Vacancia de Kuczynski

¿Estamos ante una situación revolucionaria?, ¿los de arriba están incapacitados para gobernar y los de abajo reúnen las condiciones para reemplazarlos?, ¿se abre la perspectiva de un cambio en las estructuras indeseables del Perú? Claro que no, la tragicomedia que observamos no es más que una repetición del pleito de intereses personales o de grupo que inauguraron aquí los invasores Francisco Pizarro y Diego de Almagro cuando se disputaban el dominio y las riquezas del Perú con el pretexto de controlar la preciada gobernación del Cusco a espaldas de los cientos de etnias y culturas que iniciaban su inacabable agonía. La historia enseña y nos explica el Perú de hoy y la asadura de su poder legislativo y ejecutivo. No es necesario recurrir a las citas eruditas o al trasiego de todas nuestras vergüenzas, es suficiente solo algunos ejemplos para observar la entraña repetitiva y ajena a los intereses nacionales que encontramos en la mayoría de los hechos políticos y sociales perpetrados por la colorida y variable purulenta costra que nos gobierna desde hace siglos.

¿El enfrentamiento entre los encomenderos no fue acaso la disputa entre dos formas de entender el saqueo nacional, o compartido con el imperio dominante o disfrutado entre los 13 de la Isla del Gallo y sus descendientes? Hay un ilustrativo y decidor dibujo del indio Huamán Poma de Ayala, ‒circa 1600‒ que muestra la manera en que “Corregidos y encomendero tienen pendencias sobre los reales quien ha de llevar más”. Los años virreinales están plagados de ajustes de cuentas entre los dominadores donde se mezclan asesinatos por venganzas personales de maridos burlados ‒la nocturna muerte del virrey Conde de Nieva en las cercanías del local del Congreso‒, hasta las acciones de grupo liderada por el Virrey Manuel Amat y Junyent y su asesor legal Juan Perfecto Salas, símil del contemporáneo Vladimiro Montesinos. Ambos, y su camarilla, se ensañaron con el gobernador reformista Antonio de Ulloa y su hermano Jorge Juan, enviados del imperio para observar en secreto toda la corruptela de la sociedad virreinal. Tuvieron que regresar a España en navíos separados para evitar que ambos fueran asesinados en la travesía.

El inicio de la República fue escenario para la repetición de la historia precedente con actores renovados, en apariencia. Jorge Basadre, parte ilustrada y racional de este dominio, señala que los fundadores de la República Tampoco tuvieron una conciencia del Perú en el tiempo. Creyeron inventar un país nuevo. Ignoraron que precisamente este país tenía un privilegio envidiable: el privilegio de una vieja cultura. De la Colonia hablaron como si sólo hubiese sido el “largo tiempo”, durante el cual “el peruano oprimido, la ominosa cadena arrastró”. Y si alguna vez pensaron en los Incas, fue empleando una figura retórica. Carentes de esta ligazón a nuestra real historia entonces las alternativas en pugna fueron la reedición republicana de las viejas disputas coloniales. ¿Qué hay detrás de la pugna entre Gamarra y Orbegoso, sino la disputa entre cargos y ascensos en el ejército?, y la inquina de Gamarra, Castilla, Salaverry, etc. contra Santa Cruz ¿no está saturada de racismo, exclusiones?

Ignaros grupúsculos de levita y charreteras combatieron con saña el único proyecto político criollo que poseía trascendencia y visión histórica. Y para hacer más eficaz la inquina personal no dudaron en acudir al apoyo chileno, feliz convocado, para aniquilar el integrador y solitario propósito político que carecía de réditos económicos y particulares inmediatos y sí un futuro que los padres de la patria de entonces no supieron comprender. Poca diferencia con los oportunistas de ahora que se sientan en el hemiciclo luciendo orgullosas credenciales de extorsionadoras de programas de televisión; ignorantes capitanes de bandas que desalojan trabajadores azucareros; voceros atildados y altisonantes con deudas en los organismos de tributación; cortesanos que abandonan la nave política en problemas buscando reacomodos futuros; palaciegos con títulos académicos en inglés pero incapaces de sentarse a conversar con comuneros campesinos; miraflorinos revolucionarios y reciclados que cerraron los ojos ante millones de cruzeiros que ingresaban a las campañas eleccionistas de sus líderes; anquilosados doctrinarios que no saben cómo entender el país de la mano de una eurocéntrica y petrificada doctrina.

Volvamos al recuento histórico, tan útil para explicar esta coyuntura. Para evitar un recuento repetitivo y poco novedoso de asuntos, que además están en libros, señalemos con rapidez la similitud de la situación actual con los juicios a Echenique por las deudas internas contraídas por el Estado durante las guerras contra el poder español. Castilla señaló que devolverla no costaría al fisco más de seis o siete millones; pero en realidad Echenique reconoció diecinueve…al final la consolidación llegó a sumar 23 millones. En un anticipo al moderno “roba pero hace obra” Echenique llega a decir en uno de sus manifiestos de defensa: ¿Qué importa que se hubieran enriquecido unos pocos cuya riqueza también quedaba en el país y contribuía a la realización de estos beneficios?” No, no confundamos esta realidad con la de Odebrecht, son sobrevaluaciones de distinto origen. Tampoco nos desorientemos al discernir coincidencias entre la tragedia actual y nuestro pasado; sí, son similares, provienen de un mismo tronco social y económico: el coloniaje mental, la rapiña de clanes, de castas. Infame contrato Dreyfus, le llama Alfonso Quiroz en Historia de la corrupción en el Perú. El contrato, negociado por el inefable y ubicuo Rufino Echenique y Nicolás de Piérola, fue puesto en práctica antes de la presentación formal de las otras tres propuestas; se consiguió con estos adelantos económicos a cuenta gestionados por el clan Piérola – Echenique, trabar cualquier marcha atrás en sus propósitos de embarcar al Estado con la casa Dreyfus. Cuando los capitalistas nacionales reaccionaron ya era tarde, el congreso aprobó el contrato por 63 votos contra 33 en la Cámara de diputados, votación conseguida mediante soborno de parlamentarios. El financiamiento generado al corrupto Estado peruano por Dreyfus provocó, como señala Quiroz, una explosión de obras públicas que propiciaron el enriquecimiento de grupos de poder social y económico. Se desato, entonces, un frenesí en la contratación de obras públicas para la construcción de ferrocarriles, proyectos de irrigación, puentes, embarcaderos, muelles, edificios púbicos y mejoras urbanas sin un cálculo sólido de su rentabilidad y factibilidad. Sin embargo, estas obras públicas se anunciaron a la ciudadanía como la varita mágica que llevaría a la riqueza y el desarrollo. En este contexto los contratos con Enrique Meiggs para la construcción de ferrocarriles fue la Interoceánica de la época.

Señalemos un ejemplo final en este breve recuento: el contrato Grace, que hace señalar a Quiroz: Así como Piérola representaba los intereses de Dryefus, Cáceres representaba los de Grace. Los demás latrocinios son mejor conocidos y son también los antecedentes de la robusta vigencia del pillaje en los gobiernos de Alan García y Alberto Fujimori. Todas las épocas han sido atravesadas por formas diversas de robos y aprovechamientos directo que hoy día observamos en los enjuagues con las modernas empresas Odebrecht, OAS, Camargo Correa, etc.

No estamos frente a algo nuevo ni tampoco la superación de esta coyuntura nos ubicara en un escenario de renovación moral y ética. No nos engañemos, nos encontramos frente a un ajuste de cuentas entre dos formas muy cercanas pero diferenciadas de encarar la continuación del ancestral proyecto de la inviable Patria Criolla. Se trata de un capitalismo achorado heredero de Sánchez Cerro u Odría y la continuidad de una variable que bien puede encarnarse en Augusto B. Leguía, Benavides o Bustamante y Rivero. Se trata de José María de Pando y Gamarra, Monteagudo frente a Sánchez Carrión, Luna Pizarro y Bartolomé Herrera. De la polémica entre Mariátegui, exento de su dogmatismo marxista y Luis Alberto Sánchez. De Vargas Llosa y Hernando de Soto. Lo que ignoran los bandos en pugna es su participación de un solo proyecto de país, ya no digamos de nación, con matices muy poco diferenciados, separados nada más que por delaciones y juicios. Será muy tarde cuando esta patria grande se les vaya de las manos.

¿Cómo actuar entones frente a semejante desafío?, sin duda que la forma más eficaz es proscribir de raíz el poder a tamaña costra criolla. Lamentablemente no tenemos reemplazo, porque hasta los herederos de Mariátegui, sí, el mismo que estudió al indio como problema y ni siquiera como posibilidad, carecen de una visión de país distinta al criollismo imperante. Se han alineado de una u otra forma con el criterio dominante: que la corrupción se acaba echando a Kuczynski por la ventana de Palacio de Gobierno. No perdamos la orientación, como se ha dicho este es un pleito que se lleva adelante por encubrir el pillaje, por seguir protegiendo los negocios de grupo, por ocultar perdidas de información contable de empresas vinculadas a la corrupción. Este es un lío entre criollos egresados de la universidad Cesar Vallejo y los otros de Stanford. Un pleito entre castaños blancos  y blancos castaños, dueños los dos de una imagen de país que se diferencia por la forma, díscola o cortés, de seguir lucrando con la hacienda pública y la riqueza del país.

El Presidente Kuczynski debe de irse, es una realidad que carece de atenuantes. Pero, debe ser defenestrado con una ciudadanía y un pueblo atento en la defensa de los escasos espacios democráticos que ha podido construir en estos siglos de oprobio y dominación. Es urgente proteger las endebles estructuras del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional; defender que la prensa medianamente libre que resta, no sea maniatada y ahogada con disposiciones “legales”; que el Vicepresidente asuma la responsabilidad de dirigir el Poder Ejecutivo hasta el término de su mandato, de ser este un factor positivo para los estamentos renovadores. Es tiempo que usaremos para estar mejor organizados y desarrollar una propuesta de país más avanzada y madura. Las fuerzas democráticas, personas y organizaciones honradas que habitan los apartados espacios de esta patria andina, templen esfuerzos para sostener el podrido andamiaje hasta que sea posible reemplazarlo por un proyecto de Nación alejado, distante, muy distante y diferenciado de esta patria criolla, corrupta, cleptómana y derrotada y monocultural. Al mismo tiempo que es necesario salir a las calles a protestar organizadamente, es urgente construir mecanismos de un nuevo poder sustitutorio de este otro que ha construido su hacienda particular en nuestros patios y territorio.

José Carlos Mariátegui y la cuestión andina.

Las décadas iniciales del siglo XX fueron fecundas para imaginar el Perú del futuro, similar momento no se ha repetido desde entonces; conjugación de ideología y praxis; textos y organizaciones políticas nacidas o derivadas de aquella época son todavía actores políticos en la agenda nacional. Diversos fueron los pensadores, distintas sus motivaciones e ideologías. Esta variedad de enfoques y opiniones fue en gran medida consecuencia de la Guerra del Pacifico que precipitó un cambio de época en una sociedad que había desnudado su precariedad en medio de la catástrofe bélica. Mariátegui recoge la prédica de González Prada y avanza desde una posición liberal a interpretar al país con las herramientas del materialismo histórico. Los resultados de sus aportes han sido valorados con amplitud en el proceso de construcción de la nación. Hay, sin embargo, un aspecto poco observado y analizado de su obra: su valoración de la civilización occidental como soporte principal de su propuesta de nación y como elemento indispensable del diseño político económico social y cultural.

La identidad civilizatoria se ubica por encima de la desnuda filiación cultural y también supera el tradicional posicionamiento ideológico de izquierdas o derechas hasta cubrir la totalidad de la dimensión humana. Por encima de ella solo se encuentra nuestra condición de habitante del planeta Tierra. La vitalidad y reconfiguración de las contemporáneas expresiones culturales en el mundo, los nuevos posicionamientos civilizatorios, hacen indispensable que las decisiones políticas de largo aliento no prescindan de este enfoque. Obviar este dato de la realidad es una de las carencias del variadas corrientes de pensamiento. Obviar su importancia torna inviable cualquier propuesta o decisión política orientada a conjugar desarrollo y cultura, geografía y tradiciones, conducta, carácter, personalidad y bienestar integral.

Hijo de su tiempo y circunstancias, Mariátegui enfrentó variadas y anquilosadas tradiciones criollas; sin embargo, compartió con ellas un compromiso: mantener incuestionado la pertenencia del país a la civilización occidental y cristiana. Fue persistente en su objetivo de edificar el socialismo nacional manteniendo la estructura civilizatoria implantada por Occidente con la invasión. Lo contradictorio de este propósito es el antagonismo que genera su proyecto de nación, de adhesión a los componentes nacionales y las limitaciones que impone la sociedad criolla occidentalizada para aceptar una relación igualitaria, paritaria, con los componentes de la tradición andina.

Es claro y principista en la defensa de los intereses políticos de proletarios e indígenas, débil en su mensaje cultural teñido del criollismo supérstite encarnado en sectores dominantes a quienes él combatía. Para Mariátegui, Occidente es un dato inamovible de la realidad, axioma previo, basamento cultural de la nueva sociedad. No es necesario prolija labor investigativa para hallar afirmaciones que sustentan con claridad su opinión sobre el tema. Su obra, escrita entre 1923 y 1930, tiene constantes ejemplos de esta realidad; si sumamos al análisis sus crónicas tempranas veremos que la defensa de esta posición es aún más elocuente.

Se percibe con claridad que el país que Mariátegui imaginó se plasmaba en la práctica en un país mestizo con criollo dominio político, económico y cultural; con el indio asimilado, absorbido, aculturado por la dimensión preponderante. Sus propuestas no logran superar el indigenismo tradicional, contiene críticas a las prácticas de la vieja estructura sin superar la barrera de magnánima beneficencia exhibida por la sociedad criolla. Dicotomía constante que emana de una praxis que separa política y cultura y que imposibilita sustituir el basamento criollo en el que se funda su proyecto de nación. Una visible mayoría de sus operadores políticos provenían además de los estamentos criollos. El país diseñado por Mariátegui se concretaba en un socialismo con el vocablo asimilación inscrito en el frontis de la renovada sociedad y de su Estado, suficientemente claro como para ser entendido por la masa indígena al ascender a la modernidad socialista desde el fondo mismo de su hirsuto primitivismo.

En este enfoque criollo que opone política y cultura, de “exclusión e inclusión”, radica el nudo político de la cuestión colonial, modelo que late clara desde la invasión y pervive a través de toda la República, y que excluye todo aquello que afecte o mancille la impoluta y oficial sociedad blanca y Occidental. La exclusión, decisión política, deja de lado cualquier posibilidad de posicionar lo indígena en una sociedad de data multicultural e igualitaria, y la inclusión, decisión cultural, prohíbe portar lo esencial del saber civilizatorio y permite el trasiego del ripio cultural andino, aquello funcional e inofensivo a la estructura básica del modelo de dominación. El esquema descrito subyace bajo las propuestas mariateguistas, preñadas de los prejuicios y distancias del antiguo criollismo, matizado por no pocas opiniones claramente racistas, en particular contra el negro y el chino. Son formulaciones que encontramos antagónicas en Garcilaso y Guamán Poma y también están presentes en la polémica que distancia al temprano Luis E. Valcárcel y a Uriel García. En lenguaje moderno: multiculturalidad o mestizaje.

Es claro que a los pensadores hay que juzgarlos en su contexto y época; no obstante, también por su clarividencia y sagacidad para observar la realidad y su proyección futura, más aún si en su propósito utiliza un método de análisis apreciado por su objetividad. Explorando las motivaciones del ensayista que, en este tema, justifiquen sus puntos de vista, reconocemos seis razones. Su época no superaba aún el uso del tradicional concepto raza entre los intelectuales; aun cuando el uso del término no es despectivo ni trasunta ánimo discriminatorio en Mariátegui, mantiene en sus escritos un perfil todavía biológico de la sociedad que lo conduce a sutiles subestimaciones del indio y su cultura y a poco tenues discriminaciones sobre el negro y el chino. Es posterior la abundante bibliografía que supera el tradicional concepto y se acercan al tratamiento moderno de la etnicidad y a nuevas formas de entender e interiorizar la herencia cultural. Un aspecto notorio que afectó el análisis del ensayista, muy frecuente aun en nuestros días, es el uso del concepto raza para referirse a los indios sin aplicarla en la misma medida a los criollos. Una distinción racial coherente obliga también a señalarlos como raza. Asignar el concepto a lo indígena y evitarlo en los criollos colabora para organizar la ideología que sustenta la inferioridad, es parte del diseño de la subjetividad que domina el poder colonial y abona la forma en cómo se estructuran las jerarquías en el sistema mundo que habitamos. La ausencia del concepto enfatiza las diferencias y sirve para silenciar la categoría racial en los criollos y mestizos; diseña y afianza la apodíctica inferioridad indígena y subraya que se trata de un conglomerado racial carente de derechos para disputar a los criollos la conducción del país. Las razas en el poder no requieren de nomenclaturas distintivas, la comarca de su dominio es el territorio de la inclusión carente de denominaciones subalternas, es el campo elíseo al que pueden acceder determinadas razas a condición de reconocer la superioridad y liderazgo dominante y convenir la supremacía de la no raza y lograr consensos para que las razas dominadas acepten su disolución, sean incluidas. Tal es el esquema tradicional impuesto desde la invasión.

La herencia criolla de Mariátegui, y su desconocimiento de la geografía y suelo indígena también nos permite aproximarnos mejor a la posición ideológica del pensador. Su origen y acento criollo, siendo notorio, es distante de las ideas y del ánimo rentista, diletante y superficial del viejo criollismo que combate con acritud. No obstante su espíritu agónico y ascético, no logra prescindir de sus esencias criollas para juzgar lo indio. De criticar que nuestros burgueses y “gamonales” sostienen calurosamente la tesis de la inferioridad del indio… cuya solución depende del cruzamiento de la raza indígena con razas superiores extrajeras, se traslada Mariátegui a afirmar que la creación de una nueva cultura americana no será obra de las fuerzas sociales raciales autóctonas; suscribir esta tesis, señala, es caer en el más ingenuo y absurdo misticismo. Recordemos que Mariátegui se refiere con este juicio a una población indígena que es la superior mayoría del país: cuatro quintas partes del total nacional. Su criollismo está enlazado con sus orígenes y es rastreable sin dificultad en su edad de piedra. No hallamos en esa época de formación y de vinculaciones raigales con los orígenes ninguna aproximación a lo indígena. Los seudónimos que elige para publicar sus artículos están claramente influidos por valores criollos europeizados: Juan Croniqueur, Jack, Kendal, Monsieur de Camomille, Kendalif. Genaro Carnero Checa lo advierte en su estudio La acción escrita, donde señala: Si se quiere llegar a una exacta comprensión de la figura de J.C.M., todos los hechos de su edad de piedra merecen revisarse. Aquí un detalle de lo comentado: cuando ocurre el conocido incidente con la bailarina Norka Rouskaya, ensaya su defensa señalando que su asistencia al cementerio en noche bohemia y de danzas, no se distingue de las libertades que tenían los limeños para bailar y brindar por sus muertos en todos los santos, porque antes había para los zambos libidinosos y palurdos una tolerancia que ahora se niega a los artistas y a los escritores. Añade a su favor: tales escenas subsisten en los cementerios de la sierra. Los indios no conciben el sepelio sin libación y el huaynito. Aún en Lima los vemos bailando cotidianamente al pie de sus cadáveres. Distancia y visión equívoca de nuestra herencia cultural; similitud de tonos cuando el Mariátegui maduro y socialista enjuicia el aporte zambo y negro a nuestra sociedad.

Su experiencia europea le produce una honda impresión y fortalece su élan vital. Más tarde, esa actitud le permite a Haya de la Torre acusarlo de europeísta. En su periplo por el viejo continente establece una vinculación orgánica con Occidente, a través de Italia en particular. Como muchos intelectuales de hogaño y antaño, hizo su aprendizaje del Perú en aquel viaje iniciático. Allí desposa a una mujer y algunas ideas; pero también admira su paisaje, historia, personajes. En honor y recuerdo a esta relación íntima nombra a sus hijos mayores como Sandro por su admiración a Boticcelli, y Sigfrid, en reconocimiento a la cultura alemana. Aquel viaje contribuye a consolidar una idea de desarrollo nacional íntimamente vinculado a Europa y a lo sajón en particular.

Los horizontes teóricos del marxismo le son útiles para ordenar las categorías sociales y conceptos de la realidad nacional e interpretarlas a la luz del materialismo histórico, pero también para estaquillar a los actores de la sociedad bajo el manto del positivismo marxista que no logra eludir. Sus camaradas de la Internacional se lo hicieron notar cuando observan el informe presentado a la conferencia comunista de Buenos Aires en 1929. La Komintern le reclama no haber planteado el problema indígena sin considerarla “cuestión nacional”, de autodeterminación, en lugar del enfoque multiclasista adoptado. Como sabemos, el marxismo resulta un compendio radicalizado de la filosofía occidental. Su positivismo es el reflejo del uso del logos de la razón, en desmedro de otras fuentes de conocimiento, útil para efectuar un análisis clasista de la realidad nacional, pero sin capacidad de entender el logos del mito. En el conocido editorial de Amauta Nº 17, Aniversario y Balance, momento de maduración socialista y ruptura con Haya de la Torre, señala que los países latinoamericanos llegaron con retraso a la competencia capitalista y que los primeros lugares están ya definitivamente asignados…la oposición de idiomas, de razas, de espíritus, no tiene ningún sentido decisivo. Más adelante añade que la doctrina socialista es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países que se mueven dentro del orden de la civilización occidental. Esta civilización conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indo América, en este orden mundial puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares. La cita numerosas veces exhibida acerca de un socialismo de creación heroica, sin calco ni copia, proviene del editorial mencionado y debe leerse dentro del íntegro contexto. Su distancia de la III Internacional y su lucha por establecer propias fronteras ideológicas proviene sin duda de su grado de entendimiento del Perú indio, agrario; insuficiente sin embargo para comprender que el Perú distinto no puede estar subordinado a Occidente ni a la cultura criolla, ni siquiera en una opción criolla reformista seria y consistente; reincidir en este aserto es perpetuar el error histórico, cancelar el país deseado. Mariátegui desde su marxismo y posición de clase defiende a los oprimidos, desde la cultura es baluarte de la sociedad dominante.

Mariátegui desconocía el medio rural, fue un ser raigalmente urbano costeño; inclusive en Europa, se interesó primordialmente por la realidad y los fenómenos urbanos como lo señalan sus escritos y su conocido itinerario. Aquí, desconocía la sierra y tampoco visitó una comunidad indígena. De su acercamiento al interior se señala una corta visita a Huancayo. Su infancia y madurez transcurrió entre ciudades costeras: Moquegua, Huacho y Lima. Su temprana enfermedad, agravada con los años, le impidió una mayor movilidad en el país; lo conoció a través de publicaciones y conversaciones con personalidades del interior. Son comprobaciones que ayudan a entender algunos de sus análisis sobre el indio y la sierra; precisar este contexto sitúa al personaje en su medio y le proporciona entorno a sus reflexiones y a la imagen del indio que cultivó.

Su espíritu urbano combinó bien con el marxismo y su filosofía de raíz citadina; la teoría y praxis maoísta estaba aún distante. Fue factor que lo ayuda a señalar a la ciudad como lugar de residencia del espíritu revolucionario. En La urbe y el campo, menciona la ciudad como escenario donde el capitalismo ha alcanzado plenitud y es donde se libra la batalla actual entre el orden individualista y la idea socialista…la teoría y la práctica del socialismo son un producto urbano. Recupera la usina, la fábrica, rechaza la alquería para educar al hombre para el colectivismo. Descarta la emoción revolucionaria del campesino y artesano, distraídos en adquirir una pequeña propiedad individual. La ciudad aloja fuentes de creación mientras en el campo se vive dispersa e individualmente. El aculturado indio peruano cultiva, es cierto, un entorno de vida individual acendrado; pero, es también portador de una disposición singular para la vida colectiva. Desarrolla su individualidad dentro de la comunidad y la membrana que separa un ámbito del otro es apenas perceptible. Mientras, el obrero de la sociedad occidental construye su esencia humana en la individualidad y ejercita su dimensión colectiva solamente en el trabajo, en la fábrica, para retornar después a su natural individualismo. Por otro lado, obvia Mariátegui que es en el medio rural donde se ha hecho evidente una intensa emoción social; el fermento revolucionario ha estado siempre ubicado en el campo. Es desde la rebeldía y la desobediencia indígena que se han generado cambios profundos en las estructuras del país. Las jornadas sediciosas de indios y campesinos han sido aquí permanentes generadores de transformación social.

Mariátegui no asistió a los procesos de liberación cultural que se inician con las luchas anticoloniales de los años sesenta. Desde allí puede rastrearse el fermento que incuba la maduración de los movimientos contemporáneos de liberación cultural y del retorno de la influencia del pensamiento de los pueblos ancestrales. Es indubitable que somos hijos de nuestro tiempo, las ideas fermentan bajo una realidad concreta y en el momento de Mariátegui no se discutían las teorías culturales vigentes y los pueblos no habían iniciado luchas por rescatar y desarrollar sus propias culturas e identidad. Es un factor que ayuda a entender la ausencia en Mariátegui de la distinción entre civilización y cultura; la primera expresa tecnología, ciencia, desarrollo material, mientras la cultura es la permanencia en el cambio, el sonido del lenguaje, religión, hábitos, costumbres, la relación con la naturaleza. En el terreno de la práctica política la ideología se vincula con la cultura, mientras el programa interpreta las posibilidades civilizatorias.

