé una salida larga, me demoré tres o cuatro días. Me propuse construir pozas para bañar alpacas y eliminen bichos, ácaros; pocas comunidades las tenían; coordinaba con Ramírez, me dio su visto bueno y empecé. Recuerdo que volví cuando ya la noche se asomaba; la camioneta me dejó en el hotel, no demoré en verlo, fumando, tranquilo, bien cómodo, sentado. Se levantó impulsado por un resorte. Nos detuvimos unos minutos, dijo que estaba esperando la invitación. No la esperes, le respondí, no tengo la costumbre de invitar a hombres casados. No sabes la sonrisa que mostró, mezcla de ¡ah, ya entiendo¡, con ¡te falta información!

—Me aceptas el café y te enteras de toda la verdad, para que no escuches informaciones incompletas o mal intencionadas.

Miró hacia la recepción y vio que el empleado estaba con el oído puesto en nuestra conversación. Nos ubicamos en un par de sillones que estaban cerca del patio interior.

—Sí, soy dos veces casado, y me estoy divorciando, no falta mucho para que el juez me declare soltero, pero te advierto que hace más de un año que estoy separado.

—Y yo te advierto que no tengo ningún problema para ser amigos laborales, hay cosas que podemos hacer juntos.

—Bea, comprende, en la práctica soy un divorciado, aquí lo saben mis amigos, la gente que me conoce bien. Créeme, es la verdad.

 Le creí, sí, no mentía, pero conservaba esa idea tan repetida: hombre casado es amigo o amante, nunca novio, nunca compañero. Mira, creo que no se pone barreras al amor, tantos casos de hombres casados o mujeres que se enamoran y cambian sus vidas. Era que me sentía fuera de mis espacios, sin apoyo emocional y con colegas y vecinos que no verían bien que me involucre con un hombre comprometido, tendría miles de problemas en mi trabajo. Me robaba el pensamiento, lo tenía dibujado entre ceja y ceja, pero no estaba dispuesta a jugar mi destino de manera inconsciente. Para eso tenía que informarme.

—Bien, vamos al Bienvenido. Acepto la conversación que propones, espérame unos minutos largos.

Escuché su confesión, porque eso fue lo que dijo, esta noche me voy a confesar contigo. Me explicó que se casó muy joven la primera vez, con una compañera de la universidad,  limeña, que no se acostumbró a la sierra y encima de todo eso, quise seguir mi vida de soltero y las cosas se complicaron, ella terminó regresando a Lima, a la casa de sus padres y de allí no quiso volver a salir. A María no pude llegar a amarla, las mujeres se dan cuenta, quizá eso explique los adornos que me puso en la frente. Me engañó, dijo, con descaro, imagínate, en Huancayo todo se sabe. Trabajaba por estas alturas y viajaba mucho, regresaba cada fin de semana. No fue suficiente, se enredó con el pediatra que veía a mis hijos. Un amigo cercano me contó que los había visto saliendo de un hotel del centro de la ciudad. A plena luz del día. No lo negó, ¿qué podía hacer, maltratarla, perdonarle? Nada, no sirven esas fórmulas, no te llevan a ningún lado. Saqué mis cosas y me vine a vivir por aquí. Veo a mis hijos cada semana que bajo a Huancayo. El tipo  también era casado, veo que no andan juntos, era el secreto su motivación principal, eso creo. Y bueno, es todo, aquí me tienes. ¿Sabes que le dije después de escuchar su confesión?, que me mostrara los papeles de su divorcio. El muy pillo me respondió: ¿no era que seríamos solo amigos?

Esa noche empezó nuestra relación. Salimos caminando del Bienvenidos, cerca de las nueve, poca gente en las calles, en una esquina nos besamos, no fue él, tampoco yo, ambos nos buscamos. Me sentí rodeada de aromas, hojas de flores, no sé, fue algo tan lindo que hasta ahora me aprieta el corazón. Después caminamos abrazados hasta el hotel, en silencio, nadie dijo una palabra.

Y mira como soy, al día siguiente salí de nuevo, junté al equipo temprano, hablé con Ramírez y a las diez de la mañana ya estaba en ruta de nuevo. Me fui a la punta del cerro, al punto más extremo, al final de la carretera. Necesitaba pensar, estar sola, decidir cosas; como has dicho Gabriel, el amor es una decisión, allá lejos, en ese frio purificador decidí amarlo, quererlo, buscarlo, sostenerlo. Amar amar sin fronteras ni condiciones. No me despedí, pensaba, cómo estará, que sepa cómo soy, me decía, que el amor no podrá nunca cortar una pluma de mi cuerpo, expropiar un centímetro de mi libertad.

