Los ríos profundos y Pedro Páramo son novelas que admiro. Citar un texto antes que el otro no me hace preferir la novela peruana, son relatos inigualables. Ambos pueden verse en un espejo y reconocerse semejantes sin dilatar la decisión; y me sentí pleno, contentísimo, de que habláramos los dos como iguales, menciona Arguedas para describir su primer encuentro. Sus vidas y obras participan de un paralelismo notable. No es casualidad que compartieran particular amistad. Ambos provienen de sociedades donde las culturas ancestrales superviven después de haber sido vapuleadas malamente por la invasión hispánica; los dos lucen orfandades familiares muy tempranas. Son creadores que vivieron y escribieron entropados con sus pueblos y en cada página de sus narraciones observamos esa insondable señal que deja la ausencia temprana de la tibieza familiar.
La primera mención que hace Arguedas de Rulfo se halla en una carta escrita para el antropólogo ucraniano-rumano John Murra el 10 de abril de 1960 que contiene agradecimientos por los materiales literarios recibidos desde México y que le suscitan emotiva reacción: […] descubrí un novelista maravilloso mexicano: Juan Rulfo, del que he leído sus cuentos y su novela Pedro Páramo. No escribe entonces una reseña de las obras porque convalece de un peligroso accidente de automóvil que le dejó tres costillas rotas. José María, tan distante de hacer comentarios literarios, apenas aguarda un mes para escribir la reseña que aparece en el diario El Comercio con el título: Reflexiones peruanas sobre un narrador mexicano. Se trata de una pretensión justificada: el Perú hablando de México. Y no le faltaba razón, son voces que explican sus sociedades, dos biografías gestadas desde la simiente quechua y azteca que ofrecen una visión totalizadora de las realidades nacionales. Arguedas, siempre tan cercano a la muerte, se impresiona que Rulfo levante con sus poderosas manos la luz de la muerte y el germen inagotable que hay en el hombre aun cuando éste parece haberse convertido aparentemente en carroña. Pienso que la profunda rotura de tiempos y espacios, sustrato de la novela, los sintió propios José María que provenía de una cultura donde el pasado, presente y futuro se unifican en un solo haz.
La publicación también le sirve para recordar su primer encuentro con México, en 1940, durante el I Congreso Indigenista de Pátzcuaro, y rememorar la sensación que le invadió abandonarlo por el puerto de Manzanillo: sentí como un desgarramiento. Es posible que ningún país sea capaz de meterse a la médula del extranjero como éste, y quisiera afirmar nuevamente , que la presencia de la muerte juega algún papel en esa hazaña. La intensidad de sus recuerdos me hace pensar en la veracidad de la información que afirma que Arguedas ejecutó su primer intento de suicidio en aquellos días del Congreso. Añade: […] todo sobrecoge, porque la facilidad con que se espera y se provoca la muerte en todas partes, está siempre presente. Se huele a la muerte. Por otro lado, se detiene en observar la presencia del indio en los textos del mexicano, señalando: Los relatos de Rulfo nos lo muestran mejor que ninguna otra pintura que hayamos visto. […] el indio aparece una sola vez como individuo absolutamente marginal. Casi no figura. Entre nosotros es la materia envolvente; ocupa el primer plano. Pero reconoce después que es siempre un campesino quien habla. Considera que el hálito de la historia antigua mexicana, aparentemente, inspira más o tiene más fuerza en la vida presente, en su misterio, que los formas y contenidos llegados de España. El mestizo se hizo mucho más rápido y vastamante en México que en el Perú. Nuestro mestizo se formó lentamente, es escaso y estuvo hasta hace muy poco por entero entregado a la servidumbre de los señores. Es la época en que Arguedas está fuertemente influido por las nociones de mestizaje concebidos en el México del presidente Lázaro Cárdenas, Manuel Gamio y de Aguirre Beltrán, conceptos extendidos por el continente después del congreso de Pátzcuaro.
La primera mención que encuentro de Rulfo en Arguedas se halla en una carta escrita para el antropólogo John Murra el 10 de abril de 1960.