Una civilización universal es el destino de la humanidad, será un momento cúspide de la sociedad humana, lejano aún para saber de sus características. Mientras, es permitido formular algunas preguntas acerca de su probable constitución: ¿habrá una cultura que imprima su impronta decisiva?; ¿cómo sonará el eco de la lengua universal, cómo se configurarán las asociaciones humanas? Tal futuro momento será consecuencia de la abolición de las fronteras nacionales, de alta intensificación de los procesos productivos y, sobre todo, de la humanización de la humanidad. Lo cierto y comprobable es que hoy, lejos de estas preocupaciones, distintos pueblos y culturas mundiales empeñan todo su esfuerzo en continuar recreando sus particularidades o reconstituyendo sus depredados acervos originarios al mismo tiempo que superan herencias divergentes. Numerosas culturas pugnan por neutralizar o evitar hegemonías civilizatorias, reivindicando pensamientos propios por mucho tiempo considerados provinciales, folclóricos, desdeñables; claro que también otras prefieren mantener constreñido su desarrollo y limitada su capacidad de desarrollo en contextos neocoloniales. En nosotros, la cultura hegemónica no ha logrado integrarnos ni ha sido tampoco instrumento de desarrollo. Adversa a la síntesis, a la integración, incompatible con el manejo racional de los recursos naturales, funcional a paradigmas que privilegian la hegemonía cultural, la acumulación material, el individualismo y la destrucción de la naturaleza en desmedro de la humana y comunitaria convivencia social.

La obra mariateguista, orientada a la estructuración de un país socialista está marcada por un notorio sesgo cultural que subordina la herencia andina en beneficio de la orientación criolla. Su acercamiento al Perú indígena y el compromiso que desarrolló con la emancipación de esta amplia población nacional no lo llevó a imaginar un Perú diseñado sobre cimientos andinos, sino criollos. No elaboró la idea de un país gobernado por indígenas o compartiendo posiciones de poder político no obstante su mayoritaria presencia poblacional y el reconocimiento que hizo de las virtudes de la cultura ancestral.

En el propósito de dialogar con las reflexiones del ensayista, haremos énfasis en tres aspectos de su pensamiento: su relación con la cultura occidental, sus ideas acerca del indio y el perfil de país que se observa detrás del socialismo que defiende. Temas todos, raigalmente unidos a la forma en que interpretó el país y su futuro. Su legado permite formular preguntas desde variadas perspectivas, aquí las planteamos desde la orilla mayoritaria de nuestro país, desde lo andino.

¿Occidente, cultura universal?

Mariátegui no deja al azahar la contextura civilizatoria peruana, la hace decididamente tributaria de Occidente. Su adhesión a esta idea lo lleva a imaginar un futuro orden ecuménico liderado por esta civilización y con el pueblo judío como su portador y germen. En La misión de Israel, acota que la función del pueblo judío, es servir, a través de su actividad ecuménica, al advenimiento de una civilización universal; señala que en su milenaria historia Israel ha ligado su destino al de Occidente. Coloca a la nación judía en un plano especial que la hace más occidental que Occidente. Las ideas citadas contienen el sustrato general que ordena el extenso desarrollo que hace del tema.

Es probable que llevara esta idea en germen a Europa, desarrollándola de manera orgánica en su estadía en el viejo continente, referente ineludible para entender su biografía política. El marxismo al que adhiere le abre una vía de entendimiento de la realidad nacional y también lo aherroja a imaginar el destino del país unido de modo perdurable a la cultura occidental. Al retorno de su viaje, en sus primeras conferencias en las Universidades Populares, traza la que sería su invariable línea de pensamiento. En la primera, La crisis mundial y el proletariado peruano, al describir los desequilibrios post-bélicos de las instituciones europeas, señala que el Perú, como los demás pueblos de América, gira dentro de la órbita de la civilización occidental,… porque europea es nuestra cultura, europeo es el tipo de nuestras instituciones. Unos días después, analizando el Nacionalismo e internacionalismo observa que la civilización occidental es dominadora porque sin aceptar la existencia de ninguna civilización concurrente o rival atrae a su órbita y costumbres a todos los pueblos y todas las razas. Las mercaderías y las máquinas junto a las ideas y emociones occidentales aparecen extraña e insólitamente vinculadas a la historia y el pensamiento de los pueblos más diversos. Son acontecimientos que pertenecen exclusivamente a nuestra civilización que, desde este punto de vista, no se parece a ninguna de las civilizaciones anteriores. El énfasis añadido hace resaltar una relación personal, íntima, más allá de intereses marxistas que postulan la libre determinación de los pueblos, con la órbita civilizatoria que defiende.

Cuando reflexiona en torno a Lo nacional y lo exótico, redacta un alegato muy claro a favor de la idea que comentamos, desdeña aquellas voces de alerta contra la asimilación de ideas extranjeras. Critica a aquellos que desean se legisle para el Perú, que se piense y se escriba para los peruanos y que se resuelva nacionalmente los problemas de la peruanidad, anhelos que suponen amenazados por las filtraciones del pensamiento europeo. Para Mariátegui todas estas aseveraciones son demasiado vagas y genéricas. No demarcan el límite de lo nacional y lo exótico. Invocan abstractamente una peruanidad que no intentan, antes, definir. Afirma que esa peruanidad, profusamente insinuada, es un mito, es una ficción. La realidad nacional está menos desconectada, es menos independiente de Europa de lo que suponen nuestros nacionalistas. El Perú contemporáneo se mueve dentro de la órbita de la civilización occidental. La mistificada realidad nacional no es sino un segmento, una parcela de la vasta realidad mundial. Todo lo que el Perú contemporáneo estima lo ha recibido de esa civilización que no sé si los nacionalistas a ultranza calificarían también de exótica. ¿Existe hoy una ciencia, una filosofía, una democracia, un arte, existen máquinas, instituciones, leyes, genuina y característicamente peruanos? ¿El idioma que hablamos y que escribimos, el idioma siquiera, es acaso un producto de la gente peruana? Prolongada y consistente la argumentación de Mariátegui que, en análisis más riguroso, disuelve la idea del mestizaje que defiende. En efecto, la enumeración de categorías filosóficas científicas y tecnológicas que redacta se hallan, hasta hoy inclusive, vacías de contenidos nacionales por defecciones políticas de aquellos que debieron obtenerla desde nuestro mestizaje. Que el país posea filosofía, democracia y arte, máquinas, instituciones, leyes, que respondan a los intereses nacionales es el gran reto del porvenir. Requerimos responder afirmativamente a este largo listado de ausencias.

Mariátegui prosigue su reflexión señalando que la nacionalidad peruana en formación se construye sobre los aluviones de la cultura occidental vertidos sobre los inertes estratos indígenas. Comprueba que la conquista destruyó el Perú autóctono…extirpó del suelo y de la raza todos los elementos vivos de la cultura indígena, y que los descendientes de los conquistadores y los colonizadores constituyeron el cimiento del Perú actual. Es evidente que ésta visión del país no armoniza bien con la idea de Peruanizar el Perú. Se percibe una visible contradicción entre estas ideas y las fórmulas políticas esgrimidas en otros acápites de su obra, resumen incompatibilidad entre sus deseos racionales y exigencias subconscientes. Es la irrenunciable herencia criolla en su biografía, la que asegura que la herencia nativa yace en estratos inertes de nuestra nacionalidad. Afirma que nuestro desarrollo ha dependido directamente de la asimilación de la cultura europea y recalca que todos los resortes materiales del progreso nos han llegado de fuera. Hemos tomado de Europa y Estados Unidos todo lo que hemos podido. Cuando se ha debilitado nuestro contacto con el extranjero, la vida nacional se ha deprimido. El Perú ha quedado así inserto dentro del organismo de la civilización occidental. Precisa que existe el deber de no ignorar la realidad nacional; pero tenemos también el deber de no ignorar la realidad mundial. El Perú es un fragmento de un mundo que sigue una trayectoria solidaria. Los pueblos con más aptitud para el progreso son siempre aquellos con más aptitud para aceptar las consecuencias de su civilización y de su época.

Con frecuencia sus análisis de la realidad internacional nos sirven para ilustrar sus juicios sobre temas vinculados a la cultura. En el denso y extenso artículo reseñado examina la realidad turca y aborda los cambios dispuestos en su sociedad por Mustafa Kemal, líder de una especie de “revolución cultural” de influencia vigente aun en Turquía no obstante el tiempo transcurrido. Kemal dirigió un proceso de occidentalización con profundos efectos en la antigua sociedad turca sujeta en la encrucijada de dos mundos, dos culturas: occidental y oriental. En Turquía, Kemal abolió el califato, dispuso un nuevo alfabeto, nueva legislación, se cerraron las escuelas teológicas islámicas –madrazas – y la saria o ley islámica fue reemplazada por un código civil de origen suizo y se adoptó el código penal italiano y el código de comercio alemán. El objetivo era transformar a Turquía en una nación industrial moderna. En este contexto, Mariátegui señala: los viejos pueblos orientales a pesar de las raíces milenarias de sus instituciones, no se clausuran, no se aíslan. No se sienten independientes de la historia europea. Turquía, por ejemplo, no ha buscado renovación en sus tradiciones islámicas, sino en las corrientes de la ideología occidental. Mustafa Kemal ha agredido las tradiciones. Ha despedido de Turquía al kalifa y a sus mujeres. Ha creado una república de tipo europeo. Destaca que este orientamiento revolucionario e iconoclasta…marca un periodo de renacimiento nacional, que le ha permitido el respeto de Europa. La ortodoxa Turquía, la tradicionalista Turquía de los sultanes sufría, en cambio, casi sin protestas, todos los vejámenes y todas las expoliaciones de los occidentales. Presentemente Turquía, no repudia la teoría ni la técnica de Europa; pero repele los ataques de los europeos a su libertad. Su tendencia a occidentalizarse no es una capitulación de su nacionalismo.

Mariátegui observa con simpatía que un país milenario, similar a otras antiguas naciones dueñas de formas políticas, sociales y religiosas propias y fisonómicas, adopte la cultura del agresor occidental. La Turquía contemporánea ha transitado un camino distinto al previsto por Mariátegui. Tampoco allí se ha logrado el pregonado mestizaje. Turquía Procesa hoy la disyuntiva de sortear aquella compulsiva transformación o continuar en su proceso de occidentalización. Muchas de sus dificultades provienen de esta contradicción, es un país escindido entre dos culturas que no hallan aún espacio de síntesis o de primacía de alguna de ellas. El milenarismo al que alude Mariátegui, no puede ser sujeto por bridas legales y políticas, la sociedad turca procesa aun el destino de su cultura con una orientación que parece dirigirse hacia sí misma.

Cuando se pregunta si el Perú puede ¿aislarse de las ideas y las emociones europeas? su respuesta señala que no es romántico pretender adaptar al Perú a una realidad nueva…Sería insensato, perseguir las ideas que, actualmente, están fecundando la historia humana. Y si místicamente, gandhianamente, deseamos separarnos y desvincularnos de la “satánica civilización occidental”, como Gandhi la llama, debemos clausurar nuestros confines no solo a sus teorías sino también a sus máquinas para volver a las costumbres y a los ritos incásicos. Ningún nacionalista criollo aceptaría, seguramente, esta extrema consecuencia de su jingoísmo. Porque aquí el nacionalismo no brota de la tierra, no brota de la raza. El nacionalismo a ultranza es la única idea efectivamente exótica y forastera que aquí se propugna. Y que, por forastera y exótica, tiene muy poca chance de difundirse en el conglomerado nacional. ¿Es forastero el nacionalismo?, nada es más nuestro y genuino, anidaba ya en cada territorio culturalmente distinto antes de la invasión. El nacionalismo chanca, pocra, chimú, cañari, etc. eran notables y explican en extenso las batallas y las alianzas pactadas contra el nacionalismo quechua. Lo notable fue que todas las culturas armonizaron para formar un compartido proyecto civilizatorio. Transpusieron la barrera de la multiculturalidad hasta alcanzar la difícil interculturalidad. ¿La idea es volver a ritos incásicos?, no, no es el objetivo, ni en las ideas del Valcárcel temprano se encuentra afirmación semejante; menos ahora. No se trata de renunciar a las máquinas de Occidente, la tecnología es irrenunciable y sería insensato clausurarnos al bienestar material que rodean a las sociedades desarrolladas; las máquinas, el incremento de las fuerzas productivas es parte ineludible de la planetarización de la sociedad, que incluye la disminución de los costos de producción orientados hacia la mayor eficiencia. Sustraerse a esta competencia es ingenuo y obsoleto; ninguna idea es válida para cuestionar los avances tecnológicos en virtud de valores culturales, y viceversa. La civilización occidental no es satánica, tampoco su cultura, es solamente incompatible con el ser íntimo nacional. La complejidad de este intercambio cultural y civilizatorio con otros seres y territorios se expresa en la capacidad de una nación para mantener viva la línea cultural que la gesta, abrir esa disposición para combinar, mezclar nuestras vidas, idioma, costumbres, a nivel planetario sin por ello ser objeto de sujeciones inaceptables y tampoco emitir imposiciones a ninguna otra cultura o civilización. La planetarización se hará sobre firmes bases regionales y locales o carecerá de toda significación.

En su artículo Divagaciones sobre el tema de la latinidad, aborda Mariátegui aspectos más amplios del tema. Reconoce escasos elementos latinos en nuestra herencia hispánica: ni en la psicología ni en la mentalidad del hombre hispano-americano se halla mentalidad y psicología del oriundo del Latium; indica que la gente de este flanco de la América Española…es más bien, un poco oriental, un poco asiática. Usando los nombres y legado de dos personalidades latinas, señala: No nos pertenecen la herencia de César; nos pertenece, más bien, la herencia de Espartaco. El método y las máquinas del capitalismo nos vienen, principalmente, de los países sajones. Y el socialismo no lo aprenderemos de los textos latinos. El distanciamiento de Mariátegui de la gens latina, no lo acerca al verbo íntimo nacional, aun cuando señala los orígenes oriental y asiático de la gente de este flanco de la América Española, que no llama Indoamérica. Su distancia de la herencia Cesárea no lo separa de Occidente, lo remite a Espartaco y a un espacio que nos provee de método y maquinas: los países sajones. En ese espacio, señala, se sitúa la fuente inspiradora del socialismo peruano.

El artículo, ¿Existe un pensamiento hispano-americano?, le sirva para afirmar que aún en crisis la civilización occidental no está próxima a caer en colapso y que nuestra América aún no se encuentra en condiciones de remplazar a Europa. En el tiempo en que nuestra cultura se forme, menciona, lo hará tomando en cuenta los aluviones occidentales en los cuales se desarrollan los embriones de la cultura hispano o latino-americana. Reconoce la inexistencia de un pensamiento original, genuino en el país. Nuestros pensadores, argumenta, son de educación europea, no se siente en su obra el espíritu de la raza. La producción intelectual del continente carece de rasgos propios. No tiene contornos originales. El espíritu hispano-americano está en elaboración. El continente, la raza, están en formación también. Recalca que los aluviones occidentales en los cuales se desarrollan los embriones de la cultura hispano o latino-americana,…no han conseguido consustanciarse ni solidarizase con el suelo sobre el cual la colonización de América los ha depositado. Comprueba que en este pensamiento en elaboración no está presente el alma indígena, deprimida y huraña, a causa de la brutalidad de una conquista que en algunos pueblos hispano – americanos no ha cambiado hasta ahora de métodos.

Sabemos lo decisivo que resultan las primeras experiencias sensoriales para construir un concepto y una experiencia de patria. Temprano reconocemos el territorio y la geografía que nos acompañaran el resto de nuestras vidas; la floresta, valles, cordilleras o arenales, moldean nuestra personalidad; más aún en Mariátegui, temperamento y personalidad profundamente estética. Veamos una apreciación en este campo. Cuando se ocupa de El paisaje italiano, observamos esta sensorial forma de interiorizar la geografía italiana, comprenderla y elevarla por encima de la geografía nacional. Indica que le disgusta el hirsutismo, la desnudez de nuestro paisaje; prefiere el italiano, a pesar de hallarlo demasiado ilustre, glorioso. Precisa que un paisaje virgen del Amazonas o de la Polinesia, es como un cafre o como un jibaro. Es un paisaje sin civilización, sin historia, sin literatura. Precisa que los hombres de su siglo prefieren un tipo de paisaje menos hirsuto y menos desnudo. Y, mientras nos duren estos gustos, el paisaje italiano tendrá derecho a nuestra predilección.

La opinión de Mariátegui sobre el paisaje nacional, su ethos, hirsutismo y desnudez, se explica por sus orígenes costeños, realidad que debemos señalar tampoco conoció en extenso. Sus ocupaciones de joven obrero y periodista unido a las dificultades en la comunicación con las provincias añadieron dificultades a su conocimiento del interior. Su relación con la sierra proviene de sus lecturas y de los testimonios que recibe de sus contactos y compañeros serranos. Su entendimiento y vinculación con la geografía Europea supera a la que mantuvo con la nuestra; sin embargo, su conocimiento de aquel continente es también primordialmente citadino. Su deslumbramiento con la cultura, paisajes, centros urbanos y sociedad le produjeron una honda impresión que nunca disimuló y exaltó con entusiasmo. El desapego al paisaje nacional tiene sin duda influencia cuando ubica a los actores sociales en un contexto territorial; quedan en desventaja los naturales del país.

Occidente es ante todo voluntad, energía. Su civilización es la obra magnífica de estas fuerzas que han alcanzado un grado místico de exaltación creadora, señala en su artículo Occidente y oriente. Cuando surgen voces críticas de esta visión, la identidad de Mariátegui con Occidente se hace más evidente. Recusa a los orientalistas que se vuelven hacia el Asia. Es una muestra de decadencia, derrotismo, desilusión, señala. En ellos se evidencia la abdicación de las mejores cualidades creadoras del pensamiento occidental. Recuerda el ensayista que el marxismo, expresión del desarrollo filosófico, sociológico y económico de Occidente, como teoría y práctica no habría sido posible sin el capitalismo. El marxismo, distante de elaboraciones culturales, no habría sido posible sin una experiencia específicamente occidental. Lenin, Trotsky y demás líderes de la revolución rusa, son notoriamente hombres de inteligencia y educación occidentales. En esta línea de pensamiento reivindica que Occidente, sin Marx, sin Engels, sin Sorel, sin el socialismo teórico y práctico en una palabra, se habría ahorrado al bolchevismo. Precisa: Occidente se halla desarmado cuando pretende reducir su riqueza espiritual a lo puramente europeo, sea germano o latino. Su defensa exige que la civilización occidental no solo sea civilización capitalista ni sea solo civilización romana. En el mismo sentido se expresa en su artículo El exilio de Trotsky, donde menciona que la revolución rusa debe su valor internacional ecuménico, su carácter de fenómeno precursor del surgimiento de una nueva civilización.

En los Siete ensayos, texto canónico, una de las reflexiones más comentadas es su análisis de las diferencias en el proceso de conquista de la América del Sur y del Norte. Ingresa al terreno religioso para esta interpretación, una de las sustancias más culturales, sino la más conspicua, junto al lenguaje. Señalar diferencias entre actos y consecuencias del cruzado o caballero y el puritano, es subrayar la influencia de la cultura en la edificación de una nación. Es, sin precisarlo, lo que hace Mariátegui cuando señala: …se puede decir que el colonizador de la América sajona fue el pioneer puritano, no se puede decir igualmente que el colonizador de la América española fue el cruzado, el caballero…El Virreynato, molicie y ocio sensual, traería después al Perú nobles letrados y doctores escolásticos, gente ya toda de otra España, la de la Inquisición y de la decadencia. Es evidente que existen visiones diferenciadas entre un pioneer y un escolástico o inquisidor; sin embargo, no son perceptibles en los fines que persiguen: la invasión de territorios y el sometimiento de su población. Si el pioneer asume que el trabajo recompensa y santifica mientras el otro apela al rentismo, la vida muelle y al razonamiento impráctico y anquilosado, además de usar la represión despiadada como ruta salvífica, carece de significación cuando se observa sus actuaciones desde la mirada del sometido. Mariátegui obvia esta realidad y utiliza en su análisis los ojos invasores, se detiene en la alta tensión de la travesía del puritano y destaca la etapa heroica de la evangelización; evalúa los resultados de la invasión desde el punto de vista de los vencedores, relega estimar las respuestas que ambas sociedades ancestrales opusieron a la acción depredadora.

Luego, y como producto de su admiración por el pioneer, le establece equivalencias con el criollo. Lo hace en su ensayo La región en la república, cuando se ocupa de analizar la forma cotidiana, diaria, en que se fragua la nacionalidad. Menciona que el Perú actual es una formación costeña. La actual peruanidad se ha sedimentado en la tierra baja. Ni el español ni el criollo supieron, ni pudieron conquistar los Andes. En los Andes, el español no fue nunca sino un pioneer o un misionero. El criollo lo es también. Hasta que el ambiente andino extingue en él al conquistador y crea, poco a poco, un indígena No obstante esta comprobación no avanza a considerar que esta fuerza india, poderosa y envolvente sustituya en algún momento el fermento occidental. El tono andino se ha ido imponiendo de modo progresivo, se inicia inmediatamente después de la invasión y se hace nítido en las últimas décadas. No hay región ni espacio en el Perú, incluido lo amazónico, en el que el ambiente andino no haya culturalmente dominado, extinguido al conquistador. Este dominio, sin embargo, carece aún de correlato político.

En el ámbito de las comunicaciones, la apertura del canal de Panamá lo lleva apreciar su influencia en la nueva cercanía espacial con Occidente. En el ensayo Esquema de la evolución económica asegura que su apertura mejora notablemente nuestra posición geográfica se acelera el proceso de incorporación del Perú en la civilización occidental. Sin embargo, dentro del viejo mundo, España no era su mejor referente. En el ensayo el Problema de la tierra, refiere que este país no ha sido el mejor vehículo para acercarnos a la cultura occidental: No renegamos, propiamente, la herencia española; renegamos la herencia feudal. España nos trajo el Medioevo: inquisición, feudalidad, etc. Nos trajo luego la Contrarreforma: espíritu reaccionario, método jesuítico, casuismo escolástico. De la mayor parte de estas cosas nos hemos ido liberando, penosamente, mediante la asimilación de la cultura occidental, obtenida a veces a través de la propia España.

En pocos escritos su adherencia a la cultura europea es tan clara como cuando vuelve a referirse al libro de Valcárcel en el artículo El rostro y el alma del Tawantinsuyo. Señala: Valcárcel, quiere que repudiemos la corrompida, la decadente civilización occidental. Luego de calificar sus opiniones como conclusiones liricas y de usar la alegoría y el símbolo para entender el pasado y buscar el porvenir, precisa que Valcárcel va demasiado lejos como, casi siempre que se deja rienda suelta a la imaginación. Ni la civilización occidental está tan agotada y putrefacta como Valcárcel supone; ni una vez adquirida su experiencia, su técnica y sus ideas, el Perú puede renunciar místicamente a tan válidos y preciosos instrumentos de la potencia humana, para volver, con áspera intransigencia a sus antiguos mitos agrarios. Explica que la Conquista y la República son hechos históricos, y que contra ellos poco o nada pueden las especulaciones abstractas de la inteligencia ni las concepciones puras del espíritu. La historia del Perú no es sino una parcela de la historia humana. En cuatro siglos se ha formado una realidad nueva. La han creado los aluviones de Occidente. Es una realidad débil. Pero, es, de todos modos, una realidad. Sería excesivamente romántico decidirse hoy a ignorarla. Sabemos que no fueron los mitos agrarios que organizaron la extraordinaria producción de la tierra, y lo debió de percibir el mismo Mariátegui pues el comunismo agrario que reconoce no podría haberse soportado sobre un basamento mítico. La explicación hay que hallarla en la orientación que propone para la cultura indígena: adaptación, asimilación e inclusión a la racionalidad occidental.

El indio

De la historia colonial peruana emerge la unión del concepto clase y raza como elementos del análisis político y social. Separarlas mutila el entendimiento del país; la clase provee el dato económico y estructural, la raza informa de las mentalidades. Bajo la densa trama de esta convergencia se expresan categorías diversas como discriminación, marginalidad, pobreza, burgueses y proletarios, blancos, indios y mestizos. La mayoría de estudiosos perjudica la certeza del análisis distanciando ambos hemisferios. La confluencia de raza y clase es el fundamento que origina el denominado problema indígena. No hay materia con similar denominación en la sociología nacional. El tema ha teñido con sus contenidos el desenvolvimiento general del país, trascendiendo épocas, regímenes, revueltas y revoluciones. Con perfiles distintos hoy continúa siendo una realidad sin solución manifiesta.