Cuando volví tenía la barba crecida, me la he dejado para que te des cuenta el tiempo de tu ausencia, dijo. Me reí, se le veía lindo con esa pinta de vagabundo. Le pedí que no se la cortara, me hizo caso, se afeitó después de varias semanas. Ya no volví a desaparecer por mucho tiempo, salía para volver en un día, dos. Así fue como empezamos a organizar viajes juntos. El visitaba a los productores que le vendían la lana a su empresa y yo trabajaba la producción. Sabía mucho del tema, acabé consultándole todo. Varios profesores nos enseñaron a los dos, pero él tenía la experiencia de campo que a mí me faltaba, además conocía todas las rutas y a todos los comuneros, los de Acobamba, Yauli, Acoria.  Cantaban juntos por las noches, alumbrados por lámparas o velas, tomando un trago fuerte que yo no podía pasar. En esas horas acomodó una canción para mí: Negra del alma, la convirtió en Bea del alma. Lindo el huayno, me hacía llorar cuando la cantaba:  

Bea del alma,

Bea de mi vida

Hay cariño todavía
Hay cariño todavía
Mañana cuando me vaya
¿Cómo será?
Pasado cuando me ausente
¿Cómo será?

¿Hacíamos el amor en esos viajes? No, mira que no, nos preparaban sitios separados. Ni él ni yo lo intentamos. Eso me gustaba, yo era virgen, cierto, lo era, no te burles, lo acepto, raro para mi edad, ¿no? se lo había dicho, lo sabía, sonrió incrédulo. Eso ocurrió poco después. Terminando el verano y las lluvias.

Puente colonial de Huancavelica a punto de colapsar por lluvias | PERU |  CORREO
Huancavelica. Puente sobre el río Ichu

No planeamos salir ese día. Era viernes y me invadió deseos de verlo. Lo busco, dije, iré a su oficina, la lluvia era muy tupida, usaría el poncho de hule y botas, sí, iría. Crucé la plaza de armas, caminé la calle Huayna Cápac, pasé el policlínico y luego atravesé el puente del  río Ichu, ya estaba en el barrio San Cristóbal, en la calle 28 de julio giré a la izquierda hasta llegar al local de Alpaca Perú. La secretaria me atendió y pronto apareció Antonio, amable, cariñoso. Subimos a su oficina, tenía una habitación allí, era su casa; me deshice de todas mis armaduras y me ofreció un mate de anís con un poco de licor. Me cayó muy bien. Me dijo que había pensado buscarme, hemos deseado lo mismo, dijo, mientras me acariciaba el rostro con esa ternura que no he visto en otro hombre, me hacía sentir una imagen religiosa. Tomé varias tazas del anís caliente y la lluvia no terminaba, tendrás que quedarte hasta mañana, dijo sonriente, quizá respondí, puede ser. Se acercó para besarme, supe que esa noche dormiríamos juntos. No me sentí preocupada, no, me mantuve tranquila hasta que los dos empleados se fueron y nos quedamos dueños del local. Todo se hizo más intenso, los besos, caricias, palabras. De pronto me vi elevada entre sus brazos, vamos, me dijo, quiero que nada nos separé. Me subió un piso, como se ven las novias en su día, pero eso fue distinto, yo flotaba y despedía luces de colores, no lo olvido.

No es que mi memoria sea extraordinaria, lo tengo anotado en un diario que llevo abierto desde siempre, son cuadernos de tapa dura que conservo ordenados y están conmigo donde vaya. Las páginas de ese día son las más trajinadas, no pienso fotocopiarlas para ti, no, eso no, pero sí, fueron horas muy intensas, irrepetibles.  Fue muy paciente y sensible Antonio. Mis recuerdos son suaves, imagínate  rosas que se van deshojando en medio de un lago que la brisa mueve con paciencia, así me sentí en los preámbulos del amor. Meciéndome entre aguas reposadas y luego, de pronto, en medio de corrientes de río caudaloso, esa fue mi experiencia, es lo que quiero recordar.