Continuemos con el artículo. Aprecia la transformación lograda por Rulfo del castellano mexicano para hacer que los protagonistas de sus escritos se hagan de un modo de expresión nuevo. Rulfo, señala, emplea términos del castellano viejo conservados por el campesino y fundidos con palabras que ha deformado a su modo, fundidos en una sintaxis que requiere del genio para hacer de ella un medio de expresión tan poderoso o más que el castellano culto que tiene siglos al servicio de la invención humana. Sabía de lo que hablaba José María. En Agua y Yawar Fiesta había ejecutado un trabajo semejante al transformar el español peruano y convertirlo en un medio de expresión que refleje el arduo proceso de los quechua hablantes para comunicarse en un castellano transformado por la sintaxis quechua.
La proclividad de Arguedas para mostrar en sus publicaciones claves ocultas de su biografía, es posible rastrearla en el artículo y bien puede corresponder a la honda y mexicana discusión que tuvo con la muerte aquel año. Veamos. Cuando transcribe párrafos de la novela, los recorta de tres fuentes y luego los integra, dotándoles de una apariencia de unidad. Elige un pasaje del fragmento 49* sustrayendo unas líneas antes de su conclusión. Se trata de un diálogo de Susana San Juan, el gran amor de Pedro Páramo, con su padre, Bartolomé, quien, por codicia, la obliga a bajar a la profundidad de una tumba para buscar monedas de oro al mismo tiempo que pide recoja los restos óseos que se deshacen entre las manos de Susana. Días después ella reconoce que la tumba pertenece al propio Bartolomé San Juan. Une Arguedas esta transcripción a líneas cortas del fragmento 42, que describe el diálogo, en la tumba, de Juan Preciado y Dorotea acerca del amor que le tenía Pedro Páramo a Susana San Juan. Lo particular es que Arguedas reproduce unas líneas aisladas que dicen: «El cielo es grande, Dios estuvo conmigo esa noche. De no ser así quién sabe lo que hubiera pasado. Porque fue ya de noche cuando reviví…» Enseguida recoge una pequeña porción del fragmento 11 que narra la conversación de Eduviges Dyada con Juan Preciado, acerca de Colorado, el caballo de Miguel Páramo, que sigue vagando en busca de su amo después de tirarlo de su silla y provocar su muerte. La líneas transcritas expresan el cariño que se tenían jinete y corcel. La elección de un pasaje u otro no resulta aleatorio, menos para un escritor; Arguedas los eligió porque sintetizaban bien los sentimientos que le produjeron la lectura del texto y expresan la cuidadosa búsqueda de líneas situadas en páginas muy distantes entre sí y que adquieren sentido al ser anudados con ojo avizor. Fueron pasajes que lo remitieron a aspectos de su propia y cercana experiencia.

Los cuentos de Rulfo, reunidos bajo el título de El llano en llamas, fueron publicados en 1953 y la novela Pedro Páramo en 1955. Las adelantadas opiniones del artículo de Arguedas no concuerdan con muchas otras aparecidas en México, donde la crítica se encontró dividida en sus apreciaciones sobre el innovador relato. Las opiniones adversas son numerosas, y partieron, inclusive, de literatos que estuvieron cerca de la edición de la novela como el poeta, ensayista y editor Alí Chumacero, que opina en 1955: Primordialmente, Pedro Páramo intenta ser una obra fantástica, pero la fantasía empieza donde lo real aún no termina. Desde el comienzo, ya el personaje que nos lleva a la relación se topa con un arriero que no existe y que le habla de personas que murieron hace mucho tiempo”. Archibaldo Burns, escritor y cineasta expresa que: Pedro Páramo es un conjunto de fragmentos alucinados. Para haber sido una obra maestra, han fallado el planteamiento y el desenvolvimiento propios de la trama, pero están en juego todo el tiempo la Unción y la Gallina, realidad y fantasía, en esa narración apasionante y más viva que el agua. Sin embargo, en 1957 le conceden a la novela el premio Javier Villaurrutia recién creado, que le otorga un reconocimiento importante. En 1958 Pedro Páramo es traducido al alemán, hecho que ayudó a forjar su prestigio en el exterior. Hoy es la novela mexicana con el mayor numero de traducciones, incluido el náhuatl, y posee un reconocimiento universal.
Observamos que el comentario de Arguedas contiene apreciaciones adelantadas para su época. El extenso universo rulfiano, en especial la Fundación que lleva su nombre, recuerda este hecho con singular aprecio. Alberto Vital, le otorga lugar en la biografía oficial del escritor y reconoce la importancia que tuvo la elogiosa nota escrita por el peruano.