Los sectores dominantes en el país han encarado la solución del problema de manera equivocada: su miopía histórica les impidió percibir que la controversia contenía la solución en sí misma. La realidad indígena fue siempre la portadora de la solución, categorizarla como problema, objetivarla de un nosotros, explica la alienada sociedad estamental y también elucida su separación y marginación. La existencia de un país real y otro imaginario se esclarece por estas extraviadas interpretaciones; solucionar el problema, incluidas las políticas de inclusión social, no ha hecho sino ahondar la brecha existente entre un país real y otro imaginario, opuestos y en permanente contradicción. La larga permanencia de este antagonismo nos lleva a considerar que la denominación más apropiada para distinguir el problema debió ser “el problema del criollo o del blanco”. De ese sector y de su básico criterio civilizatorio de no tolerar al diferente y del prurito salvaje de uniformizar toda sociedad bajo el mandato de la espada y la cruz, parte el constructo errado de considerar al indio un problema a solucionar.

Visiones alternas no han bastado, notoria ha sido la ausencia de soluciones. Mariátegui, en El problema de las razas en América Latina, se acerca al tema cuando menciona que la solidaridad de clase, se suma a la solidaridad de raza o de prejuicio, para hacer de las burguesías nacionales instrumentos dóciles del imperialismo yanqui o británico. Y este sentimiento se extiende a gran parte de las clases medias. Que imitan a la aristocracia y a la burguesía en el desdén por la plebe de color, aunque su propio mestizaje sea demasiado evidente. Visión justa, sin duda, pero, ocultando al indio tras la plebe de color y sin conexión con soluciones compatibles con el diagnóstico. Mariátegui amplía sus conceptos ajustándose al marxismo y alejando sus ideas del espacio cultural cuando menciona que en el mestizo únicamente la conciencia de clase, es capaz de destruir el hábito del desprecio, de la repugnancia por el indio. Realidad incumplible; la conciencia de clase, cuando la hay, no atenúa los prejuicios raciales que rondan las mentalidades del peruano, cualquiera sea su extracción social. El imaginario nacional no se transforma en la medida de los cambios estructurales; ambas realidades discurren en tiempos diferenciados. Un mestizaje equilibrado, simétrico, podría haber sido la solución de esta compleja realidad, pero la sociedad criolla no ha estado en capacidad de formar descendencia uniendo genes con un problema. La miopía para observar la realidad en su dimensión exacta, teorizar desde los prejuicios, ha sido un elemento decisivo que ha esterilizado la capacidad de la sociedad criolla para edificar mestizaje y construir nación y desarrollo horizontal.

Mariátegui critica a quienes sostienen la inferioridad racial del indio, señalando que por sus facultades de asimilación al progreso, a la técnica de la producción moderna, no es absolutamente inferior al mestizo. Por el contrario, es, generalmente superior. La idea de su inferioridad racial está demasiado desacreditada para que merezca, en este tiempo, los honores de una refutación. Del diagnóstico apropiado, pasa a limitar su capacidad creativa para asignarle condiciones para la imitación, ductilidad para adecuarse al uso de tecnología extranjera: Hace tiempo que la experiencia japonesa demostró la facilidad con que pueblos de raza y tradición distinta de las europeas, se apropian de la ciencia occidental y se adaptan al uso de su técnica de producción. En las minas y en las fábricas de la Sierra del Perú, el indio campesino confirma esta experiencia. Su ánimo esencialista se acentúa al adjudicar al indio virtudes para las labores artísticas y no teoréticas y reconocerle capacidades adaptables para el trabajo con la ciencia occidental. En el ensayo El factor religioso es muy claro: Por lo que toca a la cultura inkaica, bien sabemos además que fue la obra de una raza mejor dotada para la creación artística que para la especulación intelectual. Vemos que la posición de clase no matiza ni sustituye una mentalidad criolla contaminada de racismo y de rezagos esencialistas y estereotipados.

Es constante su vinculación con el espacio indígena; sin embargo, su desarrollo teórico se preocupa por la elevación de su calidad de vida, por su inserción en la sociedad criolla como productor, nunca como actor político principal. En su artículo El progreso nacional y el capital humano, señala que la nueva generación siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana, que en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina. Completa esta opinión en El hecho económico en la historia peruana, donde subraya que la actual economía, la actual sociedad peruana tiene el pecado original de la conquista. El pecado de haber nacido y haberse formado sin el indio y contra el indio. No se trata solamente del bienestar de la masa peruana, cambio cuantitativo, tampoco de actos de contrición por pecados cometidos, sino de generar cambios cualitativos y permanentes en la estructura de poder nacional que le den solución definitiva a un problema de siglos.

En su artículo El problema primario del Perú, señala que una política realmente nacional no puede prescindir del indio, no puede ignorar al indio. El indio es el cimiento de nuestra nacionalidad en formación. Explica que la opresión anula al indio como elemento de progreso: Los que empobrecen y deprimen al indio, empobrecen y deprimen a la nación. No puede el indio explotado, befado, embrutecido, ser creador de riqueza; su desvalorización equivale a depreciarlo como productor. Solo cuando el indio obtenga para sí el rendimiento de su trabajo, adquirirá la calidad de consumidor y productor que la economía de una nación moderna necesita en todos los individuos. ¿Es olvido insustancial que Mariátegui señale al indio su ubicación como productor y no señale su correlato natural como actor político y social? Prosigue: Cuando se habla de la peruanidad, habría que empezar por investigar si esta peruanidad comprende al indio. Sin el indio no hay peruanidad posible. Esta verdad debería ser válida, sobre todo, para las personas de ideología meramente burguesa, demo-liberal y nacionalista. Mencionar que sin el indio no hay peruanidad posible, no es equivalente a que el indio, cuatro quintas partes de la sociedad, sea lo sustantivo de la peruanidad sino componente marginal, lo comprenda. Lo sustantivo, los fundamentos de esta peruanidad que comprende al indio, se encuentran en la clase dominante que es también propietaria de la tradición criolla occidental de la que Mariátegui no se separa, aun cuando asimile lo más avanzado del pensamiento occidental, el socialismo.

En su artículo La tradición nacional, menciona que la vital relación de Occidente creada por España es intemporal y que ingreso con idioma y una religión superior. El Perú es todavía un concepto por crear, y que no se creará sin el indio. Es una reivindicación ejecutada por los revolucionarios. Pero, es una tradición antigua que, a su turno, no anula otros factores o valores definitivamente ingresados también en nuestra existencia y nuestra personalidad como nación. Con la conquista, España, su idioma y su religión entraron perdurablemente en la historia peruana, comunicándola y articulándola con la civilización occidental. El Evangelio, como verdad o concepción religiosa, valía ciertamente más que la mitología indígena. Y, más tarde, con la revolución de la Independencia, la República entró también para siempre en nuestra tradición. No acceder a los estudios más recientes de religiosidad andina o auscultar la importancia del idioma para una cultura, mediatizaron sin duda las perspectivas mariateguistas, pero no podemos dejar de observar el permanente ajuste de sus ideas a una visión de país vinculado firmemente a las tradiciones españolas.

La densa trama de las mentalidades envuelve también a Mariátegui e incapacita su entendimiento para aceptar un desarrollo cuando menos autónomo del indígena. Se vislumbra esta apreciación en su artículo La enseñanza artística, 1927, donde menciona: la raza indígena, poco dotada, al parecer, para la actividad teorética, se presenta en cambio sobresalientemente dotada para la creación artística. Lo que mejor conserva el indio, hasta ahora, enraizado en sus costumbres, es un sentimiento artístico, expresado en varios modos. Verbigracia por la asociación de la música y de la danza a su trabajo agrario.

Se acerca, sin embargo, Mariátegui a la sustancia de la cuestión cuando señala que el sentimiento cósmico del indio está íntegramente compuesto de emociones andinas. El paisaje andino explica al indio y explica al Tawantinsuyo. Perceptivo en el análisis epitelial acude luego a la manida idea de la personalidad impenetrable del indio. El Imperio Inkaiko, visto desde nuestra época aparece en la lejanía histórica como un monumento granítico. El propio indio tiene algo de la piedra. Su rostro es duro como el de una estatua de basalto. Y, por esto, es también enigmático. El enigma del Tawantinsuyo no hay que buscarlo en el indio. Hay que buscarlo en la piedra. En el Tawantinsuyo, la vida brota de los Andes. Hallar impenetrable al indio es un fácil recurso para no ahondar en su personalidad, afectada por haber trocado reinar en vasallaje y porque alguien que se forma bajo una concepción mítica de la realidad y en medio de geografías singulares, es visceralmente distinto a quien se constituye en el logos de la razón instrumental.

Reconoce en el indio su potente conservación de costumbres, sentimientos, pero, considera que todo ello es el resguardo de un pasado que tiene que eliminarse en aras de una civilización expansiva, dinámica:… el indio, en su medio nativo, mientras la emigración no lo desarraiga ni deforma, no tiene nada que envidiar al mestizo. Es evidente que no está incorporado aún a esta civilización expansiva, dinámica, que aspira a la universalidad. Pero no ha roto con su pasado. Su proceso histórico está detenido, paralizado, más no ha perdido, por esto, su individualidad. El indio tiene una existencia social que conserva sus costumbres, su sentimiento de la vida, su actitud ante el universo…La vida del indio tiene estilo. A pesar de la conquista, del latifundio, del gamonal, el indio de la Sierra se mueve todavía, en cierta medida dentro de su propia tradición. Resulta evidente la necesidad de desarraigar al indio de sus tradiciones, modificar su estilo, deformarlo, poner en movimiento su paralizado proceso histórico, incorporarlo a esta civilización expansiva, dinámica, universal.

Mariátegui es un convencido que la sociedad indígena posee un tipo orgánico de sociedad en aptitud de hallar la vía de la moderna civilización, como la han hallado pueblos de otras latitudes. No hay lugar, como hemos visto, para conservar el único espacio orgánico de la sociedad peruana y desarrollarla dentro de sus cánones. La sociedad indígena puede mostrarse más o menos primitiva o retardada; pero es un tipo orgánico de sociedad y de cultura. Y ya la experiencia de los pueblos de Oriente, el Japón, Turquía, la misma China, nos han probado cómo una sociedad autóctona, aun después de un largo colapso, puede encontrar por sus propios pasos, y en muy poco tiempo, la vía de la civilización moderna y traducir, a su propia lengua, las lecciones de los pueblos de Occidente.

El indigenismo y el mestizaje

Desde la sociedad criolla, el indigenismo es la primera recusación de un colectivo social a la realidad indígena. Deja atrás la recusación personal iniciada por Bartolomé de las Casas y adquiere presencia como grupo de presión social y mediática. La protesta se articula en torno a sensibilidades criollas del sur andino, especialmente cusqueño y puneño que piden un trato humanitario para el indio. Su logro más evidente fue haber conseguido que el Estado incorpore la agenda indígena en sus decisiones. Su influencia se hizo evidente en la literatura, artes plásticas, poesía, teatro. La asunción del tema por Mariátegui eleva el movimiento a la doctrina y al análisis de sus causas materiales y económicas y le instala reivindicaciones políticas: eliminación del latifundio y de la servidumbre. Sin embargo, no aboga por reivindicar el derecho de los indígenas de ser actores políticos que igualen condiciones a los criollos o le reconozca estatus de nacionalidad como planteaba la Komintern. Desconoce la entraña cultural y civilizatoria de esta pretensión.

Esclarece mucho las ideas mariateguistas la recordada polémica con L. A. Sánchez acerca del indigenismo. En ella no discute “la cuestión quechua y aymara”, defendida por la Internacional Comunista, y no disputa la hegemonía indígena sobre la criolla, porque en el sustrato profundo se trata de una controversia sobre el nivel de preponderancia del estamento criollo en la conducción del país y la prioridad de las alianzas de clase requeridas para conseguir su eficacia. Son dos personalidades con grados diferenciados de criollismo y con niveles distintos de radicalidad. Mientras el ensayista señala que su ideal no es el Perú colonial ni el Perú incaico sino un Perú integral, Sánchez defiende una doctrina similar que denomina totalismo que representa una integralidad con mayor acento colonial. Mariátegui acentúa su preocupación por la eliminación del yugo feudal mientras Sánchez lo ignora. Define que oponer el indio, como único elemento de posible emancipación, al costeño, escinde en vez de construir. Mariátegui responde que la reivindicación que propone es de las clases trabajadoras, sin distinción de costa ni de sierra, de indio ni de cholo. Mientras Sánchez descarta al indio como único sujeto de liberación, el ensayista considera la alianza de obreros y campesinos como una vía segura para desindianizar al indio, liberarlo de la servidumbre y alcanzar su proletarización.

La controversia enfrenta el tradicional y conservador criollismo de exclusión del indio en oposición a la solidaridad del inédito criollismo que emerge del socialismo. Difieren en el modo de instalar la primacía criolla sobre lo indígena o en la forma de organizar la producción y de articular la representación política de ambos, pero coinciden en los perfiles de una básica organización social que le otorga primacía política al estamento criollo galvanizado por el claro propósito de asimilar al indio a la tradición occidental. Mariátegui incorpora a su modelo de sociedad todos los elementos del nacionalismo indígena que resulten funcionales al esquema marxista sin el imperativo de otorgarles primacía política, tampoco cultural, aun cuando desarrolla sus ideas indigenistas en el espacio literario de sus Siete ensayos. En sus palabras: se trata de una solidaridad extrema. L. A. Sánchez no defiende con claridad la existencia de dos naciones, tampoco caracteriza a una en particular. Sin hacemos un símil con el proceso de injertar especies botánicas, en ambas posiciones se elige el mandato de la tradición: el pie o porta injerto es español occidental y andina la variedad o injerto. Mariátegui no es parte del criollismo medular responsable del atraso nacional, cuando no de su ruina, pero es criollo, por sus orígenes, formación, vinculaciones; es criollo por vocación y elección. Su criollismo es, usando una palabra grata para él: supérstite, sobreviviente y de nuevo cuño; interesado en un cambio radical del injusto ordenamiento político social. Criollismo desligado de sus taras ancestrales de frívola superficialidad y no por eso desligado de la mentalidad colonial y dependiente. El suyo es un socialismo acriollado, creativo, es cierto, no precisamente creador, con cierto calco y cierta copia. Analizar esta polémica, e incluirla en la controversia Haya – Mariátegui, desde la perspectiva del indígena, es una tarea pendiente; es probable que muestre al problema indígena como el fundamento profundo de la controversia. El obrero de los cañaverales costeños, herederos mochicas y chimúes, fue la prolongada vinculación del aprismo con el agro además de constituir una de las explicaciones de su duradera vigencia y muestra de su práctico indigenismo. Ausente Mariátegui, sus epígonos dejaron de observar y de analizar el campo agrario. La vinculación es retomada en los agitados sesenta cuando el campo es visitado por grupos alzados en armas ante la mirada desconfiada y distante de los andinos de siempre.

Contrasta en Mariátegui su percepción de la importancia de la población indígena, su abrumadora mayoría, y su incapacidad de imaginarlos autónomos e independientes en un eficaz y serio proyecto de nación. En medio de la polémica que suscitan las ideas indigenistas precisa que en el Perú las masas, – la clase trabajadora – son en sus cuatro quintas partes indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano, – ni sería siquiera socialismo – si no se solidarizase, primeramente, con las reivindicaciones indígenas…Y en este “indigenismo” vanguardista, que tantas aprensiones le produce a Luis Alberto Sánchez, no existe absolutamente ningún calco de “nacionalismos exóticos”; no existe, en todo caso, sino la creación de un “nacionalismo peruano”.

Mariátegui utiliza el camino del razonamiento conceptual para entender lo indígena. Así lo explica en un artículo de Amauta donde señala que arriba al entendimiento y el sentido de lo indígena…no por el camino de la erudición libresca, ni de la intuición estética, ni siquiera de la especulación teórica, sino por el camino, – a la vez intelectual, sentimental y práctico – del socialismo. Es impreciso señalar que el marxismo conjugue bien los tres conceptos enunciados y conduzcan al entendimiento y al sentido de lo indígena. Si la ruta sentimental se exonera de la piedad e incorpora el entendimiento espiritual que derriba las barreras del ellos y nosotros entonces es un camino acertado, mientras que el itinerario intelectual y práctico está saturado de razones instrumentales. Es de mayor influencia, considero, su particular sensibilidad para percibir el sufrimiento humano y también el contacto directo con la vanguardia del indigenismo cusqueño y puneño que le acercaron textos y testimonios que acreditaban la vigencia de una cultura que permanecía viva y en desarrollo. Su formación humanista y extensa cultura, unida también a los conceptos y categorizaciones marxistas, completaron los materiales para producir una versión urbana y criolla ciertamente avanzada del indigenismo y que puso a Mariátegui a merced de la crítica de los teóricos del comunismo internacional. Luis E. Valcárcel, precisa las características de este intercambio de experiencias y teorizaciones señalando en sus Memorias que la gran enseñanza de Mariátegui fue reconocer el problema del indio desde su verdadera perspectiva, conectada con el de la tierra, reconoce que sin conocer la sierra podía intuir que esa era la cuestión clave. Añade que la adhesión del ensayista a las ideas indigenistas se vinculaba a su preocupación por la problemática universal que comprende a todos los pueblos oprimidos del mundo.

En este contexto es que Mariátegui, en los Siete ensayos, indica que la generación indigenista señala ante todo la decadencia definitiva del “colonialismo”…este fenómeno literario e ideológico se presenta, naturalmente, como una faz de un fenómeno mucho más vasto. Indica que el “indigenismo”…está extirpando, poco a poco, desde sus raíces, al “colonialismo”… bajo este influjo precario, un nuevo sentimiento, una nueva revelación se anuncia. Por los caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos. Por lo que leemos y por su acción política es un nosotros enmarcado en la tradición criolla occidental, que no elimina el concepto antagónico: ellos.

En su evaluación del Proceso de la literatura de sus Siete ensayos, señala que subsiste una dualidad de raza y espíritu, que no ha alcanzado aún un grado elemental siquiera de fusión de los elementos raciales que conviven en nuestro suelo. El criollo, indica no está definido y no representa todavía la nacionalidad; por lo mismo no ha podido prosperar en nuestra literatura como una corriente nacionalista. Precisa la existencia de una serie de variedades del criollo según provenga de la sierra o costa: es una pluralidad muy matizada de mestizos. Es verificable sin dificultad la construcción de un criollo definido como la imagen y personificación de la peruanidad. Criollo impregnado del espíritu indígena, de pie hispánico y pigmento indiano. Si observamos los hechos después de casi nueve decenios, el Perú integral que perseguía no se ha materializado. El mestizaje no se ha realizado, lo que ha surgido es un humano receptor de características diferenciadas en pigmentación de la piel y de otras características físicas, de dos miembros de la misma especie, un falso mestizo, apartado de las tradiciones nacionales y que porta el sello cultural andino sin reconocerlo. Usa el perfil, la coloración andina, en la medida en que la cultura dominante se lo permite, distante de las raíces andinas y buscando identidad en comunión con Occidente.

En párrafos siguientes profundiza su orientación señalando que una vez europeizado, el criollo de hoy difícilmente deja de darse cuenta del drama del Perú. Al reconocerse como español bastardeado, siente que el indio debe ser el cimiento de la nacionalidad. Culmina la idea señalando que mientras el criollo puro conserva generalmente su espíritu colonial, el criollo europeizado se rebela, en nuestro tiempo, contra ese espíritu, aunque solo sea como protesta contra su limitación y su arcaísmo. Es claro en afirmar que un sector criollo, como ocurrió en su experiencia, reconocerá su identidad nacional luego de un periodo de europeización, como lo observa en Abraham Valdelomar. ¿Cómo se conjuga este renovador criollismo que, sin abdicar del liderazgo político, asume al indio como cimiento de la nacionalidad? Difícil desentrañar esta contradicción que está emparentada con la centenaria indianización nacional. El descubrimiento de la peruanidad que el criollo hace en Europa es la sorpresiva e invidente percepción de su indianidad gatillada por el callado o activo desdén de la sociedad occidental que lo observa detrás de sus altos muros. Escalarlo le significará recorrer el trayecto que impuso aquí a los extraños. La consecuencia de este impacto cultural no es la ruptura con sus viejos paradigmas mentales y la construcción de otros que tengan basamento real en aquello que lo hace distinto. No, sus invisibles vínculos con la sociedad que lo desdeña, son más fuertes que los visibles lazos con sus orígenes. La impugnación que hace de Occidente deviene en proyectar para su patria una maquillada variación de instituciones, cuando no, vías, puentes, irrigaciones, renovados programas educativos. No lo acerca a una ruptura con los fingidos arquetipos sociales y políticos de los que proviene y sí lo impulsa a nuevas formas de asociación y conciliación con los centros de poder.

Es el formato que percibimos en Mariátegui cuando señala que los “indigenistas” auténticos – que no deben ser confundidos con los que explotan temas indígenas por mero “exotismo” – colaboran, conscientemente o no, en una obra política y económica de reivindicación – no de restauración ni resurrección. El indio, señala, representa un pueblo, una raza, una tradición, un espíritu y no es posible considerarlo como un color o un aspecto nacional, colocándolo en el mismo plano que otros elementos étnicos del Perú. ¿En qué plano se encuentran los otros elementos étnicos?, no hace Mariátegui esa distinción; sin embargo, es claro que los otros incluye al indio, amazónico, negro y chino en un plano distinto al que ocupa el criollo; su ubicación, para el ensayista, está por encima de las disputas étnicas, su papel dirigente es incuestionable. Es la razón de usar el término reivindicación, que ubica bien el lugar subordinado que ocupará el indígena en el escenario político y económico que construye y donde el indígena no alcanzará el plano político que le corresponde. Restauración, resurrección, restitución, son los términos que contienen mejor el reclamo justo, la demanda de un pueblo expropiado, arrinconado, despreciado. Restaurar derechos primigenios, representación política plena, propiedad de territorios ancestrales y de sus recursos naturales, derecho a usar nuestras lenguas y la totalidad de nuestras tradiciones culturales. La resurrección no significará la andadura de una existencia yerta, fenecida, sí de sus principios vitales tozudamente vigente a través de los siglos y que discurren como ríos profundos que irrigan todas las galerías de la sociedad nacional. El Inkarri no es una quimera, es una utopía que sostiene la existencia de una cultura milenaria, fundada en los cimientos de nuestra realidad concreta. La utopía requiere revestirse de elementos ciertos, evidentes, sin abreviar la magia que los confirme.

Los periplos europeos no suprimen o modifican los lazos con el pasado ni tampoco deberían de conducir a una interpretación racista de los estamentos sociales. Así lo observamos cuando el ensayista señala que sería un error considerar al indigenismo equivalente al criollismo, al cual no reemplaza ni subroga y explica que el indio ocupa el primer plano en la literatura y el arte porque las fuerzas nuevas tiende a reivindicarlo. El fenómeno es más instintivo y biológico que intelectual y teorético. Si esto no fuera cierto, recalca, el “zambo” interesaría al literato o al artista criollo – en especial al criollo – tanto como al indio. Y porque una reivindicación de lo autóctono no puede confundir al “zambo” o al mulato con el indio. Mariátegui no disimula consideraciones de clara connotación racista. Menciona que el negro ha mirado siempre con hostilidad y desconfianza la Sierra donde no ha podido aclimatarse física ni espiritualmente. Cuando se ha mezclado al indio ha sido para bastardearlo comunicándole su domesticidad zalamera y su psicología exteriorízame y mórbida.

Su defensa del mestizaje, aun cuando reconoce no haber resuelto la dualidad, la del español y el indio es firme. Se apoya en las afirmaciones del cusqueño Uriel García quien reconoce al neo indio en el mestizo. Indica que este mestizo,…ha adquirido ya rasgos estables, no es el mestizo engendrado en la costa por las mismas razas. El sello de la costa es más blanco. El factor español, más activo. Son características que no declinan en ninguna región del país, el factor español es hegemónico y excluyente. Observamos que Mariátegui tiene por el indio una suma de sentimientos y apreciaciones encontradas. Reconoce que tiene estilo, que es dueña de una cultura compacta, que es el cimiento de la nacionalidad; por otro lado le resta capacidad de gobernarse sin la tutela criolla y en numerosas reflexiones le resta condiciones para situarse con igualdad en el espacio estructurado por los criollos. Esta línea de pensamiento es coherente y sistemática. Cuando evalúa el significado de Garcilaso de la Vega en sus Siete ensayos, se observa el visible desbalance que ostenta en su íntima estructura personal el impulso criollo e indio. No regatea elogios al referirse al mestizaje garcilasiano, primer amplexo fecundo de dos razas la denomina. Pero, cuando acomete la idea de sumar los aportes de ambas culturas en la formación de la peruanidad, olvida la cifra indiana. Leve gesto, imperceptible olvido, que podría pasar desapercibido si nos distrae las definiciones anteriores: Es, históricamente, el primer “peruano”, si entendemos la “peruanidad” como una formación social determinada por la conquista y la colonización española. Garcilaso llena con su nombre y su obra una etapa entera de la literatura peruana. Es el primer peruano, sin dejar de ser español. Su obra, bajo su aspecto histórico-estético, pertenece a la épica española. Es inseparable de la máxima epopeya de España: el descubrimiento y conquista de América. Garcilaso puede ser usado como mestizo o indio o español, Mariátegui lo elige español.

