Recuerdos
Recuerdo cuando me subía el abuelo
a un árbol de capulí,
me lanzaba hacia el infinito
con su mano vergonzante
de huesos triturados,
volaba, cometa soñador,
callado, silencioso,
acariciaba el universo.
Al regreso del cielo, atrapaba
una rama, un racimo, y te intuía,
me teñía la boca de carmesí
y te intuía desde la dulzura,
allí me quedaba, quieto, pensante,
mirando el modo en que tu rostro,
se formaba con el mío.
Más tarde ensillaba un burro manso,
y lo hacía trotar sobre los alfalfares,
dominaba su afán de comer finuras,
y salía con un manojo de retamas,
y con tu amor en el mío.
Desde entonces te quiero,
desde el capulí grana,
desde el rocío que mojaba
mis penas de niño,
desde mi edad temprana,
te adivinaba y nacías en mí.
Savia densa
Estoy contigo, atado a los rojos,
de tus senos y tu vientre,
arriba y al medio, extendido en ti,
abrazado a tu huella transparente,
silencioso, entregado de espaldas,
de pie y arrodillado, lúbrico,
morador de tu centro, casto, puro,
hendido en tus palabras.
Me nacen raíces adventicias, persistentes
ingresan por mi pecho, deshacen mis plegarias,
mis miedos, dolencias, soledades
tienen tus quédates, tus rezos de epiglotis,
tu tenaz dentellada.
Me enredo en tus brotes de savia densa,
cruza patrias y pasado, roturan mi futuro,
separo una yema que pugna en mis sueños,
es inútil, vuelven sobre mi pecho entregado,
me hieren y me sangran, me siembran,
hasta desaparecer entre tus ramas.
Árbol, semilla, tierra virgen,
habito en ti, miro el universo
navego en tus ramajes y riego tus raíces,
para ser de nuevo uno, dos, tres,
en la floresta del amor que se confiesa.
Tiempos
Tu voz enlazada de bondad,
me hace una cama dulce,
que arropa mis centenas,
zurce mis calcetines,
y me hace miel.
Tu palabra vive, escribe,
me alcanza,
derramada de colinas bajas,
que aún no son cordilleras.
Me mojan tus aguas calmas,
que viajan entre ventiscas
de arena joven
filtradas de viento prematuro.
Me ausentan tus horas,
el apuro de tus despedidas,
la callada madurez de tus años idos,
como ciego destino,
que prolonga tus meses,
y apenas me cubren,
con hilachas de tiempo.
Camina, corre, vuela,
aleja tus alas de mi voz,
borra tus huellas de las mías,
mírame distante,
evita herir el puente niño,
que me une a la vida.
Vestido de mar
Alfonsina, llévame, te suplico
al mar que mojó tus aguas tristes,
lleva mis harapos, mi valentía,
el pico nevado que me nombra,
los campos de maíz que sembré
con hermanos de historia.
Llévame,
conduce el carrito negro y blanco
de mis navidades perdidas,
haz que sus luces parpadeen,
y se interne en arenas albas.
Te entrego mi cama florecida,
mis silencios,
el poco amor que tuve.
Lleva tus octubres, mis mayos,
mi caballito de totora ahogado
en aguas de silencio,
condúceme, guíame, Alfonsina,
no vayas sola, no te ausentes
sin mis manos dispersas
en campos de agua turbia.
Mis hojas se han ido,
sin poemas, sin vocales,
haz ahora que tus olas,
rocas muertas
las anchas playas
que ciñeron tu sueño, me sueñen.
No lo hagas sola, mírame,
no me dejes, no me cantes,
cállame en tus manos,
quiero vivir contigo, en ti,
en tus aguas dulces de mares amarillos.