Dos años después de esta aproximación inicial ambos escritores coinciden en el Primer Coloquio de Escritores Iberoamericanos y Alemanes desarrollado en Berlín entre el 16 y el 23 de septiembre de 1962. Fue un encuentro entre wayquis y seguramente de aproximación sencilla y entrañable. Ambos provenían de similares geografías sociales y familiares. Rulfo perdió a su padre cuando tenía 6 años. Fue un asesinato cobarde y traicionero ejecutado por un iracundo vecino y enemigo personal de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo; era el año de 1923 y Juan tenía 6 años. Poco después, en 1927, muere, con apenas 32 años, María Vizcaíno Arias, su madre. Juancito, después de vivir un tiempo con su abuela materna acabó en el orfelinato Luis Silva de ciudad de Guadalajara donde termina de construir su silenciosa y solitaria personalidad. Arguedas, vive desde su nacimiento en una comunidad de indios, alternando estas vivencias con estadías periódicas junto a su padre. Su idioma materno es el quechua y aprende a dominar el castellano en su adolescencia.
En el encuentro de Berlín, Arguedas tiene 51 años y Rulfo 45. El peruano posee ya un lugar en las letras americanas y venía de haber residido largos meses en España realizando una investigación en comunidades hispánicas que culmina en el texto: Comunidades de España y del Perú y seguramente tenía avances de su novela Todas las sangres y escribe poesía en su idioma materno. Rulfo era ya un escritor conocido y admirado y que, en la práctica, había dejado de escribir y luchaba, precisamente en ese año, para abandonar su dependencia del alcohol que había sido su sombra y agonía y también su impulso para escribir. José María había dejado atrás un periodo prolongado de silencio literario y trataba en esos años de hallar su resurrección en viajes frecuentes a Santiago de Chile. Se entendieron sin barreras ni diferencias. Provenían de la misma tierra, de espacios y tiempos similares, poseían agonías compartidas. Arguedas lo recuerda en sus Diarios. Está en Santiago de Chile y es el 11 de mayo de 1968, y dice. Me acordé de la primera vez que te conocí en Berlín, de como te llevé del brazo al ómnibus, con cuanta felicidad, como cuando, ya profesional, volví a encontrar a don Felipe Maywa, en San juan de Lucanas y ¡de repente! me sentí igual a ese gran indio al que había mirado en la infancia como a un sabio, como a una montaña condescendiente. […] Por eso me trató de igual a igual, como tú Juan, en Berlín y en Guadalajara y en Lima, también en ese pueblo de Guanajato, fregado hasta no más, como el Cuzco. Tú fumabas y hablabas, yo te oía. Y me sentí pleno, contentísimo, de que habláramos los dos como iguales. En cambio a don Alejo Carpentier lo veía como a muy «superior», algo así como esos poblanos a mí que me doctoreaban. […] ¡Es bien distinto a nosotros! Su inteligencia penetra las cosas de afuera adentro, como un rayo; es un cerebro que recibe, lúcido y regocijado, la materia de las cosas, y él las domina. Tú también, Juan, pero tú de adentro, muy de adentro, desde el germen mismo; la inteligencia está; trabajó antes y después. Arguedas libera aquí otra clave para desentrañar: su mención al Cuzco no se entiende fuera del contexto de sus insalvables desencuentros. ¿Qué ocurre con esta ciudad que es señalada aquí junto a Rulfo y fregado hasta no más? No hay manera de preguntárselo, pero se debe, seguramente, a recuerdos asociados a íntimos pasajes de su vida relacionados con la antigua ciudad.