El racismo

En medio de una conversación entre los poetas, E. A. Westphalen, y Edgar O`Hara, el primero, afirma: Lo que no le perdono a Mariátegui es que fuera racista. A continuación se suceden intervenciones que Westphalen completa preguntando: ¿Cómo un señor que se llama revolucionario puede ser racista? No es una afirmación anecdótica de quien conoció de cerca a Mariátegui, tanto como también nos permiten sus escritos conocerlo.

En sus textos hallamos descripciones que explica a los indios con estereotipos labrados durante el extenso periodo de dominación y sin duda distante de un proyecto socialista de nación. Es consecuencia de la continua y consistente manera de observar y tratar la cultura indígena, en relativa minusvalía y como participante minoritario de un proyecto de nación hegemonizado por el estrato blanco criollo. En sus Siete ensayos cuando toca el Proceso de la literatura y se refiere a Las corrientes de hoy, el indigenismo, señala: Lo que importa, por consiguiente, en el estudio sociológico de los estratos indio y mestizo, no es la medida en que el mestizo hereda las cualidades o los defectos de las razas progenitoras sino su aptitud para evolucionar, con más facilidad que el indio, hacia el estado social, o el tipo de civilización del blanco. Después de conclusiones de naturaleza étnica, menciona que el mestizaje necesita ser analizado, no como cuestión étnica sino como una cuestión sociológica.

Señala que las aptitudes intelectuales y técnicas, la voluntad creadora, la disciplina moral de los pueblos blancos, se reducen, en el criterio simplista de los que aconsejan la regeneración del indio por el cruzamiento, a meras condiciones zoológicas de la raza blanca. Alejado de las categorías marxistas, Mariátegui elimina las clases sociales y le otorga a un pueblo categorías esencialistas. Si le confiere disciplina moral, voluntad creadora a los pueblos blancos, ¿por qué le niega similares características a los indios?; la respuesta es difícil de hallarla sin recurrir a razones comprobables; sin embargo es pertinente la pregunta porque se verifica que, cuando hace análisis cultural se evidencia sus incomodidades étnicas y muestra similares limitaciones que el criollo promedio nacional, cuando se aventura a hacer análisis cultural,

En sus reflexiones se halla profusamente distribuida una constante preocupación cultural que ratifica su aprobación por el mestizo aun reconociendo que no crea un espacio de síntesis cuando se enrola en el mundo blanco y deviene en el mejor elemento de opresión del indio. También se refiere de manera reiterada a las ventajas de la civilización blanca al mismo tiempo que deja traslucir inocultable sentimiento racista cuando juzga al negro. En la lectura detallada observaremos no pocas opiniones – puestas en negrita por nosotros – sutilmente emparentadas con el criollismo más tradicional. El color de la piel se borra como contraste; pero las costumbres, los sentimientos, los mitos, – los elementos espirituales y formales de esos fenómenos que se designan con los términos de sociedad y de cultura reivindican sus derechos. El mestizaje, – dentro de las condiciones económico sociales subsistentes entre nosotros – no solo produce un nuevo tipo humano y étnico sino un nuevo tipo social; y si la imprecisión de aquel por una abigarrada combinación de razas, no importa en sí misma una inferioridad, y hasta puede anunciar en ciertos ejemplares felices, los rasgos de la raza ”cósmica”, la imprecisión o hibridismo del tipo social, se traduce, por un oscuro predominio de sedimentos negativos, en una estagnación sórdida y morbosa. Los aportes del negro y del chino se dejan sentir, en este mestizaje, en un sentido casi siempre negativo y desorbitado. En el mestizo no se prolonga la tradición del blanco ni del indio: ambas se esterilizan y contrastan. Dentro de un ámbito urbano, industrial, dinámico, el mestizo salva rápidamente las distancias que lo separan del blanco, hasta asimilarse a la cultura occidental, con sus costumbres, impulsos y consecuencias. Puede escaparle – le escapa generalmente – el complejo fondo de creencias, mitos y sentimientos, que se agita bajo las creaciones materiales e intelectuales de la civilización europea o blanca; pero la mecánica y la disciplina de esta le imponen automáticamente sus hábitos y sus concepciones. En contacto con una civilización maquinista, asombrosamente dotada para el dominio de la naturaleza, la idea del progreso, por ejemplo, es de un irresistible poder de contagio o seducción. Pero este proceso de asimilación o incorporación se cumple prontamente sólo en un medio en el cual actúan vigorosamente las energías de la cultura industrial. En el latifundio feudal, en el burgo retardado, el mestizaje carece de elementos de ascensión. En su sopor extenuante, se anulan las virtudes y los valores de las razas entremezcladas; y, en cambio, se imponen prepotentes las más enervantes supersticiones. Para el hombre del poblacho mestizo – tan sombríamente descrito por Valcárcel con una pasión no exenta de preocupaciones sociológicas – la civilización occidental constituye un confuso espectáculo, no un sentimiento. Todo lo que en esta civilización es íntimo, esencial, intransferible, energético, permanece ajenos a su ambiente vital. Algunas imitaciones externas, algunos hábitos subsidiarios, pueden dar la impresión de que este hombre se mueve dentro de la órbita de la civilización moderna. Más, la verdad es otra.

Siempre dentro del denominado Proceso de la literatura, insiste con frecuencia Mariátegui en sus apreciaciones racistas. Señala que el chino y el negro complican el mestizaje costeño. Ninguno de estos dos elementos ha aportado a la formación de la nacionalidad valores culturales ni energías progresivas. El cooli chino es un ser segregado de su país por la superpoblación y el pauperismo. Injerta en el Perú su raza, más no su cultura. La inmigración china no nos ha traído ninguno de los elementos esenciales de la civilización china, acaso porque en su propia patria han perdido su poder dinámico y generador. Agrega que el chino parece haber inoculado en su descendencia, el fatalismo, la apatía, las taras del oriente decrepito y señala que la afición por los juegos de azar que traen estos migrantes es elemento de relajamiento e inmoralidad, singularmente nocivo en un pueblo propenso a confiar más en el azar que en el esfuerzo. El chino, en suma, no transfiere al mestizo ni su disciplina moral, ni su tradición cultural y filosófica, ni su habilidad de agricultor y artesano.

Su desazón por el aporte chino y negro a las corrientes raciales indígenas y españolas lo expresa denominándolo: blando producto. Sigamos su reflexión: El cruzamiento del invasor con el indígena no había producido en el Perú un tipo más o menos homogéneo. A la sangre ibera y quechua se había mezclado un copioso torrente de sangre africana. Más tarde la importación de coolies debía añadir a esta mezcla un poco de sangre asiática. Por ende no había un tipo sino diversos tipos de criollos, de mestizos. La función de tan disimiles elementos étnicos se cumplía, por otra parte, en un tibio y sedante pedazo de tierra baja, donde una naturaleza indecisa y negligente no podía imprimir en el blando producto de esta experiencia sociológica un fuerte sello individual. El aporte del negro es también severamente enjuiciado, señalando que aparece más nulo y negativo aún. El negro trajo su sensualidad, su superstición, su primitivismo. No estaba en condiciones de contribuir a la creación de una cultura, sino más bien de estorbarla con el crudo y viviente influjo de su barbarie.

Al matizar sus juicios tamizándolos de conceptos culturales no logra superar sus escrúpulos racistas. Señala que la inferioridad de las razas de color no es ya uno de los dogmas de que se alimenta el maltrecho orgullo blanco. Pero todo el relativismo de la hora no es bastante para abolir la inferioridad de cultura.

El indio y el socialismo

La cuestión indígena y agraria.

¿Cuánto de lo planteado por Mariátegui se ha realizado? Como sabemos, la realidad agraria ha cambiado sustantivamente. La reforma agraria velasquista, nacionalismo castrense y criollo, desapareció el latifundio tradicional y con ello la antigua y poderosa oligarquía agraria, rectora de la política nacional. Sin embargo, la mentalidad gamonal y patrimonialista en la mente de la clase dominante no ha cambiado en la misma medida. Veamos las posibilidades de interpretarlo.

Mariátegui reconoce que en el Perú de los años treinta del siglo pasado coexisten feudalidad, economía comunista indígena y economía burguesa. En este contexto la cuestión agraria, señalaba en su artículo La tradición nacional, se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad, que posee dos aspectos enlazados: latifundio y servidumbre. Expresiones solidarias y consustanciales, cuyo análisis nos conduce a la conclusión de que no se puede liquidar la servidumbre, que pesa sobre la raza indígena, sin liquidar el latifundio.

En el prólogo de Tempestad en los andes, de Valcárcel, precisa que la eliminación de la feudalidad no es una función socialista y es más bien una empresa típica y específicamente liberal burguesa. Afirma que la función del socialismo…será en gran parte la de realizar el capitalismo…en el sentido que convenga a los intereses del progreso social. La enorme tarea de transformar el agro de entonces tenía en este plan una herramienta realista y conveniente. En el tránsito hacia el socialismo y luego de la liquidación del latifundio las comunidades que han demostrado bajo la opresión más dura condiciones de resistencia y persistencia realmente asombrosas representan en el Perú un factor natural de socialización de la tierra; afirmación contenida en las tesis sobre el problema indígena presentadas a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de Buenos Aires en 1929.

Llevar adelante sus propósitos políticos tendrá dificultades enormes, pero su progreso dependerá fundamentalmente de la capacidad de los elementos que la realicen y de su apreciación precisa y concreta de las condiciones objetivas de la cuestión indígena. Subraya que el problema del agro no es racial, sino social y económico, pero la raza tiene su rol en él y en los medios de afrontarlo. Una conciencia revolucionaria indígena tardará quizás en formarse; pero una vez que el indio haya hecho suya la idea socialista, le servirá con una disciplina, una tenacidad y una fuerza en la que pocos proletarios de otros medios podrán aventajarlo. Mariátegui no precisa la forma en que el comunismo incaico de las comunidades indígenas se integrarán a la socialización de la tierra, tampoco señala el proceso de participación del indio en estas decisiones y no comenta los pasos que lo llevaría a liberarse de sus hábitos pequeño burgueses. En los Principios programáticos del Partido socialista, plantea la posibilidad de transformar la comunidad en cooperativa, con mínimo esfuerzo y la adjudicación a las “comunidades” de las tierras de los latifundios. Se observa, sin embargo, su visión de un indio proletarizado imbuido de una conciencia socialista entronizada desde el exterior por el partido o la clase obrera, intermediado por una imprescindible aculturación. Precisa Mariátegui que el ejercicio de las relaciones de producción comunistas en las comunidades indias facilitaba la instauración del socialismo sorteando la etapa denominada democrático popular en la que una forma de capitalismo de estado, cumpliría el rol que la burguesía no había ejercido en su momento. Observaba en las comunidades y en las grandes empresas agrícolas los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria. Señala que el socialismo no puede dejar de lado la técnica, la ciencia, la etapa capitalistas; y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna, sino por el contrario la máxima y metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas en la vida nacional.

Amplia algunas ideas en su ensayo Regionalismo y centralismo donde que, a diferencia de liberales y conservadores que reducen el problema del indio, la cuestión agraria, a un plano filantrópico o humanitaria, surge una ideología nueva que plantea un programa de renovación o reconstrucción peruana, donde el problema del indio cesa o deja de ser… un tema adjetivo o secundario. Pasa a representar el tema capital. En esta perspectiva, el socialismo intervendría en el serrano feudo indiano y en las haciendas capitalistas de la costa, tolerando formas de explotación personal de ciertas tierras allí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad recomienden dejar la producción individual.

Vemos en Mariátegui que no es suficiente su comprobación del comunismo incaico para que esa tradición comunista consiguiera en sus teorizaciones algún grado de autonomía dentro de la organización del futuro Estado socialista. No avanzó hasta este punto por las razones que expone en la Importancia del problema racial donde señala que la constitución de la raza india en un estado autónomo, no conduciría en el momento actual a la dictadura del proletariado indio ni mucho menos a la formación de un estado indio sin clase, como alguien ha pretendido afirmar, sino a la constitución de un Estado indio burgués con todas las contradicciones internas y externas de los Estados burgueses. Como vemos, el diagnóstico previo de la realidad indígena no corresponde con las medidas políticas a ejecutarse en un eventual gobierno socialista. Los rezagos del comunismo inkaico se transforma de una página a otra en un potencial y peligroso Estado indio burgués. El tutelaje criollo sobre los indígenas en un eventual estado socialista peruano es norte inquebrantable, no obstante que en la competencia civilizatoria de blancos e indígenas estos obtienen ventajas visibles, como lo señala en El problema de las razas en la América Latina. En este artículo reconoce elementos civilizatorios en la antigua organización autóctona y señala que en el agro feudalizado, la civilización blanca no ha creado focos de vida urbana, ni ha significado siempre siquiera industrialización y maquinismo: en el latifundio serrano, con excepción de ciertas estancias ganaderas, el dominio del blanco, representa, ni aun tecnológicamente, ningún progreso respecto de la cultura aborigen. En los escasos pasajes en que Mariátegui utiliza categorías culturales, la civilización andina obtiene visibles ventajas civilizatorias mientras que su clasismo lo sumerge en ideas distintas. Resulta contradictorio que el ensayista tenga el propósito de otorgarles a los criollos la conducción del país y el tutelaje de los indígenas a quienes describe incapaces de urbanizar el campo y conducir la industrialización. Si se argumenta, en defensa de la opinión mariateguista, que el nuevo sector criollo dirigente sería transformado por el socialismo, las experiencias de la historia lo desmienten. No es suficiente adherirse a una doctrina para trasmutar de tesitura personal, hace falta una transformación cultural. Se añade la inexistencia en el Partido Socialista de entonces de militantes capacitados para asumir con suficiencia la conducción del Estado. El mejor cuadro criollo del Partido Socialista era Eudocio Ravines, nada menos y quien después transformó el PS en PC y lo condujo a la bancarrota política.

La tutela obrera sobre el campesino lo lleva a conducir la realidad agraria sin explicar el papel indígena. En el prefacio a El Amauta Atusparia, señala a la doctrina socialista como la única que puede dar un sentido moderno, constructivo, a la causa indígena y para su realización cuenta con la voluntad y la disciplina de una clase que hace hoy su aparición en nuestro proceso histórico: el proletariado. Su dictamen no es excéntrico de la teoría marxista; pero, estaba lejos Mariátegui de las experiencias de los socialismos reales, donde los procesos económicos y sociales acabaron siendo expropiados por una nomenclatura partidaria con los resultados que conocemos. Por otro lado, la clase obrera en el Perú era escasa en número y cualidades; de alcances locales, desorganizada, carente de las condiciones suficientes para conducir un proceso tan complejo. De cualquier modo, sobre ella recaía la responsabilidad de dirigir este proyecto político; los indios tenían asignado un rol profundamente subordinado en virtud de su mentalidad pequeño burgués.

En el prólogo de Tempestad en los Andes, señala que la reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se mantiene en un plano filosófico o cultural. Para adquirirla- esto es para adquirir realidad, corporeidad, – necesita convertirse en reivindicación económica y social. Sitúa el tema cultural en un plano incorpóreo, irreal, subordinado; sacrifica el elemento fundamental de la trilogía que él mismo resume: filosofía-cultura, economía y sociedad. Denomina a la primera pensamiento impráctico, inútil para los políticos necesitados de realidades tangibles, reales. Es una visión emparentada con su criollismo supérstite vinculado a la teorización marxista. Es un punto de vista que el tiempo ha derrotado, el sustrato cultural ha persistido y desarrollado. En líneas siguientes recuerda su travesía al socialismo: yo he dicho ya, que he llegado al entendimiento y a la valoración justa de lo indígena por la vía del socialismo. El caso de Valcárcel, indica, demuestra lo exacto de su experiencia personal. Hombre de diversa formación intelectual, influido por sus gustos tradicionalistas, orientado por distinto género de sugestiones y estudios, Valcárcel resuelve políticamente su indigenismo en socialismo. De acuerdo a esta apreciación, el tradicionalista Valcárcel resuelve su cultura, la corrige, con el socialismo, Mariátegui valora mejor su propio camino. En oposición a sus apreciaciones de lo indígena, desvaloriza la cercanía a la experiencia comunal y comunista de Valcárcel, negándole igualdad respecto a las teorías socialistas.

Es Valcárcel también quien le informa sobre las fábricas textiles en el espacio de influencia cusqueño. Reiterando su apreciación, recurrente en él, sobre las habilidades del indio para asimilar y usar la tecnología occidental, señala las excelentes calidades de lana que produce el Cusco. El personal de estas fábricas es indígena, prosigue, salvo la dirección y los jefes. El indio se ha asimilado perfectamente al maquinismo. Es un operario atento y sobrio, que el capitalista explota diestramente. El ambiente feudal de la agricultura se prolonga a estas fábricas, donde cierto patriarcalismo que usa a los protegidos y ahijados del amo como instrumentos de sujeción de sus compañeros se opone a la formación de conciencia clasista. Trasladar el ambiente andino a las fábricas es positivo, lo ha hecho el emporio de Gamarra; Mariategui, se aproxima levemente a la influencia de la cultura en los procesos productivos, pero sin hallar el hilo conductor que lo lleve a usarlo como real factor revolucionario. Señala, nuestra política socialista segura y precisa en la apreciación y utilización de los hechos sobre los cuales le toca actuar en estos países, puede y debe convertir el factor raza en factor revolucionario. ¿Por qué no utilizó su precisa apreciación para desarrollar el concepto y no segarlo de sus renovadoras connotaciones? Por qué le es útil cuando asimila al indio al maquinismo desvalorizando el factor raza al nivel de una simple estructuración empresarial y no a la cabeza del comercio y la industria. Oportuno preguntarse: ¿es posible unidades productivas japonesas ausente de sus fundamentos culturales o sería factible industrias árabes donde las tradiciones religiosas sean abolidas? El ser humano unifica, usando los términos mariateguistas, raza y cultura para potenciar su capacidad de reproducirse y transformarse en el trabajo, sean éstas unidades productivas socialistas o capitalistas.

Las glosas anteriores, no explicitan la propuesta cultural mariateguista aun cuando contienen suficiente claridad como para ubicar el espacio indígena en la imagen de país que desarrolla; continuación de una política de marginación indígena de la conducción del país y mantenimiento de la tutoría criolla inaugurada en la invasión. Sí, aparece nítida la vieja idea de “modernización indígena” y de asimilación cultural a la sociedad criolla, referente modélico. Las anotaciones hasta aquí comentadas podrían ser suficientes para mostrar visible el nervio vital de la propuesta cultural del ensayista. No obstante hay otros parágrafos de similar o más clara connotación, como las escritas al tratar el tema Nacionalismo y vanguardismo, en que la idea de la asimilación cultural es muy clara. El ensayista reitera que el problema indígena se presenta como el problema de cuatro millones de peruanos. Expuesto en términos nacionalistas, – insospechables y ortodoxos – se presenta como el problema de la asimilación a la nacionalidad peruana de las cuatro quintas partes de la población del Perú. En su ensayo sobre El problema del indio menciona que suponer el problema indígena como un tema étnico es una idea que se nutre del más envejecido repertorio de ideas imperialistas, y así como pueblos asiáticos o indios han asimilado admirablemente la cultura occidental, en lo que tiene de más dinámico y creador, sin transfusiones de sangre europea, también lo harán los pueblos indígenas nacionales.

Su confianza en el indio como sujeto de cambio no logra en Mariátegui otorgarle la conducción del proceso de transformaciones que promueve; descree de sus posibilidades de procrear una nueva y autónoma cultura. Del prejuicio de la inferioridad de la raza indígena, empieza a pasarse a extremo opuesto: el de que la creación de una nueva cultura americana será esencialmente obra de las fuerzas sociales raciales autóctonas. Suscribir esta tesis es caer en el más ingenuo y absurdo misticismo. Al racismo de los que desaprecian al indio porque creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer el racismo de los que superestiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano. La historia no le ha otorgado la razón a Mariátegui. Si el Perú moderno y occidental se distingue en el concierto de naciones es por su sello andino, sin él, el Perú sería una ficción; desde la reina de belleza que requiere disfrazarse con algún traje regional para “ser” peruana hasta el último potaje gastronómico tiene un insustituible sello andino. No existe ámbito social, económico o artístico que no esté teñido de la cultura andina: el auge económico de la capital y del interior está básicamente asentado en el esfuerzo de indios aculturados que construyen comercio e industria apelando a una larga tradición de intercambio, trabajo y comercio para el desarrollo de emprendimientos y proyectos exitosos. Si a la ahora prestigiada culinaria nacional le restamos sus componentes andinos quedarían sobre el mantel pocas recetas supervivientes. El denominado “emporio de Gamarra”, centro textil de extraordinario desarrollo debe su auge a la recreación de modernas modalidades de reciprocidad andina. La minca, el ayni, están allí vueltos y revueltos bajo contemporáneos sistemas de administración.

Mariátegui en el tema raza, recoge sus pasos y desconfía del indio como sujeto de la historia y dirigente socialista: Menciona: las posibilidades de que el indio se eleve material e intelectualmente dependen del cambio de las condiciones económico-sociales. No están determinadas por la raza sino por la economía y la política. La raza, por si sola, no ha despertado ni despertaría al entendimiento de una idea emancipadora. Sobre todo, no adquiriría nunca el poder de imponerla y realizarla. Lo que asegura su emancipación es el dinamismo de una economía y una cultura que portan en su entraña el germen del socialismo. Es clara su diferenciación entre política, raza y cultura cuando menciona que el dinamismo social no parte de la identidad cultural sino del credo económico y político. No observamos la misma sensibilidad cuando se refiere a mestizos que optan por el socialismo; cuando esto ocurre la diferenciación entre socialismo y cultura se hace muy tenue o inexistente. Ignora también las innumerables rebeliones de la raza contra la dominación española efectuadas en las peores condiciones socio económicas de pauperización y marginación.

Para Mariátegui las fuerzas económicas, productivas, tienen prevalencia sobre el factor racial – cultural en los procesos sociales. Al lado de estos factores la influencia del factor raza es insignificante. Rescata el marxismo ortodoxo para explicar que sin los elementos materiales que crea…el capitalismo, no habría posibilidades de esbozar un Estado socialista basado en la emancipación de las masas indígenas. Las decisiones que se tomen al interior de las fuerzas raciales no hacen factible la resurrección indígena, es el dinamismo de la economía capitalista la responsable. Explica la transformación ideológica del indio cuando se contacta con las ideas revolucionarias, a entender su valor como instrumento de emancipación de esta raza oprimida por la misma clase que explota en la fábrica al obrero, en el que descubre un hermano de clase. Adquirir conciencia de clase no debería ser al mismo tiempo instrumento de aculturación o, peor aún, de alienación; pero, es lo que ocurre regularmente, el indio asume posiciones de clase “proletarias” y constriñe, oculta, su ser esencial que nunca deja de ser indio, andino. El precio de esta aculturación es el fraccionamiento de su personalidad: una, entona La Internacional, y la otra canta silente su música íntima. La doctrina y la praxis marxista no admite armonía en convivencias semejantes. ¿Cómo superar esta dicotomía, cómo actuar frente al extenso tiempo de transformación cultural? Es conseguir, quizá, lo que José María Arguedas reconoció en sí mismo: que el socialismo no extinga lo mágico en nuestras almas. El socialismo sin calco ni copia de Mariátegui, bordea lejano el nódulo de tal propósito, sin posibilidades de alcanzar su núcleo.

Sus categorías ideológicas le proporcionan conceptos para evaluar el capitalismo como estadio anterior y necesario para el socialismo; en esta idea estima que las masas deben capacitarse mentalmente en el capitalismo para situarse después en la conducción del nuevo orden. En la letra menuda esta reflexión no recae directamente en los indígenas, hay una sutil diferenciación en el tratamiento a las masas y a los indígenas: el mayor cargo contra la clase dominante de la república es el que cabe formularle por no haber sabido acelerar, con una inteligencia más liberal, más burguesa, más capitalista de su misión, el proceso de transformación de la economía colonial en economía capitalista. La feudalidad opone a la emancipación, al despertar indígena, su estagnación y su inercia; el capitalismo, con sus conflictos, con sus instrumentos mismos de explotación, empuja a las masas por la vía de sus reivindicaciones, la conmina a una lucha en la que se capacitan material y mentalmente para presidir un orden nuevo.

Subraya su opinión que los indios sean los ejecutores de su propia liberación sin reconocer que a diferencia del proletariado europeo después de su liberación, no tenían que enfrentarse a una nación escindida en razas o etnias, sino a sociedades en gran medida integradas. Aquí, luego de la teórica liberación socialista, había que luchar después por un lugar en el escenario racial. Por lo tanto, para el indio, ser artífice de su propia emancipación no le significaba liderar la conducción de la sociedad. Luego de la ruptura de sus cadenas tenía que acomodarse en el lugar que le asignara el neo criollismo revolucionario.

Cuando se refiere al indio amazónico, su conocimiento es limitado e inexacto. La lejanía de la selva y la escasez de investigaciones y de informantes le impidió un diagnóstico más cercano a la realidad. Señala que estos indígenas que reciben frecuentemente el nombre de “salvajes”, son étnicamente diferentes de los que anteceden. Su civilización antigua no alcanzó probablemente, sino un nivel muy bajo. Sus idiomas y dialectos numerosos, en general pobres, en términos abstractos, su tendencia a la destrucción numérica de la raza, también son caracteres opuestos a los de los indios incásicos. No es posible imaginar el Perú futuro sin la activa participación de las culturas y naciones amazónicas. Con características y objetivos diferenciados y particulares, están inscritos dentro del gran espacio andino. Su plataforma de reivindicaciones es más sensible al reconocimiento de su ancestral cultura y está unida a una fuerte determinación de autonomía y de respeto del medio ambiente. No poseen caracteres opuestos a los indios incásicos, son parte de una sola nación, se cobijan bajo el gran cuerpo andino nacional.

Considerando la poca disposición teorética del indio, su impenetrable personalidad y no obstante el legado comunista que conserva en su realidad agraria, Mariátegui evalúa que los migrantes europeos serían un magnifico modo para los peruanos de nutrirnos de la cultura europea. Resultaría necesario sangre europea para asimilar en mejores condiciones la cultura que porten, señala. No, no es un error ni distracción, ratifica la idea en sus Siete ensayos donde señala: el latifundismo subsistente en el Perú se acusa, de otro lado, como la más grave barrera para la inmigración blanca. La inmigración que podemos esperar es, por obvias razones, de campesinos provenientes de Italia, de Europa Central y de los Balcanes. No podía ser menos: campesinos blancos y desarrollados para superar el comunismo inkaico nacional.

Evaluar el éxito o viabilidad que hubiera alcanzado el proyecto de socialismo planteado por Mariátegui sería ingresar al terreno de la política ficción. La evaluación de experiencias socialistas en el mundo, en especial la china o vietnamita, proporcionan luces sobre el tema; sin embargo, discutir estas variables está fuera de los alcances de estas páginas. Lo cierto es que en ese modelo de sociedad, los indígenas, tres cuartas partes de la sociedad de entonces no hubieran tenido participación activa en la denominada “alianza obrera campesina”. El tutelaje criollo se habría mantenido a través de una nomenclatura burocrática partidaria.

Vemos en Mariátegui una propuesta para resolver la cuestión agraria y del indio sostenido en tres ideas básicas: supresión del latifundio y relaciones de producción socialistas dentro del ciclo capitalista y asimilación de la población indígena emancipada, a una peruanidad criolla occidental. La asimilación comprende: aculturación y alienación de la cultura india bajo una dirección política criolla socialista. No parece distracción que se refiera a una nacionalidad peruana en formación, según define inexistente aún, pero sí concluida y presta cuando se trata de asimilar y aculturar a la población india. Si en su análisis la nacionalidad peruana está en construcción y en condiciones insuficientes de emprender retos de desarrollo mayor, ¿por qué se la considera madura para soportar la recepción en su seno a la fuerte y mejor integrada cultura india? La razón puede radicar en considerar a la peruanidad exenta ya de debilidades para distanciarse de Occidente, no obstante la importante suma indígena en su interior. En buena cuenta, la nacionalidad que asimilaría a la cultura india sería aquella en formación bajo los aluviones occidentales en los cuales se desarrollan los embriones de la cultura hispano o latino-americana. Cómo lograría en un contexto así descrito, Regionalismo y centralismo, resolver la dualidad de raza, de lengua y de sentimiento, nacida de la invasión y conquista del Perú autóctono. Cómo absorbe el mundo criollo, que domina desde Lima al Perú serrano, la densa cultura andina cuando carece de fuerza demográfica y no es espiritualmente asaz fuerte para absorberlo. Absorción que es, por lo demás, una sutil manifestación a favor de la antigua y moderna inclusión social. Fue optimista Mariátegui en las posibilidades criollas, lo vemos cuando en La unidad de la América indo-española, muestra entusiasmo en la lograda uniformización étnica, política y moral, de la América Hispana. La mezcla de la sangre española e india afirma la existencia de núcleos de población criolla gérmenes de futuras nacionalidades. La mezcla, que prioriza la sangre española, no ha logrado la uniformización anhelada ni se han formado núcleos urbanos con redes criollas.

La influencia del pensamiento mariateguista, su vía mestiza criolla occidental para su mestizaje e integración y su visión del papel principal y superior de la cultura criolla frente a la indigena ha sido de especial y decisiva preponderancia en la historia nacional de los últimos cien años; sus ideas han llevado a generaciones de peruanos a definir sus acciones políticas bajo el mandato de sus postulados y miles han acudido al llamado de la violencia para erradicar los males nacionales. Los andinos hemos sido siempre de mayores certezas, hemos visto pasar impasibles frente a los ojos la inacabable marcha de escalones criollos hablando en nuestro nombre sin acusar emoción distinguible y menos voluntad de asociarnos a alejadas decisiones de transformar nuestra patria en nuestro nombre. Nos hemos preocupado por observar el enlace de todo el escenario con nuestra antigua historia; silentes e incomprensibles hemos concluido que la inclusión no será usando a los andinos como elemento a asimilar y que la resolución de la contradicción principal de nuestra sociedad comprende obtener el poder político y hegemónico, trocar un pensamiento por otro distinto, desterrar una filosofía segunda y asumir otra primera y hablar en comunitaria primera persona. Mariátegui opta por un criollismo asaz fuerte para absorber al indio, nosotros optamos por lo andino, expresión contemporánea y moderna de lo indígena. Ni asimilación ni absorción, independencia, autonomía política y económica. Si el imperativo del momento obliga resolver la antigua contradicción definiendo la primera raíz civilizatoria, entonces deberá de primar la asimilación de lo occidental en lo andino.

Jose María Arguedas, biografía y suicidio.

¿Orígenes de José María Arguedas, explican su suicidio?

Hay una pregunta irresuelta entre los especialistas en ciencias sociales y que también se formulan personas interesadas en la realidad del país: ¿qué razones explican el suicidio de Arguedas? No obstante la extensa bibliografía sobre el tema y las interpretaciones publicadas, hallar una respuesta será una tarea de resultados siempre relativos. No obstante, investigar y aproximarse a una explicación, no es labor ociosa y de réditos intrascendentes. Arguedas, sabemos, ha devenido en una figura imprescindible y de importancia singular a la hora de pensar los destinos del país. Los perfiles de su historia personal resumen capitales aspectos de una realidad social que nos interpela y cuestiona desde hace siglos. En su biografía y muerte prima la incertidumbre, tan cercana a los avatares del Perú. Ingresar a su existencia, por el principio o término, nos confronta con complejos derroteros, rostros indefinidos, interrogantes sin respuesta. El país se refleja en todos los ámbitos de su comprometida existencia, sus orígenes están cubiertos por la misma bruma que vela la identidad que no es esquiva como sociedad, su muerte se enlaza con el desconcierto que invade la vida de una nación en perenne formación. Entender a Arguedas, nos ayuda a desentrañar los desencuentros que corroen el país y que impulsan a muchos a conducir sus contrariedades personales y sociales e incapacidad de adaptación, hacia una colisión persistente con básicas pulsiones de vida.

¿Qué motivaciones explican la poca capacidad que tuvo Arguedas para adecuarse a una praxis cotidiana que le resultó insoportable de sobrellevar? ¿Qué tensión personal lo angustiaba al punto de impedir su diario quehacer?, ¿qué aspectos de la realidad social o personal se le hicieron difíciles de admitir? En el propósito de resolver estas preguntas, se ha abundado en dos aspectos principales: su conflictiva relación con el país y su permanente reclamo al espacio de los cercadores por ignorar o no establecer entendimientos y vías de comunicación con el mundo de los cercados, del que provenía. En otro espacio de análisis, se ha incidido en sus experiencias de infancia y en su extrema e incapacitante sensibilidad para incluirse en una sociedadd moldeada con profundas fisuras sociales y desencuentros.

Diversos accesos a un profundo drama social y personal de difícil entendimiento y que es necesario jerarquizar para determinar la causa fundacional de sus conflictos. Sin descuidar ningún aspecto, aquí postulamos la necesidad de profundizar las reflexiones en sus experiencias tempranas, el espacio íntimo, individual, como gatilladores de sus desajustes emocionales. En este punto, consideramos que discutir la verdad oficial acerca de su idioma materno, y en ese camino razonar la real identidad de su madre, es un asunto de singular importancia. En ese gran hontanar, consideramos, se asienta el núcleo de su drama personal. En la vinculación entre su origen, idioma materno y la identidad de su madre con las preocupaciones por el país, debemos de buscar las densas razones que modelaron su personalidad y su pertinaz lucha por aplacar sus pulsiones suicidadas. Ambas perspectivas nos conducen a perfilar mejor el significado de su vida y la influencia que ejerce ahora en la sociedad.

Como etapa final del ensayo, haremos indagaciones alrededor de la relación con su hermanastro y advertiremos la posible influencia en su decisión de quitarse la vida.

Nos sirven de apoyo en nuestras indagaciones la serie de evidencias que Arguedas fue dejando como peldaños de acceso a una biografía cierta que parecía interesado en difundir y, al mismo tiempo, él mismo revestía de un velo de secretismo y, quizá, vergüenza.

Dolor de país.

Los dos intentos de suicidio fueron precedidos por documentos que explicaban su decisión. El inicial, abril de 1966, motivó en Arguedas una extensa seria de notas previas que explicaban su determinación. Describen preocupaciones acerca de la situación política y económica del país y también asuntos personales. Señala su angustia por la serie de eventos que afectan los presupuestos de instituciones del Estado vinculados a la promoción de la cultura. Manifiesta con dramatismo no tener ya aliento para servir a mi país (1) . El disminuido presupuesto de la Casa de la Cultura le hace concluir que desaparecerán la O.S.N., el Teatro, la Biblioteca nacional, etc. Su muerte la considera una forma de protesta: Yo no puedo hacer otra cosa que denunciar en la forma en que lo hago (2) .

Los temas íntimos, con perfiles de mayor antigüedad, aparecen como el gran contexto en que se inscriben las demás preocupaciones. Menciona: no es fácil cumplir una decisión como la que he tomado. Mi esposa Celia y algunos médicos saben cómo he luchado contra una imposible afección nerviosa a la que pude dominar muchos años porque tenía salud física y proyectos. Ahora renuncio a los proyectos porque me falla la salud física, en hora tan grave (3).  Enlaza los temas personales con las tensiones que le produce su labor profesional: Pero el trabajo pesadísimo de atender a los despedidos ver sus expresiones de desolación me ha agobiado (4) . Un día después, reafirmando su decisión, incide en su falta de energía para afrontar las dificultades: no creo tener fuerzas para hacer frente a la situación. El Museo de la Cultura es un caos, yo le puse algo de orden, en pocas horas, pero quedé rendido. ¡Es que no se puede aliviar uno con arreglar una pequeña célula si hay un monstruo que está aniquilando todo el cuerpo! Hay que defender el país, yo no sé cómo. Pero acaso si yo no estuviera tan aniquilado encontraría una manera, un sitio desde donde luchar. Ahora no puedo. Estoy rendido…Gran Perú, gran mundo, no te ahorcarán siempre los egoístas (5) .

Siete días antes de su intento de suicidio, en carta del 4 de abril de 1966, le escribe a un amigo cercano, Aliocha Ortiz, hijo de su amigo Ortiz Rescaniere y le dice: Estoy algo destrozado por dentro por mis propios problemas y por los del país. Creo que nunca hemos estado peor los dos. Un plan para aplastar los medios de difusión de la cultura está aplicándose con brutalidad antes nunca conocida, mediante una combinación, también sin precedentes, entre los supuestos opositores del gobierno y el gobierno mismo (6) .

El 10 de abril, vísperas del día elegido para auto eliminarse, señala: creo que ya nada puedo hacer. Hoy me siento más aniquilado y quienes viven junto a mí no lo creen o acaso sea más psíquico que orgánico. Da lo mismo (7).  Luego de referirse a la coyuntura política, señala: ¡El Perú es más fuerte que una Santa Alianza! En medio de las horas finales que cree vivir, desorientado ante la inminencia de la muerte, combinando sus contradicciones existenciales con su ligamen con el país se interroga por las razones de su decisión: Sólo me queda una duda final ¿Hago lo que hago por temor o valentía? El miedo sería a la impotencia y el sufrimiento físico inútil. Tengo 55 años. He vivido bastante más de lo que creí. No tuve el temple suficiente para haber rendido todo lo que era posible de una vida grande en experiencias. Viajé a caballo del Cuzco hasta Nazca; empecé a descubrir una especie de universo nuevo y se me derrumban las fuerzas para cargar el peso que requiere llevar si pretendo conservar la lucidez y la inspiración. En las últimas líneas de su nota, hace una afirmación que provoca numerosas interrogantes: Que se me perdone esto a cambio de haber vencido a la muerte unas tres veces (8). Volveremos más adelante sobre esta última afirmación.

El mismo 11 de abril, luego de ingerir las pastillas que considera lo llevaran a la muerte, le escribe una carta a Evaristo Chumpitaz, empleado del Museo de la Cultura, donde vuelve a mencionar su agotamiento por la actuación del gobierno: He tomado seconal. Esta decisión la tomé hace algunas semanas. Se precipitó por el viraje del gobierno que no ha de permitirnos trabajar. Yo estoy muy agotado, sin fuerzas para nada. No es otra la causa…Alguna vez hombres que aman al ser humano como usted…como yo y como tantos otros que han sufrido sin corromperse, manejaran el destino de esta país tan hermoso en todo. Adiós a toda la gente que trabaja para servir y no para explotar a sus semejantes (9). 

Observamos en sus notas la hegemonía en sus pensamientos del conflicto con la realidad del país, matizadas con acotaciones de naturaleza íntima vinculadas a su lucha contra la afección nerviosa que no ha podido vencer. Ambos hemisferios resultan entrelazados, se alimentan mutuamente. Resulta notorio sus menciones a Celia Bustamante, ex esposa, y su olvido de Sybila, a la sazón su compañera. Su hermano Arístides, en sus Diarios, da cuenta de una desavenencia familiar como detonante final del intento de suicidio. Señala la actitud de Sebastián, hijo de Sybila, quien reacciona de manera insolente cuando José María pretende corregir su comportamiento. Lo acaecido en su hogar colmó su resistencia y tomó las pastillas de Seconal (10),  señala Arístides.

Hallamos en los testimonios, la acumulación e imbricación de contrariedades sociales y personales. En meses precedentes, en carta dirigida a Celia Bustamante, le transmite un mundo personal acongojado e insatisfecho que  busca salidas a las hondas desavenencias que contiene su contrariado espíritu: Quisiera vivir en Yucay contigo como con una hermana de quien separarse significa perder la vida. He hecho cosas humillantes a causa de mi soledad sexual. No tengo vínculos con nadie….pero con Sybila tuve una experiencia compleja: perdí el temor a las relaciones físicas, el temor a la mujer; pero solo en cierta forma (11) .

Vemos, sitiando a Arguedas, un complejo mundo de realidades entrecruzadas que envuelven angustias por erráticas políticas gubernamentales y contrariedades que emanan de una realidad muy íntima. La arguediana angustia existencial se expresa de diverso modo, unas veces sin disimulo, en otras se encubre bajo criterios que es necesario interpretar. En la década del sesenta, en ocasión de un viaje a Estados Unidos, señala que fue víctima de una experiencia superior a sus fuerzas: La vida se me presenta como algo, ahora, más grande que mi capacidad física de soportarla: su multiplicidad, sus contrapuestas formas requieren de un corazón más poderoso que el mío para convertir esas experiencias en lo que mentalmente sí las convierto; en riqueza, en abismo subyugante para la meditación. Estoy herido, hace tiempo en la sangre no soporto ya la violencia de los asaltos que la experiencia nos hace dar. ¡Desde el dolor y la dicha transparentes que padecía en mis aldeas nativas indígenas hasta los complejísimos de Berkeley! El hombre se revuelve aquí, en los E.U., entre la pestilencia y la aurora, tremendos (12). Es permanente la interpenetración de lo social y personal, las angustias colectivas gatillan las personales o viceversa; un círculo sin fin.

Del mismo modo resulta en apariencia contradictorio el afán del escritor de ocultar o velar información biográfica en un espacio y, al mismo tiempo, exponerla en otro contexto de forma que pueda ser entendida por cualquier lector atento. Veladuras y exposición, dos elementos frecuentemente combinados cuando testimonia acerca de sus primeros años y sus dolencias psíquicas. Es una práctica constante a lo largo de toda su actuación pública y privada. Es un espíritu agónico que clama por ayuda para entender mejor las encrucijadas que enfrenta y evitar que su vida culmine en su extinción prematura. Utiliza la literatura, también entrevistas, coloquios, cartas, con el propósito de asperjar señales que nos acerquen a entender la sustancia de las razones existenciales que lo iban conduciendo a sucesivos intentos de suicidio que, según informaciones sueltas y declaraciones propias, no parecen haberse reducido a un solo intento. En nota del 10 de abril de 1966, día previo a su determinación de acabar con su vida, indica: …que se me perdone esto a cambio de haber vencido a la muerte unas tres veces (13). En texto entregado a su hermana Nelly, fechado el 17 de julio de 1965, le dice: Intenté suicidarme el miércoles 30 de Junio (14), fecha no descrita en su biografía oficial. En sus Diarios, a punto de encarar a la muerte, hace una afirmación adicional sobre el tema: Voy a transcribir en seguida – lo haré al margen – las páginas que escribí en Chimbote, cuando igual que hoy, luego de varias noches de completo insomnio, atosigado ya de odios e ilusiones, de impotencia y vacío, decidí, otra vez, suicidarme (15). 

Su idioma materno

Iluminar la controversia desarrollada en torno a su lengua materna y ubicar los posibles lugares donde vivió su infancia e inicios de su niñez, nos conducen a una transparente definición de su origen e identidad y nos franquea el acceso a la conformación de su personalidad y mejor comprensión de sus malestares psíquicos y, por esa vía, a dilucidar las razones que gatillaron su suicidio. Proyectar esta realidad hacia otras esferas de la vida del escritor nos ayuda a discernir con mayor claridad las razones que determinaron sus conductas y decisiones.

¿Cuál fue su idioma materno? Las investigaciones en torno a este tema son insuficientes además de complacientes con la verdad oficial. Aquí hacemos una afirmación rotunda: la lengua materna de José María Arguedas fue el quechua. De esta aseveración inferimos que nació de madre indígena y fue separado de ella a una edad en la que su asimilación del quechua como lengua materna era ya irreversible. De esta afirmación se colige que Victoria Altamirano Navarro no fue su madre biológica.

La mayoría de investigadores toman la información oficial y familiar como cierta; inclusive, quienes han profundizado en documentos primarios y se han detenido largamente en los aspectos psíquicos y neurológicos de su personalidad. Resulta notorio la ausencia de cuestionamiento de los datos tradicionales y la adopción de versiones del temprano bilingüismo del escritor como resultado de un precoz acercamiento al castellano.

Entre los defensores a ultranza del monolingüismo castellano se encuentra el peruanista Roland Forgues, quien señala que Arguedas nació en un entorno castellano. Sostiene que se ha construido un mito en torno al monolingüismo quechua de Arguedas hasta antes de aprender el castellano en su adolescencia y a dominarlo realmente después de su ingreso a la universidad. Señala que no hay nada más equivocado ni alejado de la realidad que semejante juicio. Incluso, menciona, sin vacilaciones, que…la relación lengua-ideología que se puede observar en la obra narrativa de José María Arguedas surge del inicial monolingüismo castellano y del temprano bilingüismo del escritor (16). 

Esta visión carece de absoluto sustento documental y discrepa con las aseveraciones del propio Arguedas, quien nunca afirmó haber sido castellano hablante desde su nacimiento. La afirmación de su temprano monolingüismo quechua ha sido categórico. La continuidad y coherencia de sus constantes afirmaciones no tienen ejemplos contrarios; Arguedas aquí no ha tenido el propósito de encubrir una realidad distinta, aun reconociendo él mismo, por su formación, conocimientos académicos y experiencia propia, que nuestra sociedad, marginadora y excluyente con los orígenes andinos, hubiera aceptado mejor un Arguedas monolingüe castellano.

Repasemos las veces que el escritor señala su temprana asimilación del quechua. En el Primer encuentro de narradores peruanos, explica que su pequeño libro… Agualo había escrito en el mejor castellano que podía emplear, que era bastante corto, porque yo aprendí a hablar el castellano con cierta eficiencia después de los ocho años, hasta entonces solo hablaba quechua. Y sin que esto sea nada en contra de mi padre, que es lo más grande que he tenido en este mundo, a veces mi padre se avergonzaba que yo entrara a reuniones que tenía con gente importante, porque hablaba pésimamente el castellano (17) .

Agua, su primer libro, narra, es consecuencia de las lecturas de López Albújar y de Ventura García Calderón, cuyos escritos consideró intentos fallidos de describir a la población india. Decide entonces desahogar su estado de amargura, de descontento, casi de irritación contra esa descripción totalmente falsa que se hacía de la población indígena. Decidido su propósito, el primer problema que tuvo que enfrentar fue el idioma, por cuanto había aprendido todo este mundo en quechua y el castellano le resultaba un instrumento bastante ajeno, ineficaz. Explica que por circunstancias muy especiales, yo hablé exclusivamente quechua más o menos hasta los nueve años. Le tomó mucho tiempo dominar el castellano, y convertirlo en un instrumento verdaderamente legítimo de expresión. Textos de literatura occidental, clásicos españoles y rusos le ayudaron en este propósito (18).

En ocasión de presentar su recopilación de canciones quechuas, ratifica la información anterior, manifestando: yo aprendí a hablar en quechua. Después de 25 años de intenso trabajo y estudio creo haber logrado un dominio equivalente de castellano, en forma y espíritu (19). 

Arguedas, cuando publica Cuentos mágicos religiosos de Lucanamarca, explica aspectos de la traducción del material efectuando una advertencia: soy un narrador cuya lengua materna fue y es el quechua (20).  Afirmación rotunda del grado de su relación con este idioma, y la exhibe en esta ocasión como una señal de garantía de fidelidad al espíritu del quechua de los cuentos que publica.

En un escenario distinto y en ocasión de la clausura de un curso para maestros bilingües en la selva peruana, cuando es invitado a hablar en quechua, señala: fui como ustedes,…hablaba solo quechua. Ahora escribo en castellano y lo que había en mí de quechua sigue iluminándome, fortaleciéndome y, por eso, me estiman y por eso hice algo diferente por la literatura peruana (21). 

En las desordenadas notas que escribe, antes de su primer intento de suicidio, señala con cierta incoherencia: Una vez habla (hablé) en primera persona, es muy indio, que alguna revista publique, con el consejo del doctor Murra, la parte que he traducido. ¡Estaba muy cansado¡ (22). Cuando ya transita la última década de su vida y escribe en quechua el Himno canción a Túpac Amaru, emite un nuevo apercibimiento donde desea advertir que el haylli-taki que me atrevo a publicar, fue escrito originalmente en el quechua que domino, que es mi idioma materno: el chanka, y que después traduje al castellano (23). En sus últimos años, retorna al quechua como medio de expresión literaria: Toda su producción poética es escrita en su idioma materno. Cuando requiere proximidad a los arcanos íntimos, generadores de inspiración que brota de los espacios primordiales del ser humano, acude al quechua. No lo usa por un prurito de revelar su dominio del idioma y tampoco le anima el afán de demostrar que es posible crear poesía de calidad en este idioma, sino porque su estro castellano es postizo, adquirido, no bebido en el seno materno e inútil para expresar los fundamentos de su personalidad.

Como hemos visto, las declaraciones recogidas son rotundas y no abrigan dudas acerca del quechua como idioma materno de Arguedas. Lo expresó en todas las formas y en todos los espacios que le fueron propicios y mencionados sin la presión de una entrevista, distante de subalternos objetivos y de obtención de pasajeros beneficios.

Su posterior dominio del castellano culto nos hacen ver el propósito de revelar la otra porción de su identidad, el rostro alterno que mostró, siempre subordinado al universo quechua. De esta fecunda contradicción nutre su capacidad creadora. Hacia el final de su vida, reconoce la influencia de los libros y de su padre en el mejor conocimiento del castellano. Señala que su ex mujer, Celia Bustamante y su hermana Alicia le abrieron las puertas de la ciudad o hicieron más fácil mi no tan profundo ingreso en ella y, con mi padre y los libros, el mejor entendimiento del castellano, la mitad del mundo (24).

¿Dónde vivió su infancia?

Los datos oficiales de su biografía mencionan que tiene tres años y dos meses cuando fallece, en San Miguel, Victoria Altamirano. Después de este hecho, el padre lleva inmediatamente a sus hijos a Andahuaylas, a casa de la abuela Teresa Arellano de Arguedas, quien vivía con sus hijos Rosa Arguedas de Acurio y José Manuel Perea Arellano. Arístides regresa con su padre y José María quedará allí por cerca de 4 años. La tía Eudocia Altamirano, hermana mayor de Victoria y profesora en Andahuaylas, se hace cargo del niño (25). En el contexto descrito por su más reconocida biógrafa, no hallamos lugar para el aprendizaje del quechua como idioma materno.