Es probable que hayan coincidido en otras oportunidades no documentadas, por ejemplo cuando Arguedas visita México en 1964 invitado para recorrer tres museos estatales. A su retorno redacta un artículo sobre el Museo de Antropología, por ser el más vasto y complejo. En medio de elogios por lo visto recuerda su estadía de 1940 y menciona: Hoy, en 1964, la nación parece mas integrada; el culto y el menosprecio a la muerte lo he visto realmente convertido en fuego que alienta la energía humana con, para nosotros, no comparable temple e impaciencia para la obra. Un año antes Rulfo había empezado a ocupar un puesto como responsable de las ediciones del Instituto Nacional Indigenista. Quizá se hallen en el futuro apuntes de esa aproximación, mientras tanto recordemos el encuentro en Guadalajara y Guanajato. Ocurre en marzo de 1967 en ocasión del Segundo Congreso de la Comunidad Latinoamericana de Escritores. Los organizadores los ubican en la misma habitación del hotel. Así lo recuerda Arguedas en sus Diarios: ¿Quién ha cargado a la palabra como tú, Juan, de todo el peso de padeceres, de conciencias, de santa lujuria, de hombría, de todo lo que en la criatura humana hay de ceniza, de piedra, de agua, de pudridez violenta para parir y cantar, cómo tú? En ese hotel, más muerto que vivo, el Guadalajara Hilton, nos alojaron juntos, ¿de pura casualidad? Me contaste algo de cómo fue tu vida. Te despidieron y volvieron a nombrar algo así como veinte veces en los Ministerios de la Revolución Mexicana. Trabajaste en una fábrica de llantas. Dejaste el puesto porque te quisieron enviar a las oficinas de otro país. Mientras hablabas en tu cama, fumabas mucho. Me hablaste muy mal de Juárez. No debí sorprenderme de la heterodoxia con que ordenabas las causas y efectos de la historia mexicana, de cómo parecía que conocías a fondo, tanto o mejor que tu propia vida, esa historia. Y me hiciste reír describiendo al viejo Juárez como a un sujeto algo nefasto y con facha de mamarracho.

¿Qué le confió Arguedas a Rulfo en esos largos momentos de plática y confidencias. José María era proclive a hacer confesiones cuando el interlocutor despertaba su confianza. Lo había hecho con Luis E. Valcárcel a quien le entregó información acerca de su verdadero origen. Es probable que Juan Rulfo haya recibido aspectos desconocidos de su biografía. Me contaste algo de cómo fue tu vida, le dice al amigo y la reciprocidad andina de José María tiene que haber descubierto algo de su propia vida. Podía confiar en el mexicano, hombre hermético e infranqueable. Especular en estas revelaciones tienen fundamento cuando sabemos que Rulfo se preocupó de gestionar un trabajo en México para Arguedas, orientado a conseguir un tratamiento especializado para sus males neurológicos y espirituales y que preocupaban a Juan. Lo recuerda John Murra mencionando que Rulfo, […] había organizado con la ayuda de don Gonzalo Aguirre Beltrán, un puesto, en México. Porque Aguirre Beltrán dirigía el Instituto Indigenista Interamericano y tenía otros empleados fantasmas que había heredado de otros regímenes, y se le ocurrió que el también podía tener tal empleado. La idea era hacer venir a Arguedas a México y buscarle otro psicoanalista de otra escuela que no fuera la de doña Lola de Santiago, a ver si le podían salvar. Vemos que las dolencias de José María eran compartidas por Rulfo en dimensiones muy íntimas. Sabemos que José María no aceptó el ofrecimiento, eligió permanecer en el Perú y continuar su vida entre la Universidad Agraria, Chaclacayo y los Zorros de arriba y de abajo.
Para ir acabando, haré mención a algunas de las numerosas notas que se pueden hallar en textos mexicanos sobre esta entrañable amistad. En el libro Noticias sobre Juan Rulfo, Alberto Vital menciona que 1960 es el año en que debe fecharse la primera nota escrita de otro par de Rulfo, esto es, por un narrador a su altura. Se trata de las ya citadas «Reflexiones peruanas sobre un narrador mexicano», de José María Arguedas. En Juan Rulfo y su obra. Una guía critica, Victoria Saramago señala: El tono personal con el que Arguedas considera la obra de Rulfo se manifiesta también en otros momentos, en los cuales persona, amigo y autor son figuras casi indistinguibles. Acotación final. Repasemos la respuesta de Rulfo cuando el periodista Ernesto Parra le pregunta en 1979 sobre los escritores de habla castellana que prefiere. El escritor responde: En primer lugar, a Juan Carlos Onetti. Para mí es un autor fundamental. Después, José María Arguedas, de Perú, que desgraciadamente se suicidó. Cuando el periodista pretende disminuir la importancia de Arguedas, Rulfo retruca: Tiene otra novela excelente, Los ríos profundos. Un gran escritor José María Arguedas, mejor que Vargas Llosa.
Seguiremos más adelante hablando de Rulfo. De su vinculación con la fotografía, de las cartas para su amor Clara Aparicio, las razones de su silencio literario, de Pedro Páramo. Inagotable, Rulfo.
* Los especialistas, no Juan Rulfo, han dividido Pedro Páramo en fragmentos. Se cuentan oficialmente 69. Es muy útil para entender su no siempre fácil lectura. La numeración de los fragmentos hay que ejecutarlos de modo personal. No conozco edición que lo contenga.
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