Se afirma que permanece en Andahuaylas hasta 1917, cuando su padre se casa con Grimanesa Arangoitia y José María pasa a residir en la casa familiar que ambos forman. Se le une su hermano Arístides, que ha permanecido junto a su padre. Residen en Puquio e ingresa a una escuela particular para aprender las primeras letras (26). Siendo reiterativos, en ninguno de estos escenarios aparece el quechua como lenguaje protagónico en la formación del infante escritor.

En 1918 se traslada al colegio en San Juan de Lucanas. Allí estudia el primer año. Tres años más tarde, en julio de 1921, ambos hermanos fugan hacia la hacienda Viseca, a 8 Km. de San Juan, donde los acogen sus tíos José Manuel Perea Arellano y Zoyla Peñafiel de Perea, propietarios de la hacienda (27). En Viseca permanece, junto a su hermano, hasta mayo de 1923 cuando son recogidos por el padre y vuelven a San Juan con la madrastra (28). Arguedas es entonces un jovenzuelo de 12 años que ha vivido un año y diez meses de una experiencia intensa que recordará con nitidez y que le proporcionan vivencias que más tarde lleva a la literatura. Tanto su estadía en San Juan de Lucanas como en Viseca, son momentos muy tardíos para aprender el quechua como idioma materno.

Entonces, ¿cuál fue el escenario geográfico donde Arguedas aprendió el quechua materno? Las afirmaciones que provienen del propio escritor nos permiten observar que la geografía, los perfiles espaciales que lo acompañan en su infancia no son urbanos, carecen de compartimentos de vivienda habitada por una familia de la pequeña burguesía provinciana que, señalan sus biógrafos, fue su clase social de origen. La imposibilidad de cartografiar la ubicación exacta del lugar que perfila el escritor, no impide señalar que los espacios que describe como escenarios de su infancia no son compatibles con la información que exponen sus biógrafos oficiales. E. Mildred Merino de Zela, indica como padres a Victoria Altamirano, blanca natural de Andahuaylas y al abogado Víctor Manuel Arguedas Arellano, natural del Cusco, hombre blanco y apuesto…ambos de la pequeña burguesía provinciana (29).

Las posibilidades de que una mujer de la pequeña burguesía provinciana, de criollo origen étnico, hable quechua como primera lengua y eduque además a sus hijos en ese idioma, son muy improbable en el Andahuaylas de 1911 que era ya por entonces un centro poblado con características diferenciadas de su entorno rural. Las descripciones que extrae de su temprana memoria José María, no corresponden con el contexto urbano andahuaylino. En una especie de hoja de vida, observamos que Jose María consigna los siguientes datos personales: por haber nacido y crecido en un pueblo de indios, y por sentir en lo más íntimo y esencial de mi espíritu muchas de las virtudes de la psicología india, dedico mi vida a demostrar que el pueblo indio y mestizo de mi patria tiene grandes, originales y nobles posibilidades de creación espiritual y de trabajo y rendimiento económico (30). Resulta evidente que el pueblo descrito no corresponde a San Juan de Lucanas ni tampoco a Viseca.

En su recordada polémica con Cortázar, escribe en sus Diarios: Como si yo, criado entre la gente de don Felipe Maywa, metido en el oqllo mismo de los indios durante algunos años de la infancia para luego volver a la esfera “supra india” de donde había “descendido” entre los quechuas, dijera que mejor, mucho más esencialmente interpreto el espíritu, el apetito de don Felipe, que el propio don Felipe. ¡Falta de respeto y legitima consideración! No se justifica (31). Descenso y ascenso, señala Arguedas, delineando un cambio de espacio social que no ocurrió a pedido suyo. ¿Es posible que su punto de inicial ascenso no sea la sociedad india?, ¿hacia dónde ascendió, luego de vivir en esas profundidades?, ¿dónde se ubica ese inicial lejano punto? Por otro lado, el escritor parece mostrar información con planos de tiempo y nombres entrecruzados. Se informa que conoce a Felipe Maywa en San Juan, cuando su padre se casa con Grimanesa Arangoitia (32).  Entonces tiene nueve años y ha dejado atrás su etapa infantil; sin embargo, en la información que muestra se está refiriendo a ese mismo espacio infantil y que lo reúne con Felipe Maywa. Por otro lado, la hacienda de Arangoitia colmada de mestizos e indios, puede ser ¿el oqllo mismo de los indios que menciona? La diferencia de significados entre la infancia y la niñez es percibida por Arguedas. Al referirse a esta etapa en casa de su madrastra señala: Una bien amada desventura hizo que mi niñez y parte de mi adolescencia transcurrieran entre los indios lucanas; ellos son la gente que más amo y comprendo (33). 

Siempre en los Diarios, y en el contexto de su polémica con el escritor argentino, añade consideraciones a su expresión anterior: ¿Cómo no ha de ser distinto quien jugó en su infancia formando cordones ondulantes y a veces rectos de liendres sacadas de su cabeza para irlas, después aplastando con las uñas y entreteniéndose, de veras y a gusto, con el ruidito que producían al ser reventadas; ¿cómo no ha de ser diferente ese individuo del hombre que pasó su infancia en una ciudad tan intensa, grande y rica en gente y en edificios como Roma o Arequipa, por ejemplo? ¿Cómo no ha de ser diferente el hombre que comenzó su educación formal y regular en un idioma que no amaba, que casi lo enfurecía, y a los catorce años, edad en que muchos niños han terminado o están por concluir esa escuela? (34). Las impactantes escenas que narra son compatibles con una infancia ligada a un profundo entorno indio, antes que a experiencias urbanas. Son hechos que difícilmente pueden haber ocurrido en el hogar de la abuela materna en Andahuaylas, a donde llega, según información oficial, a los tres años y la abandona con seis años y son poco compatibles con la casa de la madrastra en San Juan de Lucanas, donde reside hasta julio de 1921. Como se ha visto, entonces es un niño de diez años por lo que vincular sus afirmaciones a la hacienda Viseca, resultarían francamente forzadas. Subrayemos que tiene doce años cuando vuelve a San Juan con la madrastra (35).  Hay, en torno a Viseca varias observaciones que la suprimen como posibilidad. Primero, la presencia protectora del hermano y del tío, que no podrían haber dejado al joven Arguedas, invadido por liendres. Por otro lado, su hermanastro Pablo Pacheco, lo utiliza como acompañante en sus correrías nocturnas, situación que sería incompatible con un impresentable jovenzuelo desaliñado e invadido de liendres. Ninguno de los dos escenarios descritos armoniza con la dramática descripción que hace Arguedas sobre su infancia de monolingüe quechua y sí con una infancia india, como la que narra en Los ríos profundos, cuando describe a los colonos que ingresan a Abancay: Con sus mujeres vendrán. ¡Se salvarán! Pero sus piojos dejarán en la plaza, en la iglesia, en la calle, delante de las puertas. De allí van a levantar los piojos, como maldición de la maldición (36). 

Un espacio, estrechamente ligado a la biografía de Arguedas, que sí ofrece características compatibles con la realidad que describe, es Huanipaca capital de un distrito de la provincia de Abancay. En esta localidad, Amalia Arguedas, hermana de su padre, vivía con su esposo Manuel María Guillén, administrando cuatro haciendas de propiedad conyugal: Huayo-Huayo y Karkeki en la hoya del río Apurímac; Udcubamba, en la hoya del río Pachachaca y Sicllabamba, a una distancia de cuarenta kilómetros de las anteriores. En una de estas propiedades nació su hermano Pedro, quien luego del fallecimiento de la madre del escritor, es adoptado por la pareja de tíos (37).  Adquiere entonces el hermano entregado en adopción el nombre de Pedro Guillén Altamirano.

Antes de continuar con estas reflexiones, veamos la fuente primigenia de la que nacen todas las especulaciones en torno al origen del escritor. Se trata de la afirmación que hace Luis E. Valcárcel en sus Memorias. Allí, después de mencionar la afectuosa relación que los unía, recuerda: José María fue hijo natural de un abogado de vida irregular, cuyo trabajo lo llevaba de una parte a otra. Este abogado era natural del Cusco, donde estuvo un tiempo, pero luego continuó su vida errante trasladándose a Ayacucho y otros pueblos de la sierra. En Apurímac tuvo a su hijo José María, quien en primer momento lo acompañaba en sus viajes, pero luego fue abandonado en una comunidad del mismo departamento de su nacimiento, cuando solo contaba cuatro o cinco años de edad. El desarrollo de su infancia en una comunidad indígena fue un elemento esencial en la vida de Arguedas. De aquel ambiente nació su profundo amor por la sierra y su gente. Convivio con los indígenas llegando a una profunda identificación con ellos. Aprendió a hablar quechua antes que castellano, que sólo llego a dominar a los 9 ó 10 años (38). Valcárcel no menciona Andahuaylas y sí Apurímac y una comunidad india. Es probable que el historiador no tuviera el cuidado de conservar la información que le proporcionó Arguedas sobre su lugar de nacimiento. Pero, al mencionar el nombre del departamento y no su capital o cualquier otro lugar distinto, nos está haciendo saber que el espacio de nacimiento de Arguedas es una localidad alejada del circuito cotidiano y comercial del departamento y que el historiador ve innecesario recordar.

Debemos confrontar esta información con los testimonios del propio Arguedas y sus biógrafos, otorgarle un lugar a los detalles de espacio y tiempo que el escritor relaciona como escenarios de su infancia y de abandono. Valcárcel otorga importante información: el niño José María acompaña en sus primeros años al padre para luego ser devuelto a una comunidad indígena. Preguntas que se desprenden de estas revelaciones: ¿dónde nació, desde qué edad estuvo al lado del padre, por cuanto tiempo, en qué circunstancias su padre lo dejó en la comunidad referida por Valcárcel, fue esta la misma comunidad de su origen?

Prosiguiendo con el análisis de los textos arguedianos, es preciso señalar que hay un lugar prioritario para señalarlo como el hogar inicial de José María: Huanipaca. Es una población de estrechos vínculos con Arguedas y a la que acude de manera recurrente. Como hemos visto, aquí nace su hermano Pedro y es el escenario de variadas experiencias, como el accidente que le cercena dedos de la mano cuando tiene catorce años.

Encontramos una temprana presencia de Huanipaca en sus obras de ficción. El año 1939 publica el cuento Runa Yupay, en traducción sencilla, Contar gentes. Es un trabajo que ejecuta por encargo de la Oficina Central del Censo. Utiliza a Huanipaca para otorgarle contexto a la necesidad de aplicar censos en el país. Ubica el lugar en el inicio del cuento, como también a su tía Amalia: En Huanipaca hasta los patios y las huertas de los indios tienen madreselvas. Casi en todas las calles se siente el olor de la madreselva. Unas líneas después, señala: La casa de la señora Amalia es la más grande del pueblo. La señora Amalia tiene cuatro haciendas de caña en los valles del distrito, con quinientos indios a su servicio…Al mediodía, con el sol, los visitadores andan bajo la sombra de las callecitas de la huerta diciendo: – ¡Qué lindo es! ¡No tiene igual! ¡Es como para Dios! Es una visión ciertamente idílica del distrito y de la hacienda Huanipaca, propiedad de la hermana de su padre. En el cuento entrelaza una descripción que resulta de interés por las implicancias que tiene en su biografía familiar el termino zonzo, con el que Arguedas era llamado por su padre y hermano Arístides. Explica que los habitantes del distrito se encuentran afectados de bocio. Huanipaca, como todos esos rincones de Apurímac, es pueblo de indios; k’otollak’ta, le dicen los indios de ese lado del Perú; porque hay mucha gente con coto, hombres, mujeres y niños; dicen que por el agua, o por el aire; hay indios que tienen hasta dos y tres bultos en el cuello (39).  Nos preguntamos si el mote que usaban sus familiares cercanos, e inclusive él mismo, tendría relación con esta deficiencia crónica que sufrió la población india por la falta de yodo en el agua potable.

Como se ha dicho, Huanipaca, es el territorio del rico propietario Manuel María Guillén, quien, junto a su mujer, hermana mayor del padre, Amalia Arguedas, posee las cuatro haciendas, ya nombradas. La presencia de este personaje es constante en la biografía de Arguedas; lo nombra en numerosas oportunidades en sus escritos y coloquios. El viejo hacendado, propietario de Huanipaca, nunca es tratado con benevolencia

El escritor visita con frecuencia el poblado. Así lo explica: Pero un año llegué a los valles del Apurímac. Allí tenia haciendas un pariente lejano de mi padre. Eran cuatro haciendas grandes, de cañaverales. El dueño me mandó a una de ellas, para no verme a su lado. Él vivía en la hacienda Karkeki. Este viejo “tenía 400 indios” en sus tierras. La indiada vivía en las alturas de los cañaverales; bajaban por turnos a trabajar en las hacienda, de 40 en 40. Los indios eran del viejo, como las mulas de carga, como los árboles frutales (40) .

Este pariente lejano de su padre, es un referente fundamental con sus primeros años; a lo largo de toda su existencia es veladamente relacionado con los peores aspectos de sus primeros años. Es llamado por el escritor como El Viejo tanto en sus recuerdos como en la ficción. Destaca su importante presencia en Los ríos profundos, relato de ribetes autobiográficos. Aquí, es retratado con muy pocas consideraciones y descrito como una fantasmal presencia a lo largo de toda la historia que, significativamente, se inicia y concluye en torno a este personaje. Cuando Ernesto, el protagonista, conoce al Viejo en su casona en Cusco, este le mira como intentando hundirme en la alfombra. Percibe que su saco estaba casi deshilachado por la solapa y que brillaba desagradablemente. Nunca vio ojos más pequeños ni más brillantes. Lo trata de señor y el Viejo le responde: ¿Señor? ¿No soy tu tío? Ernesto asiente y le anuncia su retiro del salón. Más tarde, cuando el Viejo, según su costumbre, se arrodilla ante todas las iglesias, Ernesto espera que apareciera un huaironk’o y le escupiera sangre en la frente, porque estos insectos voladores son mensajeros del demonio o de la maldición de los santos (41). 

Manuel María Guillén, era un hombre de acendrados hábitos religiosos con lazos muy estrechos con los franciscanos. Así lo describe Arguedas en su estudio de las comunidades de España y el Perú; sin señalar fecha ni contexto, afirma: En cierta gran hacienda de la provincia de Abancay escuchamos personalmente, predicar, en nuestra adolescencia, a dos frailes franciscanos y proclamar que el patrón, dueño de la hacienda debía ser escuchado y obedecido como la voz de Dios mismo (42). 

En la vieja biblioteca de la hacienda Huayu-Huayu, Arguedas lee Los miserables, el primer libro que lo conmueve y le muestra el poder de la literatura y le hace concebir la ilusión de escribir relatos. Explica: el dueño, un pariente de mi padre, vivía en una hacienda próxima…Fue en 1925; yo tenía 14 años. Cada hora, en plena lectura, salía a tomar sol y a respirar a la huerta. El joven Arguedas había culminado la educación primaria y convalecía en esos días de una mutilación de los dedos de la mano derecha que sufrí en el molino de moler caña de la hacienda. El viejo dueño de la hacienda me detestaba, pues creía que yo me iba a quedar en la hacienda como un intruso, pues en aquel año yo mismo no sabía dónde estaba mi padre, si en Chalhuanca o en Coracora. Este viejo creyó en cierto momento que yo me iba a morir con la infección. Me cortaron los huesos que quedaron al descubierto con una tijera de cortar lata. Pero un curandero indio que el buen administrador de la hacienda hizo traer de una pequeña aldea que pertenecía a la hacienda y que estaba en la cima de la cordillera me salvó.

El escritor, cuando narra experiencias tempranas en escenarios rurales, lo hace acompañado con personajes que son expresión de estas propiedades. Una de estas vivencias tiene particular distinción porque debe de haber ocurrido en una de las hacienda del Viejo. El relato nos abre, además, el mundo personal de un niño de profunda cosmovisión india. Explica: Cuando yo tenía unos siete años de edad encontré en el camino seco, sobre un cerro, una pequeñísima planta de maíz que había brotado por causa de alguna humedad pasajera o circunstancial del suelo o porque alguien arrojó agua sobre un grano caído por casualidad. La planta estaba casi moribunda. Me arrodillé ante ella; le hablé un buen rato con gran ternura, bajé toda la montaña, unos cuatro kilómetros, y llevé agua en mi sombrero de fieltro desde el río. Llené el pequeño pozo que había construido alrededor de la plata y dancé un rato de alegría. Vi cómo el agua se hundía en la tierra y vivificaba a esa tiernísima planta. Me fui seguro de haber salvado a un amigo, de haber ganado la gratitud de las grandes montañas, del río y los arbustos que renacerían en febrero. Cuando Arguedas regresa a la casa hacienda y le cuenta la experiencia a un familiar suyo, en cuya casa habitaba, pero con cuyos indios de verdad vivía, se mofó de la hazaña…Yo me quedé estupefacto y herido. Ese hombre, que no parecía sentir respeto por la vida del maíz, podía ser un demonio. Quien ofende al maíz despierta el resentimiento de la madre del maíz, o del trigo, si de este se trata. Entonces la madre se irá a otros pueblos lejanos y el maíz o el trigo no volverán a germinar en la tierra hasta que la ofensa sea reparada (43).

Ya un poco mayor, en años previos a la mutilación de sus dedos de la mano derecha, vive otro hecho que se desarrolla en el mismo escenario de la experiencia anterior: En la hacienda “Huayu Huayu”, del Distrito de Huanipaca, un niño menor que yo, que tenía entonces trece años, me tomó de “ayudante” y, en varios días, abrimos un acueducto que bajaba desde una acequia de la huerta de la hacienda, por la ladera, salvando “quebradas” y “ríos”, por puentes hechos de teja o de hojas de maguey; construimos una caída de agua, bien canalizada y un molino de piedra…Contemplé el juguete asombrado y con un regocijo que colmaba el mundo y lo contagiaba. Don Manuel María, el viejo patrón, que no me estimaba porque me consideraba un “ocioso imaginativo”, descubrió el molino en la tarde del mismo día en que lo habíamos inaugurado; destruyó los delicados acueductos, la caída de agua, la piedra solera y la voladora, la bóveda de cuyo interior las cucharas de la rueda lanzaban chorritos de agua, los derrumbó con los pies, machucando todo con los tacos y la planta de los zapatos, no sin antes hacer contemplado sonriente e irónico ese “curioso adefesio”. Yo quedé herido para siempre contra ese viejo avaro (44).  En otro espacio, amplía la anécdota y describe con mayor detalle la relación y la personalidad de Manuel María Guillen: En donde la cosa fue peor, fue cuando llegué a las haciendas de Apurímac. Allí tuve la desventura de ir a caer en manos de un pariente, que era malo como el otro. Era un sujeto que tenía cuatro haciendas en el distrito de Huañupaja; puedo decir su nombre, don Manuel María Guillén, quien era muy famoso en el Cuzco, porque no podía pasar delante de una iglesia sin arrodillarse ni persignarse y, sin embargo, no he visto, que yo recuerde, otro sujeto más indigno de ser católico que este señor. Yo fui a parar a sus haciendas porque mi padre estaba a siete días de camino y no teníamos noticia alguna. Los Padres me echaron del internado a mí y a mi hermano y en dos días y medio de camino llegamos a la hacienda de este señor…Allí construí con el hijo de uno de los siervos de la hacienda la obra maestra de mi vida: un acueducto y un molino de piedra…Don Manuel María Guillén llegó ese día. Preguntó por mí y le dijeron que estaba en la huerta de la hacienda. Vino hacia mí: “Ocioso – me dijo – te ocupas de esta porquerías” – y a pisotones destruyó el molino…Miré a este hombre como la verdadera encarnación del mal. Es uno de los hombres a quien yo he odiado (45). En estas largas y necesarias citas observamos la densidad del espíritu arguediano de clara raigambre india antes que mestiza y la importancia de Manuel María Guillén en sus primeros años y la profunda huella que le dejó conocerlo; no es un personaje marginal en la biografía del escritor. Si comparamos estas experiencias con las que narra haber vivido con su madrastra, observamos que corresponden a dos etapas muy distantes en el tiempo una de otra. Su infancia está marcada por Manuel María Guillén mientras su niñez por Grimanesa Arangoitia.

Encuentra siempre Arguedas ocasión para explicar a un auditorio o público lector, su cercano conocimiento del mundo indio y su disposición para describir al hombre andino tal como era y tal como yo lo había conocido a través de una convivencia muy directa. Explica que con algunos datos se puede ilustrar mejor esta realidad; la pequeña población donde yo pasé mi infancia estaba totalmente dominada por un terrateniente que, entre otras cosas, hacía morir de hambre y estrechez a los animales que encontraba entre sus pertenencias, y por los cuales el dueño no pagaba el precio que el terrateniente consideraba necesario para pagar la reparación de los daños; entonces los hacia matar, los hacia morir de hambre y de estrechez. Luego, a mí no me permitía ir a la escuela; me hacía levantar a las cinco de la mañana para traer leña, para hacer todos los trabajos que hace un indio. Pero, como no era indio, como era hijo de un abogado – mi padre era juez de Primera Instancia, en un pueblo que estaba lejos de la aldeafui protegido especialmente por los indios, que se compadecían de mi situación. Entonces viví íntimamente con esa gente y aprendí a hablar en quechua, aprendí sus canciones y me identifique enteramente con ellos (46). 

En esta misma perspectiva debe ser entendido el párrafo que incluye en la comunicación con Hugo Blanco, en cercanos días a su muerte. Tu sangre ya está en la mía, como la sangre de don Victo Pusa, de don Felipe Maywa. Don Victo y Don Felipe me hablan día y noche, sin cesar lloran dentro de mi alma, me reconvienen en su lengua, con su sabiduría grande, con su llanto que alcanza distancias que no podemos calcular, que llega más lejos que la luz del sol. Ellos, oye Hugo, me criaron, amándome mucho porque viéndome que era hijo de misti, veían que me trataban con menosprecio, como a indio. En nombre de ellos, recordándolos en mi propia carne, escribí lo que he escrito, aprendí lo que he aprendido y hecho, venciendo barreras que a veces parecían invencibles (47).

Roland Forgues, en estudio ya citado (48), incluye una conocida fotografía de la familia Arguedas-Arellano, que reúne a los actores de los años fundacionales del escritor. A todos, excepto a José María. En la imagen se observa a la madre y al padre, también a sus tíos José María Perea Arellano y Rosa Carolina Arguedas Arellano. Su hermano Arístides, de pie, sobre una superficie elevada, mira en tensión al lente de la cámara. No es conocida la fecha de la fotografía; sin embargo, podemos inferir que Arístides debe frisar una edad cercana a los dos años. Recodemos que la diferencia de edades entre los hermanos, es de un año y tres meses. La pregunta fluye natural: ¿dónde está el infante José María, por qué no se ubica en medio de personas que forman el núcleo familiar central y cuyos integrantes lucen preparación antelada, como ocurre para fotografías de estudio? Detalle adicional: Victoria Arellano no luce signos de haber procesado maternidad reciente. Su hermano Pedro, nacería dos años y ocho meses después de José María, en Huanipaka, el 24 de setiembre de 1913 (49). La madre fallece seis meses después de este alumbramiento, el 3 de abril de 1914, cuando José María tiene tres años y dos meses.

Indagaciones en torno a su origen

La experiencia con la madre, sabemos, posee una magnitud singular. Si ésta vinculación está preñada de interferencias, violencia, intolerancia, entonces tenemos los ingredientes necesarios para generar en el humano actitudes conflictivas con la realidad. Están estudiados los desequilibrios emocionales que provocan en un niño la desaparición o el rechazo de la madre. Observamos que la muerte de la progenitora no provoca en infantes desajustes emocionales pronunciados y duraderos. Lo frecuente es que el niño asuma muy temprano y con naturalidad la ausencia de la madre, sin generar daños destructivos e irreversibles en la personalidad. Es otra la realidad cuando el nuño es arrebatado del seno materno, e impedido después, por prohibiciones o por decisión propia, de acercarse a la madre. La variedad de situaciones puede incrementarse, sin duda, pero, el breve esquema resume las razones que provocan lesiones psíquicas más graves. Una manera de acercarse en José María a este espacio preñado de contradicciones e información poco verosímil, es indagar acerca de su verdadero origen.

No obstante la significación de los contenidos aquí tratados, no son numerosas las investigaciones en torno al tema. En Internet, es posible hallar pesquisas de contenidos muy irregulares y que exponen consideraciones de dudosa valía. En medio de esta aridez, encontramos, sin embargo, estudios confiables, como el publicado por el investigador sanmarquino Danilo Sánchez Lihón que recoge información dispersa sobre la controvertida materia y que, además, utiliza el testimonio de una persona que conoció a José María y su entorno familiar en los años iniciales del escritor. El trabajo hilvana conjeturas que cuestionan la verdad oficial. Plantea que la madre biológica del escritor es una indígena, criada o sirvienta de la casa de la hermana…dueña junto a su esposo de las cuatro haciendas más grandes de Huanipaca (50), distrito que señala como posible lugar de nacimiento del escritor. Anota que el nombre verdadero de la madre sería Juanita Tejada Gutiérrez, que comparte con José María un genotipo biológico que corresponde al tronco familiar de Juanita…, blanco de piel, ojos claros, zarco, con el pelo castaño ondulado. Añade algunas evidencias para respaldar su afirmación. Un parecido muy notorio entre Alejandro Tejada Guillen, sobrino nieto de Juanita, con José María. En Huanipaca, afirma, se guarda esta historia como un secreto pero a la vez como un emblema y una consigna en el alma (51). Como información adicional, detalla la existencia de alteraciones en la partida de bautismo de José María: después del apellido paterno Arguedas figura una “T” borroneada (52).

El aporte más importante del trabajo, surge de una entrevista que Sánchez realiza en la ciudad de Lima a la Sra. Rosa Mattos Gutiérrez, natural de Huanipaca, que conoció a José María y mantuvo contacto cercano con la familia de Manuel María Guillén y su esposa Amalia Arguedas Arellano, quienes incluso apadrinaron su bautizo. Asegura la entrevistada, que Víctor Manuel Arguedas Arellano, padre del escritor,  visitaba con frecuencia a su hermana en las haciendas de Huanipaca, que ella conserva en su memoria con nombres distintos a los conocidos: Karkeki, Huaychuyo, Wanchulla y Tacmara. Recuerda a Juana Tejada Gutiérrez como la muchacha de mano;…es decir para hacer toda clase de mandados…Esbelta, blanca, de ojos claros. Y muy buena moza (53). No obstante considerarla madre de José María, afirma carecer de pruebas documentarias que sustenten su opinión. Señala, sin embargo, haber visto que la partida de nacimiento de José María en Andahuaylas tiene un borrón en el apellido materno, sobre el cual se ha puesto el apellido Altamirano. Recuerda que vio a Juanita Tejada, por última vez, ya canosa, mendigando en el mercado del Cuzco (54). Interrogada sobre el conocimiento que tenía José María de estos hechos, afirma que el escritor sabía de su realidad. Recuerda: Llegaba siempre a Huanipaca. Vestía terno, nadie más lo hacía. No hablaba con nadie. Cruzaba la plaza y se sentaba en una piedra de la colina de Cicuca. Me fascinaba verlo. Él pasaba horas mirando un mismo lugar (55). La entrevistada cita nombres de personas que conocen los entresijos biográficos de Arguedas, y que indican el rechazo que tenía Victoria Altamirano por el infante José María cuando vivió en Andahuaylas (56).

La escasa profundidad de las investigaciones nos muestra la necesidad de profundizar la investigación con trabajos de campo y búsqueda de fuentes  confiables.

Rastros de la madre sin rostro

Dada la permanente información proporcionada por Arguedas respecto a sus datos personales, pensamos que sería poco probable no hallar en su obra rastros o alusiones a una mujer que tuviera los perfiles de Juanita Tejada Gutierrez. Iniciada la búsqueda observamos propósito semejante en un estudio de Walter Saavedra publicado en Internet el año 2006 con el nombre de Apuntes sobre el nacimiento de José María Arguedas. Algunos aspectos aquí tratados coinciden con la información que aborda el estudio mencionado.

Saavedra, asocia a la Kurku, de la novela Todas las sangres, con las características físicas de Juanita Tejada Gutierrez. De acuerdo al trabajo de campo hecho en Huanipaca, sin señalar fuentes, indica que era mujer bajita, algo jorobada, gorda, de caderas anchas, cabello castaño claro muy largos y amarrados en trenzas hacia arriba, ojos muy claros, quizá azules, muy religiosa. La información que proporciona, de la pérdida del equilibrio mental de Juanita en sus últimos años, lo asocia a la búsqueda del niño que extravió en algún momento de su vida. Con estos elementos, Saavedra señala el paralelismo entre la Kurku y Juanita Tejada. Extraemos pasajes de la novela en que este paralelismo parece manifestarse. Narra Arguedas: A la kurku no la dejaron salir nunca de la casa. La vieja señora la recogió, cuando supo que la kurku había cumplido tres años. Era hija de un lacayo del patrón. Los padres se la dieron agradecidos. Don Bruno, hacendado, viola a la kurku…ella se dejó llevar al corral sin quejarse, sin pedir auxilio. Medio con sangre, temblando, él la devolvió a la cama de pellejos en que dormía. Huyó don Bruno, a la madrugada, y estuvo vagando por los pueblos, varios días…(57). ¿Son semejantes los perfiles físicos de la kurku y Juanita Tejada? De ser así, ¿qué influencia tuvo en Arguedas esta realidad? Motiva atención también que en la novela Todas las sangres, el hijo de Don Bruno, se llame Alberto Federico Aragón Gutierrez Chalcos. Saavedra hace notar que los dos últimos apellidos están consignados en cursiva, como una forma de llamar la atención por contener el segundo apellido de Juanita.

En el cuento Mar de harina, originalmente escrito para ser incluido en la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo, Arguedas relata el desvirgamiento de la adolescente Juanita. Narra que el padre, llamado Borracho, encontró a su hijita de trece años, en el fondo de la covacha fuertemente abrazados a un desconocido. Luego, Borracho se dirige a un billar y le dice al propietario: “¡Desvirgada, delante de mí, la Juanita!»(58).

Es notable la amistad que desarrolló Arguedas con el escritor chileno Pedro Lastra, tema que también Saavedra remarca. Se conocieron en un encuentro de escritores en Concepción en 1962, y se convirtió, junto a la psiquiatra Lola Hoffmann, en el nexo más importante con el país sureño. Para un lector desprevenido podría resultar desusado en Arguedas el grado de aprecio y cariño que mantuvieron ambos a lo largo de los años; sin embargo, saber que la esposa de Lastra se llamaba Juanita, cambia el sentido de nuestras apreciaciones. Intercambian extensa correspondencia por largos años. En una de las primeras cartas, de 1962, le dice: A ti y a Juanita los tengo como si estuvieran a la vuelta de la esquina o más cerca, en mí mismo (59). Un año después le señala: vuelvo a repetirte, querido hermano, que esta inmensa fuerza que siento se lo debo a Uds. y especialmente a dos mujeres de Santiago. ¡La vida es así!…líneas después, luego de señalar a personas de importancia en su estadía chilena, expresa: Y por último la inagotable maternidad de Juanita (60). 

En páginas  de Los ríos profundos utiliza su experiencia en las haciendas de Huanipaca para urdir la trama novelística. Veamos algunos ejemplos. En medio de la peste que asola a la ciudad, Ernesto piensa: Pero si llegaba a sentir la fiebre, haría como el Abraham. Me escaparía. Quizá no podría llegar a Corarcora, pero sí a mi aldea nativa, que estaba a tres días menos de camino. Bajaría por la cuesta de tierra roja de Huayrala; con esa arcilla noble modelaría la figura de un perro, para que me ayudara a pasar el río que separa ésta de la otra vida. Entraría tiritando a mi pueblo; sin un piojo, con el pelo rapado. Y moriría en cualquier casa que no fuera aquélla en que me criaron odiándome, porque era hijo ajeno. Todo el pueblo cantaría tras el pequeño féretro en que me llevarían al cementerio. Los pájaros se acercarían a los muros y a los arbustos, a cantar por un inocente. Por ausencia de mi padre, el varayok’ alcalde echaría la primera tierra sobre mi cuerpo. Y el montículo lo cubrirían con flores. “Mejor es morir así”, pensé…(61). 

En dialogo con los militares que controlan la asonada, organizada por las mujeres, Ernesto menciona: – Míreme – le dije -. Gerardo no es como yo, ni Antero, el amigo de Gerardo. Me criaron los indios; otros, más hombres que estos, que los colonos (62). Cuando Ernesto conversa con el Padre Director del colegio, aparecen de nuevo los recuerdos de la hacienda de su infancia:

‒Tú parece que no temes; eres casi un demente. Ayudarás a la misa, si el sacristán no aparece. Repicarás las campanas.
‒¡Sí, padre! – le dije, abrazándolo -. Yo repicaba en mi pueblo las campanas cuando descubría al cura bajando la cuesta de Huayrala. Lo haré a ese estilo (63). 

El mismo sacerdote, en las escenas finales de la novela, descubre a los lectores el nombre del Viejo, presencia cautiva e invisible a lo largo de toda la trama. Intercala con Ernesto el siguiente dialogo:

‒Te vas a las haciendas de tu tío Manuel Jesús – me dijo-. Tengo ya autorización de tu padre. No hay caballos. Irás a pie, como dices que te gusta.
Me senté sobre la cama. Él siguió de pie.
‒¿Dónde el viejo, Padre? ¿Dónde el Viejo? – le pregunté.

Luego de un intercambio de detalles sobre la travesía y de señalar que las haciendas se ubican en la parte alta del Apurímac, que el Padre conoce por haber sido invitado por Manuel Jesús, Ernesto menciona:

‒No me dará de comer, el Viejo, Padre – le interrumpí-. ¡No me dará de comer! Es avaro, más que un Judas.
Enrojecieron las mejillas del Padre.
‒¿Avaro? – dijo, indignado-. ¿Dices avaro?
‒Yo lo conozco. Deja que se pudra la fruta antes que darla a la servidumbre. Mi padre…
‒¡Deliras! Don Manuel Jesús lleva misiones de franciscanos todos los años a sus haciendas. Los trata como a príncipes.
‒¿Misiones de franciscanos…? ¿Tiene, entonces, muchos colonos, Padre?
‒Quinientos en Huayhuay, ciento cincuenta en Parhuasi, en Sijllabamba…
‒¡Voy, Padre! – le dije -. ¡Suélteme ahora mismo!
Me miró más extrañado aún.
‒No te entiendo, muchacho – me dijo-. No te entiendo, igual que otras veces. Saldrás mañana al amanecer (64).

El Padre Director, Augusto Linares, menciona no entenderlo, seguramente porque sabe de las continuas evidencias que ha mostrado Ernesto de conocer los territorios dominados por el Viejo, Manuel Jesús, y que también es mostrado en el diálogo que sostienen. Son ejemplos de la tenue barrera que instaló Arguedas entre su construida identidad y la verdadera.

Los ríos profundos podría ser catalogada ahora como novela testimonio, por las sinapsis entre la realidad y ficción construida por Arguedas. Es sobrecogedor observar los enlaces entre ambos hemisferios. Huanipaca es Huanupata, las cuatro haciendas: Karkeki, Huayu – Huayu, Udcubamba y Sicllabamba se convierten en Huayhuay, Parhuasi y Sijllabamba. El siempre recordado indio Felipe Maywa, es reemplazado por Pablo Maywa. Numerosas son las escenas de la realidad que Arguedas transforma en ficción. Por ejemplo, la recreación de la ausencia de música, danzas y festejos entre los indios de las haciendas que el escritor lo ha experimentado y le sirve para narrar: en las haciendas del Viejo no se emborrachan los indios, no tocan esas flautas endemoniadas; rezan al amanecer y al Angelus; después se acuestan en el caserío. Reina la paz y el silencio de Dios en sus haciendas (65). El Viejo, en la ficción, es descrito como muy bajo, casi un enano; caminaba sin embargo con un aire imponente, y así se le veía aun de espaldas (66). En la realidad lo describe como un tipo bajo, medio flaco, pero tenía una garganta descomunal y lanzaba un grito que provocaba terror entre los indios (67). La descarnada escena de la chica como de doce años, que hurga en las nalgas de otra niña en busca de piques y observa de pronto el ano de la niña, y su sexo pequeñito, cubierto de bolsas blancas, de granos enormes de piques (68), es semejante a una escena real que José María observó en las haciendas de Huanipaca: el peor castigo de los indios era el pique…que se mete en la carne de la gente y forma allí un nido que es una especie de bolsita y cuando son muchas las bolsas se juntan unas a otras y forman allí unos colgajos (69). 

Cuando finalmente Ernesto abandona Abancay en busca de las haciendas de Huanupata, sigue una ruta que en la realidad no conducen al destino ficcional. Precisa que en su camino hallará Toraya, el puente colgante de Auquibamba, estaciones que van en sentido distinto a la ruta que debe seguir. Cuidadoso de los detalles, Arguedas cubre con un velo de misterio el viaje que Ernesto finalmente nunca realizó y que tampoco consumó el escritor: el retorno a sus orígenes.

Páginas de su Diario

El despliegue de su vida en escenarios disimiles y premunido de un historial biográfico tan particular como extendido en nuestro territorio provoca en el escritor naturales cuestionamientos acerca de su identidad. En los testimonios que redacta durante los últimos días de su existencia podemos observar sutiles expresiones del laberinto en que se desarrolla la definición de su identidad. Narrando un encuentro con Guimaraes en México, señala que ese Embajador tan majestuosos…había, como yo “descendido” hasta el cuajo de su pueblo; pero él era más, a mi modo de ver, porque había “descendido” y no lo habían hecho “descender” (70). Es pertinente repetir la pregunta: ¿a qué descenso se refiere?, ¿quién lo hizo descender, y a dónde, y por qué? En los últimos días de su existencia, el escritor nos hace saber que su vida ha sido una lucha por ascender desde algún lugar al que arribó en contra de su voluntad. ¿Qué razones motivaron la reticencia arguediana para aceptar este desplazamiento desde su real origen? Especular que su decisión estuvo orientada por esta dolencia nacional de la vergüenza india, del afán de ocultar cualquier vinculación étnica con nuestros antepasados es un mal endémico que nos ha marcado como integrantes de un colectivo social que se niega a aceptar nuestra verdadera identidad y cabal coloración de piel.

En numerosas ocasiones el escritor, no obstante mencionar su origen indio, se describe como blanco, se acepta de ese modo. Como resultado del accidente en el trapiche y el agravamiento de su estado, recuerda los comentarios de los indios que lo atienden a su alrededor: caramba, al niño no se le puede enterrar aquí, en el cementerio de la hacienda; tendremos que llevarlo hasta Huaripaca que son dos días de viaje (71). El joven escritor se ve a sí mismo como el niño que el Viejo Manuel María le niega ser y, además, actúa como propietario de una hacienda que no es suya; y a sus recuerdos le añade un nombre que disfraza el real. Cuando su padre, narra Ernesto en Los ríos profundos: contemplaba las montañas, desde las plazas de los pueblos, y parecía que de sus ojos azules iban a brotar ríos de lágrimas que él contenía siempre, como con una máscara…(72).  Ojos azules, tez blanca, tenía su padre, el que le hizo descender hasta las entrañas del mundo indio de rostros cobrizos y estatus rebajado. En carta a su hermana Nelly, ratifica su descripción ficcional y le dice: Todos los hijos de Víctor Arguedas Arellano, el abogado de ojos azules y como de niño, somos buenos (73).  Cuando recuerda a su madrastra, Grimanesa Arangoitia señala: Yo era el becerro de la señora; tan sucio como la mestiza, y era blanco (74).  Su principal biógrafa y amiga personal, describe al padre del escritor como hombre blanco y apuesto y a la madre como: blanca, natural de Andahuaylas (75). En los Diarios de su hermano Arístides, se lee: nosotros, los descendientes de españoles, de familias más o menos acomodadas, aprendíamos en la infancia simultáneamente el castellano y el quechua (76). Como vemos, todo el imaginario personal, familiar y social, está rodeado de un cerco étnico discriminatorio e irreal del que no pudo evadirse.

De acuerdo al cúmulo de contradicciones personales que lo cercaban, la percepción de su tesitura blanca, no era la única que exhibía. Estando en Berlín, mientras camina con Guimaraes Rosa, cuenta Arguedas, el escritor brasileño lo llevó del brazo, haciendo notorio la diferencia de estatura entre ambos: Yo soy casi chato; él debía tener como un metro ochenta de estatura. Anduvimos juntos hasta el hotel. El brasileño y el indio, tan felices de llevar a Europa padeciendo en los huesos. Un cholo pequeño y un mulato casi indescriptible (77). Dos percepciones de sí mismo en un estrecho párrafo, ambas contradictorias con la asunción de su expresada identidad blanca.

Las desperdigadas señales que deja sobre su real biografía deben ser acomodadas en nuevas baldas que nos acerquen al personaje real. Cuando Don Felipe, que tenía la presencia de un indio que sabe por largo aprendizaje y herencia, la naturaleza de las montañas inmensísimas…lo acariciaba en San Juan de Lucanas, como a un becerro sin madre, debemos comprender que es la misma mano piadosa de los indios que lo protegieron en Huanipaca, cuando estaba solo entre los domésticos indios, frente a las inmensas montañas y abismos de los Andes donde los arboles y flores lastiman con una belleza en que la soledad y silencio del mundo se concentran (78).

Las huellas del hermanastro

A las dúctiles variables que enlazan la triada de dificultades que componen la biografía de Arguedas: origen, idioma materno e identidad de su madre y las preocupaciones por el país, se debe añadir la decisiva presencia del hermanastro Pablo Pacheco. El conjunto estructura una escala de influencias en su personalidad que pueden ser evaluadas por separado o unidas para dilucidar una biografía que evolucionó en medio de una agonía vital y creadora. Densa trama de aspectos personales unidos a una compleja realidad social y cultural que son necesario abordar para entender las entrañas que vertebraron su estructura psicológica.

El destino del país consumió mucho de su tiempo. Vivir a horcajadas entre los dos mundos en que se bifurcaba su destino, fue un privilegio que le significó estados combinados de angustia y optimismo. La escritura fue el medio para aquietar los demonios que la agenda nacional le creaba. La pérdida progresiva de los elementos culturales que alimentaron su infancia, facilitadores de sus universos creativos, se adosaba a su angustiosa observación de un país transitando hacia un desorientado porvenir. No obstante lo pesarosa de su visión, no era pesimista del futuro, no contenía tono lastimero y derrotista; era más bien claramente esperanzada. Lo expresa en su poema en quechua A nuestro padre creador Túpac Amaru, escrito siete años antes de su muerte: ¡Y sin embargo, hay una gran luz en nuestras vidas! ¡Estamos brillando! Hemos bajado a las ciudades de los señores. Desde allí te hablo. Hemos bajado como las interminables filas de hormigas de la selva. Aquí estamos, contigo, jefe amado, inolvidable, eterno, Amaru. Los avances y retrocesos del país, la tensión social que late en cada hecho cotidiano, lo llevó a perfeccionar sus medios para interpretarlo y transformar tribulaciones en impulso de vida. Lo hizo caminar el interior y explorar territorios extranjeros en búsqueda de las huellas de lo que somos y podemos ser. No hay en su gran mural biográfico elementos que sugieran pensar que el Perú agravara su depresión y precipitara su impulso tanático. El Perú fue más bien un elemento vital en su biografía, al punto de exponer su libertad y purgar condena carcelaria por activar a favor de su compromiso político, que nunca se ejecuta sin optimismo en el porvenir. Su desempeño como docente en Sicuani; sus labores como funcionario público, primero en el Ministerio de Educación y luego en las distintas reparticiones del Estado, incluyendo sus responsabilidades en la conducción de la política cultural del país, no contribuyó a ahondar su faceta oscura, depresiva. A John Murra le comenta su odio desde la infancia al poder fundado en la riqueza material,…todos mis pocos relatos están plenos de odio a esta parte oscura del ser humano y de una fe absoluta en que podrá vencer el mal. Los ríos profundos concluye con la fe en el “colono” “come piojos” de las haciendas. Estos marchan al pueblo, a la ciudad capital, a pesar de la metralla. Van por una misa. Pero alguna vez avanzarán de ese modo por algo más grande; lo están haciendo ya (79).

Los entretelones de orden familiar y personal: origen y dificultades para aceptar una realidad íntima, deteriorada por autores familiares y sociales, ejercen una influencia mayor que el hemisferio social. Se trata de una influencia distinta y superior a sus preocupaciones nacionales. El cerco que ejerce la sociedad blanca dominante, intolerante con los orígenes indígenas, le construyó un mundo personal sin afecto de madre, waccha, sin pasado “aceptable y decoroso”. El conocimiento de esta realidad empieza con la confidencia íntima acerca de su origen que le hace al amigo, mentor cercano. Es un campo donde es posible hallar, como se ha visto, evidencias objetivas, inclusive pruebas documentales.

Sin embargo, hay un peldaño adicional en este descenso a los espacios más íntimos de su personalidad. Es un estrato donde las conjeturas sustituyen a las evidencias y son inútiles las indagaciones extensas y superficiales. Sutil y férreamente recubiertos de medias palabras encontramos signos que conducen a fáciles inadvertencias, entenderlos requiere develar claves y códigos parcialmente ocultos. Es un sedimento de mayor densidad y profundidad que los anteriores y con gran influencia en la construcción de sus desequilibrios emocionales. En carta a Murra se puede leer el sustrato al que nos referimos: vivo en medio de ciertas contradicciones que no puedo resolver, y esas contradicciones me devoran constantemente las fuerzas (80).

La restringida admisión a este manto tiene en su frontis el negativo papel que tuvo en su vida el hermanastro, segundo de los tres hijos de su madrastra Grimanesa Arangoitia. Instalar esta vinculación en una estancia de nivel similar a los vectores anteriores puede conducir a un error sustantivo en la interpretación de la compleja urdimbre de su personalidad. El ingreso a tan eclipsado lugar carece de vanos que faciliten acceso holgado y suficiente. Son evidencias que aparecen como mensajes encriptados, apenas como datos sueltos e inconexos, poco perceptibles. Pueden ser hallados en confesiones públicas, puntuales desarrollos ficcionales, en cartas y testimonios escritos.

Creemos que en el personaje Pablo Pacheco se encuentra el factor más importante de su permanente desafío a la muerte. A diferencia de otras dolencias, que aparecen visibles muy temprano en su biografía, esta demora más de medio siglo en aparecer y cuando lo hace la traumática experiencia se transforma en criatura ficcional. Es probable sea parte sustantiva de la afirmación que señala que vivió una infancia desventuradamente feliz? (81). La ausencia de madre, la trágica y sucesiva mudanza de escenarios de vida, la lucha contra el castellano como medio de expresión, la presencia de la madrastra y de su hijo Pablo, son experiencias desventuradas, sin duda. El antagónico complemento de felicidad, proviene seguramente del conocimiento del mundo quechua; de la extrema ternura que allí encuentra en Felipe Maywa, Victo Pusa, Doña Caytana; su nodriza Sedano; en Arístides, su hermano. Se solaza con la magia de la geografía monumental serrana, su flora y fauna, y la práctica cotidiana para entenderla y asimilarla como parte de su propia existencia. Determinar la mayor desventura es profundizar en la zona más oscura, inextricable, de su biografía. Su existencia se hace evidente como aquellos cuerpos celestes que se anuncian por los campos gravitacionales que crea en el incógnito universo. Es una presencia que intuimos existente cuando leemos: Yo me enfermo de soledad e ilusión quizá patológicas, y “por puro gusto”, porque soy amado por buena y bella gente, como mi mujer por ejemplo. Pero algo nos hicieron cuando más indefensos éramos; yo recuerdo muchas cosas, pero dicen que más peligrosas son aquellas de las que no nos acordamos (82). En esta confesión, dejada en agónico Diario, el escritor, usa el verbo hacer en pretérito perfecto simple, tiempo en el que una acción tiene un inicio que se configura terminada. No es un hecho en desarrollo, no es una realidad inconclusa vinculada al inacabable malestar de patria, tampoco es la inacabada reminiscencia de una madre a la que nunca evoca unida a su biografía. Su afirmación es una verdad puntualmente ocurrida y fenecida, sin embargo de diaria angustia. No delinea la acción proterva de un grupo de personas que acecha su infancia y niñez indefensa. Es la identificación de un rostro, de un perfil humano actuando sobre el niño Arguedas con alevosía y ventaja en fecha y hora determinadas. El daño lo recibe en plural, evita usar la primera persona como una forma nublada de hacer poco visible la experiencia y de atenuar el efecto devastador de aquella réproba acción. Y todo esto lo redacta cuando se sabe condenado a muerte y a mucha distancia de otros sucesos que supo asimilar y ordenarlos creativamente en su vida. Aquí, en cambio, observamos postrera e hirviente intranquilidad, la marca de un profundo desasosiego; muestra de la permanente remembranza de un acto vil que trastornó su existencia y que Arguedas, no obstante el tiempo transcurrido, traslada al presente con la misma actualidad de un hecho ocurrido un día anterior. ¿Puede el malestar que emana del testimonio arguediano, ser comprendido a la luz exclusiva de una indeseada y obligada observación de un acto sexual? ¿Puede una acción de esta naturaleza, puntual y no repetida a decir del escritor, con toda su abyecta tesitura, configurar una vida y atarla de modo permanente a un deseo profundo e irrefrenable por la muerte? Examinemos los entretelones de este drama.

A John Murra le comenta: tuve una niñez y una adolescencia bárbaras, oscilando entre la ternura infinita de gente que sufría (los sirvientes quechuas de mi madrastra) que me protegieron, la ternura de mi padre muy o algo controlada por su antiguo concepto de la autoridad paternal y la brutalidad de un hermanastro y una madrastra, especialmente de ni hermanastro que era un verdadero monstruo de egoísmo y maldad (83).

El hermanastro supera al escritor en trece años (84) y está asociado a las experiencias brutales y tiernas de su infancia. Lo describe como un tipo malo, y tenía, además, cara de malo: tenía unas cejas muy pobladas, raras, unos ojos de expresión nunca clara (85). En un encuentro de narradores en Arequipa, ante un nutrido público, confiesa: Pero no solamente he sido hechura de mi madrastra, hubo otro modelador tan eficaz como ella, un poco más bruto: mi hermanastro. Cuando yo tenía siete años de edad, me obligaba a que me levantara a las seis de la mañana – a traerle su potro negro de una chacra muy grand (86). En otra ocasión, recuerda, lo dejó cuidando su potro negro que había comprado con veinte buyes y doscientos carneros, y cuando regresó de su aventura indecible me reprochó que había hecho perder su poncho de vicuña (87).

Abundando en detalles sobre su hermanastro, menciona: Este señor me llevó una vez como su paje, era en realidad su paje, a visitar a una de sus amantes que tenía en una de las muchas chacras que poseía en el distrito, me dejó a cierta distancia…Entonces el levantó el rebenque para pegarme un latigazo y no se atrevió a hacerlo: se fue a toda carrera en su formidable caballo (88).

Lola Hoffmann, siquiatra que atendió a Arguedas, lo convence de los beneficios para su estabilidad emocional de escribir acerca de esta experiencia. Así nacen los cuentos de Amor mundo. En El horno viejo (89). narra con detalle una escena extraída de su experiencia como paje de su hermanastro. Se trata de la cruda descripción de una escena sexual protagonizada por un personaje llamado Pablo y una mujer, con quien mantiene lazos de parentesco. Si quieres ver, ves. Aquí tienes el fosforo, le dice. Y empezó el forcejeo. Previamente, Santiago, el niño de nueve años, pregunta: ¿A dónde me llevas?, Pablo le responde: A dónde has de aprender lo que es ser lo que sea. ¡Sígueme!

En su Diario personal, Arístides, refiriéndose a los entretelones de esta lamentable experiencia, anota: a los nueve años, acompañó al hijo mayor de su madrastra, cada uno en caballo, a donde una señora viuda y convivió con ella. Esa noche José María estuvo echado en una cama ubicada al frente del lugar de los hechos y fue testigo de esos actos. Más tarde volvió Jose María a ese mismo lugar, cuando tenía 18 o 19 años y esa misma mujer le brindó atención a él. Se repitió el acto, pero ya con José María (90).

En  Los rios profundos, páginas donde el hermanastro no tiene espacio natural que ocupar, hallamos una descripción de Pablo Pacheco. Lo delinea cuando evalúa la conducta del Viejo: No podía ser este hombre más perverso ni tener más poder que mi cejijunto guardador que también me hacía dormir en la cocina (91).

¿Cuántas escenas son necesarias para que el niño José María devenga en paje del hermanastro? Es imposible respuesta precisa; menos arriesgado resulta afirmar que una sola experiencia no parece suficiente. Su guardador y moderador es producto de una rutina frecuente, es un sujeto que ejerce persistente dominio de sus actos y de su tiempo, y que parece convertirse en carcelero de su existencia. Los recuerdos de hechos colaterales son también intensos y colaboran en explicar la profunda experiencia que significó para el joven Jose María conocer a su guardador. Ampliemos la escena del manto perdido. Se da en ocasión en que el hermanastro emprende una aventura sexual adicional, lleva al niño para dejarlo como vigilante de su cabalgadura. Al volver, reclama la ausencia de una manta de vicuña. El hermanastro lo amenaza con un rebenque que no termina de usar para castigarlo. De vuelta a la hacienda Jose María se refugia en la cocina, donde luego lo ubica el hermanastro, quien: le quitó el plato de sopa y me lo tiró en la cara, diciéndome: “no vales ni lo que comes” que es una cosa que se suele decir frecuentemente. Yo salí de la casa, atravesé un pequeño riachuelo, al otro lado hacia un excelente campo de maíz, me tiré boca abajo en el maizal y pedí que me mandara la muerte (92). En los Diarios  recuerda aquel hecho. Señala: Y a mí la muerte me amasa desde que era niño, desde esa tarde solemne en que me dirigí al riachuelo de Huallpamayo rogando al santo patrón del pueblo y a la Virgen que me hiciera morir, y lo único que conseguí fue que la luz del sol me entrara por la cabeza y me empapara la carne, la hiciera arder en ansias todopoderosas e inalcanzables como esas barbas de los árboles que, con el viento fuerte, se sacuden causando espanto entre los animales (93).

Siempre en sus Diarios señala que el intento de suicidio, primero, y luego las ansias por el suicidio fueron tanto por el agotamiento – estoy luchando en un país de halcones y sapos desde que tenía cinco años – como por el susto ante el miedo de tener que escribir sobre lo que se conoce solo a través del temor y la alegría adultos, y no por el zumbar de la mosca que uno percibe apenas el oído se forma…(94).

Sus dificultades para relacionarse con las mujeres con quienes mantiene relaciones sentimentales, ¿son consecuencia de todo el proceso de desadaptación que vive a través de sus primeros años o es el resultado del profundo impacto que le suscita las experiencias con su hermanastro Pablo? La bibliografía consultada no lo analiza ni comenta con profundidad. Observemos que la psiquiatría está orientada a explicar los trastornos de la personalidad como resultado de un hecho puntual y verificable. No soslaya el contexto, pero los tratamientos se hacen generalmente en base a la superación de los efectos de un hecho o circunstancia en particular y que es lo el escritor buscaba en sus constantes visitas a consultorios psiquiátricos. Veamos la información que nos ha dejado el escritor que puede ser conectada con los sucesos que comentamos.

En carta a John Murra, explicando su paso por el penal el Sexto, le menciona: yo me crie casi sin hogar, huérfano, con una madrastra cruel y un padre vagabundo, por causa creo que principalmente de sus desavenencias con su mujer. Pero mi padre era muy católico; un caballero a la antigua, puro. Con el sentido clásico de la pureza moral, muy especialmente sexual. Para mí la mujer constituyó siempre, y sigue siendo, un ser angelical, la forma más perfecta de la belleza terrena. Hacerla motivo del “apetito material” constituía un crimen nefando y aún sigo participando no sólo de la creencia sino de la práctica. Solo el verdadero amor puede dar derecho y purificar suficientemente el acto material. Parte de mis males vienen acaso de este antiguo principio que yo amo y respeto. ¿Puede imaginarse lo que significaría para mi ver cómo los asesinos violaban a los hombres hasta volverlos locos? Esa es la parte medular de mi novela. Continúa explicando su experiencia: Hasta he vivido un año en la prisión ciudadana (arañas, arco iris, semen) de un país del tercer mundo, y escribí una novela sobre esa cárcel. Allí sólo miraba, me incrementaba, sufría con mi infancia anticuada. Y no conozco a la mujer de la ciudad, por ejemplo. Le tengo miedo, como le tuve al remanso del río Pampas, que pasé a caballo, siendo niño, y en invierno, cuando el agua es transparente (95).

En sus Diarios, fuente de referencias profundas de su biografía, señala el retorno de un atroz dolor a la nuca que le vuelve desencadenado, al parecer, por circunstancias inmediatas y no por otras causas más lejanas y peligrosas (96). Las experiencias lejanas pueden evitar la niñez y las peligrosas eludir a Pablo Pacheco? El plural parece estar usado para relatar de manera encubierta un conjunto concreto, puntual, de experiencias relativas a este personaje.

A su siquiatra Lola Hoffmann, en el año de su suicidio, le menciona: Creo que mi conciliación con mis propios problemas sexuales ya no es posible. ¡Cuánto le he hablado de esto! Todo el universo ha girado para mí alrededor de este problema. Ha sido lo más anhelado y lo más temido; rara vez lo más estimulante, casi siempre aniquilante…Como creí siempre que la satisfacción sexual debía ser solo una especie de premio máximo a alguna gran hazaña, la práctica casi cotidiana me causa una atroz sensación de desgaste y de angustia (97). En otras páginas continúa explicando a la psiquiatra: En Arequipa estuve doce días. Allí escribí quince páginas, las finales del capítulo III. Por primera vez viví en un estado de integración feliz con mi mujer. Por primera vez no sentí temor a la mujer amada, sino, por el contrario, felicidad sólo a instantes espantada (98).

Tampoco los viajes al exterior lo alejan de comentarios relacionados con este tema. En ocasión de conocer Nueva York, indica que esta urbe lo estimuló y se le fue apareciendo como una maquinaria iluminada que conduce a un monstruo entre primitivo y pervertido en la infancia, que intenta arrastrar el destino del hombre hacia un buey de oro, esplendente pero ciego (99).

Tan insondable como el tema que tratamos es su frecuente búsqueda de prostitutas. ¿Qué motiva su frecuente búsqueda?, ¿es la ausencia de madre, las experiencias con el hermanastro? Es un tema que le comenta a su siquiatra. El doctor me dijo que debía procurar alcanzar a tener dominio sobre el apetito sexual. Consistía ese dominio en no temer pero al mismo tiempo en no ceder… en la calle que desemboca en la Alameda, algo oscura, me habló una chiquilla. Parecía tener no más de 17 o 18 años. Me propuso, me tomó del brazo. Yo me dejé conducir en un estado de gran duda y expectativa. La pobre hizo que pagara anticipadamente. Luego se desnudó y se hecho sobre mí. Tenía el cuerpo completamente helado. Pocos minutos antes me había hecho propuestas inadmisibles. Ante su cuerpo helado se heló el mío (100).

¿Tuvieron aquellos lejanos y peligrosos acontecimientos influencia directa en la forma en que se relacionó con sus compañeras sentimentales y afrontó su permanente confrontación con la vida? Veamos la descripción que hace de Sybila: es una mujer acerada y maravillosa, capaz de llevar al suicidio a un individuo vehemente y primitivo. Ella proclama la autosuficiencia como la única fuente de la integración plena. Seguramente tiene razón. Pero la razón puede causar varios tipos de muertes, como por ejemplo, la prescindencia incapaz e inhábil para la integración, para la convivencia y hasta para la vida en algunos individuos (101).

En su copiosa correspondencia tenemos profusa información relacionada con sus dolencias tempranas y directamente relacionadas con el punto nodal de sus contradicciones existenciales. Semanas antes de su muerte, en carta a Hugo Blanco, le refiere: He ahí que te he escrito, feliz, en medio de la gran sombra de mis mortales dolencias. A nosotros no nos alcanza la tristeza de los mistis, de los egoístas; nos llega la tristeza fuerte del pueblo, del mundo, de quienes conocen y sienten el amanecer. Así la muerte y la tristeza no son ni morir ni sufrir. ¿No es verdad, hermano?  (102).  A Duviols, amigo y estudioso francés le menciona: En Santiago he sentido, por primera vez, que de veras no tengo nada orgánico, como aquí me aseguraban los médicos. Todo mi problema es psíquico, de raíces antiguas, agravado por circunstancias familiares casi irresolubles. Me había hecho ya a la idea de que no podría seguir viviendo. Eso explica mi silencio de los últimos meses (103). Se desglosa clara la influencia de un hecho que Jose María no se atreve a explicar con claridad y que solo puede estar vinculado a las actividades de este nefasto personaje, Pablo Pacheco, que es probable ejecutara acciones que torcieron la niñez de José María y que fueron más allá de ser un simple espectador de sus costumbres sexuales.

Epílogo

Hemos analizado a lo largo de estas páginas la influencia que tuvieron dos circunstancias en la vida de Arguedas: su contradictoria y ambivalente relación con el país y su fragosa experiencia personal y familiar. En este último horizonte se ha precisado al idioma quechua como su lengua materna y recusado a Victoria Altamirano Navarro como madre biológica del escritor atribuyéndole a Juanita Tejada Gutiérrez este papel. Ambos aspectos nos han proporcionado luces para acercarnos al entendimiento de su trágico final. Como decisivo aspecto familiar hemos reflexionado sobre la relación del escritor con su hermanastro Pablo Pacheco y las huellas profundas que este personaje proyectó sobre su biografía y le hemos otorgado prioritaria importancia en la estructuración de su personalidad. La hemos considerado vector determinante en su obstinada búsqueda de la muerte.

La profunda desazón y angustia que mantenemos muchos por la realidad nacional, le tocó a él conducirla con el espíritu atravesado de agobios y padecimientos hasta llevar las contradicciones a su límite máximo: extinguirse como reproducción exacta de un país incapacitado para solucionar sus antinomias más profundas y que elige recorrer el complaciente camino de la ignorancia o la indiferencia ante sus problemas más profundos. Sus agudas disonancias personales, son reflejo de una sociedad que aún pugna por hallar su identidad y su destino. En ese sentido, la vida contrariada de José María y la forma de su eclipse es la expresión más acabada de nuestras incompetencias para erigirnos en una sociedad a la altura de nuestros orígenes y necesidades. De forma cruel y dolorosa, debemos admitir que su vida es el modo que tenemos los peruanos de ver reflejada nuestra realidad, en los abismos y colinas de su biografía. A esos contenidos nos referimos cuando nos ocupamos de la paradigmática vida de José María Arguedas.

Es posible y obligatorio estructurar una versión distinta de la temprana infancia del escritor que recoja elementos objetivos de la realidad y reivindique la dimensión soterrada de la biografía arguediana, su estructura india, su lucha contra demonios inoculados en su temprana infancia y que son también elementos vertebradores de desgarradas biografías de miles de peruanos desde la invasión hispánica. Es un compromiso con su memoria desechar complacientes e interesadas interpretaciones que hacen participar a la biografía de Arguedas del propósito de separarlo de sus orígenes indios. Este nuevo relato tiene múltiples entradas, las dispersas declaraciones y testimonios de Arguedas así como la versión sobre sus orígenes recogida por Luis E. Valcárcel y las evidencias objetivas que no permanecen ocultas a la mirada de quienes deseen observarlas. Utilizando estos elementos ubiquemos al padre del escritor, el abogado Víctor Manuel Arguedas Arellano, alma trashumante, visitando regularmente la zona apurimeña de Huanipaca. En esos apartados parajes se situaban las haciendas de su hermana Amalia y de su cuñado Manuel María Guillén. Las distancias y dificultades de los caminos nunca fueron obstáculos para él viajero Víctor Manuel. Inclusive ya casado con Victoria Altamirano mantuvo una estrecha vinculación con aquellos lugares. Es probable que ningún espacio de la región que el joven abogado exploraba, tenían las características de bienestar y comodidad que las haciendas de la hermana le brindaban. Eran territorios de clima cálido y fertilidad superior y por eso de exuberante vegetación en alguna de las estancias. Son geografías atractivas por la monumentalidad geográfica que construyen las aguas del Apurímac y el Pachachaca, que se juntan rompiendo abismos de la cordillera para denominarse después ríos profundos. Es en esos parajes que la vida de Juanita Tejada Gutierrez se cruza con la suya. Empleada de mano de la hacienda Karkeki, Juanita frecuenta los interiores de la casa hacienda y se mantiene próxima de los deseos y mandados de los propietarios y de sus huéspedes. Quizá con alguna leve malformación en su columna, es una jovencita que se acerca a los quince años portando cabellera clara, ojos de trazos azulinos y rasgos llamativos e infrecuentes con su origen indígena. Víctor Manuel ha llegado a estos parajes en los primeros meses del año 1910. Es un mozo de contextura varonil y tesitura ardiente, cursando sus tardíos treinta, casado desde 1908 y notario en zonas cercanas a las heredades de su cuñado. En esas circunstancias que se fija en la hermosa joven, confiada por sus padres al cuidado y servicio de los dueños de la hacienda. Ensayando fechas más precisas, podemos ubicar a Victor Manuel en la hacienda Karkeki alrededor de la Semana Santa de 1910; días de intensa actividad religiosa en las haciendas de Manuel María Guillén. Era ocasión para el arribo de numerosa delegación de sacerdotes franciscanos que oficiaban misas y liturgias para beneplácito del contrito propietario y compasión de cientos de indios, entregados a la festividad religiosa con unción devota. Alguna versión, ya señalada, indica que los franciscanos acostumbraban llamar al rico hacendado Manuel Jesús, esfumando el María, por ajustarse mejor a sus intereses no marianos. Con este nombre es que aparece precisamente en Los rios profundos.

No podemos especular sobre la naturaleza de la relación de Victor Manuel y Juanita, no obstante que el propio escritor, como hemos visto, esboza algunos perfiles de estos hechos. No obstante, no pueden estar excéntricas de las frecuentes relaciones de dominio y abuso que se desarrollaban entre jóvenes indias y hacendados. Es factible que la fecha de nacimiento del escritor no sea el 11 de enero de 1911, como señala su biografía oficial, sino en fecha anterior. Los trámites de la posterior inscripción de su bautizo en Andahuaylas promueven esta idea. Ocurrido el alumbramiento es improbable que Manuel María Guillén haya permitido soslayar el pronto bautizo de la criatura. Saavedra señala que se realizó asignándole el primigenio nombre de Alberto Federico. Si nos atenemos a esta versión, cobraría sentido el nombre y apellido del personaje de Todas las sangres, hijo de Don Bruno: Alberto Federico Aragón Gutierrez Chalcos.

Seguramente, superando contrariedades con su esposa Victoria Altamirano y cercado por las razones del Viejo Manuel María y urgido por sus propios valores, el padre del recién nacido escritor tuvo que hacerse cargo de la criatura. Es probable que el bebe haya sido confiado a la custodia y vigilancia de los franciscanos quienes formaron parte de la comitiva que tiene a Andahuaylas como destino. En este grupo se encontraba, aislada y marginal, Juanita Tejada la madre biológica de Jose María, a merced completa de decisiones ajenas. Imaginamos los problemas que tuvo que superar la pareja de esposos ante situación tan complicada que incluía la humillante aceptación de Victoria de otorgar su apellido a un niño de inaceptable origen, de madre indígena por añadidura. En ese escenario debe verse la fotografía de la familia que aquí se ha comentado. Víctor Manuel, sonriente, vital; Victoria, seria, hasta erizada; Arístides, posa hierático ignorante del drama familiar. El infante José María es una visible ausencia, imposible de obviar. Es en Andahuaylas donde se asienta su partida de nacimiento como probable consecuencia de la duplicación del original bautizo en Huanipaca.

Continuando con esta serie de especulaciones, sostenidas por fuentes y evidencias objetivas y no desdeñables, es probable que el niño José María se mantuviera en Andahuaylas en una posición marginal y subalterna, al igual que su madre. Mientras, la oficial familia Arguedas – Altamirano continúa frecuentando las haciendas del Viejo. Lo acredita que en 1913 nace en Huanipaca el tercer hijo de Víctor Manuel, segundo hijo de Victoria. Lo llaman Pedro. Es en medio de este complicado contexto familiar que Arguedas bebe el quechua de su madre que lo amamanta y cuida. Esta particular y tensa situación debió mantenerse hasta la inesperada muerte de Victoria Altamirano. Entonces José María tiene tres años y su hermano Pedro apenas unos meses. Víctor Manuel, toma entonces dos decisiones trascendentes: entrega a Pedro en adopción a su hermana Amalia y a su cuñado Manuel María, y luego decide el regreso a Huanipaca de José María y su madre. Es el momento del abandono en una comunidad al que se refiere Valcárcel. Aquí reside el infante hasta el segundo matrimonio de Víctor Manuel con Grimanesa Arangoitia. Es el año 1917, José María tiene cuatro años y es ya un monolingüe del quechua chanca.  Aquí se inicia una etapa de especial sufrimiento para José María, es la época de la invasión de liendres y desaseo de su cuerpo y de la tiranía del Viejo Manuel María, que no perdona la maternidad de Juanita y descarga toda su furia y desprecio sobre el inteligente niño indio-blanco. Aquí reside el infante hasta el segundo matrimonio de Víctor Manuel con Grimanesa Arangoitia. Es el año 1917 y José María tiene cuatro años y es ya un monolingüe del quechua chanca que es separado de su madre Juanita Tejada  y es trasladado a  San Juan de Lucanas. Es el inicio de las dos biografías del escritor: una, cierta pero oculta y silenciada, su zaga india, que lo precede; la otra, blanca o mestiza, falsa biografía oficial. Esta última sustituye la primera, casi como una copia de la nueva historia que provoca la invasión pizarrista y que soterra historia milenaria. Es la etapa de otro tipo de maltrato, el que le prodigan los mestizos y blancos de la casa hacienda de Grimanesa Arangoitia. Es enviado con la servidumbre india; ellos lo cobijan, lo quieren y protegen; entiende la lengua comunal, es uno de ellos. Su hermano Arístides, que se le une en ese lugar, recibe un trato distinto. Es hijo legítimo, blanco, no obstante ser de piel más oscura que la de José María. Es la explicación del trato diferenciado que se les depara y es la razón de los recuerdos disímiles en ambos hermanos. Sobre Arístides no se proyecta la sombra siniestra del hermanastro Pablo; sí, sobre el indio e indefenso José María. Pablo no logra asimilar la brillante inteligencia del niño y futuro escritor; tampoco le es aceptable su perfil físico que le recuerda su fealdad broncínea. Es la expresión de la alienación más abyecta y sub humana.

Analizada la vida del escritor bajo este contexto biográfico los elementos inconexos se acomodan en lugares racionales y comprensibles y nos permiten elaborar interpretaciones más ajustadas a la realidad. De esta manera, el lenguaje cifrado que usó para difuminar espacios de su historia personal son decodificados y puestos en el lugar que él mismo esperaba sean leídos algún día.

Le debemos al país y a su destino el esclarecimiento cabal de la trágica y luminosa biografía de José María Arguedas y que nos sea útil para desentrañar y discutir materias que alteren una hegemónica y estéril visión criolla o mestiza de nuestra realidad. Sin duda que un José María Arguedas con partida de nacimiento indígena resulta incómodo para quienes han pretendido fallidamente estructurar una nación de linaje occidental. Para los millones de peruanos y peruanas que poseen una biografía que se emparenta con la de Arguedas, saberlo de cuño indígena será también un elemento que ayude a superar una alienación degradante que los somete y esteriliza culturalmente. Aquí, hemos dado un pequeño paso en el logro de ese objetivo. Aún permanece un largo trecho por recorrer para entender lo suficiente su trágico desarrollo. Será un proceso que irá de la mano de los avatares del Perú. De los pasos que dé para su integración, de las experiencias que vivamos los peruanos en el largo camino por conocernos, aceptarnos, integrarnos. Mientras, Arguedas, el indio Arguedas, permanezca aún como un enigma por resolver, nuestra sociedad será también una interrogante sin respuesta.


1. Carmen María Pinilla, Arguedas en familia, Universidad Católica del Perú, Lima 1999, p.263.
2. Ibíd., p. 263.
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6. Alejandro Ortiz Rescaniere, José María Arguedas, recuerdos de una amistad. Universidad Católica del Perú. Lima, 1996, p. 208.
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11. Carmen María Pinilla, Apuntes inéditos, Celia y Alicia en la vida de José María Arguedas. Universidad Católica del Perú, Lima, 2007, p. 350.
12. José María Arguedas, Obra antropológica, Estados Unidos: ¿Un gigante de qué?, Editorial Horizonte. Lima, 2012. Tomo 7, p. 222.
13. Carmen María Pinilla, Arguedas en familia, Universidad Católica del Perú, Lima, 1999, p. 269.
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15. José María Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo, Editorial horizonte, Obras completas, Tomo V, p. 71
16. Hildebrando Pérez y Carlos Garayar. José María Arguedas, vida y obra, Amaru editores, Lima, 1991, p. 47.
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18. José María Arguedas, Obra antropológica. La literatura peruana, Editorial Horizonte, Lima, 2012, Tomo 7, pp. 531- 532- 533.
19. José María Arguedas. Obra antropológica. Canciones y cuentos del pueblo quechua. Editorial Horizonte. Lima, 2012, Tomo 2, p. 185.
20. José María Arguedas. Obra antropológica, Cuentos religiosos-mágicos quechuas de Lucanamarca, Editorial Horizonte, Lima, 2012, Tomo 5, p. 288.
21. José María Arguedas. Obra antropológica, Nosotros los maestros bilingües, Editorial Horizonte, Lima, 2012, Tomo 7, p. 326.
22. Carmen María Pinilla. Apuntes inéditos. Celia y Alicia en la vida de José María Arguedas, Universidad Católica del Perú, Lima, 2007, p. 354.
23. José María Arguedas, Obras completas, Katatay, Editorial Horizonte, Lima, 1983, Tomo V, p. 269.
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36. José María Arguedas, Los ríos profundos, Obras completas, Editorial Horizonte, Lima, 1983, Tomo III, p. 197.
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38. Luis E. Valcárcel. Memorias. Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1981, pp. 370- 371.
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40. José María Arguedas. Obra antropológica, Canto quechua con un ensayo sobre la capacidad de creación artística del pueblo indio y mestizo, Editorial Horizonte, Lima, 2012, Tomo 7, pp. 148- 149.
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42. José María Arguedas. Las comunidades de España y del Perú, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1968, p. 212.
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46. José María Arguedas. Obra antropológica. La literatura peruana, Editorial Horizonte, Lima, 2012, Tomo 7, p. 531.
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